ROSARIO
MEDITADO: Lá Virgen María en el Proyecto de Dios
Con
reflexiones de Frei Carlos Mesters, O. Carm
MISTERIOS
GOZOSOS
PRIMER
MISTERIO:
LA ENCARNACIÓN
DEL HIJO DE DIOS.
Como en la vida
de las grandes figuras del Antiguo Testamento, Dios se hizo presente en la vida
de María. El ángel Gabriel vino y le dijo: “¡Ave María, llena de gracia! ¡El
Señor está contigo!”. Traduciendo mejor estas palabras para la gente, pueden
decir: “¡Alégrate, María, favorecida por la gracia! ¡El Señor está contigo!”
(Lc 1,28).
María quedó muy
impresionada con este saludo del ángel y no sabía bien lo que significaban
aquellas palabras (Lc 1,29). Y no era para menos.
En la Biblia, la
palabra gracia indica el amor y el cariño con que Dios ama a su pueblo, la
fidelidad con que él lo sustenta y el compromiso que él asumió consigo mismo de
estar siempre con ese pueblo para liberarlo.
No debemos
pensar que el amor, la fidelidad y el compromiso de Dios es una especie de
recompensa por el buen comportamiento del pueblo. ¡No! ¡No es merecimiento
del pueblo! En ese caso ya no sería gracia. Dios ama porque quiere amar y hacer
bien al pueblo. Dios hace esto, para que el pueblo “humilde y pobre” se acuerde
y descubra su valor de personas. Dios ama, para que también el pueblo comience
a amar con un amor verdadero, y comience a liberarse de todo cuanto impide la
manifestación de este amor.
En el Antiguo
Testamento, el pueblo siempre fue objeto de este amor fiel de Dios. María lo
sabía muy bien, pues conocía la historia de su pueblo. Y ahora, conforme a las
palabras del ángel, toda esta carga de amor fiel de Dios para con su pueblo y
todo este compromiso de libertar a los oprimidos estaban siendo concentrados en
su persona. Ella, María, era “favorecida por la gracia”. Era objeto de aquella
gracia con que Dios quería beneficiar a su pueblo.
SEGUNDO
MISTERIO:
LA
VISITA DE NUESTRA SEÑORA
A
SANTA ISABEL.
La amplia
acogida de la Palabra de Dios en la vida de María no hizo de ella una persona
etérea, desligada de las cosas de la vida y del pueblo. Al contrario, hizo de
ella una persona muy atenta y preocupada por los problemas de los otros. Por
ejemplo, cuando María aceptó la Palabra de Dios, transmitida por el ángel, su
primer pensamiento no fue para sí misma, sino para su prima Isabel. El ángel le
había informado que Isabel, señora ya de cierta edad, estaba embarazada por
primera vez (Lc 1, 36).
Isabel
necesitaba ayuda. María no lo dudó y se marchó para Judea, a más de 120
kilómetros de Nazaret. Hizo el viaje solamente para poder ayudar a su prima en
los tres últimos meses de embarazo (cfr Lc 1, 39-56). Y en aquel tiempo no
había tren ni autobús.
En vez de
permanecer ella pensando sólo en sí misma y en su salvación, la Palabra de Dios
hizo que María saliese de sí misma y se olvidase de sus problemas para pensar
en los problemas de los otros y ayudarles.
TERCER
MISTERIO:
EL
NACIMIENTO DEL NIÑO JESÚS.
Nueve meses
después de la visita del ángel, Jesús nació en el portal de Belén. Para
recordar este acontecimiento, hacemos hoy fiestas y arreglamos lindos belenes.
Esto es bueno. Pero no conviene olvidar que el portal de Belén no fue tan
lindo. Era pobre, duro y escandaloso.
La orden del
emperador, venida desde Roma, era clara. Todos tenían que inscribirse en el
censo de la ciudad donde habían nacido (Lc 2,1-3). Era el modo de hacer un
censo del pueblo en aquel tiempo. Por eso, José se puso en viaje hacia Belén,
su tierra, junto con María, su esposa, que estaba embarazada (Lc 2,4). Viaje
con más de 130 kilómetros por caminos difíciles.
Cuando llegaron
a Belén, no encontraron alojamiento en la posada (Lc 2,7). O todo estaba ya
ocupado o los dueños no querían dar posada a gente pobre. Se fueron a una cueva
que servía para recoger a los animales. Y allí María dio a luz.
Cuando hoy una
joven esposa tiene su primer hijo, su madre está junto a ella para ayudarle. En
Belén no había nadie. La familia de María estaba lejos, allá en Nazaret. El
niño nació, fue envuelto en unos pañales y dejado en un pesebre sobre la paja
(Lc 2,7). Unos pastores vinieron a hacerle una visita (Lc 2, 8-12). No apareció
ninguna persona importante en la cueva. Sólo gente pobre. Todo pobre.
CUARTO
MISTERIO:
LA
PRESENTACIÓN DEL NIÑO JESÚS
EN
EL TEMPLO.
Nadie debe
pensar que todo fue fácil para la Virgen María. En su firme voluntad de oír y
practicar la Palabra de Dios ella encontraba no sólo su felicidad y su paz,
sino también la fuente de su sufrimiento. Muchas de las cosas que Dios exigía
de ella, no las llegaba a entender plenamente. Procuraba entenderlo, pero no
siempre lo conseguía. Así, ante la Palabra de Dios algunas veces se quedaba con
miedo. El ángel tuvo que decirle: “No tengas miedo, María!” (Lc 1, 30). Otras
veces ella se quedaba admirada, por ejemplo cuando el anciano Simeón dijo que
Jesús era la luz de las naciones (Lc 2, 32-33). Ella tenía que haberse quedado
muy preocupada, cuando el mismo Simeón le dijo: “Una espada de dolor atravesará
tu corazón!” (Lc 2,35). Se quedó sin entender también la invitación del ángel
para ser la madre de Jesús (Lc 1, 34).
La Biblia dice
que María lo escuchaba todo y lo guardaba en su corazón. Se quedaba recordando,
rumiando y meditando las cosas grandes y pequeñas de la Biblia y de la vida
(cfr Lc 2, 19. 51). No lo sabía todo. No lo entendía. Había mucha obscuridad.
¡La luz se fue haciendo en el camino!
QUINTO
MISTERIO:
EL
NIÑO JESÚS PERDIDO
Y
HALLADO EN EL TEMPLO.
Para María, Dios
hablaba no sólo por la Biblia, sino también por los hechos de vida. Ella fue
capaz de reconocer la Palabra de Dios escrita en la Biblia. La meditación de la
palabra escrita purifica los ojos y hace descubrir la palabra viva de Dios en
la vida. “Felices los que tienen su mirada limpia porque verán a Dios”, diría
Jesús unos treinta años más tarde (Mt 5,8). Es en esta atención constante a la
Palabra de Dios en la Biblia y en la vida donde está la causa de la grandeza de
María.
Y no entendió
las palabras que Jesús le dijo, después que ella lo buscó durante tres días y
lo encontró en el templo en medio de los doctores (Lc 2, 50).
Y todavía
conviene recordar que Jesús no dijo: “Dichosos lo que leen la Biblia y la ponen
en práctica”. Sino que dijo: “Felices los que oyen la Palabra de Dios y la
ponen en práctica”. La Palabra de Dios no está solamente en la Biblia. Ella se
revela tanto en la Biblia como en la vida.
MISTERIOS
DOLOROSOS
PRIMER
MISTERIO:
LA
ORACIÓN DE JESÚS EN EL HUERTO.
Aunque María no
siempre entendía todo lo que Jesús hablaba y hacía, ella siempre lo apoyó. Y
por eso, tuvo problemas con sus parientes. ¿Quién es el que no los tiene?
Sus familiares
estaban preocupados con Jesús y se lo achacaban a que María lo dejaba
demasiado; que Jesús había perdido el juicio (Mc 3,11). Querían traerlo y
recogerlo en su casa (Mc 3, 21). Y consiguieron que María lo buscase para
decírselo (Mc 3, 31-32).
Pero Jesús no
hizo caso, y les hizo saber a los parientes que ellos no tenían ninguna
autoridad sobre él. Sólo Dios tenía autoridad, y lo importante era hacer su
voluntad (cfr Mc 3,33-35). En otra ocasión, los parientes querían que Jesús
fuese un poco más atrevido y que se fuese hasta Jerusalén, la capital, para
conseguir más fama (cfr Jn 7, 2-4).
En el fondo, los
parientes no querían a Jesús (cfr Jn 7, 5). Eran oportunistas. Sólo querían
aprovecharse de su primo famoso. Es lo que Jesús dijo: “Los enemigos del hombre
serán sus propios familiares” (Mt 10,36). Es lo que estaba pasando con él
mismo, dentro de su propia familia. ¡María debe haber sufrido mucho con esto!
SEGUNDO
MISTERIO:
LA
FLAGELACIÓN
DE
NUESTRO SEÑOR JESU CRISTO.
Las autoridades condenarán
a Jesús como anti-Dios y anti-Pueblo (enemigo de Dios y del pueblo). A María no
le importó. Fue la única persona de la familia que no lo abandonó. Ella no
abandona a las personas en la hora de la necesidad, de la prueba y del dolor.
¡Va con ellos hasta el fin!
Lo mismo hizo
con los apóstoles. Aunque todos huyeron, ella no los abandonó. Estuvo con ellos
perseverando en la oración, durante nueve días, para que la fuerza de Dios les
ayudase a superar el miedo que los inmovilizaba y los hacía huir (Hch 1,14).
TERCERO MISTERIO:
LA
CORONACIÓN DE ESPINAS.
María no
solamente era de Dios, sino también del Pueblo de Dios. ¿Qué significaba para
ella ser del Pueblo de Dios? Para María eso significaba ser del pueblo pobre y
vivir sus problemas.
María era del
pueblo pobre, no como quien desciende de lo alto del trono para dar una pequeña
ayuda o limosna a los pobres necesitados, allá abajo. Era del pueblo porque
vivía la misma vida de todos. No era rica, ni poderosa (cfr Lc 1, 52-53). Para
los pobres como ella, no había lugar en los hoteles y sólo tenían el abrigo de
los animales, las grutas y los barrancos (Lc 2,7).
Pero existen
pobres que, a pesar de ser pobres, están al lado de los ricos y de los
poderosos, y desprecian a sus compañeros pobres. María no era así. El canto
hecho por ella en casa de Isabel demuestra muy bien de qué lado escogía ella
vivir: en el lado de los humildes (Lc 1,52), de los que pasan hambre (Lc 1,53),
de los que temen a Dios (Lc 1,50).
Aparte de esto,
ella se separó claramente de los orgullosos (Lc 1,51), de los poderosos (Lc
1,52) y de los ricos (Lc 1,53). Para María, ser del Pueblo de Dios significaba
vivir una vida pobre y asumir la causa de los pobres, que es la causa de la
justicia y de la liberación.
Todo esto puede
chocar a los ricos y a los poderosos a quienes también les agrada ir detrás de
la Santísima Virgen María con devoción y fervor, como también lo hace el pueblo
humilde. Pero ésta es la verdad. Si no se convencen, que lean y reflexionen en
el Evangelio el Cántico de María (Lc 1,46-55).
Finalmente,
María era del pueblo, porque llevaba en sí la misma esperanza de todos, la
misma fe y el mismo amor.
CUARTO
MISTERIO:
JESÚS
CON LA CRUZ A CUESTAS.
Cuando, al
final, apresaron a Jesús como un malhechor (Lc 23,2) y lo condenaron como un
hereje (Mt 26, 65-66), los parientes se callarán todos y no habo ninguno que
diera la cara, a no ser algunas mujeres.
Pero María
siguió fiel. No huyó ni tuvo miedo. Hasta los apóstoles, menos Juan, huyeron
todos (Mt 26,56). Ella no. Se quedó con Jesús y lo apoyó. Fue con él hasta el
Calvario y allí estuvo firme, asistiendo a su agonía (Jn 19,25). Eso hacía
parte de su misión, asumida delante del ángel: “Soy la esclava del Señor,
hágase en mí según tu palabra”.
QUINTO
MISTERIO:
LA
CRUCIFIXIÓN Y MUERTE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.
Todas las cosas
que contamos aquí son historias verdaderas del pueblo “humilde y pobre”, que
camina, con amor y devoción a la Virgen María, por los caminos de la vida.
Camina hacia el Calvario, donde Jesús está colgado en la Cruz (cfr Jn 19,
25-26). El pueblo no huye, ni tiene miedo de sufrir. ¡Sufre tanto! Pero no se
desalienta. Camina con la virgen María, venerando su imagen, para estar junto a
Jesús, que está muriendo, en estos días, en tantos hermanos.
Llegando al
Calvario, el pueblo no habla. Sólo se queda allí fijo, presente. Jesús tampoco
habla. Solo reza colgado en la Cruz. Y allí, en el silencio de aquel dolor, los
ojos de Jesús repiten también hoy todavía las mismas palabras que se oyeron por
primera vez en el Calvario de Palestina: “Jesús, viendo a su madre y junto a
ella al discípulo (al pueblo) a quien amaba, dice a su madre: ‘Mujer, ahí
tienes a tu hijo’. Luego dice al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre’. Y desde
aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19, 26-27).
Desde que Jesús,
desde lo alto de la cruz, poco antes de morir, pronunció aquellas palabras, el
pueblo humilde nunca más se separó de la Virgen. La lleva consigo, dentro de su
corazón, dentro de su casa, a donde quiera que va. Jesús lo mandó. Fue su
última voluntad.
MISTERIOS
GLORIOSOS
PRIMER
MISTERIO:
LA
RESURRECCIÓN DEL HIJO DE DIOS.
Aquél que sabe
escuchar la voz del silencio del pueblo y de su dedicación a la vida, ése capta
su mensaje y comienza a entender algo de la extraña fuerza de resurrección que
hay en la cruz. La cruz de Cristo, la cruz del pueblo, escándalo para unos y
locura para otros, pero para nosotros expresión de la sabiduría y del poder de
Dios (1 Cor 1, 18. 23).
El comienza a
comprender que de los que aplastan la vida, no puede venir la fuerza de vida.
De éstos sólo viene la muerte, pues ellos mismos están muertos, envueltos de
pensamientos de muerte, sin vida. Ellos mismos necesitan la redención y la
liberación, que sólo podrá venir de los débiles y de los oprimidos. Pues la
fuerza de vida sólo nace allí donde la vida está crucificada y oprimida,
torturada y perseguida. Y sólo allí aparece la fuerza de la Resurrección. Sólo
resucita quien muere primero.
A muchos les
gustaría que el pueblo no tuviese que pasar por el Viernes Santo, sino llegar
directamente al Domingo de Resurrección. ¿Vivir como si el Viernes Santo
continuase también hoy en la vida del pueblo? ¿Abandonar el Calvario antes de
tiempo y dejar a los hermanos solos sufriendo en la cruz? Por el simple hecho
de que el pueblo se quede al pie de la Cruz, junto con la Virgen María, ella
anuncia a todos su fe en la resurrección y en la vida. Si no lo creyesen, la
vida ya hubiese cesado hace mucho tiempo sobre la faz de la tierra.
SEGUNDO
MISTERIO:
LA
ASCENSIÓN DEL HIJO DE DIOS.
El Apocalipsis
cuenta que la mujer dio a luz al niño y aquel niño fue arrebatado al cielo (Ap
12, 5-6). ésta es la descripción más breve de la vida de Jesús: nació de María
en el portal de Belén, vivió treinta años después, casi fue devorado por el
dragón que lo condenó a muerte y lo mató en la cruz, pero intervino Dios y lo
resucitó. Lo arrebató de la muerte por medio de la boca del Dragón de Maldad y
lo llevó al cielo donde lo sentó a su derecha (Ap 12,5). Allá en el cielo él
recibió todo el poder y se convirtió en el Señor de la Historia (Ap 12, 10-12).
Humanamente
hablando, la mujer iba a perder. Pero Dios vino y se colocó al lado de la vida.
La mujer venció y la vida venció. El Dragón de Maldad y de muerte fue derrotado.
No tiene explicación humana: la flaqueza venció a la fuerza.
Esta victoria de
Dios nos garantiza la victoria final del bien, en esta lucha contra el mal que
continúa hasta hoy. Dios tomó partido y definió su posición. El Dragón de
Maldad será derrotado.
TERCER
MISTERIO:
LA
VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO
SOBRE
LOS APÓSTOLES.
¿De
dónde sacaba María la fuerza para ser siempre de Dios y del Pueblo?
La Biblia nos
dice que María, después de subir Jesús al cielo, se quedó con los apóstoles y
permaneció con ellos nueve días en oración, hasta el día de Pentecostés (Hch
1,14). Aquí está el secreto de su fuerza: ¡en la oración! Ella estuvo en
oración nueve días seguidos con aquellos hombres miedosos. El efecto de la
oración fue la venida del Espíritu Santo que los transformó en hombres
valientes y fuertes. Perdieron el miedo. Ya no se asustaban por las amenazas
(Hch 4, 18-21), ni con las prisiones (Hch 5, 17-21), y torturas (Hch 5, 40-42).
María hizo lo
que Jesús recomendaba: “Pues si ustedes, malos como son, saben dar cosas buenas
a sus niños, ¿cuánto más su Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se
lo pidan?” (Lc 11,13). Gracias a la oración de María, hecha junto con los
apóstoles, el Espíritu Santo descendió con aquella abundancia y fundó la
Iglesia en el día de Pentecostés (cfr Hch 2,1; 4,31).
CUARTO
MISTERIO:
LA
ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA.
La Iglesia
enseña que Dios cuidó de la vida de María desde su primer momento hasta su
último fin, desde el momento en que ella fue concebida hasta el momento en que
fue elevada al cielo. Esto es, desde su Inmaculada Concepción hasta su Asunción
a los cielos.
Estas dos
verdades enseñadas por la Iglesia son la confirmación de lo que la Biblia
enseña abiertamente: la Palabra de Dios influyó en María desde el principio al final
de su vida. Ella era de Dios total y radicalmente. Nunca hubo en ella algo que
fuese contrario a Dios. Dios reinaba en María. En ella el Reino de Dios era ya
un hecho. Aquel pecado de Adán por el cual el hombre se separó de Dios, nunca
tuvo lugar en María.
Todo esto
nosotros lo celebramos todos los años en dos grandes fiestas: la fiesta de la
Inmaculada Concepción -8 de diciembre- y la fiesta de la Asunción -15 de
agosto-.
QUINTO
MISTERIO:
LA
CORONACIÓN DE NUESTRA SEÑORA
COMO
REINA DE CIELOS Y TIERRA.
¡Si fuese
posible restaurar y renovar la Imagen de la Virgen, sin destruirla y sin
deformarla! Restaurarla de tal manera que en ella se transparente mejor el
mensaje de Dios al pueblo, y que apareciese muy claramente a los ojos de todos,
el testimonio que María nos da de su fe en Dios y de su dedicación de vida.
Renovarla de tal
manera que se transformase en un espejo limpio y no empañado para que el pueblo
pueda contemplar en ella su rostro de persona, de hijo de Dios, y descubrir en
ella su misión en el mundo de hoy.
¡Si fuese
posible limpiar este espejo!
Un día este
sueño se volverá realidad. Lo mismo que, por ahora, aún no somos capaces de ver
toda la belleza de la Imagen de la Virgen, la gente sabe que dentro de ella
está la belleza, e intuye que María tiene en sí un secreto muy importante para
nuestra vida. Por eso, el pueblo la lleva consigo a todos sitios donde va,
sabiendo que la devoción a María nos atrae su protección. No juzga sobre lo que
todavía no comprende. Sabe que la vida es más profunda de lo que podemos
comprender. Espera el día en que alguien le ayude a descubrir el secreto de la
Imagen de María.
Cuando llegue
ese día, será el día de los grandes milagros jamás sucedidos, que hará
coincidir el Viernes Santo con el domingo de Pascua y transformará la gran
procesión del Señor muerto, en la triunfal procesión festiva de la Resurrección
y de la Vida.
¡Virgen de la
Liberación, ruega por nosotros!
Parroquia
de San Martín de Porres
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