CUMENTO
CONCLUSIVO
Tercera
redacción
INTRODUCCIÓN
1.
Con
la luz del Señor resucitado y con la fuerza del Espíritu Santo, Obispos de
América nos reunimos en Aparecida, Brasil, para celebrar la V Conferencia del
Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Lo hemos hecho como pastores que
queremos seguir impulsando la acción evangelizadora de la Iglesia, llamada a
hacer de todos sus miembros discípulos y misioneros de Cristo, Camino, Verdad y
Vida para que nuestros pueblos tengan vida en Él. Lo hacemos en comunión con
todas las Iglesias Particulares presentes en América. María, Madre de Jesucristo y de sus
discípulos, ha estado muy cerca de nosotros, nos ha acogido, ha cuidado
nuestras personas y trabajos, cobijándonos, como a Juan Diego y a nuestros
pueblos, en el pliegue de su manto, bajo su maternal protección. Le hemos
pedido, como madre, perfecta discípula que es y
pedagoga de la evangelización, que nos enseñe a ser hijos en su Hijo y a
hacer “lo que Él les diga”[1].
2.
Con
alegría estuvimos reunidos con el Sucesor de Pedro, Cabeza del Colegio
Episcopal. Su Santidad Benedicto XVI, nos ha confirmado en el primado de la fe
en Dios, de su verdad y amor, para bien de personas y pueblos. Agradecemos todas
sus enseñanzas, especialmente su discurso inaugural, que fueron iluminación y
guía segura para nuestros trabajos. El recuerdo agradecido de los últimos
Papas, y en especial de su rico Magisterio que ha estado también presente en
nuestros trabajos, merece especial memoria y gratitud.
3.
Nos
hemos sentido acompañados por la oración de nuestro pueblo creyente católico,
representado visiblemente por la compañía del Pastor y los fieles de la Iglesia
de Dios en Aparecida y por la multitud de peregrinos de todo Brasil y otros
países’ de América al Santuario, que nos edificaron y evangelizaron. En la
comunión de los santos, tuvimos presentes a todos los que nos han precedido
como discípulos y misioneros en la viña del Señor y especialmente a nuestros
santos latinoamericanos. Entre ellos a Santo Toribio de Mogrovejo, patrono del
Episcopado latinoamericano.
4.
El
Evangelio llegó a nuestras tierras en medio de un dramático y desigual
encuentro de pueblos y culturas. Las “semillas del Verbo”[2]
presentes en las culturas autóctonas facilitó a nuestros hermanos indígenas
encontrar en el Evangelio respuestas vitales a sus aspiraciones más hondas:
“Cristo era el Salvador que anhelaban silenciosamente”[3].
La visitación de Nuestra Señora de Guadalupe fue acontecimiento decisivo para
el anuncio y reconocimiento de su Hijo, pedagogía y signo de inculturación de
la fe, manifestación y renovado ímpetu misionero de propagación del Evangelio[4].
5.
Desde
la primera evangelización hasta los tiempos recientes la Iglesia ha
experimentado luces y sombras[5].
Escribió páginas de nuestra historia de gran sabiduría y santidad. Sufrió
también tiempos difíciles, tanto por acosos y persecuciones, como por las
debilidades, compromisos mundanos e incoherencias, por el pecado de sus hijos,
que desdibujaron la novedad del Evangelio, la luminosidad de la verdad y la
práctica de la justicia y de la caridad. Sin embargo, lo más decisivo en la
Iglesia es siempre la acción santa de su Señor.
6.
Por
eso, ante todo damos gracias a Dios y lo alabamos por todo lo que nos ha sido
regalado. Acogemos la realidad entera del Continente como don: la belleza y
riqueza de sus tierras, la riqueza de humanidad que se expresa en las personas,
familias, pueblos y culturas del continente. Sobretodo nos ha sido dado
Jesucristo, la plenitud de la Revelación de Dios, un tesoro incalculable, la
“perla preciosa”, Verbo de Dios hecho carne, Camino, Verdad y Vida de los
hombres a los que abre un destino de plena justicia y felicidad. El es el único
Liberador y Salvador que, con su muerte y resurrección, rompió las cadenas
opresivas del pecado y la muerte, que revela el amor misericordioso del Padre y
la vocación, dignidad y destino de la persona humana.
7.
La fe
en Dios amor y la tradición católica en la vida y cultura de nuestros pueblos son
sus mayores riquezas. Se manifiesta en la fe madura de muchos bautizados y en
la piedad popular que expresa “el amor a Cristo sufriente, el Dios de la
compasión, del perdón y la reconciliación (…), - el amor al Señor presente en
la Eucaristía (…), - el Dios cercano a los pobres y a los que sufren, - la
profunda devoción a la Santísima Virgen de Guadalupe, de Aparecida o de las
diversas advocaciones nacionales y locales”. Se expresa también en la caridad
que anima por doquier gestos, obras y caminos de solidaridad con los más
necesitados y desamparados. Está vigente también en la conciencia de la
dignidad de la persona, la sabiduría ante la vida, la pasión por la justicia,
la esperanza contra toda esperanza y la alegría de vivir aún en condiciones muy
difíciles que mueven el corazón de nuestras gentes. Las raíces católicas
permanecen en su arte, lenguaje, tradiciones y estilo de vida, a la vez
dramático y festivo, en el afrontamiento de la realidad. Por eso, el Santo
Padre nos responsabilizó más aún, como Iglesia, en “la gran tarea de custodiar
y alimentar la fe del pueblo de Dios”[6].
8.
El
don de la tradición católica es un cimiento fundamental de identidad,
originalidad y unidad de América Latina y El Caribe: una realidad
histórico-cultural, marcada por el Evangelio de Cristo, realidad en la que
abunda el pecado – de opresión, violencia, ingratitudes y miserias – pero donde
sobreabunda la gracia de la victoria pascual. Nuestra Iglesia goza, no obstante
debilidades y miserias humanas, de un alto índice de confianza y de
credibilidad por parte del pueblo. Es morada de pueblos hermanos y casa de los
pobres.
9.
La V
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe es un nuevo
paso en el camino de la Iglesia, especialmente desde el Concilio Ecuménico Vaticano
II. Ella da continuidad y, a la vez, recapitula el camino de fidelidad,
renovación y evangelización de la
Iglesia latinoamericana al servicio de sus pueblos, que se expresó
oportunamente en las anteriores Conferencias Generales del Episcopado (Río,
1955; Medellín, 1968; Puebla, 1979; Santo Domingo, 1992). En todo ello
reconocemos la acción del Espíritu. También tenemos presente el Sínodo
Extraordinario de los Obispos de América (1997).
10.
Esta
V Conferencia se propone “la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del
pueblo de Dios, y recordar también a los fieles de este continente que, en
virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de
Jesucristo”[7].
Se abre paso un nuevo período de la historia con desafíos y exigencias, caracterizado
por el desconcierto generalizado que se propaga por nuevas turbulencias
sociales y políticas, por la difusión de una cultura lejana y hostil a la
tradición cristiana, por la emergencia de variadas ofertas religiosas que
tratan de responder, a su manera, a la sed de Dios que manifiestan nuestros
pueblos.
11.
La
Iglesia está llamada a repensar profundamente y relanzar con fidelidad y
audacia su misión en las nuevas circunstancias latinoamericanas y mundiales. No
puede replegarse frente a quienes sólo ven confusión, peligros y amenazas o de
quienes pretender cubrir la variedad y complejidad de situaciones con una capa
de ideologismos gastados o de agresiones irresponsables. Se trata de confirmar,
renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia,
desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite
discípulos y misioneros. Ello no depende tanto de grandes programas y
estructuras, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y
novedad, como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino, protagonistas
de vida nueva para una América Latina que quiere reconocerse con la luz y la
fuerza del Espíritu.
12.
No
resiste a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de
normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones
selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional
en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos
blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados. Nuestra mayor
amenaza “es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual
aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va
desgastando y degenerando en mezquindad”[8].
A todos nos toca “recomenzar desde Cristo”[9],
reconociendo que “no se comienza a ser
cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva”[10]
13.
En
América Latina y el Caribe, cuando muchos de nuestros pueblos se preparan a
celebrar el bicentenario de su independencia,
nos encontramos ante el desafío
de revitalizar nuestro modo de ser católico y nuestras opciones
personales por el Señor, para que la fe cristiana arraigue más profundamente en
el corazón de las personas y los pueblos latinoamericanos como acontecimiento
fundante y encuentro vivificante con Cristo. El se manifiesta como novedad de
vida y de misión en todas las dimensiones de la existencia personal y social.
Esto requiere desde nuestra identidad católica, una evangelización mucho más
misionera, en diálogo con todos los cristianos y al servicio de todos los
hombres. De lo contrario, “el rico tesoro del continente americano… su
patrimonio más valioso: la fe en Dios amor…”[11]
corre el riesgo de seguir erosionándose y diluyéndose en crecientes sectores de
la población. Hoy se plantea elegir entre caminos que conducen a la vida o
caminos que conducen a la muerte[12].
Caminos de muerte son los que llevan a dilapidar los bienes recibidos de Dios a
través de quienes nos precedieron en la fe. Son caminos que trazan una cultura
sin Dios y sin sus mandamientos o incluso contra Dios, animada por los ídolos
del poder, la riqueza y el placer efímero, la cual termina siendo una cultura
contra el hombre y contra el bien de los pueblos latinoamericanos. Caminos de
vida verdadera y plena para todos, caminos de vida eterna, son aquellos
abiertos por la fe que conducen a “la plenitud de vida que Cristo nos ha traído:
con esta vida divina se desarrolla también en plenitud la existencia humana, en
su dimensión personal, familiar, social y cultural”[13]
Esa es la vida que Dios nos participa por su amor gratuito, porque “es el amor
que da la vida”[14]. Estos caminos de vida fructifican los
dones de verdad y de amor que nos han sido dados en Cristo en la comunión de
los discípulos y misioneros del Señor, para que América latina y El Caribe sean
efectivamente un continente en el cual la fe, la esperanza y el amor renueven
la vida de las personas y transformen las culturas de los pueblos.
14.
El
Señor nos dice: “no tengan miedo”. Se nos repite como a las mujeres en la
mañana de la Resurrección: “no busquen entre los muertos al que está vivo”. Nos
alientan los signos de la victoria de Cristo resucitado mientras suplicamos la
gracia de la conversión y mantenemos viva la esperanza que no defrauda. Lo que
nos define no son las circunstancias
dramáticas de la vida, ni los desafíos de la sociedad, ni las tareas que
debemos emprender, sino ante todo el amor recibido de Dios gracias a Jesucristo
por la unción del Espíritu Santo. Esta prioridad fundamental es la que ha
presidido todos nuestros trabajos, ofreciéndolos a Dios, a nuestra Iglesia, a
nuestro pueblo, a cada uno de los latinoamericanos, mientras elevamos al
Espíritu Santo nuestra súplica confiada para que redescubramos la belleza y la
alegría de ser cristianos. Aquí está el reto fundamental que afrontamos:
mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros
que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de
gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro
que éste. No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del
Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido,
amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las
dificultades y resistencias. Este es el mejor servicio -¡su servicio!- que la
Iglesia tiene que ofrecer a las personas y naciones[15].
15.
En
esta hora en que renovamos la esperanza queremos hacer nuestras las palabras de
SS. Benedicto XVI al inicio de su Pontificado y proclamarlas para toda América
Latina: ¡No teman! ¡Abran, más todavía, abran de par en par las puertas a
Cristo!…quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada –
de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se
abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las
grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad
experimentamos lo que es bello y lo que nos libera… ¡No tengan miedo de
Cristo! Él no quita nada y lo da todo.
Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abran, abran de par en par las
puertas a Cristo y encontrarán la verdadera vida[16].
16.
“Ésta
V Conferencia General se celebra en continuidad con las otras cuatro que la
precedieron en Río de Janeiro, Medellín, Puebla y Santo Domingo. Con el mismo
espíritu que las animó, los pastores quieren dar ahora un nuevo impulso a la evangelización,
a fin de que estos pueblos sigan creciendo y madurando en su fe, para ser luz
del mundo y testigos de Jesucristo con su propia vida”[17].
Como pastores de la Iglesia somos conscientes que “después de la IV Conferencia
General, en Santo Domingo, muchas cosas han cambiado en la sociedad. La
Iglesia, que participa de los gozos y esperanzas, de las penas y alegrías de
sus hijos, quiere caminar a su lado en este período de tantos desafíos, para
infundirles siempre esperanza y consuelo”[18]
.
17.
Nuestra
alegría, pues, se basa en el amor del
Padre, en la participación en el misterio pascual de Jesucristo quien, por el
Espíritu Santo, nos hace pasar de la muerte a la vida, de la tristeza al gozo,
del absurdo al hondo sentido de la existencia, del desaliento a la esperanza
que no defrauda. Esta alegría no es un sentimiento artificialmente provocado ni
un estado de ánimo pasajero. El amor del Padre nos ha sido revelado en Cristo
que nos ha invitado a entrar en su reino. El nos ha enseñado a orar diciendo
“Abba, Padre”.
18.
Conocer
a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y trasmitir
este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos,
nos ha confiado. Con los ojos iluminados por la luz de Jesucristo resucitado
podemos y queremos contemplar al mundo, a la historia, a nuestros pueblos de
América Latina y del Caribe, y a cada una de sus personas.
PRIMERA PARTE
LA VIDA DE NUESTROS PUEBLOS HOY
19.
Este
documento continúa la práctica del método “ver, juzgar y actuar”, utilizado en
anteriores Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano. Muchas voces
venidas de todo el Continente ofrecieron aportes y sugerencias en tal sentido,
afirmando que este método ha colaborado a vivir más intensamente nuestra
vocación y misión en la Iglesia, ha enriquecido el trabajo teológico y
pastoral, y en general ha motivado a asumir nuestras responsabilidades ante las
situaciones concretas de nuestro continente. Este método nos permite articular,
de modo sistemático, la perspectiva creyente de ver la realidad; la asunción de
criterios que provienen de la fe y de la razón para su discernimiento y
valoración con simpatía crítica; y, en consecuencia, la proyección del actuar
como discípulos misioneros de Jesucristo. La adhesión creyente, gozosa y
confiada en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y la inserción eclesial, son
presupuestos indispensables que garantizan la pertinencia de este método.
CAPÍTULO 1
LOS DISCÍPULOS MISIONEROS
20.
Nuestra
reflexión acerca del camino de las Iglesias de América Latina y del Caribe
tiene lugar en medio de luces y sombras de nuestro tiempo. No nos afligen ni
desconciertan los grandes cambios que experimentamos. Hemos recibido dones
inapreciables, que nos ayudan a mirar la realidad como discípulos misioneros de
Jesucristo.
21.
La
presencia cotidiana y esperanzada de incontables peregrinos nos ha recordado a
los primeros seguidores de Jesucristo que fueron al Jordán, donde Juan
bautizaba, con la esperanza de encontrar al Mesías. Todos ellos llegaron a ser
discípulos de Jesús, atraídos por la sabiduría de sus palabras, por la bondad
de su trato y por el poder de sus milagros, por el asombro inusitado que
despertaba su persona. Al salir de las tinieblas y de las sombras de muerte su
vida adquirió una plenitud extraordinaria: la de haber sido enriquecida con el
don del Padre. Vivieron la historia de su pueblo y de su tiempo y pasaron por
los caminos del Imperio Romano, sin olvidar nunca el encuentro más importante y
decisivo de su vida que los había llenado de luz, de fuerza y de esperanza: el
encuentro con Jesús, su roca, su paz, su vida.
22.
Así
nos ocurre también a nosotros al mirar la realidad de nuestros pueblos y de
nuestra Iglesia, con sus valores, sus limitaciones, sus angustias y esperanzas.
Mientras sufrimos y nos alegramos, permanecemos en el amor de Cristo viendo
nuestro mundo, tratamos de discernir sus caminos con la gozosa esperanza y la
indecible gratitud de creer en Jesucristo. El es el Hijo de Dios verdadero, el
único Salvador de la humanidad. La importancia única e insustituible de Cristo
para nosotros, para la humanidad, consiste en que Cristo es el camino, la
verdad y la vida. “Si no conocemos a Dios en Cristo y con Cristo, toda la
realidad se convierte en un enigma indescifrable; no hay camino y, al no haber camino,
no hay vida ni verdad”[19].
En el clima cultural relativista que nos circunda, donde es aceptada solo una
religión natural, se hace siempre más importante y urgente radicar y hacer
madurar en todo el cuerpo eclesial la certeza que Cristo, el Dios de rostro
humano, es nuestro verdadero y único salvador.
23.
En
este encuentro queremos expresar la alegría de ser discípulos del Señor y de
haber sido enviados con el tesoro del Evangelio. Ser cristiano no es una carga
sino un don: Dios Padre nos ha bendecido en Jesucristo su Hijo, Salvador del
mundo.
1.1 Acción de
gracias a Dios
24.
Bendito
sea Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo que nos ha bendecido con toda clase
de bendiciones en la persona de Cristo[20].
El Dios de la Alianza, rico en misericordia, nos ha amado primero;
inmerecidamente nos ha amado a cada uno de nosotros; por eso lo bendecimos,
animados por el Espíritu Santo, Espíritu vivificador, alma y vida de la
Iglesia. El, que ha sido derramado en nuestros corazones, gime e intercede por
nosotros y nos fortalece con sus dones en nuestro camino de discípulos y
misioneros.
25.
Bendecimos
a Dios con ánimo agradecido, porque nos ha llamado a ser instrumentos de su
Reino de amor y de vida, de justicia y de paz, por el cual tantos se
sacrificaron. El mismo nos ha encomendado la obra de sus manos para que la
cuidemos y la pongamos al servicio de todos. Agradecemos a Dios por habernos
hecho sus colaboradores para que seamos solidarios con su creación con
responsabilidad ecológica. Bendecimos a Dios que nos ha dado la naturaleza
creada que es su primer libro para poder conocerlo y vivir nosotros en ella
como en nuestra casa.
26.
Damos
gracias a Dios que nos ha dado el don de la palabra, con la cual nos podemos
comunicar entre nosotros y con El por medio de su Hijo, que se ha hecho Palabra
para nosotros. Damos gracias a El que por su gran amor nos ha hablado como
amigos[21].
Bendecimos a Dios que se nos da en la celebración de la fe, especialmente en la
Eucaristía, pan de vida eterna. La acción de gracias a Dios por los numerosos y
admirables dones que nos ha otorgado culmina en la celebración central de la
Iglesia, que es la Eucaristía, alimento substancial de los discípulos y
misioneros. También por el Sacramento del Perdón que Cristo nos ha alcanzado en
la cruz. Alabamos al Señor Jesús por el regalo de su Madre Santísima, Madre de
Dios y Madre de América Latina y del Caribe, estrella de la evangelización
renovada, primera discípula y gran misionera de nuestros pueblos.
1.2 La alegría de
ser discípulos y misioneros de Jesucristo
27.
Iluminados
por Cristo, el sufrimiento, la injusticia y la cruz nos interpelan a vivir como
Iglesia samaritana recordando que “la evangelización ha ido unida siempre a la
promoción humana y a la auténtica liberación cristiana”[22].
Damos gracias a Dios y nos alegramos por la fe, la solidaridad y la alegría
características de nuestros pueblos trasmitidas a lo largo del tiempo por las
abuelas y los abuelos, las madres y los padres, los catequistas, los rezadores
y tantas personas anónimas cuya caridad ha mantenido viva la esperanza en medio
de las injusticias y adversidades.
28.
La
Biblia muestra reiteradamente que, cuando creó el mundo con su Palabra y con el
aliento de su boca, Dios mismo expresó satisfacción diciendo: “que era bueno”,
y del ser humano, varón y mujer, que “era muy bueno”. El mundo creado por Dios
es hermoso. Procedemos de un designio divino de sabiduría y amor. Pero por el
pecado se mancilló esta belleza originaria y fue herida esta bondad. Dios por
nuestro Señor Jesucristo en su misterio pascual ha recreado al hombre
haciéndolo hijo y le ha dado la garantía de unos cielos nuevos y de una tierra
nueva. Llevamos la imagen del primer Adán pero estamos llamados también desde
el principio a realizar la imagen de Jesucristo nuevo Adán[23].
La creación lleva la marca del Creador y desea ser liberada y “participar en la
gloriosa libertad de los hijos de Dios”[24].
1.3 La misión de
la Iglesia es evangelizar
29.
La
historia de la humanidad transcurre bajo la mirada compasiva de Dios a la que
nunca abandona. También a este mundo nuestro, Dios ha amado tanto que nos ha
enviado a su Hijo. El anuncia la buena noticia del Reino a los pobres y a los
pecadores. Por esto nosotros como discípulos de Jesús y sus misioneros queremos
y debemos proclamar el Evangelio, que es Cristo mismo. Anunciamos a nuestros
pueblos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre,
que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña
en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de
todas las pruebas. Los cristianos somos portadores de buenas noticias para la
humanidad y no profetas de desventuras.
30.
La
Iglesia debe cumplir su misión siguiendo los pasos de Jesús y adoptando sus
actitudes[25].
El, siendo el Señor, se hizo servidor y obediente hasta la muerte de cruz[26];
siendo rico, eligió ser pobre por nosotros[27],
enseñándonos el itinerario de nuestra vocación de discípulos y misioneros. En
el Evangelio aprendemos la sublime lección de ser pobres siguiendo a Jesús
pobre[28],
y la de anunciar el Evangelio de la paz sin bolsa ni alforja, sin poner nuestra
confianza en el dinero ni en el poder de este mundo[29].
En la generosidad de los misioneros se manifiesta la generosidad de Dios, en la
gratuidad de los apóstoles aparece la gratuidad del Evangelio.
31.
En el
rostro de Jesucristo, muerto y resucitado, maltratado por nuestros pecados y
glorificado por el Padre, en ese rostro doliente y glorioso[30],
podemos ver, con la mirada de la fe el rostro humillado de tantos hombres y
mujeres de nuestros pueblos y al mismo tiempo su vocación a la libertad de los
hijos de Dios, a la plena realización de su dignidad personal y a la
fraternidad entre todos. La Iglesia está al servicio de todos los seres
humanos, hijos e hijas de Dios.
32.
La
alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos
como el Hijo de Dios encarnado y redentor, deseamos que llegue a todos los
hombres y mujeres heridos por las adversidades; deseamos que la alegría de la
buena noticia del Reino de Dios, de Jesucristo vencedor del pecado y de la
muerte, llegue a todos cuantos yacen al borde del camino pidiendo limosna y
compasión[31].
La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el
futuro y agobiado por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es un
sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que
serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios.
Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo
encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a
conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo.
CAPÍTULO 2
MIRADA DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS SOBRE LA REALIDAD
2.1 La realidad que nos interpela
como discípulos y misioneros
33.
Los
pueblos de América Latina y del Caribe viven hoy una realidad marcada por
grandes cambios que afectan profundamente sus vidas y que, como discípulos de
Jesucristo, nos sentimos interpelados a discernir los “signos de los tiempos”,
a la luz del Espíritu Santo, para ponernos al servicio del Reino, anunciado por
Jesús, que vino para que todos tengan vida y “para que la tengan en plenitud”[32].
34.
La
novedad de estos cambios, a diferencia de los ocurridos en otras épocas, es que
tienen un alcance global que, con diferencias y matices, afectan al mundo
entero. Habitualmente se los caracteriza como el fenómeno de la globalización.
Factor determinante de estos cambios es la ciencia y la tecnología, con su
capacidad de manipular genéticamente la vida misma de los seres vivos, y con su
capacidad de crear una red de comunicaciones de alcance mundial, tanto pública
como privada, para interactuar en tiempo real, es decir, con simultaneidad, no
obstante las distancias geográficas. Como suele decirse, la historia se ha acelerado
y los cambios mismos se vuelven vertiginosos, puesto que se comunican con gran
velocidad a todos los rincones del planeta.
35.
Esta
nueva escala mundial del fenómeno humano trae consecuencias para todos los
ámbitos de la vida social, impactando a la cultura, la economía, la política,
las ciencias, la educación, el deporte, las artes y también, naturalmente, a la
religión. No nos corresponde, como pastores de la Iglesia, hacer un análisis
técnico de este complejo fenómeno y de sus causas, aunque sea importante y
necesario para una acción evangelizadora consecuente con la realidad. Nos
interesa más bien saber cómo afecta la vida de nuestros pueblos y el sentido
religioso y ético de nuestros hermanos que buscan infatigablemente el rostro de
Dios, y que, sin embargo, deben hacerlo ahora interpelados por nuevos lenguajes
del dominio técnico, que no siempre revelan sino que también ocultan el sentido
divino de la vida humana redimida en Cristo. Sin una percepción clara del
misterio de Dios presente, se vuelve opaco también, al menos en algunos
ámbitos, el designio amoroso y paternal de una vida digna para todos los seres
humanos.
36.
En
este nuevo contexto social, la realidad se ha vuelto para el ser humano cada
vez más opaca y compleja. Esto quiere decir, que cualquier persona individual
necesita siempre más información de la que dispone, si quiere ejercer sobre la
realidad el señorío al que por vocación está llamada a ejercer. Este hecho no
es por sí mismo negativo. Nos ha enseñado a mirar la realidad cada vez con más
humildad, sabiendo que ella es más grande y compleja que las simplificaciones
ideológicas con que solíamos verla en un pasado aún no demasiado lejano y que,
en muchos casos, introdujeron conflictos dentro de la sociedad que dejaron
muchas heridas que aún no logran cicatrizar. Pero también ha introducido la
dificultad de que a la conciencia humana le cuesta percibir la unidad de todos
los fragmentos dispersos que resultan de la información que recolectamos. Es
frecuente que algunos quieran mirar la realidad unilateralmente desde la
información económica, otros desde la información política o científica, otros
desde el entretenimiento y el espectáculo. Sin embargo, ninguno de estos
criterios parciales logra proponernos un significado coherente para todo lo que
existe. Cuando las personas perciben esta fragmentación y limitación, suelen
sentirse frustradas, ansiosas, angustiadas. La realidad social resulta
demasiado grande para una conciencia que, teniendo en cuenta su falta de saber
e información, fácilmente se cree insignificante, sin injerencia alguna en los
acontecimientos, aun cuando sume su voz a otras voces que buscan ayudarse
recíprocamente.
37.
Esta
es la razón por la cual muchos estudiosos de nuestra época han sostenido que
ella ha traído aparejada una crisis del sentido. Ellos no se refieren a los
múltiples sentidos parciales que cada uno puede encontrar en las acciones
cotidianas que realiza, sino al sentido que da unidad a todo lo que existe y
nos sucede en la experiencia, y que los creyentes llamamos el sentido
religioso. Habitualmente, este sentido se pone a nuestra disposición a través
de nuestras tradiciones culturales que representan la hipótesis de realidad con
la que cada ser humano pueda mirar el mundo en que vive. Conocemos, en nuestra
cultura latinoamericana, el papel tan noble y orientador que ha jugado la
religiosidad popular, especialmente la devoción mariana, que ha logrado
persuadirnos de nuestra común condición de hijos de Dios y de nuestra común
dignidad ante sus ojos, no obstante las diferencias sociales, étnicas o de
cualquier otro tipo.
38.
Sin
embargo, debemos admitir que esta preciosa tradición comienza también a
erosionarse. La mayoría de los medios masivos de comunicación nos presentan
ahora nuevas imágenes, atractivas y llenas de fantasía, que aunque todos saben
que no pueden mostrar el sentido unitario de todos los factores de la realidad,
ofrecen al menos el consuelo de ser transmitidas en tiempo real, en vivo y en
directo, con actualidad. Lejos de llenar el vacío que en nuestra conciencia se
produce por la falta de un sentido unitario de la vida, en muchas ocasiones la
información transmitida por los medios sólo nos distrae. La falta de
información sólo se subsana con más información, retroalimentando la ansiedad
de quien percibe que está en un mundo opaco y que no comprende.
39.
Este
fenómeno explica tal vez uno de los hechos más desconcertantes y novedosos que
vivimos en el presente. Nuestras tradiciones culturales ya no se transmiten de
una generación a otra con la misma fluidez que en el pasado. Ello afecta,
incluso, a ese núcleo más profundo de cada cultura, constituido por la
experiencia religiosa, que resulta ahora igualmente difícil de transmitir a
través de la educación y de la belleza de las expresiones culturales, alcanzando
aún hasta la misma familia que, como lugar del diálogo y de la solidaridad
intergeneracional, había sido uno de los vehículos más importantes de la
transmisión de la fe. Los medios de comunicación han invadido todos los
espacios y todas las conversaciones, introduciéndose también en la intimidad
del hogar. Al lado de la sabiduría de las tradiciones se ubica ahora, en
competencia, la información de último minuto, la distracción, el
entretenimiento, las imágenes de los exitosos que han sabido aprovechar en su
favor las herramientas tecnológicas y las expectativas de prestigio y estima
social. Ello hace que las personas busquen denodadamente una experiencia de
sentido que llene las exigencias de su vocación allí donde no podrán jamás
encontrarla.
40.
Entre
los presupuestos que debilitan y menoscaban la vida familiar encontramos la
ideología de género, según la cual cada uno puede escoger su orientación
sexual, sin tomar en cuenta las diferencias dadas por la naturaleza humana.
Esto ha provocado modificaciones legales que hieren gravemente la dignidad del
matrimonio, el respeto al derecho a la vida y la identidad de la familia.
41.
Por
ello los cristianos necesitamos recomenzar desde Cristo, desde la contemplación
de quien nos ha revelado en su misterio la plenitud del cumplimiento de la
vocación humana y de su sentido. Necesitamos hacernos dóciles discípulos, para
aprender de El, en su seguimiento, la dignidad y plenitud de la vida. Y
necesitamos, al mismo tiempo, que nos consuma el celo misionero para llevar al
corazón de la cultura de nuestro tiempo, aquel sentido unitario y completo de
la vida humana que ni la ciencia, ni la política, ni la economía ni los medios
de comunicación podrán proporcionarle. En Cristo Palabra, Sabiduría de Dios, la
cultura puede volver a encontrar su centro y su profundidad, desde donde se
puede mirar la realidad en el conjunto de todos sus factores, discerniéndolos a
la luz del Evangelio y dando a cado uno su sitio y su dimensión adecuada.
42.
Como
nos dijo el Papa en su discurso inaugural: “sólo quien reconoce a Dios, conoce
la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano”[33].
La sociedad que coordina sus actividades nada más que con información, cree que
puede operar de hecho como si Dios no existiese. Pero la eficacia de los
procedimientos lograda mediante información, aún con las tecnologías más
desarrolladas, no logra satisfacer el anhelo de dignidad inscrito en lo más
profundo de la vocación humana. Por ello, no basta suponer que la mera
diversidad de puntos de vista, de opciones y, finalmente, de informaciones, que
suele recibir el nombre de pluri o multiculturalidad, resolverá la ausencia de
un significado unitario para todo lo que existe. La persona humana es, en su
misma esencia, aquel lugar de la naturaleza donde converge la variedad de los
significados en una única vocación de sentido. A las personas no les asusta la
diversidad. Lo que les asusta más bien es no lograr reunir el conjunto de todos
estos significados de la realidad en una comprensión unitaria que le permita
ejercer su libertad con discernimiento y responsabilidad. La persona busca
siempre la verdad de su ser, puesto que es esta verdad la que ilumina la
realidad de tal modo que pueda desenvolverse en ella con libertad y alegría,
con gozo y esperanza.
2.1.1 Situación Sociocultural
43.
La
realidad social que describimos en su dinámica actual con la palabra
globalización, impacta, por tanto, antes que cualquier otra dimensión, la
realidad de nuestra cultura y del modo como nos insertamos y apropiamos de ella.
La variedad y riqueza de las culturas latinoamericanas, desde aquellas más
originarias hasta aquellas que con el paso de la historia y el mestizaje de sus
pueblos se han ido sedimentado en las naciones, las familias, los grupos
sociales, las instituciones educativas y la convivencia cívica, constituye un
dato bastante evidente para nosotros y que valoramos como una singular riqueza.
Lo que hoy día está en juego no es esa diversidad, que los medios de
información tienen la capacidad de individualizar y registrar. Lo que se echa
de menos es más bien la posibilidad de que esta diversidad pueda converger en
una síntesis, que envolviendo la variedad del sentido, sea capaz de proyectarla
en un destino histórico común. En esto reside el valor incomparable del talante
mariano de nuestra religiosidad popular, que bajo distintas advocaciones, ha
sido capaz de fundir las historias latinoamericanas diversas en una historia
compartida: aquella que conduce hacia Cristo, Señor de la vida, en quien se
realiza la más alta dignidad de nuestra vocación humana.
44.
Vivimos
un cambio de época cuyo nivel más profundo es el cultural. Se desvanece la
concepción integral del ser humano, su relación con el mundo y con Dios; “aquí
está precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último
siglo… Quien excluye a Dios de su horizonte, falsifica el concepto de la
realidad y sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas
destructivas[34].
Surge hoy con gran fuerza una sobrevaloración de la subjetividad individual.
Independientemente de su forma, la libertad y la dignidad de la persona son
reconocidas. La individuación debilita los vínculos comunitarios y propone una
radical transformación del tiempo y del espacio, dando un papel primordial a la
imaginación. Los fenómenos sociales, económicos y tecnológicos están en la base
de la profunda vivencia del tiempo, al que se le concibe fijado en el propio
presente, trayendo concepciones de inconsistencia e inestabilidad. Se deja de
lado la preocupación por el bien común para dar paso a la realización inmediata
de los deseos de los individuos, a la
creación de nuevos y muchas veces arbitrarios de los derechos individuales, a los problemas de la sexualidad, la
familia, las enfermedades y la muerte.
45.
La
ciencia y la técnica cuando son puestas al servicio del mercado, con los
valores de la eficacia, la rentabilidad y lo funcional, ha creado una lógica
que invade las prácticas sociales, las mentes y las cosmovisiones. Se han ido
introduciendo, por la utilización de los medios de comunicación de masas, un
sentido estético, una visión acerca de la felicidad, una percepción de la
realidad y hasta un lenguaje, que se quiere imponer como una auténtica cultura.
Sin embargo, su superficialidad termina por destruir lo que de verdaderamente
humano hay en los procesos de construcción cultural, que nacen del intercambio
personal y colectivo.
46.
Se
verifica, a nivel masivo, una especie
de nueva colonización cultural por la imposición de culturas artificiales,
despreciando las culturas locales y tendiendo a imponer una cultura
homogeneizada en todos los sectores. Esta cultura se caracteriza por la
autorreferencia del individuo, que conduce a la indiferencia por el otro, a
quien no necesita ni del que se siente responsable. Se prefiere vivir día a
día, sin programas a largo plazo ni apegos personales, familiares y
comunitarios. Las relaciones humanas se consideran objetos de consumo, llevando
a relaciones afectivas sin compromiso responsable y definitivo.
47.
También
se verifica una tendencia hacia la afirmación exasperada de derechos
individuales y subjetivos. Esta búsqueda es pragmática e inmediatista, sin
preocupación por criterios éticos. La afirmación de los derechos individuales y
subjetivos, sin un esfuerzo semejante para garantizar los derechos sociales
culturales y solidarios, resulta en perjuicio de la dignidad de todos,
especialmente de quienes son más pobres y vulnerables.
48.
En
esta hora de América Latina y El Caribe urge tomar conciencia de la situación
precaria que afecta la dignidad de muchas mujeres. Algunas desde niñas y
adolescentes, son sometidas a múltiples formas de violencia dentro y fuera de
casa: tráfico, violación, servidumbre y acoso sexual; desigualdades en la
esfera del trabajo, de la política y de la economía; explotación publicitaria
por parte de muchos medios de comunicación social que las tratan como objeto de
lucro.
49.
Los
cambios culturales han modificado
los roles tradicionales de varones y mujeres, quienes buscan desarrollar nuevas
actitudes y estilos de sus respectivas identidades, potenciando todas sus
dimensiones humanas en la convivencia cotidiana, en la familia y en la
sociedad.
50.
La
avidez del mercado descontrola el deseo de niños, jóvenes y adultos. La
publicidad conduce ilusoriamente a mundos lejanos y maravillosos, donde todo
deseo puede ser satisfecho por los productos que tienen un carácter eficaz,
efímero y hasta mesiánico. Se
legitima que los deseos se vuelvan felicidad. Como sólo se necesita lo
inmediato, la felicidad se pretende alcanzar con bienestar económico y satisfacción
hedonista.
51.
Las
nuevas generaciones son las más afectadas por esta cultura del consumo en sus
aspiraciones personales profundas. Crecen en la lógica del individualismo
pragmático y narcisista, que suscita en ellos imaginarios especiales de libertad
e igualdad. Afirman el presente porque el pasado perdió relevancia ante tantas
exclusiones sociales, políticas y económicas. Para ellos el futuro es incierto.
Asimismo participan de la lógica de la vida como espectáculo, considerando el
cuerpo como punto de referencia de su realidad presente. Tienen una nueva
adicción por las sensaciones y crecen en una gran mayoría sin referencia a los
valores e instancias religiosas. En medio de la realidad de cambio cultural
emergen nuevos sujetos, con nuevos estilos de vida, maneras de pensar, de
sentir, de percibir y con nuevas formas de relacionarse. Son productores y
actores de la nueva cultura.
52.
Entre
los aspectos positivos de este cambio cultural aparece el valor fundamental de
la persona, de su subjetividad y experiencia, la búsqueda del sentido de la
vida y la trascendencia. El fracaso de las ideologías dominantes para dar
respuesta a la búsqueda más profunda del significado de la vida, ha permitido
que emerja como valor la sencillez y el reconocimiento en lo débil y lo pequeño
de la existencia, con una gran capacidad y potencial que no puede ser
minusvalorado. Este énfasis en el aprecio de la persona abre nuevos horizontes,
en donde la tradición cristiana adquiere un renovado valor, sobre todo cuando
se reconoce en un Dios que se encarna y nace en un pesebre, asumiendo una
condición humilde y pobre.
53.
La
necesidad de construir el propio destino y el anhelo de encontrar razones para
la existencia, puede poner en movimiento el deseo de encontrarse con otros y
compartir lo vivido, como una manera de darse una respuesta. Se trata de una
afirmación de la libertad personal y, por ello, de la necesidad de cuestionarse
en profundidad las propias convicciones y opciones.
54.
Pero
junto con el énfasis en la responsabilidad individual en medio de sociedades
que promueven a través de los medios el acceso a bienes, se niega
paradójicamente el acceso de los mismos a las grandes mayorías, bienes que constituyen elementos básicos y
esenciales para vivir como personas.
55.
El
énfasis en la experiencia personal y lo vivencial nos lleva a considerar el
testimonio como un componente clave en la vivencia de la fe. Los hechos son
valorados en cuanto que son significativos, es decir, en cuanto decisivos para
la persona. En el lenguaje testimonial podemos encontrar un punto de contacto
con las personas que componen la sociedad y de ellas entre sí.
56.
Por
otra parte la riqueza y la diversidad cultural de los pueblos de América Latina
y el Caribe resultan evidentes. Existen en nuestra región diversas culturas
indígenas, afro descendientes, mestizas, campesinas,
urbanas y suburbanas. Las culturas indígenas se caracterizan sobretodo por su
apego profundo a la tierra y por la vida comunitaria. Los afro descendientes se
caracterizan, entre otros elementos, por la expresividad corporal, el arraigo
familiar y el sentido de Dios. La cultura campesina está referida al ciclo
agrario. La cultura mestiza, que es la más extendida entre muchos pueblos de la
región, ha buscado en medio de contradicciones sintetizar a lo largo de la
historia estas múltiples fuentes culturales originarias, facilitando el diálogo
de las respectivas cosmovisiones y permitiendo su convergencia en una historia
compartida. A esta complejidad cultural habría que añadir también la de tantos
inmigrantes europeos que se establecieron en los países de nuestra región.
57.
Estas
culturas coexisten en condiciones desiguales con la llamada cultura
globalizada. Ellas exigen reconocimiento y ofrecen valores que constituyen una
respuesta a los antivalores de la cultura que se impone a través de los medios
de comunicación de masas: comunitarismo, valoración de la familia, apertura a
la trascendencia y solidaridad. Estas culturas son dinámicas y están en
interacción permanente entre sí y con las diferentes propuestas culturales.
58.
La
cultura urbana es híbrida, dinámica y cambiante, pues amalgama múltiples
formas, valores y estilos de vida, y
afecta a todas las colectividades. La cultura suburbana es fruto de grandes
migraciones de población en su mayoría pobre, que se estableció alrededor de
las ciudades en los cinturones de miseria. En estas culturas los problemas de
identidad y pertenencia, relación, espacio vital y hogar son cada vez más
complejos.
59.
Existen
también comunidades de migrantes que han aportado las culturas y tradiciones
traídas de sus tierras de origen, sean cristianas o de otras religiones. Por su
parte, esta diversidad incluye a comunidades que se han ido formando por la
llegada de distintas denominaciones cristianas y otros grupos religiosos.
Asumir la diversidad cultural, que es un imperativo del momento, implica
superar los discursos que pretenden uniformar la cultura, con enfoques basados
en modelos únicos.
2.1.2 Situación económica
60.
En su
discurso inaugural el Papa ve en la globalización un fenómeno “de relaciones de
nivel planetario”, siendo “un logro de la familia humana”, porque favorece el
acceso a nuevas tecnologías, mercados y finanzas. Las altas tasas de
crecimiento de nuestra economía regional y, particularmente, su desarrollo urbano,
no serían posibles sin la apertura al comercio internacional, sin acceso a las
tecnologías de última generación, sin la participación de nuestros científicos
y técnicos en el desarrollo internacional del conocimiento y sin la alta
inversión registrada en los medios electrónicos de comunicación. Todo ello
lleva también aparejado el surgimiento de una clase media tecnológicamente
letrada. Al mismo tiempo la globalización se manifiesta como la profunda
aspiración del género humano a la unidad. No obstante estos avances, el Papa
también señala que la globalización “comporta el riesgo de los grandes
monopolios y de convertir el lucro en valor supremo”. Por ello, Benedicto XVI
enfatiza que “como en todos los campos de la actividad humana, la globalización
debe regirse también por la ética, poniendo todo al servicio de la persona
humana, creada a imagen y semejanza de Dios”[35].
61.
La
globalización es un fenómeno complejo que posee diversas dimensiones
(económicas, políticas, culturales, comunicacionales, etc). Para una justa
valoración de ella, es necesaria una comprensión analítica y diferenciada que
permita detectar tanto sus aspectos positivos como negativos. Lamentablemente,
la cara más extendida y exitosa de la globalización es su dimensión económica,
que se sobrepone y condiciona las otras dimensiones de la vida humana. En la
globalización la dinámica del mercado absolutiza con facilidad la eficacia y la
productividad como valores reguladores de todas las relaciones humanas. Este
peculiar carácter hace de la globalización un proceso promotor de inequidades e
injusticias múltiples. La globalización tal y como está configurada
actualmente, no es capaz de interpretar y reaccionar en función de valores
objetivos que se encuentran más allá del mercado y que constituyen lo más
importante de la vida humana: la verdad, la justicia, el amor, y muy
especialmente, la dignidad y los derechos de todos, aún de aquellos que viven
al margen del propio mercado.
62.
Conducida
por una tendencia que privilegia el lucro y estimula la competencia, la
globalización sigue una dinámica de concentración de poder y de riquezas en
manos de pocos, no sólo de los recursos físicos y monetarios, sino sobre todo
de la información y de los recursos humanos, lo que produce la exclusión de
todos aquellos no suficientemente capacitados e informados, aumentando las
desigualdades que marcan tristemente nuestro continente y que mantiene en la
pobreza a una multitud de personas. La pobreza hoy es de conocimiento y del uso
y acceso a nuevas tecnologías, por eso es necesario que los empresarios asuman
su responsabilidad de crear más fuentes de trabajo y de invertir en las
regiones más pobres para contribuir al desarrollo.
63.
No se
puede negar que el predominio de esta tendencia no elimina la posibilidad de
formar pequeñas y medianas empresas, que se asocian al dinamismo exportador de
la economía, le prestan servicios colaterales o bien aprovechan nichos
específicos del mercado interno. Sin embargo, su fragilidad económica y
financiera y la pequeña escala en que se desenvuelven, las hacen extremadamente
vulnerables frente a las tasas de interés, el riego cambiario, los costos
previsionales y la variación en los precios de sus insumos. La debilidad de
estas empresas se asocia a la precariedad del empleo que están en condiciones
de ofrecer. Sin una política de protección específica de los Estados frente a
ellas, se corre el riesgo de que las economías de escala de los grandes
consorcios termine por imponerse como única forma determinante del dinamismo
económico.
64.
Es por
ello por lo que, frente a esta forma de globalización, sentimos un fuerte
llamado para promover una globalización diferente, que esté marcada por la
solidaridad, por la justicia y por el respeto a los derechos humanos, haciendo
de América Latina y el Caribe no solo el continente de la esperanza, sino
también el continente del amor, como lo propuso SS. Benedicto XVI en su
discurso inaugural de esta Conferencia.
65.
Esto
nos debería llevar a contemplar los rostros de quienes sufren. Entre ellos
están las comunidades indígenas y afro-descendientes, que en muchas ocasiones
no son tratadas con dignidad e igualdad de condiciones; muchas mujeres que son
excluidas, en razón de su sexo, raza o situación socioeconómica; jóvenes que
reciben una educación de baja calidad y no tienen oportunidades de progresar en
sus estudios ni de entrar en el mercado del trabajo para desarrollarse y
constituir una familia; muchos pobres, desempleados, migrantes, desplazados,
campesinos sin tierra, quienes buscan sobrevivir en la economía informal; niños
y niñas sometidos a la prostitución infantil ligada muchas veces al turismo
sexual; también los niños víctimas del aborto Millones de personas y familias
viven en la miseria e incluso pasan hambre. Nos preocupan también quienes
dependen de las drogas, las personas con discapacidad, los portadores de VIH y
los enfermos del SIDA que sufren de soledad y se ven excluidos de la
convivencia familiar y social. No olvidamos tampoco a los secuestrados y a los
que son víctimas de la violencia, del terrorismo, de conflictos armados y de la
inseguridad ciudadana. También los ancianos, que además de sentirse excluidos
del sistema productivo, se ven muchas veces rechazados por su familia como
personas incómodas e inútiles. Nos duele, en fin, la situación inhumana en que
vive la gran mayoría de los presos, que también necesitan de nuestra presencia
solidaria y de nuestra ayuda fraterna. Una globalización sin solidaridad afecta
negativamente a los sectores más pobres. Ya no se trata simplemente del fenómeno
de la explotación y opresión, sino de algo nuevo: la exclusión social. Con ella
queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive,
pues ya no se está en ella abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está
afuera. Los excluidos no son solamente “explotados” sino “sobrantes” y
“desechables”.
66.
Las
instituciones financieras y las empresas transnacionales se fortalecen al punto
de subordinar las economías locales, sobre todo, debilitando a los Estados, que aparecen cada vez más
impotentes para llevar adelante proyectos de desarrollo al servicio de sus
poblaciones, especialmente cuando se trata de inversiones de largo plazo y sin
retorno inmediato. Las industrias extractivas internacionales y la
agroindustria muchas veces no respetan los derechos económicos, sociales,
culturales y ambientales de las poblaciones locales y no asumen sus
responsabilidades. Con mucha frecuencia se subordina la destrucción de la
naturaleza al desarrollo económico, con daños a la biodiversidad, con el
agotamiento de las reservas de agua y de otros recursos naturales, con la
contaminación del aire y el cambio climático. Una nueva tendencia con múltiples
implicaciones en la región es la creciente producción de agro combustibles, que
no debe hacerse a costa de la necesaria producción de alimentos para la
sobrevivencia humana. América Latina posee los acuíferos más abundantes del
planeta, junto con grandes extensiones de territorio selvático, que son
pulmones de la humanidad. Así se dan gratuitamente al mundo servicios
ambientales que no son reconocidos económicamente. La región se ve afectada
por el recalentamiento de la tierra y el
cambio climático provocado principalmente por el estilo de vida no sostenible
de los países industrializados.
67.
La
globalización ha vuelto frecuente la celebración de Tratados de Libre Comercio entre países con economías asimétricas,
que no siempre benefician a los países más pobres, al mismo tiempo se presiona
a los países de la región con exigencias desmedidas en materia de propiedad
intelectual, a tal punto que se permite derechos de patente sobre la vida en
todas sus formas. Además la utilización de organismos genéticamente manipulados
muestra que no siempre contribuye ni
al combate contra el hambre ni al desarrollo rural sostenible.
68.
Aunque
se ha progresado muchísimo en el control de la inflación y en la estabilidad
macroeconómica de los países de la región,
muchos gobiernos se encuentran severamente limitados para el financiamiento
de sus presupuestos públicos por los elevados servicios de la deuda externa[36]
e interna, mientras, por otro lado, no cuentan con sistemas tributarios
verdaderamente eficientes, progresivos y equitativos.
69.
La
actual concentración de renta y riqueza se da principalmente por los mecanismos
del sistema financiero. La libertad concedida a las inversiones financieras
favorecen al capital especulativo, que no tiene incentivos para hacer
inversiones productivas de largo plazo, sino que busca el lucro inmediato en
los negocios con títulos públicos, monedas y derivativos. Sin embargo, según la
Doctrina Social de la Iglesia, la Economía Social de Mercado sigue siendo la
forma idónea de organizar el trabajo, el conocimiento y el capital para
satisfacer las auténticas necesidades humanas. La empresa está llamada a prestar
una contribución mayor en la sociedad, asumiendo la llamada responsabilidad
social-empresarial desde esa
perspectiva.
70.
Es
también alarmante el nivel de la corrupción en las economías que involucra
tanto al sector público como al sector privado, a lo que se suma una notable
falta de transparencia y rendición de cuentas a la ciudadanía. En muchas
ocasiones la corrupción está vinculada al flagelo del narcotráfico o del
narconegocio y por otra parte viene destruyendo el tejido social y económico en
regiones enteras.
71.
La
población económicamente activa de la región está afectada por el subempleo
(42%) y el desempleo (9%). El trabajo informal afecta casi la mitad de ella. El
trabajo formal, por su parte, se ve sometido a la precariedad de las
condiciones de empleo y a la presión constante de subcontratación, lo que trae
consigo salarios más bajos y desprotección en el campo de seguridad social, no
permitiendo a muchos el desarrollo de una vida digna. En este contexto, los
sindicatos pierden la posibilidad de defender los derechos de los trabajadores.
Por otro lado, se pueden destacar fenómenos positivos y creativos para
enfrentar esta situación de parte de los afectados, quienes vienen impulsando
diversas experiencias, como por ejemplo, micro finanzas, economía local y
solidaria y comercio justo.
72.
Los
campesinos, en su mayoría, sufren a causa de la pobreza, agravada por no tener
acceso a tierra propia. Sin embargo existen grandes latifundios en manos de
unos pocos. En algunos países esta situación ha llevado a la población a
demandar una Reforma Agraria, estando atentos a los males que puedan
ocasionarles los Tratados de Libre Comercio, la manipulación de la droga y
otros factores.
73.
Uno
de los fenómenos más importantes en nuestros países es el proceso de movilidad
humana en que millones de personas migran o se ven forzadas a migrar dentro y
fuera de sus respectivos países. Las causas son diversas y están relacionadas
con la situación económica, la violencia en sus diversas formas, la pobreza que
afecta a las personas y la falta de oportunidades para la investigación y el
desarrollo profesional. Las consecuencias son en muchos casos de enorme
gravedad a nivel personal, familiar y cultural. La pérdida del capital humano
de millones de personas, profesionales calificados, investigadores y amplios
sectores campesinos, nos va empobreciendo cada vez más. La explotación laboral
llega, en algunos casos, a generar condiciones de verdadera esclavitud. Se da
también un vergonzoso tráfico de personas, que incluye la prostitución, aún de
menores. Especial mención merece la
situación de los refugiados, que cuestiona la capacidad de acogida de la
sociedad y de las iglesias. Por otra parte, sin embargo, la remesa de divisas
de los emigrados a sus países de origen se ha vuelto una importante y, a veces,
insustituible fuente de recursos para los países de la región, ayudando al
bienestar y a la movilidad social ascendente de quienes logran participar
exitosamente de este proceso.
2.1.3 Dimensión socio-política
74.
Constatamos
como hecho positivo el fortalecimiento de los regímenes democráticos en muchos
países de América Latina y El Caribe según demuestran los últimos procesos
electorales. Sin embargo, vemos con preocupación el acelerado avance de
diversas formas de regresión autoritaria por vía democrática que derivan en
ocasiones en regímenes de corte neo populista. Esto indica que no basta una
democracia puramente formal, fundada en la limpieza de los procedimientos
electorales, sino que es necesaria una democracia participativa y basada en la
promoción y respeto de los derechos humanos. Una democracia sin valores como
los mencionados, se vuelve fácilmente una dictadura y termina traicionando al
pueblo.
75.
Con
la presencia más protagónica de la sociedad civil y la irrupción de nuevos actores
sociales como son los indígenas, los afroamericanos, las mujeres, los
profesionales, una extendida clase media y los
sectores marginados organizados, se está fortaleciendo la democracia
participativa y se están creando mayores espacios de participación política. Estos grupos están
tomando conciencia del poder que tienen entre manos y de la posibilidad de
generar cambios importantes para el logro de políticas públicas más justas, que
reviertan su situación de exclusión. En este plano, se percibe también una
creciente influencia de organismos de Naciones Unidas y de Organizaciones no
gubernamentales de carácter internacional que no siempre ajustan sus
recomendaciones a criterios éticos. No faltan también actuaciones que
radicalizan las posiciones, fomentan la conflictividad y la polarización
extremas, y ponen ese potencial al servicio de intereses ajenos a los suyos, lo
que, a la larga, puede frustrar y revertir negativamente sus esperanzas.
76.
Después
de una época de debilitamiento de los Estados por la aplicación de ajustes
estructurales en la economía, recomendados por organismos financieros
internacionales, se aprecia actualmente un esfuerzo de los Estados por definir
y aplicar políticas públicas en los campos de la salud, educación, seguridad
alimentaría, previsión social, acceso a la tierra y a la vivienda, promoción
eficaz de la economía para la creación de empleos y leyes que favorecen las
organizaciones solidarias. Todo esto refleja
que no puede haber democracia verdadera y estable sin justicia social,
sin división real de poderes y sin la vigencia del Estado de derecho[37].
77.
Cabe
señalar como un gran factor negativo en buena parte de la región, el
recrudecimiento de la corrupción en la sociedad y en el Estado, que involucra a
los poderes legislativos y ejecutivos en todos sus niveles, y alcanza también
al sistema judicial que a menudo inclina su juicio a favor de los poderosos y
genera impunidad, lo que pone en serio riesgo la credibilidad de las
instituciones públicas y aumenta la desconfianza del pueblo, fenómeno que se
une a un profundo desprecio de la legalidad. En amplios sectores de la
población y particularmente entre los jóvenes crece el desencanto por la
política y particularmente por la democracia, pues las promesas de una vida
mejor y más justa no se cumplieron o se cumplieron sólo a medias. En este
sentido, se olvida que la democracia y la participación política es fruto de la
formación que se hace realidad solamente cuando los ciudadanos son conscientes
de sus derechos fundamentales y de sus deberes correspondientes.
78.
La
vida social en convivencia armónica y pacífica se está deteriorando gravemente
en muchos países de América Latina y El
Caribe por el crecimiento de la violencia, que se manifiesta en robos, asaltos,
secuestros y lo que es más grave en asesinatos que cada día destruyen más vidas
humanas y llenan de dolor a las familias y a la sociedad entera. La violencia
reviste diversas formas y tiene diversos agentes: el crimen organizado y el
narcotráfico, grupos paramilitares, violencia común sobre todo en la periferia
de las grandes ciudades, violencia de grupos juveniles, creciente violencia
intrafamiliar. Sus causas son múltiples: la idolatría del dinero, el avance de
una ideología individualista y utilitarista, el irrespeto a la dignidad de cada
persona, el deterioro del tejido social, la corrupción incluso en las fuerzas
del orden y la falta de políticas públicas de equidad social.
79.
Algunos
parlamentos o congresos legislativos aprueban leyes injustas por encima de los
derechos humanos y de la voluntad popular, precisamente por no estar cerca de
sus representados ni saber escuchar y dialogar con los ciudadanos, pero también
por ignorancia, por falta de acompañamiento, y porque muchos ciudadanos abdican
de su deber de participar en la vida pública.
80.
En
algunos Estados ha aumentado la represión, la violación de los derechos
humanos, incluso el derecho a la libertad religiosa y la libertad de expresión
y la libertad de enseñanza, así como el desprecio a la objeción de conciencia.
81.
Si bien
en algunos países se han logrado acuerdos de paz superando así conflictos de
vieja data, en otros continúa la lucha armada con todas sus secuelas (muertes
violentas, violaciones a los Derechos Humanos, amenazas, niños en la guerra,
secuestros etc.), sin avizorar soluciones a corto plazo. La influencia del
narconegocio en estos grupos dificulta aún más las posibles soluciones.
82.
En
América Latina y El Caribe se aprecia una creciente voluntad de integración
regional con acuerdos multilaterales involucrando un número creciente de países
que generan sus propias reglas en el campo del comercio, los servicios y las
patentes. Al origen común se une la cultura, la lengua y la religión que pueden
contribuir a que la integración no sea sólo de mercados, sino de instituciones
civiles y sobre todo sobre todo de personas. También es positiva la
globalización de la justicia, en el campo de los derechos humanos y de los
crímenes contra la humanidad que permitirá progresivamente que los seres
humanos vivan bajo iguales normas llamadas a proteger su dignidad, su
integridad, y su vida.
2.1.4 Biodiversidad, ecología,
Amazonia y Antártica
83.
América
Latina es el continente que posee una de las mayores biodiversidades del
planeta y una rica socio diversidad representada por sus pueblos y culturas.
Éstos poseen un gran acervo de conocimientos tradicionales sobre la utilización
sostenible de los recursos naturales, así como sobre el valor medicinal de
plantas y otros organismos vivos, muchos de los cuales forman la base de su
economía. Tales conocimientos son actualmente objeto de apropiación intelectual
ilícita siendo patentados por industrias farmacéuticas y de biogenética,
generando vulnerabilidad de los agricultores familiares que dependen de esos
recursos para su sobrevivencia.
84.
En
las decisiones sobre las riquezas de la biodiversidad y de la naturaleza las
poblaciones tradicionales han sido prácticamente excluidas. La naturaleza ha
sido y continúa siendo agredida. La tierra fue depredada. Las aguas están
siendo tratadas como si fueran una mercancía negociable por las empresas,
además de haber sido transformadas en un bien disputado por las grandes
potencias. Un ejemplo muy importante en esta situación es la Amazonia[38].
85.
En su
discurso a los jóvenes, en el Estadio de Pacaembu, en San Pablo, el Papa
Benedicto XVI llamó la atención sobre la “devastación ambiental de la Amazonia
y las amenazas a la dignidad humana de sus pueblos”[39]
y pidió a los jóvenes “un mayor compromiso en los más diversos espacios de
acción”.
86.
La
creciente agresión al medioambiente puede servir de pretexto para propuestas de
internacionalización de la Amazonía, que solo sirven a los intereses económicos
de las corporaciones transnacionales. La sociedad panamazónica es pluriétnica,
pluricultural y plurirreligiosa. En ella se está intensificando cada vez más la
disputa por la ocupación del territorio. Las poblaciones tradicionales de la
región quieren que sus territorios sean reconocidos y legalizados.
87.
Además
constatamos el retroceso de los hielos en todo el mundo: el deshielo del Ártico
cuyo impacto ya se está viendo en la flora y fauna de ese ecosistema; también
el calentamiento global se hace sentir en el estruendoso crepitar de los
bloques de hielo antártico que reducen la cobertura glacial del continente y que
regula el clima del mundo. Juan Pablo II proféticamente hace 20 años desde el
confín de las Américas señaló: “Desde el Cono Sur del Continente Americano y
frente a los ilimitados espacios de la Antártica, lanzo un llamado a todos los
responsables de nuestro planeta para proteger y conservar la naturaleza creada
por Dios: no permitamos que nuestro mundo sea una tierra cada vez más degradada
y degradante”[40].
2.1.5 Presencia de los pueblos
indígenas y afroamericanos en la Iglesia
88.
Los
indígenas constituyen la población más antigua del continente. Están en la raíz
primera de la identidad latinoamericana y caribeña. Los afroamericanos
constituyen otra raíz que fue arrancada de África y traída aquí como gente
esclavizada. La tercera raíz es la población pobre que migró de Europa desde el
siglo XVI, en búsqueda de mejores condiciones de vida y el gran flujo de
inmigrantes de todo el mundo desde mediados del siglo XIX. De todos estos
grupos y de sus correspondientes culturas se formó el mestizaje que es la base
social y cultural de nuestros pueblos latinoamericanos, como lo reconoció ya la
III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Puebla.
89.
Los
indígenas y afroamericanos son, sobre todo, “otros” diferentes que exigen
respeto y reconocimiento. La sociedad tiende a menospreciarlos, desconociendo
su diferencia. Su situación social está marcada por la exclusión y la pobreza.
La Iglesia acompaña a los indígenas y afroamericanos en las luchas por sus
derechos.
90.
Hoy,
los pueblos indígenas y afros están amenazados en su existencia física,
cultural y espiritual; en sus modos de vida; en sus identidades; en su
diversidad; en sus territorios y proyectos. Algunas comunidades indígenas se
encuentran fuera de sus tierras porque éstas han sido invadidas y degradadas, o
no tienen tierras suficientes para desarrollar sus culturas. Sufren graves
ataques a su identidad y supervivencia, pues la globalización económica y
cultural pone en peligro su propia existencia como pueblos diferentes. Su
progresiva transformación cultural provoca la rápida desaparición de algunas
lenguas y culturas. La migración, forzada por la pobreza, está influyendo
profundamente en el cambio de costumbres, de relaciones e, incluso, de
religión.
91.
Los
indígenas y afroamericanos emergen ahora en la sociedad y en la Iglesia. Este
es un “kairós” para profundizar el encuentro de la Iglesia con estos sectores
humanos que reclaman el reconocimiento pleno de sus derechos individuales y
colectivos, ser tomados en cuenta en la catolicidad con su cosmovisión, sus
valores y sus identidades particulares, para vivir un nuevo Pentecostés
eclesial.
92.
Ya en
Santo Domingo los Pastores reconocíamos que “los pueblos indígenas cultivan
valores humanos de gran significación”[41];
valores que “la Iglesia defiende ... ante la fuerza arrolladora de las
estructuras de pecado manifiestas en la sociedad moderna”[42];
“son poseedores de innumerables riquezas culturales, que están en la base de
nuestra identidad actual”[43];
y, desde la perspectiva de la fe, “estos valores y convicciones son fruto de 'las semillas del
Verbo', que estaban ya presentes y obraban en sus antepasados”[44].
Entre ellos podemos señalar: “apertura a la acción de Dios por los frutos de la
tierra, el carácter sagrado de la vida humana, la valoración de la familia, el sentido de solidaridad y la
corresponsabilidad en el trabajo común, la importancia de lo cultual, la
creencia en una vida ultra terrena”[45].
Actualmente, estos valores el pueblo los ha enriquecido ampliamente por la
Evangelización y los ha desarrollado en múltiples formas de auténtica
religiosidad popular.
93.
Santo
Domingo describe así los valores de las culturas indígenas: apertura a la
acción de Dios por los frutos de la tierra, el carácter sagrado de la vida
humana, la valoración de la familia, el
sentido de solidaridad y la corresponsabilidad en el trabajo común, la
importancia de lo cultual, la creencia en una vida ultra terrena[46].
Actualmente, la evangelización ha enriquecido estos valores y los ha
desarrollado en múltiples formas de auténtica religiosidad popular.
94.
Como Iglesia que asume la causa de los pobres
alentamos la participación de los indígenas y afroamericanos en la vida
eclesial. Vemos con esperanza el proceso de inculturación discernido a la luz
del Magisterio. Es prioritario hacer
traducciones católicas de la Biblia y de los textos litúrgicos a sus
idiomas .Se necesita, igualmente, promover más las vocaciones y los ministerios
ordenados procedentes de estas culturas.
95.
Nuestro servicio pastoral a la vida plena de los
pueblos indígenas exige anunciar a Jesucristo y la Buena Nueva del Reino de
Dios, denunciar las situaciones de pecado, las estructuras de muerte, la
violencia y las injusticias internas y externas, fomentar el diálogo
intercultural, interreligioso y ecuménico. Jesucristo es la plenitud de la
revelación para todos los pueblos y el centro fundamental de referencia para
discernir los valores y las deficiencias de todas las culturas, incluidas las
indígenas. Por ello, el mayor tesoro que les podemos ofrecer es que lleguen al
encuentro con Jesucristo resucitado nuestro salvador. Los indígenas que ya han
recibido el Evangelio, están llamados, como discípulos y misioneros de
Jesucristo, a vivir con inmenso gozo su realidad cristiana, a dar razón de su
fe en medio de sus comunidades y a colaborar activamente para que ningún pueblo
indígena de América Latina reniegue de su fe cristiana, sino que por el
contrario, sientan que en Cristo encuentran el sentido pleno de su existencia.
96.
La
historia de los afroamericanos ha sido atravesada por una exclusión social,
económica, política y, sobre todo, racial, donde la identidad étnica es factor
de subordinación social. Actualmente, son discriminados en la inserción
laboral, en la calidad y contenido de la formación escolar, en las relaciones
cotidianas y, además, existe un proceso de ocultamiento sistemático de sus
valores, historia, cultura y expresiones religiosas. Permanece aún en los
imaginarios colectivos una mentalidad y mirada colonial con respecto a los
pueblos originarios y afroamericanos. De modo que, descolonizar las mentes, el
conocimiento, recuperar la memoria histórica, fortalecer espacios y relaciones
interculturales, son condiciones para la afirmación de la plena ciudadanía de
estos pueblos.
97.
La
realidad latinoamericana cuenta con comunidades afroamericanas muy vivas que aportan y
participan activa y creativamente de la construcción de este continente. Los
movimientos por la recuperación de las identidades, de los derechos ciudadanos
y contra el racismo, los grupos alternativos de economías solidarias, hacen de
las mujeres y hombres negros sujetos constructores de su historia y de una
nueva historia que se va dibujando en la actualidad latinoamericana y caribeña.
Esta nueva realidad se basa en relaciones interculturales donde la diversidad
no significa amenaza, no justifica jerarquías de poder de unos sobre otros,
sino diálogo desde visiones culturales diferentes de celebración, de
interrelación, de reavivamiento de la esperanza.
2.2 Situación de nuestra Iglesia en
esta hora histórica de desafíos
98.
La
Iglesia Católica en América Latina y El Caribe, a pesar de sus deficiencias y
ambigüedades, ha dado testimonio de Cristo y anunciado su Evangelio y brindado
su servicio de caridad particularmente a los más pobres, en el anuncio del
Evangelio y el esfuerzo en promover su dignidad y también en el esfuerzo de
promoción humana en los campos de salud, economía solidaria educación, trabajo, acceso a la tierra,
cultura, vivienda y asistencia, entre otros. Con su voz, unida a la de otras
instituciones nacionales y mundiales, ha ayudado a dar orientaciones prudentes
y a promover la justicia, los derechos humanos y la reconciliación de los
pueblos. Esto ha permitido que la Iglesia sea reconocida socialmente en muchas
ocasiones como una instancia de confianza y credibilidad. Su empeño a favor de
los más pobres y su lucha por la dignidad de cada ser humano han ocasionado, en
muchos casos, la persecución y aún la muerte de algunos de sus miembros, a los
que consideramos testigos de la fe. Queremos recordar el testimonio valiente de
nuestros santos y santas y de quienes aún sin haber sido canonizados, han
vivido con radicalidad el evangelio y han ofrendado su vida por Cristo, por la
Iglesia y por su pueblo.
99.
Los
esfuerzos pastorales orientados hacia el encuentro con Jesucristo vivo han dado
y siguen dando preciosos frutos. Entre otros, destacamos los siguientes:
100. Debido a la animación bíblica de la
pastoral, aumenta el conocimiento de la
Palabra de Dios y el amor por ella. Gracias a la asimilación del magisterio de
la Iglesia y a una mejor formación de generosos catequistas, la renovación de
la Catequesis, ha producido fecundos resultados en todo el continente, llegando
incluso a países de Norteamérica, Europa y Asia, donde muchos latinoamericanos
y caribeños han emigrado.
101. La renovación litúrgica acentuó la
dimensión celebrativa y festiva de la fe cristiana centrada en el misterio
pascual, en particular en la Eucaristía. Crecen las manifestaciones de la
religiosidad popular, especialmente la piedad eucarística y la devoción
mariana. Se han hecho algunos esfuerzos por inculturar la liturgia en los
pueblos indígenas y Afrodescendientes. Se han ido superando los riesgos de
reducción de la Iglesia a sujeto político con un mejor discernimiento de los
impactos seductores de las ideologías. Se ha fortalecido la responsabilidad y
vigilancia respecto a las verdades de la Fe ganando en profundidad y serenidad
de comunión.
102. Nuestro pueblo tiene gran aprecio a los
sacerdotes. Reconoce la santidad de muchos de ellos, como también su testimonio
de vida, su trabajo misionero, y la creatividad pastoral, particularmente de
aquellos que están en lugares lejanos o en contextos de mayor dificultad.
Muchas de nuestras Iglesias cuentan con una pastoral sacerdotal y con
experiencias concretas de vida en común y de una más justa retribución del
clero. En algunas Iglesias se ha desarrollado el diaconado permanente. También
los ministerios laicales y otros servicios pastorales, como Delegados de la
Palabra, Animadores de Asamblea y de pequeñas comunidades, entre ellas, las
comunidades eclesiales de base y un gran número de pastorales específicas Se
hace un gran esfuerzo por la formación en nuestros Seminarios, en las casas de
formación para la Vida Consagrada y en las escuelas para el Diaconado
Permanente. Es significativo el testimonio de la Vida Consagrada, su aporte en
la acción pastoral y su presencia en situaciones de pobreza, de riesgo y de
frontera. Alienta la esperanza el incremento de vocaciones para la vida
contemplativa masculina y femenina.
103. Resalta la abnegada entrega de tantos
misioneros y misioneras que, hasta el día de hoy, desarrollan una valiosa obra
evangelizadora y de promoción humana en todos nuestros pueblos, con
multiplicidad de obras y servicios. Se reconoce, asimismo, a numerosos
sacerdotes, consagradas y consagrados, laicas y laicos que, desde nuestro
Continente, participan de la misión ad
gentes.
104. Crecen
los esfuerzos de renovación pastoral en las parroquias, favoreciendo un
encuentro con Cristo vivo mediante diversos métodos de nueva evangelización,
transformándose en comunidad de comunidades evangelizadas y misioneras. Se
constata en muchos lugares un florecimiento de comunidades eclesiales de base,
en comunión con los Obispos y fieles al Magisterio de la Iglesia. Se valora la
presencia y el crecimiento de los movimientos eclesiales y nuevas comunidades
que difunden su riqueza carismática, educativa y evangelizadora. Se ha tomado
conciencia de la importancia de la Pastoral Familiar, de la Infancia y Juvenil.
105. La Doctrina Social de la Iglesia
constituye una invaluable riqueza, y ha animado el testimonio y la acción
solidaria de los laicos y laicas, quienes se interesan cada vez más por su
formación teológica como verdaderos misioneros de la caridad. y por transformar
de manera efectiva el mundo según Cristo. Innumerables iniciativas laicales en
el ámbito social, cultural, económico y político, hoy se dejan inspirar en los
principios permanentes, en los criterios de juicio y en las directrices de
acción provenientes de la Doctrina Social de la Iglesia. Se valora el
desarrollo que ha tenido la Pastoral Social, como también la acción de Caritas
en sus varios niveles y la riqueza del voluntariado. en los más diversos
apostolados con incidencia social. Se ha desarrollado la pastoral de la
comunicación social e Iglesia cuenta con más medios que nunca para la
evangelización de la cultura, contrarrestando en parte a grupos que ganan
constantemente adeptos usando con agudeza la radio y la televisión. Tenemos
radios, televisión, cine, prensa, Internet, páginas web y la RIIAL que nos
llenan de esperanza.
106. La diversificación de la organización
eclesial, con la creación de muchas comunidades, nuevas jurisdicciones y
organismos pastorales, ha permitido que muchas Iglesias Particulares hayan
avanzado en la estructuración de una Pastoral Orgánica, para servir mejor a las
necesidades de los fieles. No con la misma intensidad en todas las Iglesias se
ha desarrollado el diálogo ecuménico e interreligioso, enriqueciendo a todos
los participantes. En otros lugares se han creado escuelas de ecumenismo o
colaboración ecuménica en asuntos sociales y otras iniciativas. Se manifiesta,
como reacción al materialismo, una búsqueda de espiritualidad, de oración y de
mística que expresa el hambre y sed de Dios. Por otro lado, la valoración de la
ética es un signo de los tiempos que indica la necesidad de superar el
hedonismo, la corrupción y el vacío de valores. Nos alegra además el profundo
sentimiento de solidaridad que caracteriza a nuestros pueblos y la práctica del
compartir y ayuda mutua.
107. A pesar de los aspectos positivos que nos
alegran en la esperanza, notamos sombras, entre las cuales mencionamos las
siguientes:
108. Para la Iglesia Católica, América Latina y
el Caribe son de gran importancia, por su dinamismo eclesial, por su
creatividad y porque el 43% de todos sus feligreses vive en ella; sin embargo,
observamos que el crecimiento porcentual de la Iglesia no ha ido a la par con
el crecimiento poblacional. En promedio, el aumento del clero, y sobre todo de
las religiosas, se aleja cada vez más del crecimiento poblacional en nuestra
región[47].
109. Lamentamos cierto clericalismo, algunos
intentos de volver a una eclesiología y espiritualidad anteriores al Concilio
Vaticano II, algunas lecturas y aplicaciones reduccionistas de la renovación
conciliar, la ausencia de un sentido de autocrítica, de una auténtica
obediencia y de ejercicio evangélico de la autoridad, los moralismos que
debilitan la centralidad de Jesucristo, las infidelidades a la doctrina, a la moral
y a la comunión, nuestras débiles vivencias de la opción preferencial por los
pobres, no pocas recaídas secularizantes en la vida consagrada, la
discriminación de la mujer y su ausencia frecuente en los organismos
pastorales. Tal como lo manifestó el Santo Padre en el Discurso Inaugural de
nuestra Conferencia, “se percibe un
cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de
la propia pertenencia a la Iglesia Católica”[48].
110. Constatamos el escaso acompañamiento dado
a los fieles laicos en sus tareas de servicio a la sociedad, particularmente
cuando asumen responsabilidades en las diversas estructuras del orden temporal.
Percibimos una evangelización con poco ardor y sin nuevos métodos y
expresiones, un énfasis en el sacramentalismo sin el conveniente itinerario
formativo, descuidando otras tareas pastorales. De igual forma nos preocupa una
espiritualidad individualista. Verificamos así mismo una mentalidad relativista
en lo ético y religioso, la falta de aplicación creativa del rico patrimonio
que constituye la Doctrina Social de la Iglesia. y en ocasiones una limitada
comprensión del carácter secular que constituye la identidad propia y
específica de los fieles laicos.
111. En la evangelización, en la catequesis y,
en general, en la pastoral, persisten también lenguajes poco significativos
para la cultura actual y en particular, para los jóvenes. Muchas veces los
lenguajes utilizados parecieran no tener en cuenta la mutación de los códigos
existencialmente relevantes en las sociedades inoculadas por la postmodernidad,
y marcadas por un amplio pluralismo social y cultural. Los cambios culturales
dificultan la transmisión de la Fe por parte de la familia y de la sociedad.
Frente a ello, no se ve una presencia importante de la Iglesia en la generación
de cultura, de modo especial en el mundo universitario y en los medios de
comunicación social.
112. El insuficiente número de sacerdotes y su
no equitativa distribución imposibilitan que muchísimas comunidades puedan
participar en la celebración de la Eucaristía. A esto se añade la relativa
escasez de vocaciones al ministerio y a la vida consagrada. Falta espíritu
misionero en miembros del clero, incluso en su formación, y Hace falta una
sólida estructura de formación permanente de los fieles en otros agentes de
pastoral. Muchos católicos viven y mueren sin asistencia de la Iglesia. a la
que pertenecen por el bautismo. Se afrontan dificultades para asumir el
sostenimiento económico de las estructuras pastorales. Falta solidaridad en la
comunión de bienes al interior de las Iglesias locales y entre ellas. No se
asume suficientemente en muchas de nuestras Iglesias particulares la pastoral
penitenciaria, ni la pastoral de menores infractores y en situaciones de
riesgo. Es insuficiente el acompañamiento pastoral para los migrantes e
itinerantes. Hace falta una sólida estructura de formación permanente de los
fieles y una evangelización más inculturada en todos los niveles,
particularmente en las culturas indígenas y afroamericanas. Algunos movimientos
eclesiales no siempre se integran adecuadamente en la pastoral parroquial y
diocesana; a su vez, algunas estructuras eclesiales no son suficientemente
abiertas para acogerlos.
113. En las últimas décadas vemos con
preocupación, por un lado, que numerosas personas pierden el sentido
trascendental de sus vidas y abandonan las prácticas religiosas, y, por otro
lado, que un número significativo de católicos están abandonando la Iglesia
para pasarse a otros grupos religiosos. Si bien es cierto que este es un
problema real en todos los países latinoamericanos y caribeños, no existe
homogeneidad en cuanto a sus dimensiones y su diversidad.
114. Dentro del nuevo pluralismo religioso en
nuestro continente, no se ha diferenciado suficientemente a los creyentes que
pertenecen a otras iglesias o comunidades eclesiales, tanto por su doctrina
como por sus actitudes, de los que forman parte de la gran diversidad de grupos
cristianos (incluso pseudocristianos) que se han instalado entre nosotros, ya
que no es adecuado englobar a todos en una sola categoría de análisis, ni
llamarlas simplemente “sectas”. Muchas veces no es fácil el diálogo ecuménico
con grupos cristianos que atacan a la Iglesia Católica con insistencia.
115. Reconocemos que muchas veces los católicos
nos hemos apartado del Evangelio, que requiere un estilo de vida más fiel a la
verdad y a la caridad, más sencillo, austero y solidario, como también que nos
ha faltado valentía, persistencia y docilidad a la gracia para proseguir la
renovación iniciada por el Concilio Vaticano II, impulsada por las anteriores
Conferencias Generales, y para asegurar el rostro latinoamericano y caribeño de
nuestra Iglesia. Nos reconocemos
como comunidad de pobres pecadores, mendicantes de la misericordia de Dios,
sólo congregada, reconciliada unida y enviada por la fuerza de la Resurrección
de su Hijo y la gracia de conversión del Espíritu Santo.
SEGUNDA
PARTE
LA VIDA DE
JESUCRISTO EN LOS
DISCÍPULOS
MISIONEROS
CAPÍTULO 3
LA ALEGRÍA
DE SER DISCÍPULOS MISIONEROS
PARA
ANUNCIAR EL EVANGELIO DE JESUCRISTO
116.
En
este momento, con incertidumbres en el corazón, nos preguntamos con Tomás:
¿Cómo vamos a conocer el camino?[49]
Jesús nos responde con una propuesta provocadora: “Yo soy el Camino, la Verdad
y la Vida”[50].
El es el verdadero camino hacia el Padre, quien tanto amó al mundo que entregó
a su Hijo único para que todo el que crea en Él tenga vida eterna (cf. Jn. 3,
16). Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu
enviado, Jesucristo (Jn. 17, 3). La fe en Jesús como el Hijo del Padre es la
puerta de entrada a la Vida. Los discípulos de Jesús confesamos nuestra fe con
las palabras de Pedro “Tu tienes palabras de Vida eterna” (Jn. 6, 68); “Tu eres
el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16).
117.
Jesús
es el hijo de Dios, la Palabra hecha carne[51],
verdadero Dios y verdadero hombre, prueba del amor de Dios a los hombres. Su
vida es una entrega radical de sí mismo a favor de todas las personas,
consumada definitivamente en su muerte y resurrección. Por ser el Cordero de
Dios, Él es el salvador. Su resurrección posibilita la superación del pecado y
la vida nueva para toda la humanidad. En Él, el Padre se hace presente, porque
quien conoce al Hijo conoce al Padre[52].
118.
Los
discípulos de Jesús reconocemos que Él es el primer y más grande evangelizador
enviado por Dios (Lc. 4, 44) y, al mismo tiempo, el Evangelio de Dios (Rm 1,
3). Creemos y anunciamos “el Evangelio de Jesús, Mesías, Hijo de Dios” (Mc. 1,
1). Como hijos obedientes a la voz del Padre queremos escuchar a Jesús (cf. Lc
9, 35) porque Él es el único Maestro (Mt 23, 8). Como discípulos suyos sabemos
que sus palabras son Espíritu y Vida (cf. Jn 6, 68). Con la alegría de la fe
somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en él, la buena
nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la
ciencia y de la solidaridad con la creación.
3.1 La buena nueva de la dignidad humana
119.
Bendecimos
a Dios por la dignidad de la persona humana, creada a su imagen y semejanza.
Nos ha creado libres y nos ha hecho sujetos de derechos y deberes en medio de
la creación. Le agradecemos por asociarnos al perfeccionamiento del mundo,
dándonos inteligencia y capacidad para amar; por la dignidad, que recibimos
también como tarea que debemos proteger, cultivar y promover. Lo bendecimos por
el don de la fe que nos permite vivir en alianza con El hasta compartir la vida
eterna. Lo bendecimos por hacernos hijas e hijos suyos en Cristo, por habernos
redimido con el precio de su sangre y por la relación permanente que establece
con nosotros, que es fuente de nuestra dignidad absoluta, innegociable e
inviolable. Si el pecado ha deteriorado la imagen de Dios en el hombre y ha
herido su condición, la buena nueva, que es Cristo lo ha redimido y
restablecido en la gracia[53].
120.
Alabamos
a Dios por los hombres y mujeres de América Latina y El Caribe que, movidos por
su fe, han trabajado incansablemente en defensa de la dignidad de la persona
humana, especialmente de los pobres y marginados. En su testimonio llevado hasta la entrega total resplandece la
dignidad del ser humano.
3.2 La buena nueva de la vida
121.
Alabamos
a Dios por el don maravilloso de la vida y por quienes la honran y la
dignifican al ponerla al servicio de los demás; por el espíritu alegre de
nuestros pueblos que aman la música, la danza, la poesía, el arte, el deporte y
cultivan una firme esperanza en medio de problemas y luchas. Alabamos a Dios
porque siendo nosotros pecadores, nos mostró su amor reconciliándonos consigo
por la muerte de su Hijo en la cruz. Lo alabamos porque ahora continúa
derramando su amor en nosotros por el Espíritu Santo y alimentándonos con la
Eucaristía, pan de vida[54].
La Encíclica “Evangelio de la Vida”, de Juan Pablo II, ilumina el gran valor de
la vida humana la cual debemos cuidar y por la cual continuamente alabar a
Dios.
122.
Bendecimos
al Padre por el don de su Hijo Jesucristo “rostro humano de Dios y rostro
divino del hombre”[55].
“En realidad, tan sólo en el misterio del Verbo encarnado se aclara
verdaderamente el misterio del hombre. Cristo, en la revelación misma del
misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio
hombre y le descubre su altísima vocación”[56].
123.
Bendecimos
al Padre porque todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien aún
entre dificultades e incertidumbres, puede llegar a descubrir en la ley natural
escrita en su corazón (cf. Rm 2, 14-15), el valor sagrado de la vida humana
desde su inicio hasta su término y afirmar el derecho de cada ser humano a ver
respectado totalmente este bien primario suyo. En el reconocimiento de este
derecho se fundamenta “la convivencia
humana y la misma comunidad política” (EV, 2).
124.
Ante
una vida sin sentido, nos revela la
vida íntima de Dios en su misterio más elevado, la comunión trinitaria. Es tal
el amor de Dios, que hace del hombre, peregrino en este mundo, su morada:
“Vendremos a él y viviremos en él” (Jn
14, 23). Ante la desesperanza de un mundo
sin Dios, que sólo ve en la muerte el término definitivo de la existencia,
Jesús nos ofrece la resurrección y la vida eterna en la que Dios será da todo
en todos (cf 1 Cor 15, 28). Ante la idolatría de los bienes terrenales,
Jesús presenta la vida en Dios como valor supremo: “De qué le sirve a uno ganar
el mundo, si pierde su vida”[57].
125.
Ante
el subjetivismo hedonista, Jesús
propone entregar la vida para ganarla, porque “quien aprecie su vida terrena,
la perderá” (Jn 12, 25). Es propio
del discípulo de Cristo gastar su vida como sal de la tierra y luz del mundo.
Ante el individualismo, Jesús convoca
a vivir y caminar juntos. La vida cristiana sólo se profundiza y se desarrolla
en la comunión fraterna. Jesús nos dice “uno es su maestro, y todos ustedes son
hermanos”. Ante la despersonalización,
Jesús ayuda a construir identidades integradas, recibiendo (Mt. 23, 8).
126.
La
propia vocación, la propia libertad y la propia originalidad como dones de Dios
para la plenitud y el servicio del mundo.
127.
Ante
la exclusión, Jesús defiende los
derechos de los débiles y la vida digna de todo ser humano. De su Maestro, el
discípulo ha aprendido a luchar contra toda forma de desprecio de la vida y de
explotación de la persona humana[58].
Sólo el Señor es autor y dueño de la vida. El ser humano, su imagen viviente,
es siempre sagrado, desde su concepción hasta su muerte natural; en todas las
circunstancias y condiciones de su vida. Ante las estructuras de muerte, Jesús hace presente la vida plena. “He
venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn. 10, 10). Por ello sana a los enfermos, expulsa los demonios y
compromete a los discípulos en la promoción de la dignidad humana y de
relaciones sociales fundadas en la justicia.
128.
Ante
la naturaleza amenazada, Jesús, que
conocía el cuidado del Padre por las criaturas que Él alimenta y embellece,
(cf. Lc 12, 24. 28), nos convoca a
cuidar la tierra para que brinde abrigo y sustento a todos los hombres (cf. Gn 2, 15).
3.3 La buena nueva de la familia
129.
Proclamamos
la alegría del valor de nuestras familias en América Latina. Afirma el Papa
Benedicto XVI que la familia es “patrimonio de la humanidad, constituye uno de
los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos y del caribe. Ella
ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en
que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente… La familia es
insustituible para la serenidad personal y para la educación de sus hijos” (Discurso de apertura 5).
130.
Agradecemos
a Cristo que nos revela que “Dios es amor y vive en sí mismo un misterio
personal de amor” (cf Familiaris
consortio, 11) y optando por vivir en familia en medio de nosotros, la
eleva a la dignidad de ‘iglesia doméstica’.
131.
Bendecimos
a Dios por haber creado al ser humano varón y mujer, aunque hoy se quiera
confundir esta verdad: “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen
de Dios le creó, varón y mujer los creó” (Gn
1, 27). Pertenece a la naturaleza humana el que el varón y la mujer busquen el
uno en el otro su reciprocidad y complementariedad.
132.
El
ser amados por Dios nos llena de alegría. El amor humano encuentra su plenitud
cuando participa del amor divino, del
amor de Jesús que se entrega solidariamente por nosotros en su amor pleno
hasta el fin (cf. Jn 13, 1; 15,9). El
amor conyugal es la donación recíproca entre un varón y una mujer, los esposos:
es fecundo, fiel y exclusivo hasta la muerte, abierto a la vida y a la
educación de los hijos, asemejándose al amor fecundo de la Santísima Trinidad
(cf Humanae vitae, 9). El amor
conyugal es asumido en el sacramento del matrimonio para significar la unión de
Cristo con su Iglesia, por eso en la gracia de Jesucristo encuentra su
purificación, alimento y plenitud (Cf. Ef
5, 25-33).
133.
En el
seno de una familia la persona descubre los motivos y el camino para pertenecer
a la familia de Dios. De ella recibimos la vida, la primera experiencia del
amor y de la fe. El gran tesoro de la educación de los hijos en la fe consiste
en la experiencia de una vida familiar que recibe la fe, la conserva, la
celebra, la trasmite y testimonia. Los padres deben tomar nueva conciencia de
su gozosa e irrenunciable responsabilidad en la formación integral de sus
hijos.
134.
Dios
ama nuestras familias, a pesar de tantas heridas y divisiones. La presencia
invocada de Cristo a través de la oración en familia nos ayuda a superar los
problemas, a sanar las heridas y abre caminos de esperanza. Muchos vacíos de
hogar pueden ser atenuados por servicios que presta la comunidad eclesial,
familia de familias.
3.4 La buena nueva de la actividad
humana
3.4.1 El trabajo
135. Alabamos a Dios porque en la belleza de la
creación, que es obra de sus manos, resplandece el sentido del trabajo como
participación de su tarea creadora y como servicio a los hermanos y hermanas.
Jesús, el carpintero (Mc. 6, 3), dignificó el trabajo y al trabajador y
recuerda que el trabajo no es un mero apéndice de la vida, sino que “constituye
una dimensión fundamental de la existencia del hombre en la tierra” (LE 4),
por la cual el hombre y la mujer se realizan a sí mismos como seres humanos
(cf. LE 9). El trabajo garantiza la dignidad y la libertad del hombre es
probablemente “la clave esencial de toda ‘la cuestión social’” (cf. LE 3).
136. Damos gracias a Dios porque su palabra nos
enseña que, a pesar de la fatiga que muchas veces acompaña al trabajo, el
cristiano sabe que éste, unido a la oración, sirve no sólo al progreso terreno,
sino también a la santificación personal y a la construcción del Reino de Dios
(cf LE, 27). El desempleo, la injusta
remuneración del trabajo y el vivir sin querer trabajar son contrarios al
designio de Dios. El discípulo y el misionero, respondiendo a este designio,
promueven la dignidad del trabajador y del trabajo, el justo reconocimiento de
sus derechos y de sus deberes, y desarrollan la cultura del trabajo y denuncian
toda injusticia. La salvaguardia del domingo, como día de descanso, de familia
y culto al Señor, garantiza el equilibrio entre trabajo y reposo.
137. Alabamos a Dios por los talentos, el
estudio y la decisión de hombres y mujeres para iniciar emprendimientos
generadores de trabajo y producción, que elevan la condición humana y el
bienestar de la sociedad. La actividad empresarial es buena y necesaria cuando
respeta la dignidad del trabajador, el cuidado del medio ambiente y se ordena
al bien común. Se pervierte cuando, buscando solo el lucro, atenta contra los
derechos de los trabajadores y la justicia.
3.4.2 La ciencia y la tecnología
138. Alabamos a Dios por quienes cultivan las
ciencias y la tecnología ofreciendo una inmensa cantidad de bienes y valores
culturales que han contribuido, entre otras cosas, a prolongar la expectativa
de vida y su calidad. Sin embargo, la ciencia y la tecnología no tienen las
respuestas a los grandes interrogantes de la vida humana. La respuesta última a
las cuestiones fundamentales del hombre sólo puede venir de una razón y ética
integrales iluminadas por la revelación de Dios. Cuando la verdad, el bien y la
belleza se separan; cuando la persona humana y sus exigencias fundamentales no
constituyen el criterio ético, la ciencia y la tecnología se vuelven contra el
hombre que las ha creado.
139. Hoy día las fronteras trazadas entre las
ciencias se desvanecen. Con este modo de comprender el diálogo se sugiere la
idea de que ningún conocimiento es completamente autónomo. Esta situación le
abre un terreno de oportunidades a la teología para interactuar con las
ciencias sociales.
3.5 La buena nueva del destino universal de los
bienes y ecología
140.
Con
los pueblos originarios de América, alabamos al Señor que creó el universo como
espacio para la vida y la convivencia de todos sus hijos e hijas y nos los dejó
como signo de su bondad y de su belleza. También la creación es caridad,
manifestación del amor providente de Dios; nos ha sido entregada para que la
cuidemos y la transformemos en fuente de vida digna para todos. Aunque hoy se
ha generalizado una mayor valoración de la naturaleza, percibimos claramente de
cuantas maneras el hombre amenaza y aun destruye su ‘habitat’. “La hermana
tierra” es nuestra casa común (Cántico a
las criaturas, 9) y el lugar de la alianza de Dios con los seres humanos y
con toda la creación. Desatender las mutuas relaciones y el equilibrio que Dios
mismo estableció entre las realidades creadas, es una ofensa al Creador, un
atentado contra la biodiversidad y, en definitiva, contra la vida. El discípulo
y misionero, a quien Dios le encargó la
creación, debe contemplarla, cuidarla y utilizarla, respetando siempre el orden
que le dio el Creador.
141. La mejor forma de respetar la naturaleza
es promover una ecología humana abierta a la trascendencia que respetando la
persona y la familia, los ambientes y las ciudades, sigue la indicación paulina de recapitular
todas las cosas en Cristo y de alabar con Él al Padre (cf. 1 Cor. 3, 21-23). El Señor ha entregado el
mundo para todos, para los de las generaciones presentes y futuras. El destino
universal de los bienes exige la solidaridad con la generación presente y las
futuras. Ya que los recursos son cada vez más limitados, su uso debe estar
regulado según un principio de justicia distributiva respetando el desarrollo
sostenible.
3.6 El continente de la esperanza y del amor
142.
Agradecemos
a Dios como discípulos y misioneros porque la mayoría de los Latino americanos
y Caribeños están bautizados. La providencia de Dios nos ha confiado el
precioso patrimonio de la pertenencia a la Iglesia por el don del bautismo que
nos ha hecho miembros del Cuerpo de Cristo, pueblo de Dios peregrino en tierras
americanas desde hace más de quinientos años. Alienta nuestra esperanza la
multitud de nuestros niños, los ideales de nuestros jóvenes y el heroísmo de
muchas de nuestras familias que a pesar de las crecientes dificultades siguen
siendo fieles al amor. Agradecemos a Dios la religiosidad de nuestros pueblos
que resplandece en la devoción al Cristo sufriente y a su Madre bendita, la
veneración a los Santos con sus fiestas patronales, en el amor al Papa y a los
demás pastores en el amor a la Iglesia universal como gran familia de Dios que
nunca puede ni debe dejar solos o en la miseria a sus propios hijos (cf Discurso del Papa).
143.
Reconocemos
el don de la vitalidad de la Iglesia que peregrina en América Latina, su opción
por los pobres, sus parroquias, sus comunidades, sus asociaciones, sus
movimientos eclesiales, nuevas comunidades y sus múltiples servicios sociales y
educativos. Alabamos al Señor porque ha hecho de este continente un espacio de
comunión y comunicación de pueblos y culturas indígenas. También agradecemos el
protagonismo que van adquiriendo sectores que fueron desplazados: mujeres,
indígenas, afro-descendientes, campesinos y habitantes de áreas marginales de
las grandes ciudades. Toda la vida de nuestros pueblos fundada en Cristo y
redimida por El puede mirar al futuro con esperanza y alegría acogiendo el
llamado del Papa Benedicto XVI: “¡sólo de la Eucaristía brotará la civilización
del amor que transformará Latino América y El Caribe para que además de ser el
continente de la esperanza, sea también el continente del amor!” (Discurso de Apertura, 4).
CAPÍTULO 4
LA VOCACIÓN DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS A LA SANTIDAD
4.1 Llamados al seguimiento de
Jesucristo
144. Dios Padre sale de sí, por así decirlo, para llamarnos a participar de su
vida y de su gloria. Mediante Israel, pueblo que hace suyo, Dios nos revela su proyecto de
vida. Cada vez que Israel buscó y necesitó a su Dios, sobre todo en las
desgracias nacionales, tuvo una singular experiencia de comunión con Él, quien
lo hacía partícipe de su verdad, su vida y su santidad. Por ello, no demoró en
testimoniar que su Dios -a diferencia de los ídolos- es el “Dios vivo” (Dt 5,
26) que lo libera de los opresores (cf. Ex 3, 7-10), que perdona sin límites
(cf. Eclo 2, 11) y que restituye la salvación perdida cuando el pueblo,
envuelto “en las redes de la muerte” (Sal 116, 3), se dirige a Él suplicante
(cf. Is 38, 16). De este Dios –que es su Padre– Jesús afirmará que “no es un
Dios de muertos, sino de vivos” (Mc 12, 27).
145.
En
estos últimos tiempos nos ha hablado por medio de Jesús su Hijo (Hb 1, 1ss),
con quien llega la plenitud de los tiempos (Gál 4,4). Dios, que es Santo y nos
ama, nos llama por medio de Jesús a ser santos (Ef 1, 4-5).
146. El llamamiento que hace Jesús, el Maestro,
conlleva una gran novedad. En la antigüedad los maestros invitaban a sus
discípulos a vincularse con algo trascendente, y los maestros de la Ley les
proponían la adhesión a la Ley de Moisés. Jesús invita a encontrarnos con Él y
a que nos vinculemos estrechamente a Él porque es la fuente de la vida (cf. Jn.
15) y sólo Él tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68). En la convivencia
cotidiana con Jesús y en la confrontación con los seguidores de otros maestros,
los discípulos pronto descubren dos cosas del todo originales en la relación
con Jesús. Por una parte, no fueron ellos los que escogieron a su maestro. Fue
Cristo quien los eligió. De otra parte, ellos
no fueron convocados para algo (purificarse, aprender la
Ley…), sino para Alguien,
elegidos para vincularse íntimamente a su Persona (cf. Mc. 1, 17; 2,
14). Jesús los eligió para “que estuvieran con Él y enviarlos a predicar” (Mc.
3, 14), para que lo siguieran con la finalidad de “ser de Él” y formar parte
“de los suyos” y participar de su misión. El discípulo experimenta que la
vinculación íntima con Jesús en el grupo de los suyos es participación de la
Vida salida de las entrañas del Padre, es formarse para asumir su mismo estilo
de vida y sus mismas motivaciones, correr su misma suerte y hacerse cargo de su
misión de hacer nuevas todas las cosas.
147. Con la parábola de la vid y los sarmientos
(cf. Jn 15, 1-17), Jesús revela el tipo de vinculación que Él ofrece y que
espera de los suyos. No quiere una vinculación como “siervos” (Cf. Jn. 8, 33),
porque “el siervo no conoce lo que hace su amo” (Jn. 15, 15). El siervo no
tiene entrada a la casa de su amo, menos a su vida. Jesús quiere que su
discípulo se vincule a él como “amigo” y como “hermano”. El “amigo” ingresa a
su Vida, haciéndola propia. El amigo escucha a Jesús, conoce al Padre y hace
fluir su Vida (Jesucristo) en la propia existencia (cf. 15, 14), marcando la
relación con todos (cf. 15, 12). El “hermano” de Jesús (cf. 20, 17) participa
de la vida del Resucitado, Hijo del Padre celestial, por lo que Jesús y su
discípulo comparten la misma vida que viene del Padre, aunque Jesús por
naturaleza (cf. 10, 30) y el discípulo por participación (cf. 10, 10). La
consecuencia inmediata de este tipo de vinculación es la condición de hermanos
que adquieren los miembros de su comunidad.
148.
Jesús
los hace familiares suyos, porque comparte la misma vida que viene del Padre y
les pide, como a discípulos, una unión íntima con Él, obediencia a la Palabra
del Padre, para producir en abundancia frutos de amor. Así lo atestigua san
Juan en el prólogo a su Evangelio: “A todos aquellos que creen en su nombre,
les dio capacidad para ser hijos de Dios”, y son hijos de Dios “no por la carne
ni por la sangre, ni por deseo humano, sino porque provienen de Dios” (Jn 1, 12-13).
149.
Como
discípulos y misioneros estamos llamados a intensificar nuestra respuesta de fe
y a anunciar que Cristo ha redimido todos los pecados y males de la humanidad,
“en el aspecto más paradójico de su misterio, la hora de la cruz. El grito de
Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34) no delata
la angustia de un desesperado, sino la oración del Hijo que ofrece su vida al
Padre en el amor para la salvación de todos” (NMI, 25-26).
150.
La
respuesta a su llamada exige entrar en
la dinámica del Buen samaritano, que nos da el imperativo de hacernos prójimos,
especialmente con el que sufre, y generar una sociedad sin excluidos siguiendo
la practica de Jesús que come con publicanos y pecadores (Lc. 5, 21-32) que
acoge a los pequeños y a los niños (Mc 10, 13-16), que sana a los leprosos (Mc.
1, 40-45) que perdona y libera a la mujer pecadora (Jn. 5, 1ss), que habla con
la samaritana (Jn 4, 1ss).
4.2 Configurados con el Maestro
151.
La
admiración por la persona de Jesús, su llamada y su mirada de amor buscan
suscitar una respuesta consciente y libre desde lo más íntimo del corazón del
discípulo, una adhesión de toda su persona al saber que Cristo lo llama por su
nombre (cf. Jn 10, 1-4). Es un “sí” que compromete radicalmente la libertad del
discípulo a entregarse a Jesucristo, camino, verdad y vida (cf. Jn. 14, 6). Es
una respuesta de amor a quien lo amó primero “hasta el extremo”. En este amor
de Jesús madura la respuesta del discípulo: “Te seguiré adondequiera que vayas”
(Lc 9, 57).
152.
El
Espíritu Santo que el Padre nos regala nos identifica con Jesús-camino,
abriéndonos a su misterio de salvación para que seamos hijos suyos y hermanos
unos de otros; nos identifica con Jesús-verdad, enseñándonos a renunciar a
nuestras mentiras y propias ambiciones, y nos identifica con Jesús-vida,
permitiéndonos abrazar su plan de amor y entregarnos para que otros “tengan
vida en Él”.
153.
Para
configurarse verdaderamente con el Maestro es necesario asumir la centralidad
del Mandamiento del amor, que Él quiso llamar suyo y nuevo: “Ámense unos a
otros como Yo los he amado” (Jn 15, 12). Este amor, con la medida de Jesús, de
total don de sí, además de ser el distintivo de cada cristiano no puede dejar
de ser la característica de su Iglesia, comunidad discípula de Cristo, cuyo
testimonio de caridad fraterna será el primero y principal anuncio: “de esto
conocerán que son mis discípulos” (Jn. 13, 35).
154.
En el
seguimiento de Jesucristo, aprendemos y practicamos las bienaventuranzas del
Reino, el estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor y obediencia filial al
Padre, su compasión entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres y
a los pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial hasta
el don de su vida. Hoy contemplamos a Jesucristo tal como nos lo transmiten los
Evangelios para conocer lo que Él hizo y para discernir lo que nosotros debemos
hacer en las actuales circunstancias.
155.
Identificarse
con Jesucristo es también compartir su destino: “Donde yo esté estará también
el que me sirve” (Jn 12, 26). El cristiano corre la misma suerte del Señor,
incluso hasta la cruz: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí
mismo, que cargue con su cruz y que me siga” (Mc 8, 34). Nos alienta el
testimonio de tantos misioneros y mártires de ayer y de hoy en nuestros pueblos
que han llegado a compartir la cruz de Cristo hasta la entrega de su vida.
156.
Imagen
espléndida de configuración al proyecto trinitario que se cumple en Cristo, es
la Virgen María. Desde su Concepción Inmaculada hasta su Asunción nos recuerda
que la belleza del ser humano está toda en el vínculo de amor con la Trinidad,
y que la plenitud de nuestra libertad está en la respuesta positiva que le
damos.
157.
En
América Latina y el Caribe innumerables cristianos buscan configurarse con el
Señor al encontrarlo en la escucha orante de la Palabra, recibir su perdón en
el Sacramento de la Reconciliación, y su vida en la celebración de la
Eucaristía y de los demás sacramentos, en la entrega solidaria a los hermanos
más necesitados y en la vida de muchas comunidades que reconocen con gozo al
Señor en medio de ellos.
4.3 Enviados a anunciar el
Evangelio del Reino de vida
158.
Jesús
con palabras y acciones, con su muerte y resurrección inaugura en medio de
nosotros el Reino de vida del Padre, que alcanzará su plenitud allí donde no
habrá más “muerte, ni llanto, ni dolor, porque todo lo antiguo ha desaparecido”
(Ap 21, 1-5). Durante su vida y con su muerte en cruz, Jesús permanece fiel a
su Padre y a su voluntad (cf. Lc 22, 42). Durante su ministerio, los discípulos
no fueron capaces de comprender que en un hombre como Él, radicalmente
coherente (cf. Mc 12, 14), el sentido de su vida sellaba el sentido de su
muerte. Mucho menos podían comprender que, según el designio del Padre, la
muerte del Hijo era fuente de vida fecunda para todos (cf. Jn 12, 23-24). El
misterio pascual de Jesús es el acto de obediencia y amor al Padre y de entrega
por todos sus hermanos mediante el cual el Mesías dona plenamente aquella vida
que ofrecía en caminos y aldeas de Palestina. Por su sacrificio voluntario, el
Cordero de Dios pone su vida ofrecida en las manos del Padre (cf. Lc 23, 46),
quien lo hace salvación “para nosotros” (1 Cor 1, 30). Por el misterio pascual,
el Padre sella la nueva alianza y genera un nuevo pueblo que tiene por fundamento
su amor gratuito de Padre que salva.
159.
Al
llamar a los suyos para que lo sigan, les da un encargo muy preciso: anunciar
el evangelio del Reino a todas las naciones (cf. Mc 16, 15; Lc 24, 46-48). Por
esto, todo discípulo es misionero, pues Jesús lo hace partícipe de su misión al
mismo tiempo que lo vincula a él como amigo y hermano. De esta manera, como él
es testigo del misterio del Padre, así los discípulos son testigos de la muerte
y resurrección del Señor hasta que él vuelva. Cumplir este encargo no es una
tarea opcional, sino parte integrante de la identidad cristiana, porque es la
extensión testimonial de la vocación misma.
160.
Cuando
crece la conciencia de pertenencia a Cristo, en razón de la gratitud y alegría
que produce, crece también el ímpetu de comunicar a todos el don de ese
encuentro. La misión no se limita a un programa o proyecto, sino que es
compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo,
testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de
la Iglesia a todos los confines del mundo (cf. Hch 1, 8).
161.
Benedicto
XVI nos recuerda que: “el discípulo, fundamentado así en la roca de la Palabra
de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación a sus
hermanos. Discipulado y misión son
como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de
Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4,
12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza,
no hay amor, no hay futuro” (Discurso Inaugural 3). Esta es la tarea esencial
de la evangelización, que incluye la opción preferencial por los pobres, la
promoción humana integral y la auténtica liberación cristiana.
162.
Jesús
salió al encuentro de personas en situaciones muy diversas: hombres y mujeres,
pobres y ricos, judíos y extranjeros, justos y pecadores…, invitándolos a todos
a su seguimiento. Hoy sigue invitando a encontrar en Él el amor del Padre. Por
esto mismo el discípulo misionero ha de ser un hombre o una mujer que hace
visible el amor misericordioso del Padre, especialmente a los pobres y
pecadores.
163.
Al
participar de esta misión, el discípulo camina hacia la santidad. Vivirla en la
misión lo lleva al corazón del mundo. Por eso la santidad “no es una fuga hacia
el intimismo o hacia el individualismo religioso, tampoco un abandono de la
realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales y políticos de
América Latina y del mundo y, mucho menos, una fuga de la realidad hacia un
mundo exclusivamente espiritual” (cf. Discurso Inaugural 3).
4.4 Animados por el Espíritu Santo
164.
Jesús,
al comienzo de su vida pública, después de su bautismo, fue conducido por
el Espíritu Santo al desierto para
prepararse a su misión (cf. Mc 1, 12-13) y, con la oración y el ayuno, discernió
la voluntad del Padre y venció las tentaciones de seguir otros caminos. Ese
mismo Espíritu acompañó a Jesús durante toda su vida. Una vez resucitado,
comunicó su Espíritu vivificador a los suyos (cf. Hch 2, 33).
165.
A
partir de Pentecostés, la Iglesia experimenta de inmediato fecundas irrupciones
del Espíritu, vitalidad divina que se expresa en diversos dones y carismas (cf.
1 Cor 12, 1-11) y variados oficios que edifican la Iglesia y sirven a la
evangelización (cf. 1 Cor 12, 28-29). Por estos dones del Espíritu, la
comunidad extiende el ministerio salvífico del Señor hasta que Él de nuevo se
manifieste al final de los tiempos (cf. 1 Cor 1, 6-7). El Espíritu en la
Iglesia forja misioneros decididos y valientes como Pedro (cf. Hch 6, 5) y
Pablo (cf. 1 Cor 13, 9), señala los lugares que deben ser evangelizados y elige
a quiénes deben hacerlo (cf. 1 Cor 13, 2).
166.
La
Iglesia, en cuanto marcada y sellada “con Espíritu Santo y fuego” (Mt 3, 11),
continúa la obra del Mesías, abriendo para el creyente las puertas de la
salvación (cf. 1 Cor 6, 11). Pablo lo afirma de este modo: “Ustedes son una
carta de Cristo redactada por ministerio nuestro y escrita no con tinta, sino
con el Espíritu de Dios vivo” (2 Cor 3, 3). El mismo y único Espíritu guía y
fortalece a la Iglesia en el anuncio de la Palabra, en la celebración de la fe
y en el servicio de la caridad hasta que el Cuerpo de Cristo alcance la
estatura de su Cabeza (cf. Ef 4, 15-16). De este modo, por la eficaz presencia
de su Espíritu, Dios asegura hasta la parusía su propuesta de vida para hombres
y mujeres de todos los tiempos y lugares, impulsando la transformación de la
historia y sus dinamismos. Por tanto, el Señor sigue derramando hoy su Vida por
la labor de la Iglesia que, con “la fuerza del Espíritu Santo enviado desde el
cielo” (1 Pe 1, 12), continúa la misión que Jesucristo recibió de su Padre (cf.
Jn 20, 21).
167.
Jesús
nos transmitió las palabras de su Padre, y es el Espíritu quien recuerda a la
Iglesia las palabras de Cristo (cf. Jn 14, 26). Por eso el Espíritu Santo es,
en la Iglesia, el Maestro interior que conduce al conocimiento de la verdad
total formando discípulos y misioneros. Esta es la razón por la cual los
seguidores de Jesús deben dejarse guiar constantemente por el Espíritu (Gal 5,
25), y hacer propia la pasión por el Padre y el Reino: anunciar la Buena Nueva
a los pobres, curar a los enfermos, consolar a los tristes, liberar a los
cautivos y anunciar a todos el año de gracia del Señor (cf. Lc 4, 1-4).
168.
Esta
realidad se hace presente en nuestra vida por obra del Espíritu Santo que
también, a través de los sacramentos, nos ilumina y vivifica. En virtud del
bautismo y la confirmación somos llamados a ser discípulos misioneros de
Jesucristo y entramos a la comunión trinitaria en la Iglesia, la cual tiene su
cumbre en la Eucaristía, que es principio y proyecto de misión del cristiano.
“Así, pues, la Santísima Eucaristía lleva la iniciación cristiana a su plenitud
y es como el centro y fin de toda la vida sacramental” (SC 17).
CAPÍTULO 5
LA COMUNIÓN DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS EN LA IGLESIA
5.1 Llamados a vivir en comunión
169.
Jesús al inicio de su ministerio público elige a los doce
para vivir en comunión con Él (cf. Mc 3, 14). Para favorecer la comunión y
evaluar la misión, Jesús les pide: “Vamos aparte a un lugar tranquilo para descansar un
poco” (Mc 6, 31-32). En otras oportunidades se entretendrá con ellos
para explicarles el misterio del Reino (cf. Mc. 4, 11.33-34). De la misma
manera se comporta con el grupo de los setenta y dos discípulos (cf. Lc 10,
17-20). Al parecer, el encuentro a solas indica que Jesús quiere hablarles al
corazón (cf. Os 2, 14). Hoy también el encuentro de los discípulos con Jesús en
la intimidad es indispensable para alimentar la vida comunitaria y la actividad
misionera.
170.
Los discípulos
de Jesús están llamados a vivir en comunión con el Padre (1 Jn 1, 3) y con su
Hijo muerto y resucitado, en “la comunión en el Espíritu Santo” (2 Cor 13, 13).
El misterio de la Trinidad es la fuente, el modelo y la meta del misterio de la
Iglesia: “un pueblo reunido por la unidad del Padre del Hijo y del Espíritu
Santo”, llamada en Cristo “como un sacramento, o signo e instrumento de la
íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1). La comunión de los fieles y de
las Iglesias Particulares en el Pueblo de Dios se sustenta en la comunión con
la Trinidad.
171.
La
vocación al discipulado misionero es con-vocación
a la comunión en su Iglesia. No hay discipulado sin comunión. Ante la
tentación, muy presente en la cultura actual de ser cristianos sin Iglesia y
las nuevas búsquedas espirituales individualistas, afirmamos que la fe en
Jesucristo nos llegó a través de la comunidad eclesial y ella “nos da una
familia, la familia universal de Dios en la Iglesia Católica. La fe nos libera
del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión” (S.S. Benedicto XVI, Discurso Inaugural, 3). Esto significa
que una dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a
una comunidad concreta en la que podamos vivir una experiencia permanente de
discipulado y de comunión con los sucesores de los Apóstoles y al Papa.
172.
Al recibir la fe y el bautismo, los cristianos acogemos
la acción del Espíritu Santo que lleva a confesar a Jesús como Hijo de Dios y a
llamar a Dios “Abba”. Todos los bautizados y bautizadas de América Latina y del
Caribe “a través del sacerdocio común del Pueblo de Dios” (S.S. Benedicto XVI, Discurso Inaugural, 5), estamos llamados
a vivir y trasmitir la comunión con la Trinidad, pues “la evangelización es un
llamado a la participación de la comunión trinitaria” (DP 218).
173.
Al igual que las primeras comunidades de cristianos, hoy
nos reunimos asiduamente “para escuchar la enseñanza de los apóstoles y
participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2,
42). La comunión de la Iglesia se nutre con el Pan de la Palabra de Dios y con
el Pan del Cuerpo de Cristo. La Eucaristía, participación de todos en el mismo
Pan de Vida y en el mismo Cáliz de Salvación, nos hace miembros del mismo
Cuerpo (1 Cor 10, 17). Ella es fuente y culmen de la vida cristiana (cf. LG
11), su expresión más perfecta y el alimento de la vida en comunión. En la
Eucaristía se nutren las nuevas relaciones evangélicas que surgen de ser hijos
e hijas del Padre y hermanos y hermanas en Cristo. La Iglesia que la celebra es
“casa y escuela de comunión” (NMI 43)
donde los discípulos comparten la misma fe, esperanza y amor al servicio de la
misión evangelizadora.
174.
La Iglesia, como “comunidad de amor” (DCE 19), está llamada a reflejar la
gloria del amor de Dios que es comunión y así atraer a las personas y a los
pueblos hacia Cristo. En el ejercicio de la unidad querida por Jesús, los
hombres y mujeres de nuestro tiempo se sienten convocados y recorren la hermosa
aventura de la fe. “Que todos sean uno para que el mundo crea” (Jn 17,21). La
Iglesia crece no por proselitismo sino “por ‘atracción’: como Cristo ‘atrae
todo a sí’ con la fuerza de su amor” (Benedicto XVI, Homilía 13/5/07). La Iglesia “atrae” cuando vive en comunión, pues
los discípulos de Jesús serán reconocidos si se aman los unos a los otros como
Él nos amó (cf. Jn 13, 34).
175.
La Iglesia peregrina vive anticipadamente la belleza del
amor que se realizará al final de los tiempos en la perfecta comunión con Dios
y los hombres (cf. Benedicto XVI, Homilía 13/5/07). Su riqueza consiste en
vivir ya en este tiempo la “comunión de los santos”, es decir, la comunión en
los bienes divinos entre todos los miembros de la Iglesia, en particular entre
los que peregrinan y los que ya gozan de la gloria (cf. LG 49). Constatamos que en nuestra Iglesia existen numerosos
católicos que expresan su fe y su pertenencia de forma esporádica,
especialmente a través de la piedad a Jesucristo, la Virgen y su devoción a los
santos. Los invitamos a profundizar su fe y a participar más plenamente en la
vida de la Iglesia recordándoles que “en virtud del bautismo, están llamado a
ser discípulos y misioneros de Jesucristo” (Benedicto XVI, Discurso inaugural 3).
176.
La Iglesia es comunión en el amor. Esta es su esencia y
el signo por la cual está llamada a ser reconocida como seguidora de Cristo y
servidora de la humanidad. El nuevo mandamiento es lo que une a los discípulos
entre sí reconociéndose como hermanos y hermanas, obedientes al mismo Maestro,
miembros unidos a la misma Cabeza y, por ello, llamados a cuidarse los unos a
los otros (1 Cor 13; Col 3, 12-14).
177.
La diversidad de carismas, ministerios y servicios abre
el horizonte para el ejercicio cotidiano de la comunión a través de la cual los
dones del Espíritu son puestos a disposición de los demás para que circule la
caridad (cf. 1 Cor 12, 4-12). Cada bautizado, en efecto, es portador de dones
que debe desarrollar en unidad y complementariedad con los de los otros, a fin
de formar el único Cuerpo de Cristo, entregado para la vida del mundo. El
reconocimiento práctico de la unidad orgánica y la diversidad de funciones
asegurará mayor vitalidad misionera y será signo e instrumento de
reconciliación y paz para nuestros pueblos. Cada comunidad está llamada a
descubrir e integrar los talentos escondidos y silenciosos que el Espíritu
regala a los fieles.
178.
En el pueblo de Dios “la comunión y la misión están
profundamente unidas entre sí… La comunión es misionera y la misión es para la
comunión” (Juan Pablo II, ChL 32). En
las iglesias particulares todos los miembros del pueblo de Dios, según sus
vocaciones específicas, estamos convocados a la santidad en la comunión y la
misión.
5.2 Lugares eclesiales para la
comunión
5.2.1 La Parroquia, comunidad de
comunidades
179.
Entre
las comunidades eclesiales en las que viven y se forman los discípulos
misioneros de Jesucristo sobresalen las Parroquias. Ellas son células vivas de
la Iglesia (AA 10; SD 55) y el lugar privilegiado en el que la mayoría de los
fieles tienen una experiencia concreta de Cristo y la comunión eclesial (EA
41). Uno de los anhelos más grandes que se ha expresado en las Iglesias de
América Latina con motivo de la preparación de la V Conferencia General, es el
de una valiente acción renovadora de las Parroquias a fin de que sean de verdad
“espacios de la iniciación cristiana, de la educación y celebración de la fe,
abiertas a la diversidad de carismas, servicios y ministerios, organizadas de
modo comunitario y responsable, integradoras de movimientos de apostolado ya
existentes, atentas a la diversidad cultural de sus habitantes, abiertas a los
proyectos pastorales y supraparroquiales y a las realidades circundantes” (EA
41).
180.
Todos
los miembros de la comunidad parroquial son responsables de la evangelización
de los hombres y mujeres en cada ambiente. El Espíritu Santo que actúa en
Jesucristo es también enviado a todos en cuanto miembros de la comunidad,
porque su acción no se limita al ámbito individual, sino que abre siempre a las
comunidades a la tarea misionera, así como ocurrió en Pentecostés (Hch 2,
1-13).
181.
La
renovación de las parroquias al inicio del tercer milenio exige reformular sus
estructuras, para que sea una red de comunidades y grupos capaz de articularse
logrando que los participantes se sientan y sean realmente discípulos y
misioneros de Jesucristo en comunión. Desde la parroquia hay que anunciar lo
que Jesucristo “hizo y enseñó” (Hch 1, 1) mientras estuvo con nosotros. Su
Persona y su obra son la buena noticia de salvación anunciada por los ministros
y testigos de la Palabra que el Espíritu suscita e inspira. La Palabra acogida
es salvífica y reveladora del misterio de Dios y de su voluntad. Toda parroquia
está llamada a ser el espacio donde la escucha de la Palabra sea la fuente del
discipulado misionero. Su propia renovación exige que se deje iluminar siempre
de nuevo por la Palabra viva y eficaz.
182.
La V
Conferencia General es una oportunidad para que todas nuestras parroquias se
vuelvan misioneras. Es limitado el número de católicos que llegan a nuestra
celebración dominical, es inmenso el número de los alejados, así como el de los
que no conocen a Cristo. La renovación misionera de las parroquias se impone
tanto en la evangelización de las grandes ciudades como del mundo rural de
nuestro Continente, que nos está exigiendo imaginación y creatividad para
llegar a las multitudes que anhelan el Evangelio de Jesucristo. Particularmente
en el mundo urbano se plantea la creación de nuevas estructuras pastorales,
puesto que muchas de ellas nacieron en otras épocas para responder a las
necesidades del ámbito rural.
183.
Los
mejores esfuerzos de las parroquias en este inicio del tercer milenio deben
estar en la convocatoria y en la formación de laicos misioneros. Solamente a
través de la multiplicación de ellos podremos llegar a responder a las
exigencias misioneras del momento actual. También es importante recordar que el
campo especifico de la actividad evangelizadora laical es el complejo mundo del
trabajo, la cultura, las ciencias y las artes, la política, los medios de
comunicación y la economía, así como los ámbitos de la familia, la educación,
la vida profesional, sobre todo en los contextos donde la Iglesia se hace
presente solamente por ellos (LG.31, 33; GS.43; AA.2).
184.
Siguiendo
el ejemplo de la primera comunidad cristiana (Hch 2, 46-47), la comunidad
parroquial se reúne para partir el pan de la Palabra y de la Eucaristía y
perseverar en la catequesis, en la vida sacramental y la práctica de la caridad
(Benedicto XVI, Audiencia 23 de mayo de 2007). En la celebración eucarística ella
renueva su vida en Cristo. La Eucaristía, en la cual se fortalece la comunidad
de los discípulos, es para la Parroquia una escuela de vida cristiana. En ella
juntamente con la adoración eucarística y con la práctica del sacramento de la
reconciliación para acercarse dignamente a comulgar se preparan sus miembros en
orden a dar frutos permanentes de caridad, reconciliación y justicia para la vida del mundo.
185.
La
Eucaristía fuente y culmen de la vida cristiana hace que nuestras parroquias
sean siempre comunidades eucarísticas que viven sacramentalmente el encuentro
con Cristo Salvador. Ellas celebran con alegría:
186.
En el
Bautismo: la incorporación de un nuevo miembro.
187.
En la
Confirmación: el compromiso más adulto en el ámbito de la pertenencia a la
comunidad eclesial.
188.
En la
Penitencia o Reconciliación: la conversión de aquellos miembros de la comunidad
que reconocen haber sido incoherentes con sus compromisos.
189.
En la
Unción de los Enfermos: el sentido evangélico de los miembros de la comunidad,
seriamente enfermos o en peligro de muerte.
190.
En el
sacramento del Orden: la opción de algunos cristianos de ponerse
definitivamente al servicio pastoral de sus hermanos, una vez llamados por el
Obispo.
191.
En el
matrimonio: el amor esponsal que como gracia de Dios germina y crece hasta la
madurez y la donación total.
192.
Recordando
que la Eucaristía hace a la Iglesia, nos preocupa la situación de miles de
comunidades cristianas privadas de la Eucaristía dominical por largos períodos
de tiempo.
193.
La
Eucaristía, signo de la unidad con todos, que prolonga y hace presente el
misterio del Hijo de Dios hecho pobre, nos plantea la exigencia de una
evangelización integral. La inmensa mayoría de los católicos de nuestro
continente viven bajo el flagelo de la pobreza. Esta tiene diversas expresiones:
económica, física, espiritual, moral, etc. Si Jesús vino para que todos
tengamos vida en plenitud, la parroquia tiene la hermosa ocasión de responder a
las grandes necesidades de nuestros pueblos. Para ello tiene que seguir el
camino de Jesús y llegar a ser buena samaritana como Él. Cada parroquia debe
llegar a concretar en signos solidarios su compromiso social en los diversos
medios en que ella se mueve, con toda “la imaginación de la caridad” (NMI 50).
No puede ser ajena a los grandes sufrimientos que vive la mayoría de nuestra
gente y que con mucha frecuencia son pobrezas escondidas. Toda auténtica misión
unifica la preocupación por la dimensión trascendente del ser humano y por
todas sus necesidades concretas, para que todos alcancen la plenitud que
Jesucristo ofrece.
5.2.2 La diócesis, lugar
privilegiado de la comunión
194.
La
vida en comunidad es esencial a la vocación cristiana. El discipulado y la
misión siempre suponen la pertenencia a una comunidad. Dios no quiso salvarnos
aisladamente, sino formando un Pueblo (LG.9). Este es un aspecto que distingue
la vivencia de la vocación cristiana de un simple sentimiento religioso
individual. Por eso la experiencia de fe siempre se vive en una Iglesia
Particular.
195.
Reunida
y alimentada por la Palabra y la Eucaristía, la Iglesia católica existe y se
manifiesta en cada Iglesia particular en comunidad con el Obispo de Roma (ChL
85). Esta es, como lo afirma el Concilio “una porción del pueblo de Dios
confiada a un obispo para que la apaciente con su presbiterio” (ChD 11).
196.
La
Iglesia particular es totalmente Iglesia, pero no es toda la Iglesia. Es la
realización concreta del misterio de la Iglesia Universal en un determinado
lugar y tiempo. Para eso, ella debe estar en comunión con las otras Iglesias
particulares y bajo el pastoreo supremo del Papa, obispo de Roma, que preside
todas las Iglesias.
197.
La
maduración en el seguimiento de Jesús y la pasión por anunciarlo requieren que
la Iglesia particular se renueve constantemente en su vida y ardor misionero.
Sólo así puede ser, para todos los bautizados, casa y escuela de comunión, de
participación y solidaridad. En su realidad social concreta, el discípulo hace
la experiencia del encuentro con Jesucristo vivo, madura su vocación cristiana,
descubre la riqueza y la gracia de ser misionero y anuncia la Palabra con
alegría.
198.
La
Diócesis, en todas sus comunidades y estructuras, está llamada a ser una
“comunidad misionera” (cf. ChL 32). Cada Diócesis necesita robustecer su
conciencia misionera, saliendo al encuentro de quienes aún no creen en Cristo
en el ámbito de su propio territorio y responder adecuadamente a los grandes
problemas de la sociedad en la cual está inserta. Pero también, con espíritu
materno, está llamada a salir en búsqueda de todos los bautizados que no participan
en la vida de las comunidades cristianas.
199.
La
Diócesis, presidida por el Obispo, es el primer ámbito de la comunión y la
misión. Ella debe impulsar y conducir una acción pastoral orgánica renovada y
vigorosa, de manera que la variedad de carismas, ministerios, servicios y
organizaciones se orienten en un mismo proyecto misionero para comunicar vida
en el propio territorio. Este proyecto, que surge de un camino de variada
participación, hace posible la pastoral orgánica, capaz de dar respuesta a los
nuevos desafíos. Porque un proyecto sólo es eficiente si cada comunidad
cristiana, cada parroquia, cada comunidad educativa, cada comunidad de vida
consagrada, cada asociación o movimiento
y cada pequeña comunidad se insertan activamente en la pastoral orgánica de
cada diócesis. Cada uno está llamado a evangelizar de un modo armónico e
integrado en el proyecto pastoral de la Diócesis.
5.2.3 La Conferencias Episcopales y
la comunión entre las Iglesias
200. Los obispos, además del servicio a la
comunión que prestan en sus Iglesias particulares, ejercen este oficio junto
con las otras iglesias diocesanas. De este modo realizan y manifiestan el
vínculo de comunión que las une entre sí. Esta experiencia de comunión
episcopal, sobre todo después del Concilio Vaticano II, debe entenderse como un encuentro con Cristo vivo, presente en los
hermanos que están reunidos en su nombre” (EA 37). Para
crecer en esa fraternidad y en la corresponsabilidad pastoral, los obispos deben cultivar la
espiritualidad de la comunión en orden a acrecentar los vínculos de
colegialidad que los unen a los demás obispos de su propia Conferencia, pero
también a todo el Colegio Episcopal y a la Iglesia de Roma, presidida por el
sucesor de Pedro: “cum Petro et sub Petro”.
En la Conferencia Episcopal los obispos encuentran su espacio de discernimiento
solidario de los grandes problemas de la sociedad y de la Iglesia, y el
estímulo para brindar las orientaciones pastorales que animen a los miembros
del Pueblo de Dios a asumir con fidelidad y decisión su vocación de ser
discípulos misioneros.
201.
El
Pueblo de Dios se construye como una comunión de Iglesias particulares y, a
través de ellas, como un intercambio entre las culturas. En este marco, los
obispos y las Iglesias locales expresan su solicitud por todas las Iglesias,
especialmente por las más cercanas, reunidas en las provincias eclesiásticas,
las conferencias regionales, y otras formas de asociación interdiocesana en el
interior de cada Nación o entre países de una misma Región o Continente. Estas
variadas formas de comunión estimulan con vigor las “relaciones de hermandad
entre las diócesis y las parroquias” (EA 33) y fomentan “una mayor cooperación
entre las iglesias hermanas” (EA 74).
202.
El
CELAM es un organismo eclesial de fraterna colegialidad episcopal, cuya
preocupación fundamental es colaborar para la evangelización del Continente. A
lo largo de sus 50 años ha brindado servicios muy importantes a las
Conferencias Episcopales y a nuestras Iglesias Particulares, entre los que
destacamos las Conferencias Generales, los Encuentros Regionales, los
Seminarios de estudio, el ITEPAL y el CEBIPAL. El resultado de todo este
esfuerzo es una sentida fraternidad entre los Obispos del Continente y una
reflexión teológica y un lenguaje pastoral común que favorece la comunión y el
intercambio entre las Iglesias.
5.3 Discípulos misioneros con
vocaciones específicas
203.
La
condición del discípulo brota de Jesucristo como de su fuente por la fe y el
bautismo y crece en la Iglesia, comunidad donde todos sus miembros adquieren
igual dignidad y participan de diversos ministerios y carismas. De este modo se
realiza en la Iglesia la forma propia y específica de vivir la santidad
bautismal al servicio del Reino de Dios.
204.
En el
fiel cumplimiento de su vocación bautismal el discípulo ha de tener en cuenta
los desafíos que el mundo de hoy le presenta a la Iglesia de Jesús, entre
otros: el éxodo de fieles a las sectas y otros grupos religiosos; las
corrientes culturales contrarias a Cristo y la Iglesia; el desaliento de
sacerdotes frente al vasto trabajo pastoral; la escasez de sacerdotes en muchos
lugares; el cambio de paradigmas culturales; el fenómeno de la globalización y
la secularización; los graves problemas de violencia, pobreza e injusticia; la
creciente cultura de la muerte que afecta la vida en todas sus formas.
5.3.1 Los obispos, discípulos
misioneros de Jesús Sumo Sacerdote
205.
Los
obispos, como sucesores de los apóstoles junto con el Sumo Pontífice y bajo su
autoridad (cf. CD 2), con fe y
esperanza hemos aceptado la vocación de servir al Pueblo de Dios conforme al
corazón de Cristo Buen Pastor. Junto con todos los fieles y en virtud del
bautismo somos, ante todo, discípulos y miembros del Pueblo de Dios. Como todos
los bautizados, y junto con ellos, queremos seguir a Jesús, Maestro de vida y
de verdad, en la comunión de la Iglesia. Como Pastores, servidores del
Evangelio, somos concientes de ser llamados a vivir el amor a Jesucristo y a la
Iglesia en la intimidad de la oración y de la donación de nosotros mismos a los
hermanos y hermanas, a quienes presidimos en la caridad. Es como dice San
Agustín: con ustedes soy cristiano, para ustedes soy obispo.
206.
El
Señor nos llama a promover por todos los medios la caridad y la santidad de los
fieles. Nos empeñamos para que el pueblo de Dios crezca en la gracia mediante
los sacramentos presididos por nosotros mismos y por los demás ministros
ordenados. Estamos llamados a ser maestros de la fe y, por tanto, a anunciar la
Buena Nueva que es fuente de esperanza para todos, a velar y promover con
solicitud y coraje la fe católica. En virtud de la íntima fraternidad que
proviene del sacramento del Órden tenemos el deber de cultivar de manera
especial los vínculos que nos unen a nuestros presbíteros y diáconos. Servimos
a Cristo y a la Iglesia mediante el discernimiento de la voluntad del Padre,
para reflejar al Señor en su modo de pensar, de sentir, de hablar y de
comportarse en medio de los hombres. En síntesis, los obispos hemos de ser
testigos cercanos y gozosos de Jesucristo, Buen Pastor (cf. Jn 10).
207.
Los
Obispos, como pastores, estamos llamados a “hacer de la Iglesia una casa e
escuela de comunión” (NMI 43). Como
animadores de la comunión tenemos la misión de acoger, discernir y animar
carismas, ministerios y servicios en la Iglesia. Como padres y centro de unidad
nos esforzamos por presentar al mundo un rostro de la Iglesia en la cual todos
se sientan acogidos como en su propia casa. Para todo el Pueblo de Dios, en especial para los presbíteros, buscamos ser padres, amigos y
hermanos siempre abiertos al diálogo, especialmente para los presbíteros.
208.
Para
crecer en estas actitudes, los obispos hemos de procurar la unión constante con
el Señor, cultivar la espiritualidad de la comunión con todos los que creen en
Cristo y promover los vínculos de colegialidad que los unen al Colegio
Episcopal, particularmente con su cabeza, el Obispo de Roma. No podemos olvidar
que el obispo es principio y constructor de la unidad de su Iglesia particular
y santificador de su pueblo, testigo de esperanza y padre de los fieles,
especialmente de los pobres, y que su principal tarea es ser anunciador de la
Palabra de Dios y la administración de los sacramentos.
209.
Todo
el pueblo de Dios debe agradecer a los Obispos eméritos que como pastores han
entregado su vida al servicio del Reino, siendo discípulos y misioneros. A
ellos los acogemos con cariño y aprovechamos su vasta experiencia apostólica
que todavía puede producir muchos frutos. Ellos mantienen profundos vínculos
con las diócesis que les fueron confiadas a las que están unidas por su caridad
y su oración.
5.3.2 Los presbíteros, discípulos
misioneros de Jesús Buen Pastor
5.3.2.1 Identidad y misión de los
presbíteros
210.
Valoramos
y agradecemos con gozo que la inmensa mayoría de los presbíteros vivan su
ministerio con fidelidad y sean modelo para los demás, que saquen tiempo para
su formación permanente, que cultiven una vida espiritual que estimula a los
demás presbíteros, centrada en la escucha de la Palabra de Dios y en la
celebración diaria de la Eucaristía: “¡Mi Misa es mi vida y mi vida es una Misa
prolongada!” (A. Hurtado, Un fuego que
enciende otros fuegos, pp 69-70). Agradecemos también a aquellos que han sido enviados a otras Iglesias motivados por un
auténtico sentido misionero.
211.
Una
mirada a nuestro momento actual nos muestra situaciones que afectan y desafían
la vida y el ministerio de nuestros presbíteros. Entre otras, la identidad
teológica del ministerio presbiteral, su inserción en la cultura actual y
situaciones que inciden en su existencia.
212.
El
primero dice relación con la identidad teológica del ministerio presbiteral. El
Concilio Vaticano II establece el sacerdocio ministerial al servicio del
sacerdocio común de los fieles, y cada uno a su manera participan del único
sacerdocio de Cristo (Cf. LG 10). Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, nos ha
redimido y nos ha participado su vida divina. En Él, somos todos hijos del
mismo Padre y hermanos entre nosotros, también los presbíteros. Antes que padre
el presbítero es un hermano. Esta dimensión fraterna debe transparentarse en el
ejercicio pastoral y superar la tentación del autoritarismo que lo aísla de la
comunidad y de la colaboración con los demás miembros de la Iglesia. No puede
tampoco caer en la tentación de considerarse solamente un delegado o
representante de la comunidad sino un don para ella por la unción del espíritu
en su ordenación y su especial unión con Cristo cabeza.
213.
El
segundo desafío se refiere al ministerio del presbítero inserto en la cultura
actual. El presbítero está llamado a conocerla para sembrar en ella la semilla
del Evangelio, es decir, para que el mensaje de Jesús llegue a ser una
interpelación válida, comprensible, esperanzadora y relevante para la vida del
hombre y de la mujer de hoy, especialmente para los jóvenes. Este desafío
incluye la necesidad de potenciar adecuadamente la formación inicial y
permanente de los presbíteros, en las sus cuatro dimensiones (cf. PDV 72).
214.
El
tercer desafío se refiere a los aspectos vitales y afectivos, al celibato y a
una vida espiritual intensa fundada en la experiencia de Dios; asimismo al
cultivo de relaciones fraternas con los demás presbíteros, con el obispo y con
los laicos. Para que el ministerio del presbítero sea coherente y testimonial,
éste debe amar y realizar su tarea pastoral en comunión con el obispo y con sus
pares. El ministerio sacerdotal que brota del Orden Sagrado tiene una “radical
forma comunitaria” y sólo puede ser desarrollado como una “tarea colectiva” (PDV 17).
215.
En
particular el presbítero es invitado a valorar, como un don de Dios, el celibato
que le posibilita una especial configuración con el estilo de vida del propio
Cristo y lo hace signo de su caridad pastoral en la entrega a Dios y a los
hombres con corazón pleno e indiviso. “En efecto, esta opción del sacerdote es
una expresión peculiar de la entrega que lo configura con Cristo y de la
entrega de sí mismo por el Reino de Dios” (Sacramentun
Caritatis 24). El celibato pide asumir con madurez la propia afectividad y
sexualidad, viviéndolas con serenidad y alegría en un camino comunitario (cf. PDV 44).
216.
Otros
desafíos son de carácter estructural, como por ejemplo la existencia de
parroquias demasiado grandes que dificultan el ejercicio de una pastoral
adecuada, parroquias muy pobres que hacen que los pastores se dediquen a otras
tareas para poder subsistir, parroquias situadas en sectores de extrema
violencia e inseguridad y la falta y mala distribución de presbíteros en las
Iglesias del continente.
217.
El
presbítero, a imagen del Buen Pastor, está llamado a ser hombre de la
misericordia y la compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos,
particularmente de los que sufren grandes necesidades. La caridad pastoral,
fuente de la espiritualidad sacerdotal, anima y unifica su vida y ministerio.
Consciente de sus limitaciones valora la pastoral orgánica y se inserta con
gusto en su presbiterio.
218.
El
Pueblo de Dios siente la necesidad de presbíteros-discípulos: que tengan una
profunda experiencia de Dios, configurados con el corazón del Buen Pastor,
dóciles a las mociones del Espíritu, que se nutran de la Palabra de Dios, de la
Eucaristía y de la oración; de presbíteros-misioneros: movidos por la caridad
pastoral, que los lleve a cuidar del rebaño a ellos confiados y a buscar a los
más alejados, siempre en profunda comunión con su Obispo, los presbíteros,
diáconos, religiosos, religiosas y
laicos; de presbíteros-servidores de la vida: que estén atentos a las
necesidades de los más pobres, comprometidos en la defensa de los derechos de
los más débiles y promotores de la cultura de la solidaridad. También de
presbíteros llenos de misericordia, disponibles para administrar el sacramento
de la reconciliación.
219.
Todo
esto requiere que en las diócesis y las Conferencias Episcopales desarrollen
una pastoral presbiteral que privilegie la espiritualidad específica y la
formación permanente e integral los sacerdotes. Es oportuno señalar la
complementariedad entre la formación iniciada en el seminario y el proceso
formativo que abarca las diversas etapas de vida del presbítero. La Exhortación
Apostólica Pastores Dabo Vobis,
enfatiza que: “La formación permanente es un deber, ante todo para los
sacerdotes jóvenes y ha de tener aquella frecuencia y programación de
encuentros que, a la vez que prolongan la seriedad y solidez de la formación
recibida en el seminario” (nn. 76).
5.3.2.2 Los párrocos, animadores de
una comunidad de discípulos misioneros
220.
La
renovación de la parroquia exige actitudes nuevas en los párrocos y en los
sacerdotes que están al servicio de ella. La primera exigencia es que el
párroco sea un auténtico discípulo de Jesucristo, porque sólo un sacerdote
enamorado del Señor Jesucristo puede renovar una parroquia. Pero al mismo
tiempo debe ser un ardoroso misionero, que vive el constante anhelo de buscar a
los alejados y ha renunciado a ser un mero administrador parroquial.
221.
Pero,
sin duda, no basta la entrega generosa del sacerdote y de las comunidades de
religiosos. Se requiere que todos los laicos se sientan corresponsables en la
formación de los discípulos y en la misión. Esto supone que los párrocos sean
promotores y animadores de la diversidad misionera y que dediquen tiempo
generosamente al sacramento de la reconciliación. Una parroquia renovada
multiplica las personas que prestan servicios y acrecienta los ministerios.
Igualmente en este campo se requiere imaginación para encontrar respuesta a los
muchos y siempre cambiantes desafíos que plantea la realidad, exigiendo nuevos
servicios y ministerios. La integración de todos ellos en la unidad de un único
proyecto evangelizador es esencial para asegurar una comunión misionera.
222.
Una
parroquia, comunidad de discípulos misioneros, requiere organismos que superen
cualquier clase de burocracia. Los Consejos Pastorales Parroquiales tendrán que
estar formados por discípulos misioneros constantemente preocupados por llegar
a todos. El Consejo de Asuntos Económicos junto a toda la comunidad parroquial,
trabajará para obtener los recursos necesarios, de manera que la misión avance
y se haga realidad en todos los ambientes. Estos y todos los organismos han de estar
animados por una espiritualidad de comunión misionera: “Sin este camino
espiritual de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se
convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de
expresión y crecimiento” (NMI 43).
223.
Dentro
del territorio parroquial, la familia cristiana es la primera y más básica
comunidad eclesial. En ella se viven y se transmiten los valores fundamentales
de la vida cristiana. Se la llama “Iglesia Doméstica” (LG 11). Allí los padres
son los primeros transmisores de la fe a sus hijos, enseñándoles a través del
ejemplo y la palabra, a ser verdaderos discípulos misioneros. Al mismo tiempo,
cuando esta experiencia de discipulado misionero es auténtica, “una familia se
hace evangelizadora de muchas otras familias y del ambiente en que ella vive”
(FC 52; CCE 1655-1658, 2204-2206,2685). Esto opera en la vida diaria “dentro y
a través de los hechos, las dificultades, los acontecimientos de la existencia
de cada día” (FC 51). El Espíritu que todo lo hace nuevo actúa aun dentro de
situaciones irregulares en las que se realiza un proceso de transmisión de la
fe, pero hemos de reconocer que, en las actuales circunstancias, a veces este
proceso se encuentra dificultado. La Parroquia no se propone llegar sólo a sujetos
aislados, sino a la vida de todas las familias, para fortalecer su dimensión
misionera.
5.3.3 Los diáconos permanentes,
discípulos misioneros de Jesús Servidor
224.
Algunos
discípulos y misioneros del Señor son llamados a servir a la Iglesia como
diáconos permanentes, fortalecidos, en su mayoría, por la doble sacramentalidad
del matrimonio y del Orden. Ellos son ordenados para el servicio de la Palabra,
de la caridad y de la liturgia, especialmente para los sacramentos del bautismo
y del matrimonio; también para acompañar la formación de nuevas comunidades
eclesiales, especialmente en las fronteras geográficas y culturales, donde
ordinariamente no llega la acción evangelizadora de la Iglesia.
225.
Cada
diácono permanente debe cultivar esmeradamente su inserción en el cuerpo
diaconal y una estrecha relación con su obispo, los presbíteros y demás
miembros del pueblo de Dios. Cuando están al servicio de una parroquia, es
necesario que los diáconos y presbíteros busquen un diálogo y trabajen en
comunión.
226.
Ellos
deben recibir una adecuada formación humana, espiritual, doctrinal y pastoral
con programas adecuados, que tengan en cuenta -en el caso de los que están
casados- a la esposa y su familia. Su formación los habilitará a ejercer con
fruto su ministerio en los campos de la evangelización, de la vida de las
comunidades, de la liturgia y de la acción social, especialmente con los más
necesitados, dando testimonio así de Cristo servidor al lado de los enfermos,
de los que sufren, de los migrantes y refugiados, de los excluidos y de las
víctimas de la violencia y encarcelados.
227.
La
presencia numérica de los diáconos permanentes ha crecido significativamente en
nuestras iglesias, aunque con desigual desarrollo y valoración. La V
Conferencia anima a los obispos de América Latina y El Caribe a impulsar el
diaconado permanente en las distintas diócesis y para grupos humanos
específicos y pastorales ambientales, y espera de los diáconos un testimonio
evangélico y un impulso misionero para que sean apóstoles en sus familias, en
sus trabajos, en sus comunidades y en las nuevas fronteras de la misión.
5.3.4 Los fieles laicos y laicas,
discípulos y misioneros de Jesús Luz del mundo
228.
Los
fieles laicos son “los cristianos que están incorporados a Cristo por el
bautismo, que forman el pueblo de Dios y que participan de las funciones de
Cristo: sacerdote, profeta y rey. Ellos realizan, según su condición, la misión
de todo el pueblo cristiano en el Iglesia y en el mundo” (cf. LG 31). Son “hombres de la Iglesia en el
corazón del mundo, y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia” (DP
786).
229.
Su
misión propia y específica se realiza en el mundo, de tal modo que con su
testimonio y su actividad contribuyan a la transformación de las realidades y
la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio. “El ámbito
propio de su actividad evangelizadora es el mismo mundo vasto e complexo de la
política, de realidad social y de la economía, como también el de la cultura,
de las ciencias e de las artes, de la vida internacional, de los ‘mas media’, e
otras realidades abiertas a la evangelización, como sean el amor, la familia,
la educación de los niños e adolescentes, el trabajo profesional e el
sufrimiento” (EN 70). Además, tienen el deber de hacer creíble la fe que
profesan mostrando autenticidad y coherencia en su conducta.
230.
Los
laicos también están llamados a participar en la acción pastoral de la Iglesia,
primero con el testimonio de su vida y, en segundo lugar, con acciones en el
campo de la evangelización, la vida litúrgica y otras formas de apostolado
según las necesidades locales bajo la guía de sus pastores. Ellos estarán
dispuestos a abrirles espacios de participación y a confiarles ministerios y
responsabilidades en una Iglesia donde todos vivan de manera responsable su compromiso
cristiano. A los catequistas, delegados de la Palabra y animadores de
comunidades que cumplen una magnífica labor dentro de la Iglesia (cf. LG 31.33; GS 43; AA 2), les
reconocemos y animamos a continuar el compromiso que adquirieron en el bautismo
y en la confirmación.
231.
Para
cumplir su misión con responsabilidad personal, necesitan una sólida formación
doctrinal, pastoral, espiritual y un adecuado acompañamiento para dar
testimonio de Cristo y de los valores del Reino en el ámbito de la vida social,
económica, política y cultural.
232.
Hoy
toda la Iglesia en América Latina y El Caribe quiere ponerse en estado de
misión. La evangelización del continente, nos decía el papa Juan Pablo II, no
puede realizarse hoy sin la colaboración de los fieles laicos (cf. EiA 44). Ellos han de ser parte activa y
creativa en la elaboración y ejecución de proyectos pastorales a favor de la
comunidad. Esto exige, de parte de los pastores, una mayor apertura de
mentalidad para que entiendan y acojan el “ser” y el “hacer” del laico en la
Iglesia, quien por su bautismo y su confirmación, es discípulo y misionero de
Jesucristo. En otras palabras, es necesario que el laico sea tenido muy en
cuenta con un espíritu de comunión y participación (cf. PG 11).
233.
En
este contexto, el fortalecimiento de variadas asociaciones laicales,
movimientos apostólicos eclesiales e itinerarios de formación cristiana y
comunidades eclesiales y nuevas comunidades, que deben ser apoyados por los
pastores, son un signo esperanzador. Ellos ayudan a que muchos bautizados y
muchos grupos misioneros asuman con mayor responsabilidad su identidad
cristiana y colaboren más activamente en la misión evangelizadora. En las
últimas décadas, variadas asociaciones y movimientos apostólicos laicales han
desarrollado un fuerte protagonismo. Es por ello que un adecuado
discernimiento, animación, coordinación y conducción pastoral, sobre todo de
parte de los sucesores de los Apóstoles, contribuirá a ordenar este don a la
edificación de la única Iglesia (cf. S.S. Benedicto XVI, A los movimientos, Vísperas de Pentecostés de 2006).
234.
Reconocemos
el valor y la eficacia de los Consejos parroquiales, Consejos diocesanos y nacionales de fieles Laicos, porque
incentivan la comunión y la participación en la Iglesia y su presencia activa
en el mundo. La construcción de ciudadanía en el sentido más amplio y la
construcción de eclesialidad en los laicos, es uno solo y único movimiento.
5.3.5 Los consagrados y
consagradas, discípulos misioneros de Jesús Testigo del Padre
235. La vida consagrada es un don del Padre por
medio del Espíritu a su Iglesia (VC
1), y constituye un elemento decisivo para su misión (VC 3). Se expresa en la vida monástica, contemplativa y activa, los
institutos seculares, las sociedades de vida apostólica y otras nuevas formas.
Es un camino de especial seguimiento de Cristo, para dedicarse a él con un
corazón indiviso, y ponerse, como Él, al servicio de Dios y de la humanidad,
asumiendo la forma de vida que Cristo escogió para venir a este mundo: una vida
virginal, pobre y obediente (VC 14,
16 y 18).
236.
En
comunión con los Pastores, los consagrados y consagradas son llamados a hacer
de sus lugares de presencia, de su vida comunitaria y de sus obras, espacios de
anuncio explícito del Evangelio, principalmente a los más pobres, como lo han
hecho en nuestro continente desde el inicio de la evangelización. De este modo
colaboran, según sus carismas fundacionales con la gestación de una nueva
generación de cristianos discípulos y misioneros y de una sociedad en la que se
respete la justicia y la dignidad de la persona humana.
237.
Desde
su ser, la vida consagrada está llamada a ser experta en comunión, tanto al
interior de la Iglesia como de la sociedad. Su vida y su misión deben estar
insertas en la Iglesia particular y en comunión con el Obispo. Para ello, es
necesario crear cauces comunes e iniciativas de colaboración, que lleven a un
conocimiento y valoración mutuos y a un compartir la misión con todos los
llamados a seguir a Jesús.
238.
En un
continente en el cual se manifiestan serias tendencias de secularización, la
vida consagrada está llamada a dar testimonio de la absoluta primacía de Dios y
de su Reino. Ella se convierte en testigo del Dios de la vida en una realidad
que relativiza su valor (obediencia), es testigo de libertad frente al mercado
y a las riquezas que valoran a las personas por el tener (pobreza), y es
testigo de una entrega en el amor radical y libre a Dios y a la humanidad
frente a la erotización y banalización de las relaciones (castidad).
239.
En la actualidad de América Latina y el Caribe, la vida consagrada
está llamada a ser una vida discipular,
apasionada por Jesús-camino al Padre misericordioso, por lo mismo, de carácter
profundamente mística y comunitaria. Está llamada a ser una vida misionera, apasionada por el
anuncio de Jesús-verdad del Padre, por lo mismo, radicalmente profética, capaz
de mostrar a la luz de Cristo las sombras del mundo actual y los senderos de
vida nueva, para lo que se requiere un profetismo que aspire hasta la entrega
de la vida en continuidad con la tradición de santidad y martirio de tantas y
tantos consagrados a lo largo de la historia del continente. Y al servicio del
mundo, apasionada por Jesús-vida del Padre, que se hace presente en los más
pequeños y en los últimos a quienes sirve desde el propio carisma y
espiritualidad.
240.
De manera especial, América Latina y el Caribe necesitan de la vida
contemplativa, testigo de que sólo Dios basta para llenar la vida de sentido y
de gozo. “En un mundo que va perdiendo el sentido de lo divino, ante la
supervaloración de lo material, ustedes queridas religiosas, comprometidas
desde sus claustros en ser testigos de unos valores por los que viven, sean
testigos del Señor para el mundo de hoy, infundan con su oración un nuevo soplo
de vida en la Iglesia y en el hombre actual” (Juan Pablo II, Discurso a las
religiosas contemplativas en México, enero 1979).
241.
El
Espíritu Santo sigue suscitando nuevas formas de vida consagrada en la Iglesia,
los cuales necesitan ser acogidos y acompañados en su crecimiento y desarrollo
en el interior de las iglesias locales. El Obispo ha de hacer un discernimiento
serio y ponderado sobre su sentido, necesidad y autenticidad.
242.
Las
Confederaciones de Institutos Seculares (CISAL)
y de religiosas y religiosos (CLAR) y
sus conferencias nacionales son estructuras de servicio y de animación que, en
mutua relación con los Pastores, en comunión y diálogo fecundo y amistoso (cf. PC 23 y CIC 708), están llamadas a
estimular a sus miembros a realizar la misión como discípulos y misioneros al
servicio de Reino de Dios.
243.
Los
pueblos latinoamericanos y caribeños esperan mucho de la vida consagrada,
especialmente del testimonio y aporte de las religiosas contemplativas y de
vida apostólica que, junto a los demás hermanos religiosos, miembros de
institutos seculares y sociedades de vida apostólica, muestran el rostro
materno de la Iglesia, su anhelo de escucha, acogida y servicio, y su
testimonio de los valores alternativos del Reino, transformado en Cristo, el
Señor, es posible (cf. SS. Benedicto XVI, Inauguración V Conferencia).
5.4 Los que han dejado la Iglesia
para unirse a otros grupos religiosos
244.
Según
nuestra experiencia pastoral muchas veces la gente sincera que sale de nuestra
Iglesia no lo hace por lo que los grupos “no católicos” creen, sino fundamentalmente
por lo que ellos viven; no por razones doctrinales sino vivenciales; no por
motivos estrictamente dogmáticos, sino pastorales; no por problemas teológicos
sino metodológicos de nuestra Iglesia. En verdad, mucha gente que pasa a otros
grupos religiosos no está buscando salirse de nuestra Iglesia sino que está
buscando sinceramente a Dios.
245. Hemos de reforzar en nuestra Iglesia
cuatro ejes:
a)
La experiencia religiosa. En nuestra Iglesia debemos ofrecer a
todos nuestros fieles un “encuentro personal con Jesucristo”, una experiencia
religiosa profunda e intensa, un anuncio kerigmático y el testimonio personal
de los evangelizadores, que lleve a una conversión personal y a un cambio de
vida integral.
b)
La Vivencia Comunitaria. Nuestros fieles buscan comunidades cristianas,
en donde sean acogidos fraternalmente y se sientan valoradas, visibles y
eclesialmente incluidos. Es necesario que nuestros fieles se sientan realmente
miembros de una comunidad eclesial y corresponsables de su desarrollo. Eso
permitirá un mayor compromiso y entrega en y por la Iglesia.
c)
La formación bíblico-doctrinal. Junto con una fuerte experiencia
religiosa y una destacada convivencia comunitaria, nuestros fieles necesitan
profundizar el conocimiento de la Palabra de Dios y los contenidos de la fe ya
que es la única manera de madurar su experiencia religiosa. En este camino
acentuadamente vivencial y comunitario, la formación doctrinal no se
experimenta como un conocimiento teórico y frío, sino como una herramienta
fundamental y necesaria en el crecimiento espiritual, personal y comunitario.
d)
El compromiso misionero de toda la
comunidad. Ella sale al
encuentro de los alejados, se interesa de su situación, a reencantarlos con la
Iglesia y a invitarlos a volver a ella.
5.5 Diálogo ecuménico e interreligioso
5.5.1 Diálogo ecuménico para que el
mundo crea
246.
La
comprensión y la práctica de la eclesiología de comunión nos conduce al dialogo
ecuménico. La relación con los hermanos y hermanas bautizados de otras iglesias
y comunidades eclesiales es un camino irrenunciable para el discípulo y
misionero (cf. UUS 3), pues la falta
de unidad representa un escándalo, un pecado y un atraso del cumplimiento del
deseo de Cristo: “Que todos sean uno, como tú Padre estás en mí y yo en ti, que
también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea” (Jn 17, 21).
247.
El
ecumenismo no se justifica por una exigencia sociológica, simplemente
apologética, sino evangélica, trinitaria y bautismal: “expresa la comunión
real, aunque imperfecta” que ya existe entre “los que fueron regenerados por el
bautismo” y el testimonio concreto de fraternidad (UUS 96). El magisterio insiste en el carácter trinitario y
bautismal del esfuerzo ecuménico, donde el diálogo emerge como actitud
espiritual y práctica, en un camino de conversión y reconciliación. Solo así
llegará “el día en que podremos celebrar, junto con todos los que creen en
Cristo, la divina Eucaristía” (SC
56). Una vía fecunda para avanzar hacia la comunión sería recuperar en nuestras
comunidades el sentido del compromiso del Bautismo.
248.
A
veces olvidamos que la unidad es ante todo un don del Espíritu Santo, y oramos
poco por esta intención. “Esta conversión del corazón y esta santidad de vida,
juntamente con las oraciones privadas y públicas por la unidad de los
cristianos, han de considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico y
con razón puede llamarse ecumenismo espiritual” (UR 8).
249.
Hace
más de cuarenta años el Concilio Vaticano II reconoció la acción del Espíritu
Santo en el movimiento por la unidad de los cristianos. Desde entonces hemos
recogido muchos frutos. En este campo necesitamos más agentes de diálogo y
mejor calificados. Es bueno hacer más conocidas las declaraciones que la propia
Iglesia Católica ha suscrito en el campo del ecumenismo desde el Concilio. Los
diálogos bilaterales y multilaterales han producido buenos frutos. También es
oportuno estudiar el Directorio ecuménico
y sus consecuencias para la catequesis, la liturgia, la formación presbiteral y
la pastoral (cf. La dimensión ecuménica
en la formación de los que trabajan en el ministerio pastoral 3-5). La
movilidad humana, característica del mundo de hoy, puede ser ocasión propicia
del dialogo ecuménico de la vida (cf. Erga
migrantes caritas Christi 56-58).
250.
En
nuestro contexto, el surgimiento de nuevos grupos religiosos, más la tendencia
a confundir el ecumenismo con el diálogo interreligioso, han obstaculizado el
logro de mayores frutos en el diálogo ecuménico, Por lo mismo alentamos a los
ministros ordenados, a los laicos y a la vida consagrada a participar de
organismos ecuménicos y realizar acciones conjuntas en los diversos campos de
la vida eclesial, pastoral y social. En efecto, el contacto ecuménico favorece
la estima recíproca, convoca a la escucha común de la palabra de Dios y llama a
la conversión a los que se declaran discípulos y misioneros de Jesucristo.
Esperamos que la promoción de la unidad de los cristianos, asumida por las
Conferencias Episcopales, se consolide y fructifique bajo la luz del Espíritu
Santo.
251.
En
esta nueva etapa evangelizadora, queremos que el diálogo y la cooperación
ecuménica se encaminen a suscitar nuevas formas de discipulado y misión en
comunión. Cabe observar que donde se establece el diálogo diminuye el
proselitismo, crece el conocimiento recíproco, el respeto y se abren
posibilidades de testimonio común. Un paso en esta dirección es el encuentro
con interlocutores pentecostales responsables y fraternos que comparten la
estima, la oración y el estudio.
252.
Como
respuesta generosa a la oración del Señor “que todos sean uno” (Jn 17, 21), los
Papas nos han animado a avanzar pacientemente en el camino de la unidad. Juan
Pablo II nos exhorta: “En el valiente camino hacia la unidad, la claridad y
prudencia de la fe nos llevan a evitar el falso irenismo y el desinterés por
las normas de la Iglesia. Inversamente, la misma claridad y la misma prudencia
nos recomiendan evitar la tibieza en la búsqueda de la unidad y más aún la
posición preconcebida o el derrotismo que tiende a ver todo como negativo” (UUS 79). Benedicto XVI abrió su
pontificado diciendo: “No bastan las manifestaciones de buenos sentimientos.
Hacen falta gestos concretos que penetren en los espíritus y sacudan las
conciencias, impulsando a cada uno a la conversión interior, que es el
fundamento de todo progreso en el camino del ecumenismo” (Primer
mensaje de su santidad Benedicto XVI al final de la concelebración eucarística
con los cardenales electores en la Capilla Sextina. Miércoles 20 de abril de 2005).
5.5.2 Relación con el judaísmo y
diálogo interreligioso
253.
Reconocemos
con gratitud los lazos que nos relacionan con el pueblo judío, con el cual nos
une la fe en el único Dios y su Palabra revelada en el Antiguo Testamento (cf. NA 4). Son nuestros “hermanos mayores”
en la fe de Abraham, Isaac y Jacob. Nos duele la historia de desencuentros que
han sufrido, también en nuestros países. Son muchas las causas comunes que en
la actualidad reclaman mayor colaboración y aprecio mutuo.
254.
Por
el soplo del Espíritu Santo y otros medios de Dios conocidos, la gracia de
Cristo puede alcanzar a todos los que Él redimió, más allá de la comunidad
eclesial, todavía de modos diferentes (cf. Diálogo
y anuncio 29). Explicitar y promover esta salvación ya operante en el mundo
es una de las tareas de la Iglesia con respecto a las palabras del Señor:
“Seréis mis testigos hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8).
255.
El
diálogo interreligioso, en especial
con las religiones monoteístas, se fundamenta justamente en la misión que
Cristo nos confió, solicitando la sabia articulación entre el anuncio y el
diálogo como elementos constitutivos
de la evangelización (cf. NMI 55).
Con tal actitud, la Iglesia, “Sacramento universal de salvación” (LG 1) refleja
la luz de Cristo que “ilumina a todo hombre” (Jn 1, 9). La presencia de la Iglesia entre las religiones no
cristianas está hecha de empeño, discernimiento y testimonio, apoyados en la
fe, esperanza y caridad teologales (cf. Diálogo
y anuncio 40).
256.
Aún
cuando el subjetivismo y la identidad poco definida de ciertas propuestas
dificulten los contactos, eso no nos permite abandonar el compromiso y la
gracia del diálogo (cf. Diálogo y anuncio
89). En lugar de desistir, hay que invertir en el conocimiento de las
religiones, en el discernimiento teológico-pastoral y en la formación de
agentes competentes para el diálogo interreligioso, atendiendo a las diferentes
visiones religiosas presentes en las culturas de nuestro continente. El diálogo
interreligioso no significa que se deje de anunciar la Buena Nueva de
Jesucristo a los pueblos no cristianos, con mansedumbre y respeto por sus
convicciones religiosas.
257.
El
diálogo interreligioso, además de su carácter teológico, tiene un especial
significado en la construcción de la nueva humanidad: abre caminos inéditos de
testimonio cristiano, promueve la libertad y dignidad de los pueblos, estimula
la colaboración por el bien común, supera la violencia motivada por actitudes
religiosas fundamentalistas, educa a la paz y a la convivencia ciudadana: es un
campo de bienaventuranzas en la huella de la Doctrina Social de la Iglesia.
CAPÍTULO 6
EL ITINERARIO FORMATIVO DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS
6.1 Una espiritualidad trinitaria del encuentro con Jesucristo
258. Una auténtica propuesta de encuentro con
Jesucristo debe establecerse sobre el sólido fundamento de la Trinidad-Amor. Somos
hijos de la comunión y no de la soledad. La experiencia de un Dios uno y trino,
que es unidad y comunión inseparable, nos permite superar el egoísmo para
encontrarnos plenamente en el servicio al otro. La experiencia bautismal es el
punto de inicio de toda espiritualidad cristiana que se funda en la Trinidad.
259. Es Dios Padre quien nos atrae por medio de
la entrega eucarística de su Hijo (Jn 6, 44), don de amor con el que salió al
encuentro de sus hijos, para que, renovados por la fuerza del Espíritu, lo podamos
llamar Padre: “Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su propio
Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo el dominio de la ley para rescatarnos de
la ley y concedernos gozar de los derechos de hijos de Dios. Y porque ya somos
sus hijos, Dios mandó el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones, y el
Espíritu clama: ¡Abbá! ¡Padre!” (Gál 4, 4-5). Se trata de una nueva creación,
donde el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, renueva la vida de las
criaturas.
260. En la historia de amor trinitario, Jesús
de Nazaret, hombre como nosotros y Dios con nosotros, muerto y resucitado, nos
es dado como Camino, Verdad y Vida. En el encuentro de fe con el inaudito
realismo de su Encarnación, “hemos podido oír, ver con nuestros ojos,
contemplar y palpar con nuestras manos la Palabra de vida” (1 Jn 1, 1),
experimentamos que “el propio Dios va tras la oveja perdida, la humanidad
doliente y extraviada. Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va
tras la oveja descarriada, de la mujer que busca la dracma, del padre que sale
al encuentro de su hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras
palabras, sino de la explicación de su propio ser y actuar” (DCE 12). Esta
prueba definitiva de amor tiene el carácter de un anonadamiento radical (kénosis), porque Cristo “se humilló a sí
mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2, 8).
6.1.1 El encuentro con Jesucristo
261. El acontecimiento de Cristo es, por lo
tanto, el inicio de ese sujeto nuevo que surge en la historia y al que llamamos
discípulo: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran
idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un
nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DCE 1). Esto
es justamente lo que, con presentaciones diferentes, nos han conservado todos
los evangelios como el inicio del cristianismo: un encuentro de fe con la
persona de Jesús (cf. Jn. 1, 35-39).
262.
La
naturaleza misma del cristianismo consiste, por lo tanto, en reconocer la presencia
de Jesucristo y seguirlo. Esa fue la hermosa experiencia de aquellos primeros
discípulos que, encontrando a Jesús, quedaron fascinados y llenos de estupor
ante la excepcionalidad de quien les hablaba, ante el modo cómo los trataba,
correspondiendo al hambre y sed de vida que había en sus corazones. El
evangelista Juan nos ha dejado plasmado el impacto que produjo la persona de
Jesús en los dos primeros discípulos que lo encontraron, Juan y Andrés. Todo
comienza con una pregunta: “¿qué buscan?”. A esa pregunta siguió la invitación
a vivir una experiencia: “vengan y lo verán”. Esta narración permanecerá en la
historia como síntesis única del método cristiano.
263.
En el
hoy de nuestro continente latinoamericano, se levanta la misma pregunta llena
de expectativa: “Maestro, ¿dónde vives?”
(Jn 1, 38), ¿dónde te encontramos de manera adecuada para “abrir un auténtico
proceso de conversión, comunión y solidaridad?” (EiA n. 8) ¿Cuáles son los
lugares, las personas, los dones que nos hablan de ti, nos ponen en comunión
contigo y nos permiten ser discípulos y misioneros tuyos?
6.1.2 Lugares de encuentro con
Jesucristo
264. El encuentro con Cristo, gracias a la
acción invisible del Espíritu Santo, se realiza en la fe recibida y vivida en
la Iglesia. Con las palabras del papa Benedicto XVI repetimos con certeza: “¡La
Iglesia es nuestra casa! ¡Esta es nuestra casa! ¡En la Iglesia Católica tenemos
todo lo que es bueno, todo lo que es motivo de seguridad y de consuelo! ¡Quien
acepta a Cristo: Camino, Verdad y Vida, en su totalidad, tiene garantizada la
paz y la felicidad, en esta y en la otra vida!” (Alocución en el Santo Rosario
el 13/05/2007).
265. Encontramos a Jesús en la Sagrada
Escritura, leída en la Iglesia. La Sagrada Escritura, “Palabra de Dios escrita por inspiración del Espíritu Santo” (DV 9), es -con la Tradición- fuente de vida para la Iglesia y alma de su acción evangelizadora.
Desconocer la Escritura es desconocer a Jesucristo y renunciar a anunciarlo. De
aquí la invitación de Benedicto XVI: “Al iniciar la nueva etapa que la Iglesia misionera de América Latina y El
Caribe se dispone a emprender, a partir de esta V Conferencia General en
Aparecida, es condición indispensable el conocimiento profundo y vivencial de
la Palabra de Dios. Por esto, hay que educar al pueblo en la lectura y la
meditación de la Palabra: que ella se convierta en su alimento para que, por
propia experiencia, vea que las palabras de Jesús son espíritu y vida (cf. Jn
6,63). De lo contrario, ¿cómo van a anunciar un mensaje cuyo contenido y
espíritu no conocen a fondo? Hemos de fundamentar nuestro compromiso misionero
y toda nuestra vida en la roca de la Palabra de Dios” (S.S. Benedicto XVI, Discurso inaugural 3).
266. Se hace, pues, necesario proponer a los
fieles la Palabra de Dios como don del Padre para el encuentro con
Jesucristo vivo, camino de “auténtica conversión y de renovada comunión y
solidaridad” (Juan Pablo II, Ecc in A
12). Esta propuesta será mediación de encuentro con el Señor si se presenta la
Palabra revelada, contenida en la Escritura, como fuente de evangelización. Los
discípulos de Jesús anhelan nutrirse con el Pan de la Palabra: quieren acceder
a la interpretación adecuada de los
textos bíblicos, a emplearlos como mediación
de diálogo con Jesucristo, y a que sean alma
de la propia evangelización y del anuncio de Jesús a todos. Por esto la
importancia de una “pastoral bíblica”, entendida como animación bíblica de la pastoral, que sea escuela de interpretación o conocimiento de la Palabra, de comunión con Jesús u oración con la
Palabra, y de evangelización inculturada
o de proclamación de la Palabra. Esto exige por parte de obispos, presbíteros, diáconos y ministros laicos
de la Palabra un acercamiento a la Sagrada Escritura que no sea sólo
intelectual e instrumental, sino con un corazón “hambriento de oír la Palabra
del Señor” (Am 8, 11).
267. Entre las muchas
formas de acercarse a la Sagrada Escritura hay una privilegiada al que todos
estamos invitados: la Lectio divina o ejercicio de lectura
orante de la Sagrada Escritura. Esta lectura orante, bien practicada, conduce
al encuentro con Jesús-Maestro, al conocimiento del misterio de Jesús-Mesías, a
la comunión con Jesús-Hijo de Dios, y al testimonio de Jesús-Señor del
universo. Con sus cuatros momentos
(lectura, meditación, oración, contemplación), la lectura orante favorece el
encuentro personal con Jesucristo al modo de tantos personajes del evangelio:
Nicodemo y su ansia de vida eterna (Jn 3, 1-21), la Samaritana y su anhelo de
culto verdadero (Jn 4, 1-42), el ciego de nacimiento y su deseo de luz interior
(Jn 9), Zaqueo y sus ganas de ser otro (Lc 19, 1-10)... Todos ellos, gracias a
este encuentro, fueron iluminados y recreados porque se abrieron a la
experiencia de la misericordia del Padre que se ofrece por su Palabra de verdad y vida.
No abrieron su corazón a algo del Mesías, sino al mismo Mesías, camino de crecimiento en «la madurez conforme a su
plenitud» (Ef 4, 13), de comunión con los hermanos y de compromiso con la
sociedad.
268. La Eucaristía es el lugar privilegiado del
encuentro del discípulo con Jesucristo. Con este Sacramento Jesús nos atrae
hacia sí y nos hace entrar en su dinamismo hacia Dios y hacia el prójimo. La
Eucaristía, fuente inagotable de la vocación cristiana y lugar de encuentro con
Jesucristo resucitado en la Iglesia, es también fuente inextinguible del
impulso misionero. Hay un estrecho vínculo entre las tres dimensiones de la
vocación cristiana: creer, celebrar y vivir el misterio de Jesucristo, de tal
modo, que la existencia cristiana adquiera verdaderamente una forma eucarística.
Por ello, la vida del cristiano se abre a una dimensión misionera a partir del
encuentro eucarístico. Allí el Espíritu Santo fortalece la identidad del
discípulo y despierta en él la decidida voluntad de anunciar con audacia a los
demás lo que ha escuchado y vivido.
269. Se entiende así la gran importancia del
precepto dominical, del “vivir según el domingo”, como una necesidad interior
del creyente, de la familia cristiana, de la comunidad parroquial. Sin una
participación activa en la celebración eucarística dominical y en las fiestas
de precepto no habrá un discípulo misionero maduro. Cada gran reforma en la
Iglesia está vinculada al redescubrimiento de la fe en la Eucaristía (cf. SC
6). Es importante por esto promover la “pastoral del domingo” y darle “prioridad
en los programas pastorales” (Cf discurso inaugural, n. 4) para un nuevo
impulso en la evangelización del pueblo de Dios en el continente
latinoamericano.
270. A las miles de comunidades con sus
millones de miembros que no tienen la oportunidad de participar de la
Eucaristía dominical, queremos decirles con profundo afecto pastoral que
también ellas pueden y deben vivir “según el domingo”. Ellas pueden alimentar
su ya admirable espíritu misionero participando de la “celebración dominical de
la Palabra”, que hace presente el Misterio Pascual en el amor que congrega (1
Jn 3, 14), en la Palabra acogida (Jn 5, 24-25) y en la oración comunitaria (Mt
18, 20). Sin duda los fieles deben anhelar la participación plena en la
Eucaristía dominical, por lo cual también los alentamos a orar por las
vocaciones sacerdotales.
271. La oración personal y comunitaria es el
lugar donde el discípulo, alimentado por la Palabra y la Eucaristía, cultiva
una relación de profunda amistad con Jesucristo y procura asumir la voluntad del
Padre. La oración diaria es un signo del primado de la gracia en el itinerario
del discípulo misionero. Por eso “es necesario aprender a orar, volviendo
siempre de nuevo a aprender este arte de los labios del Maestro” (NMI 33).
272. Jesús está presente en medio de una
comunidad viva en la fe y en el amor fraterno. Allí él cumple su promesa:
“Donde hay dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”
(Mt 18, 20). Está en todos los discípulos que procuran hacer suya la existencia
de Jesús, vida escondida en la suya (cf. Col 3, 3), que experimentan la fuerza
de su resurrección hasta identificarse profundamente con Él: “Ya no vivo yo,
sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20). Está en los Pastores, que
representan a Cristo mismo (cf Mt 10, 40; Lc 10, 16). Está en los que dan
testimonio de lucha por la justicia, por la paz y por el bien común, algunas
veces llegando a entregar la propia vida. Está en todos los acontecimientos de
la vida de nuestros pueblos, que nos invitan a buscar un mundo más justo y más
fraterno. Está en toda realidad humana, cuyos límites a veces nos duelen y
agobian.
273. También lo encontramos de un modo especial
en los pobres, afligidos y enfermos (Cf Mt 25, 37-40), que reclaman nuestro
compromiso y nos dan testimonio de fe, paciencia en el sufrimiento y constante
lucha para seguir viviendo. ¡Cuántas veces los pobres y los que sufren
realmente nos evangelizan! En el reconocimiento de esta presencia y cercanía, y
en la defensa de los derechos de los excluidos se juega la fidelidad de la
Iglesia a Jesucristo (NMI 49). El encuentro con Jesucristo en los pobres es una
dimensión constitutiva de nuestra fe en Jesucristo. De la contemplación de su rostro sufriente en ellos (cf NMI 25) y
del encuentro con Él en los afligidos y marginados, cuya inmensa dignidad Él
mismo nos revela, surge nuestra opción por ellos. La misma adhesión a
Jesucristo es la que nos hace amigos de los pobres y solidarios con su destino.
6.1.3 Una espiritualidad de la
acción misionera
274. Cuando hablamos de “espiritualidad”
nos referimos concretamente al impulso del Espíritu, a su potencia de vida que
moviliza y transfigura todas las dimensiones de la existencia. No es una
experiencia que se limita a los espacios privados de la devoción, sino que
busca penetrarlo todo con su fuego y su vida. La acción del discípulo misionero
necesita de ese impulso y de ese ardor que proviene del Espíritu y se expresa
en el trabajo, en el diálogo, en el servicio, en la misión cotidiana.
275. Si el impulso del Espíritu
impregna y motiva todas las áreas de la existencia, entonces también debe
penetrar y configurar la vocación específica de cada uno. Así se desarrolla la
espiritualidad propia de presbíteros, de religiosos y religiosas, de padres de
familia, de empresarios, de catequistas, etc. Cada una de las vocaciones tiene
un modo concreto y distintivo de vivir la espiritualidad, que da profundidad y
entusiasmo al ejercicio concreto de sus tareas. Así, la vida en el Espíritu no
nos encierra en una intimidad cómoda y cerrada, sino que nos convierte en
personas generosas y creativas, felices en el servicio. Nos vuelve
comprometidos con los reclamos de la realidad y capaces de encontrarle un
profundo significado a todo lo que nos toca hacer por la Iglesia y por el
mundo.
6.1.4 La piedad popular como espacio de encuentro con Cristo
276.
El
Santo Padre destacó la “rica y profunda religiosidad popular, en la cual
aparece el alma de los pueblos latinoamericanos”, y la presentó como “el
precioso tesoro de la Iglesia católica en América latina” (S.S. Benedicto XVI,
Discurso Inaugural, 1). Invitó a promoverla y a protegerla. Esta manera de
expresar la fe está presente de diversas formas en todos los sectores sociales,
en una multitud que merece nuestro respeto y cariño, porque su piedad “refleja
una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer” (EN 48).
La “religión del pueblo latinoamericano es expresión de la fe católica. Es un
catolicismo popular” (DP 444), profundamente inculturado, que contiene la
dimensión más valiosa de la cultura latinoamericana.
277.
Entre
las expresiones de esta espiritualidad se cuentan: las fiestas patronales, las
novenas, los rosarios y via crucis,
las procesiones, las danzas y los cánticos del folclore religioso, el cariño a
los santos y a los ángeles, las promesas, las oraciones en familia. Destacamos
las peregrinaciones, donde se puede reconocer al Pueblo de Dios en camino. Allí
el creyente celebra el gozo de sentirse inmerso en medio de tantos hermanos,
caminando juntos hacia Dios que los espera. Cristo mismo se hace peregrino, y
camina resucitado entre los pobres. La decisión de partir hacia el santuario ya
es una confesión de fe, el caminar es un verdadero canto de esperanza, y la
llegada es un encuentro de amor. La mirada del peregrino se deposita sobre una
imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios. El amor se detiene,
contempla el misterio, lo disfruta en silencio. También se conmueve, derramando
toda la carga de su dolor y de sus sueños. La súplica sincera, que fluye
confiadamente, es la mejor expresión de un corazón que ha renunciado a la
autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede. Un breve instante condensa
una viva experiencia espiritual.
278.
Allí,
el peregrino vive la experiencia de un misterio que lo supera, no sólo de la
trascendencia de Dios, sino también de la Iglesia, que trasciende su familia y
su barrio. En los santuarios muchos peregrinos toman decisiones que marcan sus
vidas. Esas paredes contienen muchas historias de conversión, de perdón y de
dones recibidos que millones podrían contar.
279.
La
piedad popular penetra delicadamente la existencia personal de cada fiel y
aunque también se vive en una multitud, no es una “espiritualidad de masas”. En
distintos momentos de la lucha cotidiana, muchos recurren a algún pequeño signo
del amor de Dios: un crucifijo, un rosario, una vela que se enciende para
acompañar a un hijo en su enfermedad, un Padrenuestro musitado entre lágrimas,
una mirada entrañable a una imagen querida de María, una sonrisa dirigida al
Cielo en medio de una sencilla alegría.
280.
Es
verdad que la fe que se encarnó en la cultura puede ser profundizada y penetrar
cada vez mejor la forma de vivir de nuestros pueblos. Pero eso sólo puede
suceder si valoramos positivamente lo que el Espíritu Santo ya ha sembrado. La
piedad popular es un “imprescindible punto
de partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más
fecunda” (Directorio sobre la piedad popular y la Liturgia, 64). Por eso, el
discípulo misionero tiene que ser “sensible a ella, saber percibir sus
dimensiones interiores y sus valores innegables” (EN 48). Cuando afirmamos que
hay que evangelizarla o purificarla, no queremos decir que esté privada de
riqueza evangélica. Simplemente deseamos que todos los miembros del pueblo
fiel, reconociendo el testimonio de María, traten de imitarla cada día más. Así
procurarán un contacto más directo con la Biblia y una mayor participación en
los sacramentos, llegarán a disfrutar de la celebración dominical de la
Eucaristía, y vivirán mejor todavía el servicio del amor solidario. Por este
camino se podrá aprovechar todavía más el rico potencial de santidad y de
justicia social que encierra la mística popular.
281.
No
podemos devaluar la espiritualidad popular, o considerarla un modo secundario
de la vida cristiana, porque sería olvidar el primado de la acción del Espíritu
y la iniciativa gratuita del amor de Dios. En la piedad popular se contiene y
expresa un intenso sentido de la trascendencia, una capacidad espontánea de
apoyarse en Dios y una verdadera experiencia de amor teologal. Es también una
expresión de sabiduría sobrenatural, porque la sabiduría del amor no depende
directamente de la ilustración de la mente sino de la acción interna de la
gracia. Por eso, le llamamos espiritualidad popular. Es decir, una
espiritualidad cristiana que, siendo un encuentro personal con el Señor,
integra mucho lo corpóreo, lo sensible, lo simbólico, y las necesidades más
concretas de las personas. Es una espiritualidad encarnada en la cultura de los
sencillos, que no por eso es menos espiritual, sino que lo es de otra manera.
282.
La
piedad popular es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte
de la Iglesia, y una forma de ser misioneros, donde se recogen las más hondas
vibraciones de la América profunda. Es parte de una “originalidad histórica
cultural” (DP 448) de los pobres de este Continente, y fruto de “una síntesis
entre las culturas y la fe cristiana” (S.S. Benedicto XVI, Discurso Inaugural,
1). En el ambiente de secularización que viven nuestros pueblos, sigue siendo
una poderosa confesión del Dios vivo que actúa en la historia y un canal de
transmisión de la fe. El caminar juntos hacia los santuarios y el participar en
otras manifestaciones de la piedad popular, también llevando a los hijos o
invitando a otros, es en sí mismo un gesto evangelizador por el cual el pueblo
cristiano se evangeliza a sí mismo y cumple la vocación misionera de la
Iglesia.
283.
Nuestros
pueblos se identifican particularmente con el Cristo sufriente, lo miran, lo
besan o tocan sus pies lastimados como diciendo: Este es el “que me amó y se
entregó por mí” (Gál 2, 20). Muchos de ellos golpeados, ignorados, despojados,
no bajan los brazos. Con su religiosidad característica se aferran al inmenso
amor que Dios les tiene y que les recuerda permanentemente su propia dignidad.
También encuentran la ternura y el amor de Dios en el rostro de María. En ella
ven reflejado el mensaje esencial del Evangelio. Nuestra Madre querida, desde
el santuario de Guadalupe, hace sentir a sus hijos más pequeños que ellos están
en el hueco de su manto. Ahora, desde Aparecida, los invita a echar las redes
en el mundo, para sacar del anonimato a los que están sumergidos en el olvido y
acercarlos a la luz de la fe. Ella, reuniendo a los hijos, integra a nuestros
pueblos en torno a Jesucristo.
6.1.5 María, discípula y misionera
284. La máxima realización de la existencia cristiana como un vivir trinitario de “hijos en el
Hijo” nos es dada en la Virgen María quien por su fe
(cf. Lc 1, 45) y obediencia a la voluntad de Dios (cf. 1, 38), así como por su
constante meditación de la Palabra y de las acciones de Jesús (cf. 2, 19.51),
es la discípula más perfecta del Señor (cf. LG
53). Interlocutora del Padre en su proyecto de enviar su Verbo al mundo para la salvación humana,
María con su fe llega a ser el primer miembro de la comunidad de los creyentes
en Cristo, y también se hace colaboradora en el renacimiento espiritual de los
discípulos. Del Evangelio emerge su figura de mujer libre y fuerte,
conscientemente orientada al verdadero seguimiento de Cristo. Ella ha vivido
por entero toda la peregrinación de la fe como madre de Cristo y luego de los
discípulos, sin que le fuera ahorrada la incomprensión y la búsqueda constante
del proyecto del Padre. Alcanzó así a estar al pie de la cruz en una comunión
profunda, para entrar plenamente en el misterio de la Alianza.
285.
Con
ella, providencialmente unida a la plenitud de los tiempos (Gal 4, 4) llega a
cumplimiento la esperanza de los pobres y el deseo de salvación. Tuvo un papel
único en la historia de salvación, concibiendo, educando y acompañando a su
hijo hasta su sacrificio definitivo. La Virgen de Nazaret tuvo papel único en
la historia de salvación, concibiendo, educando y acompañado a su hijo hasta su
sacrificio definitivo. Desde la cruz Jesucristo confió a sus discípulos,
representados por Juan, el don de la maternidad de María, que brota
directamente de la hora pascual de Cristo: “Y desde aquella hora el discípulo
la acogió en su casa” (Jn. 19, 27). Perseverando junto a los apóstoles a la
espera del Espíritu (cf. Hch. 1, 13-14), cooperó con el nacimiento de la
Iglesia misionera, imprimiéndole un sello mariano que la identifica hondamente.
Como madre de tantos, fortalece los vínculos fraternos entre todos, alienta a
la reconciliación y el perdón, y ayuda a que los discípulos de Jesucristo se
experimenten una familia, la familia de Dios.
286.
Como
en la familia humana, la Iglesia-familia se genera en torno a una madre, quien
confiere “alma” y ternura a la convivencia familiar (cf. DP 295). María, Madre
de la Iglesia, además de modelo y paradigma de humanidad, es artífice de
comunión. Uno de los eventos fundamentales de la Iglesia es cuando el “sí”
brotó de María. Ella atrae multitudes a la comunión con Jesús y su Iglesia,
como experimentamos a menudo en los santuarios marianos. Por eso la Iglesia,
como la Virgen María, es madre. Esta visión mariana de la Iglesia es el mejor
remedio para una Iglesia meramente funcional o burocrática.
287.
María
es la gran misionera, continuadora de la misión de su Hijo y formadora de misioneros. Ella, así como dio a
luz al Salvador del mundo, trajo el Evangelio a nuestra América. En el
acontecimiento guadalupano, presidió junto al humilde Juan Diego el Pentecostés
que nos abrió a los dones del Espíritu. Desde entonces son incontables las comunidades que han encontrado en ella la
inspiración más cercana para aprender cómo ser discípulos y misioneros de
Jesús. Con gozo constatamos que se
ha hecho parte del caminar de cada uno de nuestros pueblos, entrando
profundamente en el tejido de su historia y acogiendo los rasgos más nobles y
significativos de su gente. Las diversas advocaciones y los santuarios
esparcidos a lo largo y ancho del Continente testimonian la presencia cercana
de María a la gente y, al mismo tiempo, manifiestan la fe y la confianza que
los devotos sienten por ella. Ella les pertenece y ellos la sienten como madre
y hermana.
288.
Hoy,
cuando en nuestro Continente latinoamericano y caribeño se quiere enfatizar el
discipulado y la misión, es ella quien brilla ante nuestros ojos como imagen
acabada y fidelísima del seguimiento
de Cristo. Esta es la hora de la seguidora más radical de Cristo, de su
magisterio discipular y misionero al que nos envía el Papa Benedicto XVI:
“Maria Santísima, la Virgen pura y sin mancha es para nosotros escuela de fe
destinada a conducirnos y a fortalecernos en el camino que lleva al encuentro
con el Creador del cielo y de la tierra. El Papa vino a Aparecida con viva
alegría para decirnos en primer lugar: “Permanezcan en la escuela de Maria.
Inspírense en sus enseñanzas. Procuren acoger y guardar dentro del corazón las
luces que ella, por mandato divino, les envía desde lo alto” (S.S. Benedicto
XVI, Alocución durante el Santo Rosario el 13/05/2007).
289.
Ella,
“que guardaba las cosas en su corazón” (Lc 2,19; cf. 2,51), nos enseña el
primado de la escucha de la Palabra en la vida del discípulo y misionero. El Magnificat
“está enteramente tejido por los hilos de la Sagrada Escritura, los hilos
tomados de la Palabra de Dios. Así se
revela que en Ella la Palabra de Dios se encuentra de verdad en su casa, de
donde sale y entra con naturalidad. Ella habla y piensa con la Palabra de Dios;
la Palabra de Dios se le hace su palabra, y su palabra nace de la Palabra de
Dios. Además así se revela que sus
pensamientos están en sintonía con los
pensamientos de Dios, que su querer es un querer junto con Dios. Estando
íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, Ella puede llegar a ser madre de
la Palabra encarnada” (DCE 41). Esta familiaridad con el misterio de Jesús es facilitada
por el rezo del Rosario, donde: “el pueblo cristiano aprende de María a
contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de
su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como
recibiéndolas de las mismas manos de la madre del Redentor” (RVM 1).
290.
Con
los ojos puestos en sus hijos y en sus necesidades, como en Caná de Galilea,
María ayuda a mantener vivas las actitudes de atención, de servicio, de entrega
y de gratuidad que deben distinguir a los discípulos de su Hijo. Indica,
además, cuál es la pedagogía para que los pobres, en cada comunidad cristiana,
“se sientan como en su casa” (NMI 50).
Crea comunión y educa a un estilo de vida compartida y solidaria, en
fraternidad, en atención y acogida del otro, especialmente si es pobre o
necesitado. En nuestras comunidades, su fuerte presencia ha enriquecido y
seguirá enriqueciendo la dimensión materna de la Iglesia y su actitud
acogedora, que la convierte en “casa y escuela de la comunión” (NMI 43), y en espacio espiritual que
prepara para la misión.
6.1.6 Los apóstoles y los santos
291.
También
los apóstoles de Jesús y los santos han marcado la espiritualidad y el estilo
de vida de nuestras Iglesias. Su testimonio se mantiene vigente y sus
enseñanzas inspiran el ser y la acción de las comunidades cristianas del
Continente. Entre ellos, Pedro el apóstol, a quien Jesús confió la misión de
confirmar la fe de sus hermanos (cf. Lc 22, 31-32), les ayuda a estrechar el
vínculo de comunión con el Papa, su sucesor, y a buscar en Jesús las palabras
de vida eterna. Pablo, el evangelizador incansable, les ha indicado el camino
de la audacia misionera y la voluntad de acercarse a cada realidad cultural con
la Buena Noticia de la salvación. Juan, el discípulo amado por el Señor, les ha
revelado la fuerza transformadora del mandamiento nuevo y la fecundidad de
permanecer en su amor.
292.
Nuestros
pueblos nutren un cariño y especial devoción a José, esposo de María, hombre
justo, fiel y generoso que sabe perderse
para hallarse en el misterio del Hijo. San José, el silencioso maestro,
fascina, atrae y enseña, no con palabras sino con el resplandeciente testimonio
de sus virtudes y de su firme sencillez.
293.
Nuestras
comunidades llevan el sello de los apóstoles y, además, reconocen el testimonio
cristiano de tantos hombres y mujeres que esparcieron en nuestra geografía las
semillas del Evangelio, viviendo valientemente su fe, incluso derramando su
sangre como mártires. Su ejemplo de vida y santidad constituye un regalo
precioso para el camino creyente de los latinoamericanos y, a la vez, un
estímulo para imitar sus virtudes en las nuevas expresiones culturales de la
historia. Con la pasión de su amor a Jesucristo, han sido miembros activos y
misioneros en su comunidad eclesial. Con valentía, han perseverado en la
promoción de los derechos de las personas, fueron agudos en el discernimiento
crítico de la realidad a la luz de la enseñanza social de la Iglesia y creíbles
por el testimonio coherente de sus vidas. Los cristianos de hoy recogemos su herencia
y nos sentimos llamados a continuar con renovado ardor apostólico y misionero
el estilo evangélico de vida que nos han trasmitido.
6.2 El proceso de formación de los discípulos
misioneros
294. La vocación y el compromiso de ser hoy
discípulos y misioneros de Jesucristo en América Latina y El Caribe, requieren una clara y decidida opción por la formación
de los miembros de nuestras comunidades, para todos los bautizados, cualquiera
sea la función que desarrollen en la Iglesia. Miramos a Jesús, el
Maestro que formó personalmente a sus apóstoles y discípulos. Cristo nos da el
método: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6). Con él podemos
desarrollar las potencialidades que están en las personas y formar discípulos
misioneros. Con perseverante paciencia y sabiduría Jesús invitó a todos a su
seguimiento. A quienes aceptaron seguirlo los introdujo en el misterio del
Reino de Dios, y después de su muerte y resurrección los envió a predicar la
Buena Nueva en la fuerza de su Espíritu. Su estilo se vuelve emblemático para
los formadores y cobra especial relevancia cuando pensamos en la paciente tarea
formativa que la Iglesia debe emprender en el nuevo contexto socio-cultural de
América Latina.
295.
El
itinerario formativo del seguidor de Jesús hunde sus raíces en la naturaleza
dinámica de la persona y en la invitación personal de Jesucristo, que llama a
los suyos por su nombre, y estos lo siguen porque conocen su voz. El Señor
despertaba las aspiraciones profundas de sus discípulos y los atraía a sí,
llenos de maravilla. El seguimiento es fruto de una fascinación que responde al
deseo de realización humana, al deseo de vida plena. El discípulo es alguien
apasionado por Cristo a quien reconoce como el maestro que lo conduce y
acompaña.
6.2.1 Aspectos del proceso
296. En el proceso de formación de
discípulos misioneros destacamos cinco aspectos fundamentales que aparecen de
diversa manera en cada etapa del camino, pero que se compenetran íntimamente y
se alimentan entre sí:
a)
El Encuentro con Jesucristo: Es el Señor quien llama (Mt 9, 9:
“Sígueme”). Se ha de propiciar este encuentro que da origen a la iniciación
cristiana, pero que debe renovarse constantemente por el testimonio personal,
el anuncio del kerygma y la acción misionera de la comunidad. El kerygma no
sólo es una etapa, sino el hilo conductor de un proceso que culmina en la
madurez del discípulo de Jesucristo. Sin el kerygma, los demás aspectos de este
proceso están condenados a la esterilidad, sin corazones verdaderamente
convertidos al Señor. Sólo desde el kerygma se da la posibilidad de una
iniciación cristiana verdadera. Por eso la Iglesia ha de tenerlo presente en
todas sus acciones.
b)
La Conversión: Es la respuesta inicial de quien ha escuchado al
Señor, cree en Él por la acción del Espíritu, se decide a ser su amigo e ir
tras de Él, cambiando su forma de pensar y de vivir, aceptando la cruz de
Cristo, consciente de que morir al pecado es alcanzar la vida. En el Bautismo y
en el sacramento de la Reconciliación se actualiza para nosotros la redención
de Cristo.
c) El
Discipulado: La persona
madura constantemente en el conocimiento, amor y seguimiento de Jesús maestro,
profundizar en el misterio de su persona, su ejemplo y su doctrina. Para ello
son de fundamental importancia la catequesis permanente y la vida sacramental,
que fortalecen la conversión inicial y permiten que los discípulos misioneros
puedan perseverar en la vida cristiana y en la misión en medio del mundo que
los desafía.
d)
La Comunión: No puede haber vida cristiana sino en comunidad:
sea las familias, las parroquias, las comunidades de base, otras pequeñas
comunidades y movimientos. Como los primeros cristianos, que se reunían en
comunidad, el discípulo participa en la vida de la Iglesia y en el encuentro
con los hermanos, viviendo el amor de Cristo en la vida fraterna solidaria.
También es acompañado y estimulado por la comunidad y sus pastores para madurar
en la vida del Espíritu.
e)
La Misión: El discípulo, a medida que conoce y ama a su
Señor, experimenta la necesidad de compartir con otros su alegría de ser
enviado, de ir al mundo a anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado, a hacer
realidad el amor y el servicio en la persona de los más necesitados, en una
palabra, a construir el Reino de Dios. La misión es inseparable del
discipulado, por lo cual no debe entenderse como una última etapa de la
formación, aunque se la realice de diversas maneras de acuerdo a la propia
vocación y al momento de la maduración humana y cristiana en que se encuentre
la persona.
6.2.2 Criterios generales
6.2.2.1 Una formación integral, kerygmática y
permanente
297.
Misión
principal de la formación es ayudar a
los miembros de la Iglesia a encontrarse siempre con Cristo, y así
reconocer, acoger, interiorizar y desarrollar la experiencia y los valores que
constituyen la propia identidad y misión cristiana en el mundo. Por eso, la
formación obedece a un proceso integral, es decir, que comprende variadas
dimensiones, todas armonizadas entre sí en unidad vital. En la base de estas
dimensiones está la fuerza del anuncio kerygmático. El poder del Espíritu y de
la Palabra contagia a las personas y las lleva a escuchar a Jesucristo, a creer
en él como su Salvador, a reconocerlo como quien da pleno significado a su vida
y a seguir sus pasos. El anuncio se fundamenta en el hecho de la presencia de
Cristo Resucitado hoy en la Iglesia, y es el factor imprescindible del proceso
de formación de discípulos y misioneros. Al mismo tiempo, la formación es
permanente y dinámica, de acuerdo con el desarrollo de las personas y al
servicio que están llamadas a prestar, en medio de las exigencias de la
historia.
6.2.2.2 Una formación atenta a dimensiones diversas
298. La formación abarca diversas dimensiones
que deberán ser integradas armónicamente a lo largo de todo el proceso
formativo. Se trata de la dimensión humana, espiritual, intelectual,
comunitaria y pastoral-misionera.
a)
La Dimensión Humana y Comunitaria. Tiende a acompañar procesos de formación
que lleven a asumir la propia historia y a sanarla, en orden a volverse capaces
de vivir como cristianos en un mundo plural, con equilibrio, fortaleza,
serenidad y libertad interior. Se trata de desarrollar personalidades que
maduren en el contacto con la realidad y abiertas al Misterio.
b)
La Dimensión Espiritual. Es la dimensión formativa que funda el
ser cristiano en la experiencia de Dios manifestado en Jesús y que lo conduce
por el Espíritu a través de los senderos
de una maduración profunda. Por medio de los diversos carismas se arraiga la
persona en el camino de vida y de servicio propuesto por Cristo, con un estilo
personal. Permite adherirse de corazón por la fe, como la Virgen María, a los
caminos gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos de su Maestro y Señor.
c)
La Dimensión Intelectual. El encuentro con Cristo, Palabra hecha
Carne, potencia el dinamismo de la razón que busca el significado de la
realidad y se abre al Misterio. Se expresa en una reflexión seria, puesta
constantemente al día a través del estudio que abre la inteligencia, con la luz
de la fe, a la verdad. También capacita para el discernimiento, el juicio
crítico y el diálogo sobre la realidad y la cultura. Asegura de una manera
especial el conocimiento bíblico teológico y de las ciencias humanas para
adquirir la necesaria competencia en vista de los servicios eclesiales que se
requiera y para la adecuada presencia en la vida secular.
d)
La Dimensión Pastoral y Misionera. Un auténtico camino cristiano llena de
alegría y esperanza el corazón y mueve al creyente a anunciar a Cristo de
manera constante en su vida y en su ambiente. Proyecta hacia la misión de
formar discípulos y misioneros al servicio del mundo. Habilita para proponer
proyectos y estilos de vida cristiana atrayentes, con intervenciones orgánicas
y de colaboración fraterna con todos los miembros de la comunidad. Contribuye a
integrar evangelización y pedagogía, comunicando vida y ofreciendo itinerarios
pastorales acordes con la madurez cristiana, la edad y otras condiciones
propias de las personas o de los grupos. Incentiva la responsabilidad de los
laicos en el mundo para construir el Reino de Dios. Despierta una inquietud
constante por los alejados y por los que ignoran al Señor en sus vidas.
6.2.2.3 Una formación respetuosa de los procesos
299.
Llegar
a la estatura de la vida nueva en Cristo, identificándose profundamente con Él
(cf. EN 19) y su misión, es un
camino largo, que requiere itinerarios
diversificados, respetuosos de los procesos personales y de los ritmos
comunitarios, continuos y graduales. El eje central deberá ser un
proyecto orgánico de formación, elaborado por los organismos diocesanos
competentes, teniendo en cuenta todas las fuerzas vivas de la Iglesia
particular: asociaciones, servicios y movimientos, comunidades religiosas,
pequeñas comunidades, comisiones de pastoral social, y diversos organismos
eclesiales que ofrezcan la visión de
conjunto y la convergencia de las diversas iniciativas. Se requieren también
equipos de formación convenientemente preparados que aseguren la eficacia del
proceso mismo y que acompañen a las personas con pedagogías dinámicas, activas
y abiertas. La presencia y contribución de laicos y laicas en los equipos de
formación aporta una riqueza original, pues, desde sus experiencias y
competencias ofrecen criterios, contenidos y testimonios valiosos para quienes
se están formando.
6.2.2.4 Una formación que contempla
el acompañamiento de los discípulos
300.
Cada sector del Pueblo de
Dios pide ser acompañado y formado de acuerdo con la peculiar vocación y
ministerio al que ha sido llamado: el obispo que es el principio de la unidad
en la diócesis mediante el triple ministerio de enseñar, santificar y gobernar;
los presbíteros, cooperando con el ministerio del obispo, en el cuidado del
pueblo de Dios que les es confiado; los diáconos permanentes en el servicio
vivificante, humilde y perseverante como ayuda valiosa para obispos y
presbíteros; los consagrados y consagradas en el seguimiento radical del
Maestro; los laicos y laicas que cumplen su responsabilidad evangelizadora
colaborando en la formación de comunidades cristianas y en la construcción del
Reino de Dios en el mundo. Se requiere, por tanto, capacitar a quienes puedan
acompañar espiritual y pastoralmente a otros.
301.
Destacamos que la formación
de los laicos y laicas debe contribuir ante todo a una actuación como
discípulos misioneros en el mundo, en la perspectiva del diálogo y de la
transformación de la sociedad. Es urgente una formación específica para que
puedan tener una incidencia significativa en los diferentes campos, sobre todo
“en el mundo vasto de la política, de la realidad social y de la economía, como
también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida
internacional, de los medios y de otras realidades abiertas a la
evangelización” (EN 70).
6.3 Iniciación a la vida cristiana
y catequesis permanente
6.3.1 Iniciación a la vida
cristiana
302. Son muchos los creyentes que no participan
en la Eucaristía dominical ni reciben con regularidad los sacramentos, ni se
insertan activamente en la comunidad eclesial. Esto nos interpela profundamente
a imaginar y organizar nuevas formas de acercamiento a ellos para ayudarles a
valorar el sentido de la vida sacramental, de la participación comunitaria y
del compromiso ciudadano. Tenemos un alto porcentaje de católicos sin
conciencia de su misión de ser sal y fermento en el mundo, con una identidad
cristiana débil y vulnerable.
303. Esto constituye todo un desafío que
cuestiona a fondo la manera como estamos educando en la fe y como estamos
alimentando la vivencia cristiana; un desafío que debemos afrontar con
decisión, con valentía y creatividad, ya que en muchas partes la iniciación
cristiana ha sido pobre o fragmentada. O educamos en la fe, poniendo realmente
en contacto con Jesucristo e invitando a su seguimiento, o no cumpliremos
nuestra misión evangelizadora. Se impone la tarea irrenunciable de ofrecer una
modalidad operativa de iniciación cristiana que además de marcar el qué, dé
también elementos para el quién, el cómo y el dónde se realiza. Así asumiremos
el desafío de una nueva evangelización, a la que hemos sido reiteradamente
convocados.
304. La iniciación cristiana, que incluye el
kerygma, es la manera práctica de poner en contacto con Jesucristo e iniciar en
el discipulado. Nos da también la oportunidad de fortalecer la unidad de los
tres sacramentos de la iniciación y profundizar en su rico sentido. La iniciación
cristiana propiamente hablando, se refiere a la primera iniciación en los
misterios de la fe, sea en la forma de catecumenado
postbautismal para los bautizados no suficientemente catequizados, sea en
la forma de catecumenado bautismal
para los no bautizados. Este catecumenado está íntimamente unido a los
sacramentos de la iniciación: bautismo, confirmación y eucaristía, celebrados
solemnemente en la Vigilia Pascual. Habría que distinguirla, por tanto, de
otros procesos catequéticos y formativos que pueden tener la iniciación
cristiana como base.
6.3.2 Propuestas para la iniciación
cristiana
305.
Sentimos
la urgencia de desarrollar en nuestras comunidades un proceso de iniciación en
la vida cristiana que comience por el kerygma y, guiado por la Palabra de Dios,
permita un encuentro personal cada vez mayor con Jesucristo, experimentado como
plenitud de la humanidad, y que lleve a la conversión, al seguimiento en una
comunidad eclesial y a una maduración de fe en la práctica de los sacramentos,
el servicio y la misión.
306.
Recordamos
que el itinerario formativo del cristiano en la tradición más antigua de la
Iglesia “tuvo siempre un carácter de experiencia, en el cual era determinante
el encuentro vivo y persuasivo con Cristo, anunciado por auténticos testigos”
(SC 64). Se trata de una experiencia que introduce en una profunda y feliz
celebración de los sacramentos, con toda la riqueza de sus signos. De este
modo, la vida se va transformando progresivamente por los santos misterios que
se celebran, capacitando al creyente para transformar el mundo. Esto es lo que
se llama “catequesis mistagógica”.
307. Ser discípulo es un don destinado a
crecer. La iniciación cristiana da la posibilidad de un aprendizaje gradual en
el conocimiento, amor y seguimiento de Jesucristo. Así forja la identidad
cristiana con las convicciones fundamentales y acompaña la búsqueda del sentido
de la vida. Es necesario asumir el dinamismo de la iniciación cristiana. Una comunidad que asume la iniciación
cristiana renueva su vida comunitaria y despierta su carácter misionero. Esto
requiere nuevas actitudes pastorales de parte de obispos, presbíteros,
diáconos, personas consagradas y agentes de pastoral.
308. Como rasgos del discípulo al que apunta la
iniciación cristiana destacamos: que tenga como centro la persona de
Jesucristo, nuestro Salvador y plenitud de nuestra humanidad, fuente de toda
madurez humana y cristiana. Que tenga espíritu de oración, sea amante de la
Palabra, practique la confesión frecuente y partícipe de la Eucaristía. Que se
inserte cordialmente en la comunidad
eclesial y social, sea solidario en el amor y fervoroso misionero.
309. La parroquia ha de ser el lugar donde se
asegure la iniciación cristiana y tendrá como tareas irrenunciables: iniciar en
la vida cristiana a los adultos bautizados y no suficientemente evangelizados;
educar en la fe a los niños bautizados en un proceso que los lleve a completar
su iniciación cristiana; iniciar a los no bautizados que habiendo escuchado el
kerigma quieren abrazar la fe. En esta tarea, el estudio y la asimilación del
Ritual de Iniciación Cristiana de Adultos es una referencia necesaria y un
apoyo seguro.
310. Asumir esta iniciación cristiana exige no
sólo una renovación de la catequesis, sino también una reestructuración de toda
la vida pastoral de la parroquia. Proponemos que este proceso de iniciación
cristiana sea asumido en todo el Continente como la manera ordinaria e
indispensable de introducir en la vida cristiana y como la catequesis básica y
fundamental. Después vendrá la catequesis permanente que continúa el proceso de
maduración en la fe, en la que se debe incorporar un discernimiento vocacional
y la iluminación para proyectos personales de vida.
6.3.3 Catequesis permanente
311. En cuanto a la situación actual de la
catequesis, es evidente que ha habido un gran progreso. Ha crecido el tiempo
que se le dedica a la preparación para los sacramentos. Se ha tomado mayor
conciencia de su necesidad tanto en las familias como entre los pastores. Se
comprende que es imprescindible en toda formación cristiana. Se han constituido
ordinariamente comisiones diocesanas y parroquiales de catequesis. Es admirable
el gran número de personas que se sienten llamadas a hacerse catequistas, con
gran entrega. A ellas esta Asamblea les manifiesta un sincero reconocimiento.
312. Sin embargo, a pesar de la buena voluntad,
la formación teológica y pedagógica de los catequistas no suele ser la
deseable. Los materiales y subsidios son con frecuencia muy variados y no se
integran en una pastoral de conjunto; y no siempre son portadores de métodos
pedagógicos actualizados. Los servicios catequísticos de las parroquias carecen
con frecuencia de una colaboración cercana de las familias. Los párrocos y
demás responsables no asumen con mayor empeño la función que les corresponde
como primeros catequistas.
313. Los desafíos que plantea la situación de
la sociedad en América Latina y el Caribe requieren una identidad católica más personal y fundamentada. El
fortalecimiento de esta identidad pasa
por una catequesis adecuada que promueva una adhesión personal y comunitaria a
Cristo, sobre todo en los más débiles en la fe (cf. S.S. Benedicto XVI,
Discurso a los Obispos Brasileños 11 mayo 2007). Es una tarea que incumbe a
toda la comunidad de discípulos pero de manera especial a quienes, como
obispos, hemos sido llamados a servir a la Iglesia, pastoreándola,
conduciéndola al encuentro con Jesús y enseñándole a vivir todo lo que nos ha
mandado (cf. Mt. 28, 19- 20).
314. La catequesis no debe sólo ocasional,
reducida a los momentos previos a los sacramentos o a la iniciación cristiana,
sino más bien “un itinerario catequético permanente” (cf. Benedicto XVI,
Discurso apertura, 3). Por esto, compete a cada Iglesia particular, con la
ayuda de las Conferencias Episcopales, establecer un proceso catequético
orgánico y progresivo que se extienda por todo el arco de la vida, desde la
infancia hasta la ancianidad, teniendo en cuenta que el Directorio General de
Catequesis considera la catequesis de adultos como la forma fundamental de la
educación en la fe. Para que, en verdad, el pueblo conozca a fondo a Cristo y
lo siga fielmente debe ser conducido especialmente en la lectura y meditación
de la Palabra de Dios, que es el primer fundamento de una catequesis permanente
(cf. Discurso Inaugural de S.S. Benedicto XVI).
315. La catequesis no puede limitarse a una
formación meramente doctrinal sino que ha de ser una verdadera escuela de
formación integral. Por tanto, se ha de cultivar la amistad con Cristo en la
oración, el aprecio por la celebración litúrgica, la vivencia comunitaria, el
compromiso apostólico mediante un permanente servicio a los demás. Para ello,
resultarían útiles algunos subsidios catequéticos elaborados a partir del Catecismo de la Iglesia Católica y del Compendio de la Doctrina Social de la
Iglesia, estableciendo cursos y escuelas de formación permanente para
catequistas.
316.
Debe darse una catequesis
apropiada que acompañe la fe ya presente en la religiosidad popular. Una manera
concreta puede ser el ofrecer un proceso de iniciación cristiana en visitas a
las familias, donde no sólo se les comunique los contenidos de la fe, sino que
se las conduzca a la práctica de la oración familiar, a la lectura orante de la
Palabra de Dios y al desarrollo de las virtudes evangélicas, que las consoliden
cada vez más como iglesias domésticas. Para este crecimiento en la fe también
sería conveniente aprovechar pedagógicamente el potencial educativo que
encierra la piedad popular mariana. Se trata de un camino educativo que
provoque la apropiación progresiva de las actitudes de María, verdadera
“educadora de la fe” (DP 290) que nos lleva a asemejarnos cada vez más a
Jesucristo.
6.4 Lugares de formación para los discípulos
misioneros
317.
A continuación consideraremos
brevemente algunos espacios de formación de discípulos misioneros, que retomaremos
en los próximos capítulos bajo una perspectiva misionera.
6.4.1 La Familia, primera escuela
de la fe
318.
La
familia, “patrimonio de la humanidad”, constituye uno de los tesoros más
valiosos de los pueblos latinoamericanos. Ella ha sido y es espacio y escuela
de comunión, fuente de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida
humana nace y se acoge generosa y responsablemente. Para que la familia sea “escuela de la fe” y
pueda ayudar a los padres a ser los primeros catequistas de sus hijos, la
pastoral familiar debe ofrecer espacios formativos, materiales catequéticos,
momentos celebrativos, que le permitan cumplir su misión educativa. La familia
está llamada a introducir a los hijos en el camino de la iniciación cristiana
(SC 19).
319.
Es
además un deber de los padres, a través especialmente de su ejemplo de vida, la
educación de los hijos para el amor como don de sí mismos y a descubrir su
vocación de servicio sea en la vida laical como en la consagrada. De este modo,
la formación de los hijos como discípulos de Jesucristo, se opera en las
experiencias de vida diaria en la familia misma. Los hijos tienen el derecho de poder contar con el padre y la
madre para que cuiden de ellos y los acompañen hacia la plenitud de vida. La
“catequesis familiar”, implementada de diversas maneras, experimentado ayuda
exitosamente a la unidad de las familias y ofrece, además, una posibilidad
eficiente de formar los padres de familia, los jóvenes y los niños, para que
sean testigos firmes de la fe en sus respectivas comunidades. La familia,
pequeña Iglesia, debe ser junto con la Parroquia en primer lugar para la
iniciación cristiana de los niños. Ella ofrece a los hijos un sentido cristiano
de la y los acompaña en la elaboración de su proyecto de vida como discípulos
misioneros.
6.4.2 Las Parroquias
320. La dimensión comunitaria es intrínseca al
misterio y a la realidad de la Iglesia que debe reflejar la Santísima Trinidad.
A lo largo de los siglos, de diversas maneras, se ha vivido esta dimensión
esencial. La Iglesia es comunión. Por tanto, debe cultivarse la formación
comunitaria especialmente en la parroquia. Con diversas celebraciones e
iniciativas, especialmente con la Eucaristía dominical, que es “momento
privilegiado del encuentro de las comunidades con el Señor resucitado” (Discurso
del Papa 4), los fieles deben experimentar la parroquia como una familia en la
fe y la caridad, en la que mutuamente se acompañen y ayuden en el seguimiento
de Cristo.
321. Las Parroquias son células vivas de la
Iglesia (AA 10; SD 55) y los lugares privilegiados en que la mayoría de los
fieles tienen una experiencia concreta de Cristo y de su Iglesia (EA 41).
Encierran una inmensa riqueza comunitaria porque en ellas se encuentra una
inmensa variedad de situaciones, de edades, de tareas. Sobre todo hoy, cuando
la crisis de la vida familiar afecta a tantos niños y jóvenes, las Parroquias
brindan un espacio comunitario para formarse en la fe y crecer
comunitariamente.
322. Si queremos que las Parroquias sean
centros de irradiación misionera en sus propios territorios, deben ser también
lugares de formación permanente. Esto requiere que se organicen en ellas
variadas instancias formativas que aseguren el acompañamiento y la maduración
de todos los agentes pastorales y de los laicos insertos en el mundo. Las Parroquias
vecinas también pueden aunar esfuerzos en este sentido, sin desaprovechar las
ofertas formativas de la Diócesis y de la Conferencia Episcopal.
6.4.3 Las Comunidades eclesiales de
base y otras pequeñas comunidades
323.
Para
la que los bautizados vivan como auténticos discípulos y misioneros de Cristo,
tenemos un medio formativo privilegiado en las Comunidades de base y otras
pequeñas comunidades eclesiales. Ellas son un ámbito propicio para profundizar
procesos de crecimiento en la fe y para fortalecer el exigente compromiso de
ser apóstoles en la sociedad de hoy. Ellas son lugares de experiencia
cristiana, maduración y evangelización que, en la situación cultural que nos
afecta, secularizada y hostil a la Iglesia, se hacen todavía mucho más
necesarias.
324.
Si se
quieren comunidades vivas y dinámicas, que sean auténticos espacios de
formación de discípulos misioneros, es necesario suscitar en ellas una
espiritualidad sólida, basada en la Palabra de Dios, que las mantenga en plena
comunión de vida e ideales con la Iglesia local y, en particular, con la
comunidad parroquial. Así la parroquia llegará a ser “comunidad de
comunidades”.
325. Se han hecho esfuerzos por llevar a los
laicos a integrarse en pequeñas comunidades eclesiales, que van mostrando
abundantes frutos. Entre estas experiencias, en América Latina y El Caribe, es
necesario destacar las comunidades eclesiales de base, que con frecuencia han
sido verdaderas escuelas de formación integral en la fe. Muchas de ellas han
crecido en una espiritualidad de comunión y han infundido nueva vitalidad a las
parroquias por el crecimiento cristiano de sus miembros. En nuestro contexto
eclesial actual, algunas CEBs atraviesan por un momento de dificultad y
estancamiento. Esta situación requiere que se las acompañe y anime para que se
renueve esta rica experiencia de la Iglesia en América Latina. Más adelante nos
referiremos a ellas como centros de irradiación misionera.
6.4.4 Los movimientos apostólicos
326. Los nuevos movimientos y sociedades de
vida apostólica son un don del Espíritu Santo para la Iglesia. En ellos, los
fieles encuentran la posibilidad de formarse cristianamente, crecer y
comprometerse apostólicamente hasta ser verdaderos discípulos misioneros. Así
ejercitan el derecho natural y bautismal de libre asociación, como lo señaló el
Concilio Vaticano II (AA 18ss) y lo confirma el Código de Derecho Canónico.
Convendría animar a algunos movimientos y asociaciones que muestran hoy cierto
cansancio o debilidad e invitarlos a renovar su carisma original, que no deja
de enriquecer la diversidad con que el Espíritu se manifiesta y actúa en el
pueblo cristiano.
327.
Para aprovechar mejor los
carismas y servicios de los movimientos apostólicos en el campo de la formación
de los laicos deseamos respetar sus carismas y su originalidad, procurando que
se integren más plenamente a la estructura originaria que se da en la diócesis.
A la vez, es necesario que la comunidad diocesana acoja la riqueza espiritual y
apostólica de los movimientos. Es verdad que los movimientos deben mantener su especificidad,
pero dentro de una profunda unidad con la Iglesia particular, no sólo de fe
sino de acción. Mientras más se multiplique la riqueza de los carismas, más
están llamados los obispos a ejercer el discernimiento pastoral para favorecer
la necesaria integración de los movimientos en la vida diocesana, apreciando la
riqueza de su experiencia comunitaria, formativa y misionera. Conviene prestar
especial acogida y valorización a aquellos movimientos eclesiales que han
pasado ya por el reconocimiento y discernimiento de la Santa Sede, considerados
como dones y bienes para la Iglesia universal.
6.4.5 Los Seminarios y casas de formación
religiosa
328.
En lo que se refiere a la
formación de los discípulos y misioneros de Cristo ocupa un puesto particular
la pastoral vocacional, que acompaña cuidadosamente a todos los que el Señor
llama a servirle a la Iglesia en el sacerdocio, en la vida consagrada o en el
estado laical. La pastoral vocacional que comienza en la familia continúa en la
comunidad cristiana, debe dirigirse a los niños y especialmente a los jóvenes
para ayudarlos a descubrir el sentido de la vida y el proyecto que Dios tenga
para cada uno, acompañándolos en su proceso de discernimiento. La pastoral
vocacional es fruto de una sólida pastoral de conjunto, en la parroquia y en
las demás instituciones eclesiales. Es necesario intensificar de diversas
maneras la oración por las vocaciones, con la cual también se contribuye a
crear una mayor sensibilidad y receptividad ante el llamado del Señor.
329.
Ante
la escasez de personas que respondan a la vocación al sacerdocio y a la vida
consagrada en América Latina y El Caribe, es urgente dar un cuidado especial a
la promoción vocacional, con la certeza de que Jesús sigue llamando discípulos
y misioneros para estar con Él y para enviarlos a predicar el Reino de Dios.
Esta V Conferencia hace un llamado urgente a todos los cristianos y
especialmente a los jóvenes para que estén abiertos a una posible llamada de
Dios al sacerdocio o a la vida consagrada; les recuerda que el Señor les dará
la gracia necesaria para responder con decisión y generosidad, a pesar de los
problemas generados por una cultura secularizada, centrada en el consumismo y
el placer. A las familias las invitamos a reconocer la bendición de un hijo llamado
por Dios a esta consagración y a apoyar su decisión y su camino de respuesta
vocacional.
330.
Un
espacio privilegiado, escuela y casa para la formación de discípulos y
misioneros, lo constituyen sin duda los Seminarios y las casas de formación de
religiosos. Es una etapa donde los futuros presbíteros comparten la vida a
ejemplo de la comunidad apostólica en torno a Cristo Resucitado: oran juntos,
celebran la liturgia que culmina en la Eucaristía, a partir de la Palabra de
Dios reciben las enseñanzas que van iluminando su mente y moldeando su corazón,
prestan servicios pastorales periódicamente a diversas comunidades,
preparándose así para ser un signo personal y atractivo de Cristo en el mundo.
331.
Reconocemos
el esfuerzo de los formadores de los seminarios. Su testimonio y preparación
son decisivos para el acompañamiento de los seminaristas; en este sentido. Los
cursos de formadores que se han implementado son un medio eficaz de ayuda a su
misión.
332. La realidad actual nos exige mayor
atención a los proyectos formativos de los seminarios, pues los jóvenes son
víctimas de la influencia negativa de la cultura post-moderna, especialmente de
los medios de comunicación social, trayendo consigo la fragmentación de la
personalidad, la incapacidad de asumir compromisos definitivos, la ausencia de
madurez humana, el debilitamiento de la identidad espiritual, entre otros, que
dificultan el proceso de formación de auténticos discípulos y misioneros. Por eso, es necesario antes del
ingreso al seminario, que los formadores y responsables hagan una esmerada
selección que tenga en cuenta el equilibro psicológico de una sana
personalidad, una motivación genuina de amor a Cristo, a la Iglesia, a la vez
que capacidad intelectual adecuada a las exigencias del ministerio en el tiempo
actual.
333.
Es
necesario un proyecto formativo del seminario que ofrezca a los seminaristas un
verdadero proceso integral: humano, espiritual, intelectual y pastoral,
centrado en Jesucristo Buen Pastor. Para esto sería una ayuda que los
seminaristas se agruparan en pequeñas comunidades de oración y de vida, pero
siempre manteniendo la unidad formativa del Seminario y su proyecto. Es
fundamental que durante los años de formación, los seminaristas sean auténticos
discípulos, llegando a realizar un verdadero encuentro personal con Jesucristo
en la oración con la Palabra, para que establezcan con Él relaciones de amistad
y amor, asegurando un auténtico proceso de iniciación cristiana, especialmente,
en el Año Propedéutico. La espiritualidad que se promueva deberá responder a la
identidad de la propia vocación, sea diocesana o religiosa.
334. Se deberá prestar especial atención al
proceso de formación humana hacia la madurez, de tal manera que la vocación al
sacerdocio ministerial de los candidatos llegue a ser en cada uno un proyecto
de vida estable y definitivo, en medio de una cultura que exalta lo desechable
y lo provisorio. Dígase lo mismo de la educación hacia la madurez de la
afectividad y la sexualidad. Esta debe llevar a comprender mejor el significado
evangélico del celibato consagrado, a acogerlo con firme decisión y a vivirlo
con serenidad y con la debida ascesis en un camino personal y comunitario, como
entrega a Dios y a los demás con corazón pleno e indiviso.
335. En todo el proceso formativo, el ambiente
del Seminario y la pedagogía formativa deberán cuidar un clima de sana libertad
y de responsabilidad personal, evitando crear ambientes artificiales o
itinerarios impuestos. La opción del candidato por la vida y ministerio
sacerdotal debe madurar y apoyarse en motivaciones verdaderas y auténticas,
libres y personales. A ello se orienta la disciplina en las casas de formación.
Las experiencias pastorales, discernidas y acompañadas en el proceso formativo,
son sumamente importantes para corroborar la autenticidad de las motivaciones
en el candidato y ayudarle a asumir el ministerio como un verdadero y generoso
servicio.
336. Al mismo tiempo, el Seminario deberá
ofrecer una formación intelectual seria y profunda, en el campo de la
filosofía, de las ciencias humanas y, especialmente de la teología y la
misionología, a fin de que el futuro sacerdote aprenda a anunciar la fe en toda
su integridad, fiel al Magisterio de la Iglesia, atento al contexto cultural de
nuestro tiempo y a las grandes corrientes de pensamiento y de conducta que
deberá evangelizar. Asimismo se deberá reforzar el estudio de la Palabra de
Dios en el currículo académico en los diversos campos formativos, procurando
que la Palabra divina no se reduzca sólo a nociones, sino que sea en verdad
espíritu y vida que ilumine y alimente toda la existencia.
337. Es indispensable
confirmar que los candidatos sean capaces de asumir las exigencias de la vida
comunitaria, la cual implica diálogo, capacidad de servicio, humildad,
valoración de los carismas ajenos, disposición a dejarse interpelar por los
demás, obediencia al obispo y apertura para crecer en comunión misionera con
los sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos, sirviendo a la unidad en la
diversidad. La Iglesia necesita sacerdotes y consagrados que nunca pierdan la
conciencia de ser discípulos en comunión.
338. Los jóvenes
provenientes de familias pobres o de grupos indígenas, requieren una formación
adaptada, para que no pierdan sus raíces y puedan ser evangelizadores cercanos
a sus pueblos y culturas.
339. Es oportuno señalar la complementariedad
entre la formación iniciada en el seminario y el proceso formativo que abarca
las diversas etapas de vida del presbítero. Hay que despertar la conciencia de
que la formación sólo termina con la muerte. La formación permanente “es un deber,
ante todo para los sacerdotes jóvenes y ha de tener aquella frecuencia y
programación de encuentros que, a la vez que prolongan la seriedad y solidez de
la formación recibida en el seminario” (PDV 76). Al respecto, se requieren
proyectos diocesanos bien articulados y constantemente evaluados. Se
procurará a lo largo de la formación desarrollar un amor tierno y filial a
María, de manera que cada formando llegue a tener con ella una espontánea
familiaridad, y la “acoja en su casa” como el discípulo amado. Ella brindará a
los sacerdotes fortaleza y esperanza en los momentos difíciles y los alentará a
ser incesantemente discípulos misioneros para el Pueblo de Dios.
6.4.6 La Educación Católica
340.
América
Latina y el Caribe viven una particular y delicada emergencia educativa. En efecto, las nuevas reformas educacionales de nuestro
continente, impulsadas justamente para adaptarse a las nuevas exigencias que se
van creando con el cambio global, aparecen centradas prevalentemente en la
adquisición de conocimientos y habilidades, denotan un claro reduccionismo
antropológico, ya que conciben la educación en función de la producción, la
competitividad y el mercado. Por otra parte, con frecuencia propician la
inclusión de factores contrarios a la vida, la familia y una sana sexualidad.
De esta forma no despliegan los mejores valores de los jóvenes ni su espíritu
religioso; tampoco les enseñan los caminos para superar la violencia y
acercarse a la felicidad, ni les ayudan a llevar una vida sobria y adquirir
aquellas actitudes, virtudes y costumbres que harán estable el hogar que
funden, y que les convertirán en constructores solidarios de la paz y del
futuro de la sociedad.
341.
Ante esta situación, y
pensando en una educación de calidad a la que tienen derecho todos los alumnos
y alumnas de nuestros pueblos, sin distinción, recordamos el auténtico fin de
la educación. La educación en general, la queremos concebir fundamentalmente
como un proceso de formación integral, mediante la asimilación sistemática y
crítica de la cultura. Y ésta, entendida como rico patrimonio a asimilar, pero
también como un elemento vital y dinámico del cual forma parte. Ello exige
confrontar e insertar valores perennes en el contexto actual. De este modo, la
cultura se hace educativa.
342.
Esto implica poner de relieve
la dimensión ética y religiosa de la cultura, precisamente con el fin de
activar el dinamismo espiritual del sujeto y ayudarle a alcanzar la libertad
ética que presupone y perfecciona a la psicológica. Pero no se da libertad
ética sino en la confrontación con los valores absolutos de los cuales depende
el sentido y el valor de la vida del ser humano. La educación en definitiva, humaniza y personaliza
al ser humano cuando logra que éste desarrolle
plenamente su pensamiento y su libertad, haciéndolo fructificar en hábitos de
comprensión y de comunión con la totalidad del orden real, por los cuales el
mismo ser humano humaniza su mundo, produce cultura, transforma la sociedad y
construye la historia (DP1025).
6.4.6.1 Los centros educativos católicos
343.
La misión primaria de la
Iglesia es anunciar el Evangelio de manera tal que garantice la relación entre
fe y vida tanto en la persona individual como en el contexto socio-cultural en
que las personas viven, actúan y se relacionan entre sí. Así procura transformar
mediante la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores
determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes
inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad que están en contraste con
la Palabra de Dios y el designio de salvación” (EN 18 ss).
344.
Cuando hablamos de una
educación cristiana, por tanto, entendemos que el maestro educa hacia un
proyecto de ser humano en el que habite Jesucristo con el poder transformador
de su vida nueva. Hay muchos aspectos en los que se educa y de los que consta
el proyecto educativo. Hay muchos valores, pero estos valores nunca están
solos, siempre forman una constelación ordenada explícita o implícitamente. Si
la ordenación tiene como fundamento y término a Cristo, entonces esta educación
está recapitulando todo en Cristo y es una verdadera educación cristiana; si
no, puede hablar de Cristo, pero corre el riesgo de no ser cristiana (SD 265).
345.
Se produce de este modo una
compenetración entre los dos aspectos. Lo cual significa que no se concibe que
se pueda anunciar el Evangelio sin que este ilumine, infunda aliento y
esperanza, e inspire soluciones adecuadas a los problemas de la existencia; ni
tampoco que pueda pensarse en una verdadera promoción del ser humano sin
abrirlo a Dios y anunciarle a Jesucristo (IP10).
346.
En sus escuelas la Iglesia
está llamada a promover una educación centrada en la persona humana que es
capaz de vivir en la comunidad, aportando lo suyo para su bien. Ante el hecho
de que muchos se encuentran excluidos, la Iglesia deberá impulsar una educación
de calidad para todos, formal y no-formal, especialmente para los más pobres.
Educación que ofrezca a los niños, a los jóvenes y a los adultos el encuentro
con los valores culturales del propio país, descubriendo o integrando en ellos
la dimensión religiosa y trascendente. Para ello necesitamos una pastoral de la
educación dinámica y que acompañe los procesos educativos, que sea voz que
legitime y salvaguarde la libertad de educación ante el Estado y el derecho a
una educación de calidad de los más desposeídos.
347.
De este modo, estamos en
condiciones de afirmar que en el proyecto educativo de la escuela católica,
Cristo el Hombre perfecto, es el fundamento, en donde todos los valores humanos
encuentran su plena realización y, de ahí su unidad: Él revela y promueve el
sentido nuevo de la existencia, y la transforma capacitando al hombre y a la
mujer para vivir de manera divina; es decir, para pensar, querer y actuar según
el Evangelio, haciendo de las bienaventuranzas la norma de su vida.
Precisamente por la referencia explícita, y compartida por todos los miembros
de la comunidad escolar, a la visión cristiana —aunque sea en grado
diverso, y respetando la libertad de conciencia y religiosa de los no
cristianos presentes en ella— la educación es “católica”, ya que los
principios evangélicos se convierten para ella en normas educativas,
motivaciones interiores y al mismo tiempo en metas finales. Este es el carácter específicamente católico de la educación.
Jesucristo, pues, eleva y ennoblece a la persona humana, da valor a su
existencia y constituye el perfecto ejemplo de vida. Es la mejor noticia,
propuesta por los centros de formación católica a los jóvenes (EC 34).
348.
Por
lo tanto, la meta que la escuela católica se propone respecto de los niños y
jóvenes, es la de colaborar en la construcción de su personalidad teniendo a
Cristo como referencia en el plano de la mentalidad y de la vida. Tal
referencia, al hacerse progresivamente explícita e interiorizada, le ayudará a
ver la historia como Cristo la ve, a juzgar la vida como él lo hace, a elegir y
amar como él, a cultivar la esperanza como él nos enseña, y a vivir en él la
comunión con el Padre y el Espíritu Santo. Por la fecundidad misteriosa de esta
referencia, la persona se construye en unidad existencial, o sea, asume sus
responsabilidades y busca el significado último de su vida. Situada en la
Iglesia, comunidad de creyentes, logra con libertad vivir intensamente la fe,
anunciarla y celebrarla con alegría en la realidad de cada día. Como
consecuencia, maduran y resultan connaturales las actitudes humanas que llevan
a abrirse sinceramente a la verdad, a respetar y amar a las personas, a
expresar su propia libertad en la donación de sí y en el servicio a los demás
para la transformación de la sociedad.
349.
La
Escuela católica está llamada a una profunda renovación. Debemos rescatar la
identidad católica de nuestros centros educativos por medio de un impulso
misionero valiente y audaz, de modo que llegue a ser una opción profética plasmada
en una pastoral de la educación participativa. Dichos proyectos deben promover
la formación integral de la persona teniendo su fundamento en Cristo, con
identidad eclesial y cultural, y con excelencia académica. Además han de
generar solidaridad y caridad con los
más pobres. El acompañamiento de los procesos educativos, la participación en
ellos de los padres de familia, y la formación de docentes, son tareas prioritarias de la pastoral educativa.
350.
Se
propone que la educación en la fe en las instituciones católicas sea integral y
transversal en todo el currículum, teniendo en cuenta el proceso de formación
para vivir como discípulos y misioneros de Jesucristo, e insertando en ella
verdaderos procesos de iniciación cristiana. Asimismo se recomienda que la
comunidad educativa, (directivos, maestros, personal administrativo, alumnos,
padres de familia, etc.) en cuanto auténtica comunidad eclesial y centro de
evangelización, asuma su rol de formadora de discípulos y misioneros en todos
sus estamentos. También que desde allí, en comunión con la comunidad cristiana
del sector que es su matriz, promueva un servicio pastoral en el sector en que
se inserta, especialmente de los jóvenes, la familia, la catequesis y promoción
humana de los más pobres. Estos objetivos son esenciales en los procesos de
admisión de alumnos, sus familias y la contratación de los docentes.
351.
Un principio irrenunciable
para la Iglesia es la libertad de enseñanza. El amplio ejercicio del derecho a
la educación, reclama a su vez, como condición para su auténtica realización,
la plena libertad de que debe gozar toda persona para elegir la educación de
sus hijos que consideren más conforme a los valores que ellos más estima y que
considera indispensables. Por el hecho de haberles dado la vida, los padres
asumieron la responsabilidad de ofrecer a sus hijos condiciones favorables para
su crecimiento y la grave obligación de educarlos. La sociedad ha de
reconocerlos como los primeros y principales educadores. El deber de la
educación familiar, como primera escuela de virtudes sociales, es de tanta
trascendencia, que cuando falta difícilmente puede suplirse. Este principio es
irrenunciable.
352.
Este intransferible derecho,
que implica una obligación y que expresa la libertad de la familia en el ámbito
de la educación, por su significado y alcance, ha de ser decididamente
garantizado por el Estado. Por esta razón, el poder público, al que compete la
protección y la defensa de las libertades de los ciudadanos, atendiendo a la
justicia distributiva, debe distribuir las ayudas públicas –que provienen de
los impuestos de todos los ciudadanos- de tal manera, que la totalidad de los
padres, al margen de su condición social, puedan escoger, según su conciencia,
en medio de una pluralidad de proyectos educativos, las escuelas adecuadas para
sus hijos. Ese es el valor fundamental y la naturaleza jurídica que fundamenta
la subvención escolar. Por lo tanto, a ningún sector educacional, ni siquiera
al propio Estado, se le puede otorgar la facultad de concederse el privilegio y
la exclusividad de la educación de los más pobres, sin menoscabar con ello
importantes derechos. De este modo se promueven derechos naturales de la
persona humana, la convivencia pacífica de los ciudadanos, y el progreso de
todos.
6.4.6.2 Las universidades y centros superiores de
educación católica
353.
Según su propia naturaleza,
la Universidad Católica presta una importante ayuda a la Iglesia en su misión
evangelizadora. Se trata de un vital testimonio de orden institucional de
Cristo y su mensaje, tan necesario e importante para las culturas impregnadas
por el secularismo. Las actividades fundamentales de una Universidad católica
deberán vincularse y armonizarse con la misión evangelizadora de la Iglesia. Se
llevan a cabo a través de una investigación realizada a la luz del mensaje
cristiano, que ponga los nuevos descubrimientos humanos al servicio de las
personas y de la sociedad. Así ofrece una formación dada en un contexto de fe,
que prepare personas capaces de un juicio racional y crítico, conscientes de la
dignidad trascendental de la persona humana. Esto implica una formación
profesional que comprenda los valores éticos y la dimensión de servicio a las
personas y a la sociedad; el diálogo con la cultura, que favorezca una mejor
comprensión y transmisión de la fe; la investigación teológica que ayude a la
fe a expresarse en lenguaje significativo para estos tiempos. La Iglesia,
porque es cada vez más consciente de su misión salvífica en este mundo, quiere
sentir estos centros cercanos a sí misma, desearía tenerlos presentes y
operantes en la difusión del mensaje auténtico de Cristo (ECE 49).
354.
Las Universidades católicas,
por consiguiente, habrán de desarrollar con fidelidad su especificidad
cristiana, ya que poseen responsabilidades evangélicas que instituciones de
otro tipo no están obligadas a realizar. Entre ellas se encuentra, sobre todo,
el diálogo fe y razón, fe y cultura, y la formación de profesores, alumnos y
personal administrativo a través de la Doctrina Social y Moral de la Iglesia,
para que sean capaces de compromiso solidario con la dignidad humana y
solidario con la comunidad, y de mostrar proféticamente la novedad que
representa el cristianismo en la vida de las sociedades latinoamericanas y
caribeñas. Para ello es indispensable que se cuide el perfil humano, académico
y cristiano de quienes son los principales responsables de la investigación y
docencia.
355.
Es necesaria una pastoral
universitaria que acompañe la vida y el caminar de todos los miembros de la
comunidad universitaria, promoviendo un encuentro personal y comprometido con
Jesucristo, y múltiples iniciativas solidarias y misioneras. También debe
procurarse una presencia cercana y dialogante con miembros de otras
universidades públicas y centros de estudio.
356. En las últimas décadas en América Latina y
el Caribe observamos el surgimiento de diversos Institutos de Teología y
Pastoral orientados a la formación y actualización de agentes de pastoral. En
este camino se ha logrado crear espacios de diálogo, discusión y búsqueda de
respuestas adecuadas a los enormes desafíos que enfrenta la evangelización en
el Continente. Asimismo se han podido formar innumerables líderes al servicio
de las Iglesias particulares.
357. Invitamos a valorar la rica reflexión
postconciliar de la Iglesia presente en América Latina y el Caribe, así como la
reflexión filosófica, teológica y pastoral de nuestras Iglesias y de sus
centros de formación e investigación, a fin de fortalecer nuestra propia
identidad, desarrollar la creatividad pastoral y potenciar lo nuestro. Es necesario fomentar el estudio y la
investigación teológica y pastoral de cara a los desafíos de la nueva realidad
social, plural, diferenciada y globalizada, buscando nuevas respuestas que den
sustento a la fe y vivencia del discipulado de los agentes de pastoral. Sugerimos también una mayor
utilización de los servicios que ofrecen los institutos de formación teológica
pastoral existentes, promoviendo el diálogo entre los mismos y destinar más
recursos y esfuerzos conjuntos en la formación de laicos y laicas.
358. Esta V Conferencia agradece el invaluable
servicio que las diversas instituciones de educación católica prestan en la
promoción humana y de evangelización de las nuevas generaciones, como su aporte
a la cultura de nuestros pueblos, y alienta a las Diócesis, congregaciones
religiosas y organizaciones de laicos católicos que mantienen escuelas,
universidades, institutos de educación superior y de capacitación no formal, a
proseguir incansablemente en su abnegada e insustituible misión apostólica.
TERCERA
PARTE
LA VIDA DE
JESUCRISTO PARA NUESTROS PUEBLOS
CAPÍTULO 7
LA MISIÓN
DE LOS DISCÍPULOS AL SERVICIO DE LA VIDA PLENA
359.
“La
Iglesia peregrinante es misionera por naturaleza, porque toma su origen de
la misión del Hijo y del Espíritu Santo,
según el designio del Padre” (AG 2). Por eso el impulso misionero es fruto
necesario de la vida que la Trinidad comunica a los discípulos.
7.1 Vivir y comunicar la vida nueva
en Cristo a nuestros pueblos
360.
La
gran novedad que la Iglesia anuncia al mundo es que Jesucristo, el Hijo de Dios
hecho hombre, la Palabra y la Vida, vino al mundo a hacernos “partícipes
de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4), a participarnos de su propia vida. Es la vida que comparte con el Padre y el
Espíritu Santo, la vida eterna. Su misión es manifestar el inmenso amor del
Padre, que quiere que seamos hijos suyos. El anuncio del kerygma invita a tomar
conciencia de ese amor vivificador de Dios que se nos ofrece en Cristo muerto y
resucitado. Esto es lo primero que necesitamos anunciar y también escuchar,
porque la gracia tiene un primado absoluto en la vida cristiana y en toda la
actividad evangelizadora de la Iglesia: “Por la gracia de Dios soy lo que soy”
(1 Cor 15, 10).
361.
El
llamado de Jesús en el Espíritu y el anuncio de la Iglesia apelan siempre a
nuestra acogida confiada por la fe. “El que cree en mí tiene la vida eterna”.
El bautismo no sólo
purifica de los pecados. Hace renacer al bautizado, confiriéndole la vida nueva en Cristo, que lo incorpora a la comunidad de los
discípulos y misioneros de Cristo, a la Iglesia, y lo hace hermano de los hijos
del mismo Padre, reconociendo a Cristo como Primogénito y Cabeza de toda la
humanidad. Ser hermanos implica vivir fraternalmente y siempre atentos a las
necesidades de los más débiles.
362.
Nuestros
pueblos no quieren andar por sombras de muerte; tienen sed de vida y felicidad
en Cristo. Lo buscan como fuente de vida. Anhelan esa vida nueva en Dios, a la
cual el discípulo del Señor nace por el bautismo y renace por el sacramento de
la reconciliación. Buscan esa vida que se fortalece, cuando es confirmada por
el Espíritu de Jesús y cuando el discípulo renueva su alianza de amor en
Cristo, con el Padre y con los hermanos, en cada celebración eucarística.
Acogiendo la Palabra de vida eterna y alimentados por el Pan bajado del cielo,
quiere vivir la plenitud del amor y conducir a todos al encuentro con Aquel que
es el Camino, la Verdad y la Vida.
363.
Sin
embargo, en el ejercicio de nuestra libertad, a veces la rechazamos esa vida
nueva (Jn 5, 40) o no perseveramos en el camino (Heb 3, 12-14). Con el pecado,
optamos por un camino de muerte. Por eso, el anuncio de Jesucristo siempre
llama a la conversión, que nos hace participar del triunfo del Resucitado e
inicia un camino de transformación.
364.
De
los que viven en Cristo se espera un testimonio muy creíble de santidad y
compromiso. Deseando y procurando esa santidad no vivimos menos, sino mejor,
porque cuando Dios pide más es porque está ofreciendo mucho más: “¡No tengan miedo de Cristo! Él no quita
nada y lo da todo”[59].
7.1.1 Jesús al servicio de la vida
365.
Jesús,
el buen pastor, quiere comunicarnos su vida y ponerse al servicio de la vida.
Lo vemos cuando se acerca al ciego del camino (Mc 10, 46-52), cuando dignifica
a la samaritana (Jn 4, 7-26), cuando sana a los enfermos (Mt 11, 2-6), cuando
alimenta al pueblo hambriento (Mc 30-44), cuando libera a los endemoniados (Mc
5, 1-20). En su Reino de vida Jesús incluye a todos: come y bebe con los
pecadores (Mc 2, 16), sin importarle que lo traten de comilón y borracho (Mt 11,
19); toca leprosos (Lc 5, 13), deja que una mujer prostituta unja sus pies (7,
36-50) y de noche recibe a Nicodemo para invitarlo a nacer de nuevo (Jn 3,
1-15). Igualmente invita a sus discípulos a la reconciliación (Mt 5, 24), al
amor a los enemigos (Mt 5, 44), a optar por los más pobres (Lc 14, 15-24).
366.
En su
Palabra y en todos los sacramentos Jesús
nos ofrece un alimento para el camino. La Eucaristía es el centro vital del
universo, capaz de saciar el hambre de vida y felicidad: “El que me coma vivirá por mí” (Jn 6, 57). En ese banquete feliz
participamos de la vida eterna y así nuestra existencia cotidiana se convierte
en una Misa prolongada. Pero todos los dones de Dios requieren una disposición
adecuada para que puedan producir frutos de cambio. Especialmente, nos exigen
un espíritu comunitario, abrir los ojos para reconocerlo y servirlo en los más
pobres: “En el más humilde encontramos a Jesús mismo” (DCE 15). Por eso San
Juan Crisóstomo exhortaba: “¿Quieren en
verdad honrar el cuerpo de Cristo? No consientan que esté desnudo. No lo honren
en el templo con manteles de seda mientras afuera lo dejan pasar frío y
desnudez”[60].
7.1.2 Variadas dimensiones de la
vida en Cristo
367.
Jesucristo
es plenitud de vida que eleva la condición humana a condición divina para su
gloria. “Yo he venido para que tengan
vida, y vida en abundancia” (Jn 10, 10). Su amistad no nos exige que
renunciemos a todos nuestros anhelos de intensidad vital, porque él ama nuestra
felicidad también en esta tierra. Dice el Señor que Él creó todo “para que lo disfrutemos” (1 Tim 6, 17).
368.
La
vida nueva de Jesucristo toca al ser humano entero y desarrolla en plenitud la
existencia humana “en su dimensión personal, familiar, social y cultural”
(Discurso del Papa, 4). Para ello hace falta entrar en un proceso de cambio que
transfigure los variados aspectos de la propia vida. Sólo así se hará posible
percibir que Jesucristo es nuestro salvador en todos los sentidos de la
palabra. Sólo así manifestaremos que la vida en Cristo sana, fortalece y
humaniza. Porque “Él es el Viviente, que camina a nuestro lado, descubriéndonos
el sentido de los acontecimientos, del dolor y de la muerte, de la alegría y de
la fiesta” (ibid). La vida en Cristo incluye la alegría de comer juntos, el
entusiasmo por progresar, el gusto de trabajar y de aprender, el gozo de servir
a quien nos necesite, el contacto con la naturaleza, el entusiasmo de los
proyectos comunitarios, el placer de una sexualidad vivida según el Evangelio,
y todas las cosas que el Padre nos regala como signos de su amor sincero.
Podemos encontrar al Señor en medio de las alegrías de nuestra limitada
existencia, y así brota una gratitud sincera.
369.
Pero
el consumismo hedonista e individualista, que pone la vida humana en función de
un placer inmediato y sin límites, oscurece el sentido de la vida y la degrada.
La vitalidad que Cristo ofrece nos invita a ampliar nuestros horizontes, y a
reconocer que abrazando la cruz cotidiana entramos en las dimensiones más
profundas de la existencia. El Señor que nos invita a valorar las cosas y a
progresar, también nos previene sobre la obsesión por acumular: “No amontonen tesoros en la tierra” (Mt 6,
19). “¿De qué le servirá a un ser humano ganar el mundo entero si pierde su
propia vida?” (Mt 16, 26). Jesucristo nos ofrece mucho, incluso mucho más
de lo que esperamos. A la samaritana le da más que el agua del pozo, a la
multitud hambrienta le ofrece más que el alivio del hambre. Se entrega él mismo
como la vida en abundancia. La vida nueva en Cristo es participación en la vida
de amor del Dios Uno y Trino. Comienza en el bautismo y llega a su plenitud en
la resurrección final.
7.1.3 Al servicio de una vida plena
para todos
370.
Pero
las condiciones de vida de muchos abandonados, excluidos e ignorados en su
miseria y su dolor, contradicen este proyecto del Padre e interpelan a los
creyentes a un mayor compromiso a favor de la cultura de la vida. El Reino de
vida que Cristo vino a traer es incompatible con esas situaciones inhumanas. Si
pretendemos cerrar los ojos antes estas realidades no somos defensores de la
vida del Reino y nos situamos en el camino de la muerte: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos
a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte” (1Jn 3, 14). Hay que
subrayar “la inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo” (DCE 16), que “invita a todos a
suprimir las graves desigualdades sociales y las enormes diferencias en el
acceso a los bienes”[61].
Tanto la preocupación por desarrollar estructuras más justas como por
transmitir los valores sociales del Evangelio, se sitúan en este contexto de
servicio fraterno a la vida digna.
371.
Descubrimos
así una ley profunda de la realidad: la vida sólo se desarrolla plenamente en
la comunión fraterna y justa. Porque “Dios en Cristo no redime solamente la
persona individual, sino también las relaciones sociales entre los seres
humanos” (CDSI 52). Ante diversas situaciones que manifiestan la ruptura entre
hermanos, nos apremia que la fe católica de nuestros pueblos latinoamericanos
se manifieste en una vida más digna para todos. El rico Magisterio social de la
Iglesia nos indica que no podemos concebir una oferta de vida en Cristo sin un
dinamismo de liberación integral, de humanización, de reconciliación y de inserción social.
7.1.4 Una misión para comunicar
vida
372.
La
vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De
hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la
orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás. El Evangelio
nos ayuda a descubrir que un cuidado enfermizo de la propia vida atenta contra
la calidad humana y cristiana de esa misma vida. Se vive mucho mejor cuando
tenemos libertad interior para darlo todo: “El
que ama su vida la perderá” (Jn 12, 25). Aquí descubrimos otra ley profunda
de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para
dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión.
373.
El
proyecto de Jesús es instaurar el Reino de su Padre. Por eso pide a sus
discípulos: “¡Proclamen que ya llega el Reino de Dios!” (Mt 10, 7). Se trata
del Reino de la vida. Porque la propuesta de Jesucristo a nuestros pueblos, el
contenido fundamental de esta misión, es la oferta de una vida plena para
todos. Por eso la doctrina, las normas, las orientaciones éticas, y toda la
actividad misionera de la Iglesia, debe dejar transparentar esta atractiva
oferta de una vida más digna, en Cristo, para cada hombre y para cada mujer de
América Latina y del Caribe.
374.
Asumimos
el compromiso de una gran misión en todo el continente, que nos exigirá
profundizar y enriquecer todas las razones y motivaciones que permitan
convertir a cada creyente en un discípulo misionero. Necesitamos desarrollar la
dimensión misionera de la vida en Cristo. La Iglesia necesita una fuerte conmoción
que le pida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al
margen del sufrimiento de los pobres del continente. Necesitamos que cada
comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la
vida en Cristo. Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la
desilusión, la acomodación al ambiente, una venida del Espíritu que renueve
nuestra alegría y nuestra esperanza. Por eso se volverá imperioso asegurar
cálidos espacios de oración comunitaria que alimenten el fuego de un ardor
incontenible y hagan posible un atractivo testimonio de unidad “para que el
mundo crea” (Jn 17, 21).
375.
La
fuerza de este anuncio de vida será fecunda si lo hacemos con el estilo
adecuado, con las actitudes del Maestro, teniendo siempre a la Eucaristía como
fuente y cumbre de toda actividad misionera. Invocamos al Espíritu Santo para
poder dar un testimonio de proximidad que entraña cercanía afectuosa, escucha,
humildad, solidaridad, compasión, diálogo, reconciliación, compromiso con la
justicia social y capacidad de compartir, como Jesús lo hizo. Él sigue
convocando, sigue invitando, sigue ofreciendo incesantemente una vida digna y
plena para todos. Nosotros somos ahora, en América Latina, sus discípulos y
discípulas, llamados a navegar mar adentro para una pesca abundante. Se trata
de salir de nuestra conciencia aislada y de lanzarnos con valentía y confianza
(parresía) a la misión de toda la Iglesia.
376.
Detenemos
la mirada en María y reconocemos en ella una imagen perfecta de la discípula
misionera. Ella nos exhorta a hacer lo que Jesús nos diga (Jn 2, 5) para que él
pueda derramar su vida en América Latina. Junto con ella queremos estar atentos
una vez más a la escucha del Maestro, y en torno a ella volvemos a recibir con
estremecimiento el mandato misionero de su hijo: “Vayan y hagan que todos sean mis discípulos” (Mt 28, 19). Lo
escuchamos como comunidad de discípulos misioneros que hemos experimentado el
encuentro vivo con Él y queremos compartir todos los días con los demás esa alegría
incomparable.
7.2 Conversión pastoral y
renovación misionera de las comunidades
377.
Esta
firme decisión misionera debe
impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de
diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos, y de cualquier
institución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar
decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación
misionera. de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la
transmisión de la fe.
378. La conversión personal, despierta la
capacidad de someterlo todo al servicio de la instauración del Reino de vida.
Obispos, sacerdotes, diáconos permanentes, consagrados y consagradas, laicos, y
laicas, estamos llamados a asumir una actitud de permanente conversión pastoral, que implica escuchar con
atención y discernir “lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (Ap 2, 28) a
través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta.
379.
La
pastoral de la Iglesia no puede prescindir del contexto histórico donde viven
sus miembros. Su vida acontece en contextos socioculturales bien concretos.
Estas transformaciones sociales y culturales representan naturalmente nuevos
desafíos para la Iglesia en su misión de construir el Reino de Dios. De allí
nace la necesidad, en fidelidad al Espíritu Santo
que la conduce, de una renovación eclesial, que implica reformas espirituales,
pastorales y también institucionales.
380.
La
conversión de los pastores nos lleva también a vivir y promover una
espiritualidad de comunión y participación,
“proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el
hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas
consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las
comunidades” (NMI 43). La conversión pastoral requiere que la Iglesia se
constituya en comunidades de discípulos misioneros en torno a Jesucristo
Maestro y Pastor. De allí nace la actitud de apertura, de diálogo y
disponibilidad para promover la corresponsabilidad y participación
efectiva de todos los fieles en la vida
de las comunidades cristianas. Hoy más que nunca el testimonio de comunión
eclesial y la santidad son una urgencia pastoral. La programación pastoral ha de
inspirarse en el mandamiento nuevo del amor (cf Jn 13, 35; NMI 20).
381.
Encontramos
el modelo paradigmático de esta renovación comunitaria en las primitivas comunidades cristianas (Hch 2, 42 ss), que
supieron ir buscando nuevas formas para evangelizar de acuerdo con las culturas
y las circunstancias. Asimismo, nos motiva la eclesiología de comunión del
Concilio Vaticano II, el camino sinodal en el postconcilio y las anteriores
Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. No
olvidamos que como nos asegura Jesús, “donde hay dos o tres reunidos en mi
nombre, yo estaré en medio de ellos” (Mt 18, 18).
382.
La
conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral
de mera conservación a una pastoral decididamente misionera. Así será posible
que “el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de
cada comunidad eclesial” (NMI 12) con nuevo ardor misionero, haciendo que la
Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora,
una escuela permanente de comunión misionera.
383.
El
proyecto pastoral de la Diócesis, camino de pastoral orgánica, debe ser una
respuesta consciente y eficaz para atender las exigencias del mundo de hoy con
“indicaciones programáticas concretas, objetivos y métodos de trabajo, de
formación y valorización de los agentes y la búsqueda de los medios necesarios,
que permiten que el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las
comunidades e incida profundamente mediante el testimonio de los valores
evangélicos en la sociedad y en la cultura” (NMI 29). Los laicos deben
participar del discernimiento, la toma de decisiones, la planificación y la
ejecución (cf. ChL 51). Este Proyecto
diocesano exige un seguimiento constante por parte del obispo, los sacerdotes y
los agentes pastorales, con una actitud flexible que les permita mantenerse
atentos a los reclamos de la realidad siempre cambiante.
384.
Teniendo
en cuenta las dimensiones de nuestras parroquias es aconsejable la
sectorización en unidades territoriales más pequeñas, con equipos propios de
animación y coordinación que permitan una mayor proximidad a las personas y
grupos que viven en el territorio. Es recomendable que los agentes misioneros
promuevan la creación de comunidades de familias que fomenten la puesta en
común de su fe cristiana y las respuestas a los problemas Reconocemos como un
fenómeno importante de nuestro tiempo la aparición y difusión de diversas
formas de voluntariado misionero que se ocupan de una pluralidad de servicios.
La Iglesia apoya las redes y programas de voluntariado nacional e internacional
que en muchos países, en el ámbito
de las organizaciones de la sociedad civil,
han surgido para el bien de los más pobres de nuestro continente, a la luz
de los principios de dignidad, subsidiariedad y solidaridad, en conformidad con
la Doctrina Social de la Iglesia. No se trata sólo de estrategias para procurar
éxitos pastorales, sino de la fidelidad en la imitación del Maestro, siempre
cercano, accesible, disponible para todos, deseoso de comunicar vida en cada
rincón de la tierra.
7.3 Nuestro compromiso con la
misión ad gentes
385. Conscientes y agradecidos porque el Padre
amó tanto al mundo que envió a su Hijo para salvarlo (Jn 3,16), queremos ser
continuadores de su misión, ya que ésta es la razón de ser de la Iglesia y que
define su identidad más profunda.
386. Como discípulos misioneros, queremos que
el influjo de Cristo llegue hasta los confines de la tierra. Descubrimos la
presencia del Espíritu Santo en tierras de misión mediante signos:
a) La presencia de los valores del Reino de
Dios en las culturas, recreándolas desde dentro para transformar las
situaciones antievangélicas.
b) Los esfuerzos de hombres y mujeres que
encuentran en sus creencias religiosas el impulso para su compromiso histórico.
c) El nacimiento de la comunidad eclesial.
d)
El
testimonio de personas y comunidades que anuncian a Jesucristo con la santidad
de sus vidas.
387. Su Santidad Benedicto XVI ha confirmado
que la misión “ad gentes” se abre a nuevas dimensiones: “El campo de la Misión ad gentes se ha ampliado notablemente y
no se puede definir sólo basándose en consideraciones geográficas o jurídicas.
En efecto, los verdaderos destinatarios de la actividad misionera del pueblo de
Dios no son sólo los pueblos no cristianos y las tierras lejanas sino también
los ámbitos socioculturales y, sobre todo, los corazones” (Discurso OMP 2007).
388. Al mismo tiempo, el mundo espera de
nuestra Iglesia latinoamericana y caribeña un compromiso más significativo con
la misión universal en todos los continentes. Para no caer en la trampa de
encerrarnos en nosotros mismos, debemos formarnos como discípulos misioneros
sin fronteras, dispuestos a ir “a la otra orilla”, aquélla en la que Cristo no
es aún reconocido como Dios y Señor, y la Iglesia no está todavía presente (cf.
AG 6).
389. Los discípulos, quienes por esencia somos
también misioneros por el Bautismo nos formamos con un corazón universal,
abierto a todas las culturas y a todas las verdades, cultivando nuestra
capacidad de contacto humano y de diálogo. Estamos dispuestos con la valentía
que nos da el Espíritu, a anunciar a Cristo donde no es aceptado, con nuestra
vida, con nuestra acción, con nuestra profesión de fe y con su Palabra. Los
emigrantes son igualmente discípulos y misioneros, y están llamados a ser una
nueva una semilla de evangelización, a ejemplo de tantos emigrantes y
misioneros que trajeron la fe cristiana a nuestra América.
390. Queremos estimular a las iglesias locales
para que apoyen y organicen los centros misioneros nacionales y actúen en
estrecha colaboración con las Obras Misionales Pontificias y otras instancias
eclesiales cooperantes, cuya importancia y dinamismo para la animación y la
cooperación misionera reconocemos y agradecemos de corazón. Con ocasión de los
cincuenta años de la encíclica Fidei
Donum, agradecemos a Dios por los misioneros y misioneras que vinieron al
Continente y a quienes hoy están presentes en él, dando testimonio del espíritu
misionero de sus Iglesias locales al ser enviados por ellas.
391. Nuestro anhelo es que esta V Conferencia
sea un estímulo para que muchos discípulos de nuestras Iglesias vayan y
evangelicen en la “otra orilla”. La fe se fortifica dándola y es preciso que
entremos en nuestro continente en una nueva primavera de la misión “ad gentes”.
Somos Iglesias pobres, pero “debemos dar desde nuestra pobreza y desde la alegría
de nuestra fe” (DP 368) y esto sin descargar en unos pocos enviados el
compromiso que es de toda la comunidad cristiana. Nuestra capacidad de
compartir nuestros dones espirituales, humanos y materiales con otras Iglesias,
confirmará la autenticidad de nuestra nueva apertura misionera. Por ello,
alentamos la participación en la celebración de los congresos misioneros.
CAPÍTULO 8
REINO DE DIOS Y PROMOCIÓN DE LA
DIGNIDAD HUMANA
392. La misión del anuncio de la Buena Nueva de
Jesucristo tiene una destinación universal. Su mandato de caridad abraza todas
las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los ambientes de la
convivencia y todos los pueblos. Nada de lo humano le puede resultar extraño.
La Iglesia sabe, por revelación de Dios y por la experiencia humana de la fe,
que Jesucristo es la respuesta total, sobreabundante y satisfactoria a las
preguntas humanas sobre la verdad, el sentido de la vida y de la realidad, la
felicidad, la justicia y la belleza. Son las inquietudes que están arraigadas
en el corazón de toda persona y que laten en lo más humano de la cultura de los
pueblos. Por eso, todo signo auténtico de verdad, bien y belleza en la aventura
humana viene de Dios y clama por Dios.
393. Procurando acercar la vida de Jesucristo
como respuesta a los anhelos de nuestros pueblos, destacamos a continuación
algunos grandes ámbitos, prioridades y tareas para la misión de los discípulos
de Jesucristo en el hoy de América Latina
8.1 Reino de Dios, justicia social y caridad
cristiana
394. “El tiempo se ha cumplido y el reino de
Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia” (Mc1, 15). La voz
del Señor nos sigue llamando como discípulos misioneros y nos interpela a
orientar toda nuestra vida desde la realidad transformadora del Reino de Dios que
se hace presente en Jesús. Acogemos con mucha alegría esta buena noticia. Dios
amor es Padre de todos los hombres y mujeres de todos los pueblos y razas.
Jesucristo es el Reino de Dios que procura desplegar toda su fuerza
transformadora en nuestras Iglesia y en nuestras sociedades. En Él, Dios nos ha
elegido para que seamos sus hijos con el mismo origen y destino, con la misma
dignidad, con los mismos derechos y deberes vividos en el mandamiento supremo
del amor. El Espíritu ha puesto este germen del Reino en nuestro Bautismo y lo
hace crecer por la gracia de la
conversión permanente gracias a la Palabra y los sacramentos.
395. Señales evidentes de la presencia del
Reino son: la vivencia personal y comunitaria de las bienaventuranzas, la
evangelización de los pobres, el conocimiento y cumplimiento de la voluntad del
Padre, el martirio por la fe, el acceso de todos a los bienes de la creación,
el perdón mutuo, sincero y fraterno, aceptando y respetando la riqueza de la
pluralidad, y la lucha para no sucumbir a la tentación y no ser esclavos del
mal.
396. Ser discípulos y misioneros de Jesucristo
para que nuestros pueblos, en Él, tengan vida, nos lleva a asumir
evangélicamente y desde la perspectiva del Reino las tareas prioritarias que
contribuyen a la dignificación de todo ser humano, y a trabajar junto con los
demás ciudadanos e instituciones en bien del ser humano. El amor de
misericordia para con todos los que ven vulnerada su vida en cualquiera de sus
dimensiones, como bien nos muestra el Señor en todos sus gestos de
misericordia, requiere que, socorramos las necesidades urgentes, al mismo
tiempo que colaboremos con otros organismos o instituciones para organizar
estructuras más justas en los órdenes nacionales e internacionales. Urge crear
estructuras que consoliden un orden social, económico y político en el que no
haya inequidad y donde haya posibilidades para todos. Igualmente, se requieren
nuevas estructuras que promuevan una auténtica convivencia humana, que impidan
la prepotencia de algunos y faciliten el diálogo constructivo para los
necesarios consensos sociales.
397. La misericordia siempre será necesaria,
pero no debe contribuir a crear círculos viciosos que sean funcionales a un
sistema económico inicuo. Se requiere que las obras de misericordia
estén acompañas por la búsqueda de una verdadera justicia social, que vaya
elevando el nivel de vida de los ciudadanos, promoviéndolos comos sujetos de su
propio desarrollo. En su Encíclica Deus
Caritas est, el Papa Benedicto ha tratado con claridad inspiradora la compleja
relación entre justicia y caridad. Allí nos dice que “el orden justo de la
sociedad y del Estado es una tarea principal de la política” y no de la
Iglesia. Pero la Iglesia “no puede ni debe quedarse al margen en la
lucha por la justicia” (DCE 28). Ella colabora purificando la razón de todos
aquellos elementos que la ofuscan e impiden la realización de una liberación
integral. También es tarea de la Iglesia ayudar con la predicación, la
catequesis, la denuncia, y el testimonio del amor y de justicia, para que se
despierten en la sociedad las fuerzas espirituales necesarias y se desarrollen
los valores sociales. Sólo así las estructuras serán realmente más justas,
podrán ser eficaces y sostenerse en el tiempo. Sin valores no hay futuro, y no habrá estructuras salvadoras, ya que en
ellas siempre subyace la fragilidad humana.
398. La Iglesia tiene como misión propia y
específica comunicar la vida de Jesucristo a todas las personas, anunciando la
Palabra, administrando los Sacramentos y practicando la caridad. Es oportuno
recordar que el amor se muestra en las obras más que en las palabras, y esto
vale también para nuestras palabras en esta V Conferencia. No todo el que diga
Señor, Señor… Los discípulos misioneros de Jesucristo tenemos la tarea
prioritaria de dar testimonio del amor a Dios y al prójimo con obras concretas.
Decía San Alberto Hurtado: “En nuestras obras, nuestro pueblo sabe que
comprendemos su dolor”.
8.2 La dignidad humana
399. La cultura actual tiende a proponer
estilos de ser y de vivir contrarios a la naturaleza y dignidad del ser humano.
El impacto dominante de los ídolos del poder, la riqueza y el placer efímero se
han transformado, por encima del valor de la persona, en la norma máxima de
funcionamiento y el criterio decisivo en la organización social. Ante esta
realidad anunciamos una vez más el valor supremo de cada hombre y de cada
mujer. El Creador, en efecto, al poner todo lo creado al servicio del ser
humano, manifiesta la dignidad de la persona humana e invita al cuidado
exquisito por cada uno (Gn 1,26ss).
400. Proclamamos que todo humano existe pura y
simplemente por el amor de Dios que lo creó, y por el amor de Dios que lo
conserva a cada instante. La creación del varón y la mujer a su imagen y
semejanza es un acontecimiento divino de vida, y su fuente es el amor fiel del
Señor. Luego, solo el Señor es el autor y el dueño de la vida, y el ser humano,
su imagen viviente, es siempre sagrado, desde su concepción, en todas las
etapas de la existencia, hasta su muerte natural y después de la muerte. La mirada
cristiana sobre el ser humano permite percibir su valor que trasciende todo el
universo: “Dios nos ha mostrado de modo insuperable cómo ama a cada hombre, y
con ello le confiere una dignidad
infinita”[62].
401. Nuestra misión para que nuestros pueblos
en Él tengan vida, manifiesta nuestra convicción de que en el Dios vivo
revelado en Jesús se encuentra el sentido, la fecundidad y la dignidad de la
vida humana. Nos urge la misión de entregar a nuestros pueblos la vida plena y
feliz que Jesús nos trae, para que cada persona humana alcance viva de acuerdo
con la dignidad que Dios le ha dado. Lo hacemos con la conciencia de que esa
dignidad alcanzará su plenitud cuando Dios sea todo en todos. Él es el Señor de
la vida y de la historia, vencedor del misterio del mal, y acontecimiento
salvífico que nos hace capaces de emitir un juicio verdadero sobre la realidad,
que salvaguarde la dignidad de las personas y de los pueblos.
402. Nuestra fidelidad al Evangelio, nos exige
proclamar en todos los areópagos públicos y privados del mundo de hoy, y desde
todas las instancias de la vida y misión de la Iglesia, la verdad sobre el ser
humano y la dignidad de toda persona humana.
8.3 La opción preferencial por los pobres y
excluidos
403. Dentro de esta amplia preocupación por la
dignidad humana, se sitúa nuestra angustia por los millones de latinoamericanos
y latinoamericanas que no pueden llevar una vida que responda a esa dignidad. La
opción preferencial por los pobres es uno de los rasgos que marca la fisonomía
de la Iglesia Latinoamericana y Caribeña. De hecho, Juan Pablo II, dirigiéndose
a nuestro Continente, sostuvo que “convertirse al Evangelio para el pueblo
cristiano que vive en América, significa revisar todos los ambientes y
dimensiones de su vida, especialmente todo lo que pertenece al orden
social y a la obtención del bien común” (EA 27).
404. Nuestra fe proclama que “Jesucristo es el
rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre” (EA 67). Por eso “la opción
preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios
que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza” (S.S.
Benedicto XVI, Discurso Inaugural 3). Esta opción nace de nuestra fe en
Jesucristo, el Dios hecho hombre, que se ha hecho nuestro hermano (Hb 2,
11-12).
405. Si esta opción está implícita en la fe
cristológica, los cristianos como discípulos y misioneros estamos llamados a
contemplar en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo
que nos llama a servirlo en ellos: “Los rostros sufrientes de los pobres son rostros
sufrientes de Cristo” (SD 178). Ellos interpelan el núcleo del obrar de la
Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga
que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los
pobres reclama a Jesucristo: “Cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más
pequeños a mí me lo hicieron” (Mt 25, 40). Juan Pablo II destacó que este texto
bíblico “ilumina el misterio de Cristo” (NMI 49). Porque en Cristo el Grande se
hizo pequeño, el Fuerte se hizo frágil, el Rico se hizo pobre.
406. De nuestra fe en Cristo brota también la
solidaridad como actitud permanente de encuentro, hermandad y servicio, que ha
de manifestarse en opciones y gestos visibles, principalmente en la defensa de
la vida y de los derechos de los más vulnerables y excluidos, y en el
permanente acompañamiento en sus esfuerzos por ser sujetos de cambio y
transformación de su situación. El servicio de caridad de la Iglesia entre los
pobres “es un ámbito que caracteriza de manera decisiva la vida cristiana, el
estilo eclesial y la programación pastoral” (NMI 49).
407. El Santo padre nos ha recordado que la
Iglesia está convocada a ser “abogada de la justicia y defensora de los pobres”
(S.S. Benedicto XVI, Discurso Inaugural) ante “intolerables desigualdades
sociales y económicas” (TMA 51), que “claman al cielo” (EA 56a). Tenemos mucho
que ofrecer, ya que “no cabe duda de que la Doctrina Social de la Iglesia es
capaz de suscitar esperanza en medio de las situaciones más difíciles, porque
si no hay esperanza para los pobres, no la habrá para nadie, ni siquiera para
los llamados ricos” (PG 67). La opción preferencial por los pobres exige que
prestemos especial atención a aquellos profesionales católicos que son
responsables de las finanzas de las naciones, a quienes fomentan el empleo, los
políticos que deben crear las condiciones para el desarrollo económico de los
países, a fin de darles orientaciones éticas coherentes con su fe.
408. Nos comprometemos a trabajar para que
nuestra Iglesia Latinoamericana y Caribeña siga siendo, con mayor ahínco,
compañera de camino de nuestros hermanos más pobres, incluso hasta el martirio.
Hoy queremos ratificar y potenciar la opción del amor preferencial por
los pobres hecha en las Conferencias anteriores (DM XIV, 4-11; DP 1134-1165; SD
178-181). Que sea preferencial implica que debe atravesar todas nuestras
estructuras y prioridades pastorales. La Iglesia latinoamericana está llamada a
ser sacramento de amor, solidaridad y justicia entre nuestros pueblos.
409. En esta época suele suceder que defendemos
demasiado nuestros espacios de privacidad y disfrute, y nos dejamos contagiar
fácilmente por el consumismo individualista. Por eso nuestra opción por los
pobres corre el riesgo de quedarse en un plano teórico o meramente emotivo, sin
verdadera incidencia en nuestros comportamientos y en nuestras decisiones. Es
necesaria una actitud permanente que se manifieste en opciones y gestos
concretos (DCE 28.31), y evite toda actitud paternalista. Se nos pide dedicar
tiempo a los pobres, prestarles una amable atención, escucharlos con interés,
acompañarlos en los momentos más difíciles, eligiéndolos para compartir horas,
semanas o años de nuestra vida, y buscando, desde ellos, la transformación de
su situación. No podemos olvidar que el mismo Jesús lo propuso con su modo de
actuar y con sus palabras: “Cuando des una comida o una cena invita a los
pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos” (Lc 14, 13).
410. Sólo la cercanía que nos hace amigos nos
permite apreciar profundamente los valores de los pobres de hoy, sus legítimos
anhelos y su modo propio de vivir la fe. La opción por los pobres debe
conducirnos a la amistad con los pobres. Día a día los pobres se hacen sujetos
de la evangelización y de la promoción humana integral: educan a sus hijos en
la fe, viven una constante solidaridad entre parientes y vecinos, buscan
constantemente a Dios y dan vida al peregrinar de la Iglesia. A la luz del
Evangelio reconocemos su inmensa dignidad y su valor sagrado a los ojos de
Cristo, pobre como ellos y excluido entre ellos. Desde esta experiencia
creyente compartiremos con ellos la defensa de sus derechos.
8.4 Una renovada pastoral social para la
promoción humana integral
411. Asumiendo con nueva fuerza esta opción por
los pobres, ponemos de manifiesto que todo proceso evangelizador implica la
promoción humana y la auténtica liberación “sin la cual no es posible un orden
justo en la sociedad” (S.S. Benedicto XVI, Discurso Inaugural 3). Entendemos
además que la verdadera promoción humana no puede reducirse a aspectos
particulares: “Debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a
todo el hombre” (GS 76), desde la vida nueva en Cristo que transforma a la
persona de tal manera que “la hace sujeto de su propio desarrollo” (PP 15; DP).
Para la Iglesia, el servicio de la caridad, igual que el anuncio de la Palabra
y la celebración de los Sacramentos, “es expresión irrenunciable de la propia
esencia” (Benedicto XVI, DCE, 25).
412. Queremos, por tanto, desde nuestra
condición de discípulos y misioneros impulsar en nuestros planes pastorales, a
la luz de la Doctrina Social de la Iglesia, el Evangelio de la vida y la
solidaridad. Además, promover caminos eclesiales más efectivos, con la
preparación y compromiso de los laicos para intervenir en los asuntos sociales.
Es esperanzador lo que decía Juan Pablo II: “Aunque imperfecto y provisional,
nada de lo que se pueda realizar mediante el esfuerzo solidario de todos y la
gracia divina en un momento dado de la historia, para hacer más humana la vida
de los hombres, se habrá perdido ni habrá sido vano” (SRS 47).
413. Las Conferencias episcopales y las
Iglesias locales tienen la misión de promover renovados esfuerzos para
fortalecer una Pastoral Social estructurada, orgánica e integral que con la
asistencia, la promoción humana (EA 58), se haga presente en las nuevas
realidades de exclusión y marginación que viven los grupos más vulnerables,
donde la vida está más amenazada. En el centro de esta acción está cada
persona, que es acogida y servida con calidez cristiana. En esta actividad a
favor de la vida de nuestros pueblos, la Iglesia católica apoya la colaboración
mutua con otras comunidades cristianas.
414. La globalización hace emerger en nuestros
pueblos, nuevos rostros de pobres. Con especial atención y en continuidad con
las Conferencias Generales anteriores, fijamos nuestra mirada en los rostros de
los nuevos excluidos: los migrantes, las víctimas de la violencia, desplazados
y refugiados, víctimas del tráfico de personas y secuestros, desaparecidos,
enfermos de HIV y de enfermedades endémicas, tóxicodependientes, adultos
mayores, niños y niñas que son víctimas de la prostitución, pornografía y
violencia o del trabajo infantil, mujeres maltratadas, víctimas de la
violencia, de la exclusión y del tráfico para la explotación sexual, personas
con capacidades diferentes, grandes grupos de desempleados/as, los excluidos
por el analfabetismo tecnológico, las personas que viven en la calle de las
grandes urbes, los indígenas y afro-descendientes, campesinos sin tierra y los
mineros. La Iglesia con su Pastoral Social debe dar acogida y acompañar a estas
personas excluidas en los ámbitos que correspondan.
415. En esta tarea y con creatividad pastoral,
se deben diseñar acciones concretas que tengan incidencia en los Estados para
la aprobación de políticas sociales y económicas atiendan las variadas
necesidades de la población y que conduzcan hacia un desarrollo sostenible. Con
la ayuda de distintas instancias y organizaciones, la Iglesia puede hacer una
permanente lectura cristiana y una aproximación pastoral a la realidad de
nuestro Continente, aprovechando el rico patrimonio de la Doctrina Social de la
Iglesia. De esta manera, tendrá elementos concretos para exigir que aquellos
que tienen la responsabilidad de diseñar y aprobar las políticas que afectan a
nuestros pueblos, lo hagan desde una perspectiva ética, solidaria y
auténticamente humanista. En ello juegan un papel fundamental los/as laicos/as,
asumiendo tareas pertinentes en la sociedad.
416. En fin, no podemos olvidar que la mayor
pobreza es la de no reconocer la presencia del misterio de Dios en la vida del
hombre y su amor, que es lo único que verdaderamente salva y libera. En efecto,
“quien excluye a Dios de su horizonte falsifica el concepto de realidad y, en
consecuencia, sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas
destructivas (S.S. Benedicto XVI, Discurso Inaugural). La verdad de esta tesis
resulta evidente ante el fracaso de todos los sistemas que ponen a Dios entre
paréntesis.
8.5 Globalización de la solidaridad
y justicia internacional
417. La Iglesia en América Latina y en el
Caribe siente que tiene una responsabilidad en formar a los cristianos y
sensibilizarlos respecta a grandes cuestiones de la justicia internacional. Por
ello, tanto los pastores como los constructores de la sociedad tienen que estar
atentos a los debates y normas internacionales sobre la materia. Esto es
especialmente importante para los laicos que asumen responsabilidades públicas,
solidarios con al vida de los pueblos. Por ello, proponemos lo siguiente:
418. Apoyar la participación de la sociedad
civil para la reorientación y consiguiente rehabilitación ética de la política.
Por ello son muy importantes los espacios de participación de la sociedad civil
para la vigencia de la democracia, una verdadera economía solidaria y un
desarrollo integral, solidario y sustentable.
419. Formar en la ética cristiana que pone como
desafío el logro del bien común, la creación de oportunidades para todos, la
lucha contra la corrupción, la vigencia de los derechos laborales y sindicales;
hay que colocar como prioridad la creación de oportunidades económicas para
sectores de la población tradicionalmente marginados, como las mujeres y los
jóvenes, desde el reconocimiento de su dignidad. Por ello hay que trabajar por
una cultura de la responsabilidad a todo nivel que involucre a personas,
empresas, gobiernos y al mismo sistema internacional.
420. Trabajar por el bien común global es
promover una justa regulación de la economía, finanzas y comercio mundial. Es
urgente proseguir en el des-endeudamiento externo para favorecer las
inversiones en desarrollo y gasto social (TMA 51, SD 197), prever regulaciones
globales para prevenir y controlar los movimientos especulativos de capitales,
para la promoción de un comercio justo y la disminución de las barreras
proteccionistas de los poderosos, para asegurar precios adecuados de las
materias primas que producen los países empobrecidos y normas justas para
atraer y regular las inversiones y servicios entre otros.
421. Examinar atentamente los Tratados inter-gubernamentales
y otras negociaciones respecto del libre comercio. La Iglesia del país
latinoamericano implicado, a la luz de un balance de todos los factores que
están en juego, tiene que encontrar los caminos más eficaces para alertar a los
responsables políticos y a la opinión pública
acerca de las eventuales consecuencias negativas que pueden afectar a
los sectores más desprotegidos y vulnerables de la población.
422. Llamar a todos los hombres y mujeres de
buena voluntad a poner en práctica principios fundamentales como el bien común
(la casa es de todos), la subsidiaridad, la solidaridad intergeneracional e
intrageneracional.
8.6 Algunos rostros sufrientes que
nos duelen
8.6.1 Personas que viven en la
calle en las grandes urbes
423. En las grandes urbes es cada vez mayor el
número de las personas en situación de calle, que requieren especial cuidado,
atención y trabajo promocional por parte de la Iglesia, de modo tal que
mientras se les proporciona ayuda en lo necesario para la vida se los incluya
en proyectos de participación y promoción en los que ellos mismos sean sujetos
de su reinserción social.
424. Queremos llamar la atención de los
gobiernos locales y nacionales para que diseñen políticas que favorezcan la
atención de estos seres humanos, al igual que atiendan las causas que producen
este flagelo que afecta a millones de personas en toda nuestra América Latina y
el Caribe.
425. La opción preferencial por los pobres nos
impulsa, como discípulos y misioneros de Jesús, a buscar caminos nuevos y
creativos a fin de responder a la realidad creciente de pobres. La situación
precaria y la violencia familiar con frecuencia obliga a muchos niños y niñas a
buscar recursos económicos en la calle para su sobre vivencia personal y
familiar exponiéndose también a graves
riesgos morales y humanos.
426. Es deber social del Estado crear una
política inclusiva de la problemática de las personas de la calle. Nunca se
aceptará como solución a esta grave problemática social la violencia e incluso
el asesinato de los niños y jóvenes de la calle, como ha sucedido
lamentablemente en algunos países de nuestro Continente.
8.6.2 Enfermos
427. La Iglesia ha hecho una opción por la
vida. Esta nos proyecta necesariamente hacia las periferias más hondas de la
existencia: el nacer y el morir, el niño y el anciano, el sano y el enfermo.
San Ireneo nos dice que “la gloria de Dios es el hombre viviente”, aun el
débil, el recién concebido, el gastado por los años y el enfermo. Cristo envió
a sus apóstoles a predicar el Reino de Dios y a curar a los enfermos, verdaderas
catedrales del encuentro con el Señor Jesús.
428. Desde el inicio de la evangelización se ha
cumplido este doble mandato. El combate a la enfermedad tiene como finalidad
lograr la armonía física, psíquica, social y espiritual para el cumplimiento de
la misión recibida. La Pastoral de la Salud es la respuesta a los grandes
interrogantes de la vida, como son el sufrimiento y la muerte, a la luz de la
muerte y resurrección del Señor.
429. La salud es un tema que mueve grandes
intereses en el mundo, pero no proporciona una finalidad que la trascienda. En
la cultura actual no cabe la muerte y, ante su realidad, se trata de ocultarla.
Abriéndola a su dimensión espiritual y trascendente, la Pastoral de la Salud se
transforma en el anuncio de la muerte y resurrección del Señor, única verdadera
salud. Ella aúna en la economía sacramental del amor de Cristo, el amor de
muchos “buenos samaritanos”, sacerdotes, diáconos, laicos y profesionales de la salud. Las 32.116 instituciones
católicas dedicadas a la Pastoral de la Salud en América Latina representan un
recurso para la evangelización que se debe aprovechar.
430. En las visitas a los enfermos en los
centros de salud, en la compañía silenciosa al enfermo, en el cariñoso trato,
en la delicada atención a los requerimientos de la enfermedad se manifiesta, a
través de los profesionales y voluntarios discípulos del Señor, la maternidad
de la Iglesia que arropa con su ternura, fortalece el corazón y, en el caso del
moribundo, lo acompaña en el tránsito definitivo. El enfermo recibe con amor la
Palabra, el perdón, el Sacramento de la unción y los gestos de caridad de los
hermanos. Los enfermos son verdaderos misioneros, pues con sus sufrimientos
completan la pasión de Cristo en su cuerpo que es la Iglesia (Col. 2,). El
sufrimiento humano es una experiencia especial de la cruz y, a la vez, una
oportunidad de encuentro consigo mismo, con los demás y con Dios. El testimonio
de fe, paciencia y esperanza de los enfermos evangelizan a todos.
431. Se debe, por tanto, alentar en las
Iglesias particulares la pastoral de la salud que incluya distintos campos de
atención. Consideramos de gran prioridad fomentar una pastoral del Sida, en su
amplio contexto y en sus significaciones pastorales: que promueva el
acompañamiento comprensivo, misericordioso y la defensa de los derechos de las
personas infectadas; que implemente la información, promueva la educación y la
prevención, con criterios éticos, principalmente entre las nuevas generaciones
para que despierte la conciencia de todos a contener esta pandemia. Desde esta
V Conferencia pedimos a los gobiernos el acceso gratuito y universal de los
medicamentos para el Sida y las dosis oportunas.
8.6.3 Adictos dependientes
432. Es muy dolorosa la situación de tantas
personas y, en su mayoría jóvenes, que son víctimas de la vorágine insaciable
de intereses económicos de quienes comercializan con la droga.
433. En América Latina y el Caribe, la Iglesia
debe promover una lucha frontal contra el consumo y tráfico de drogas,
insistiendo en el valor de la acción preventiva y reeducativa, así como
apoyando a los gobiernos y entidades civiles que trabajan en este sentido,
urgiendo al Estado en su responsabilidad de combatir el narcotráfico y prevenir
el uso de todo tipo. La ciencia ha indicado la religiosidad como un factor de
protección y recuperación importante para el usuario de drogas.
434. Denunciamos que la comercialización de la
droga se ha hecho algo cotidiano en algunos de nuestros países debido a los
enormes intereses económicos en torna a ella. Consecuencia de ello es el gran
número de personas, en su mayoría niños y jóvenes, que ahora se encuentran
esclavizados y viviendo en situaciones muy precarias, teniendo que drogarse
para calmar su hambre o para escapar de la cruel y desesperanzadora realidad
que viven[63].
435. Es responsabilidad del Estado combatir,
con firmeza y con base legal, la comercialización indiscriminada de la droga y
el consumo ilegal de la misma. Lamentablemente, la corrupción también se hace
presente en este ámbito, y quienes deberían estar a la defensa de una vida más digna,
a veces hacen un uso ilegítimo de sus funciones para beneficiarse
económicamente.
436. Alentamos todos los esfuerzos que se
realizan desde el Estado, la sociedad civil y las Iglesias por acompañar a
estas personas. La Iglesia Católica tiene muchas obras que responden a esta
problemática desde nuestro ser discípulos y misioneros de Jesús, aunque todavía
no de manera suficiente ante la magnitud del problema; son experiencias que
reconcilian a los adictos con la tierra, el trabajo, la familia y con Dios. Merecen
especial mención, en este sentido, las Comunidades Terapéuticas, por su visión
humanística y trascendente de la persona.
8.6.4 Migrantes
437. Es expresión de caridad, también eclesial,
el acompañamiento pastoral de los migrantes. Hay millones de personas concretas
que por distintos motivos están en constante movilidad. En América Latina y el
Caribe constituyen un hecho nuevo y dramático los emigrantes, desplazados y
refugiados sobre todo por causas económicas, políticas y de violencia.
438. La Iglesia, como Madre, debe sentirse a sí
misma como Iglesia sin fronteras, Iglesia familiar, atenta al fenómeno
creciente de la movilidad humana en sus diversos sectores. Considera
indispensable el desarrollo de una mentalidad y una espiritualidad al servicio
pastoral de los hermanos en movilidad, estableciendo estructuras nacionales y
diocesanas apropiadas, que faciliten el encuentro del extranjero con la Iglesia
particular de acogida. Las Conferencias Episcopales y las Diócesis deben asumir
proféticamente esta pastoral especifica con la dinámica de unir criterios y
acciones que ayuden a una permanente atención a los migrantes, que deben llegar
a ser también discípulos y misioneros.
439. Para lograr este objetivo se hace
necesario reforzar el diálogo y la cooperación entre las Iglesias de salida y
de acogida, en orden a dar una atención humanitaria y pastoral a los que se han
movilizado, apoyándolos en su religiosidad y valorando sus expresiones
culturales en todo aquello que se refiera al Evangelio. Es necesario que en los
seminarios y casas de formación se tome conciencia sobre la realidad de la
movilidad humana, para darle una respuesta pastoral. También se requiere
promover la preparación de laicos que con sentido cristiano, profesionalismo y
capacidad de comprensión, puedan acompañar a quienes llegan, como también en
los lugares de salida a las familias que dejan (cf. EMCC, 7O, 71 y 86-88).
Creemos que “la realidad de las migraciones no se ha de ver nunca solo como un
problema, sino también y sobre todo, como un gran recurso para el camino de la
humanidad”[64].
440. Entre las tareas de la Iglesia a favor de
los migrantes está indudablemente la denuncia profética de los atropellos que
sufren frecuentemente, como también el esfuerzo por incidir, junto a los
organismos de la sociedad civil, en los gobiernos de los países, para lograr
una política migratoria que tenga en cuenta los derechos de las personas en
movilidad. Debe tener presente también a los desplazados por causa de la
violencia. En los países azotados por la violencia se requiere la acción
pastoral para acompañar a las víctimas y brindarles acogida y capacitarlos para
que puedan vivir de su trabajo. Asimismo, deberá ahondar su esfuerzo pastoral y
teológico para promover una ciudadanía universal en la que no haya distinción
de personas.
441. Los migrantes deben ser acompañados
pastoralmente por sus Iglesias de origen y estimulados a hacerse discípulos y
misioneros en las tierras y comunidades que los acogen, compartiendo con ellos
las riquezas de su fe y de sus tradiciones religiosas. Los migrantes que parten
de nuestras comunidades pueden ofrecer un valioso aporte misionero a las
comunidades que los acogen.
442. Las generosas remeses enviadas desde
Estados Unidos, Canadá, países europeos y otros, por los inmigrantes
latinoamericanos, evidencia la capacidad de sacrificio y amor solidario a favor
de las propias familias y patrias de origen. Es, por lo general, ayuda de los
pobres a los pobres.
8.6.5 Presos
443. Una realidad que golpea a todos los
sectores de la población, pero principalmente al más pobre, es la violencia
producto de las injusticias y otros males que durante largos años se ha
sembrado en las comunidades. Esto induce a una mayor criminalidad y, por ende,
a que sean muchas las personas que tienen que cumplir penas en recintos
penitenciarios inhumanos, caracterizados por el comercio de armas, drogas,
hacinamiento, torturas, ausencia de programas de rehabilitación, crimen
organizado que impide un proceso de reeducación y de inserción en la vida
productiva de la sociedad. Hoy por hoy, las cárceles son con frecuencia,
lamentablemente, escuelas para aprender a delinquir.
444. Es necesario que los Estados se planteen
con seriedad y verdad la situación del sistema de justicia y la realidad
carcelaria. Se necesita una mayor agilidad en los procedimientos judiciales,
así como el reforzamiento de la ética y valores en el personal civil y militar
que laboran en los recintos penitenciarios.
445. La Iglesia agradece a los capellanes y
voluntarios que, con gran entrega pastoral, trabajan en los recintos carcelarios,
Con todo, se debe fortalecer la pastoral penitenciaria, donde se incluyan la
labor evangelizadora y de promoción humana por parte de los capellanes y del
voluntariado carcelario. Prioridad tienen los equipos o vicarias de Derechos
Humanos que garanticen el debido proceso a los privados de libertad y una
atención muy cercana a la familia de los mismos.
446. Se recomienda a las Conferencias
Episcopales y Diócesis fomentar las comisiones de pastoral penitenciaria, que
sensibilicen a la sociedad sobre la grave problemática carcelaria, estimulen
procesos de reconciliación dentro del recinto penitenciario e incidan en las
políticas locales y nacionales en lo referente a la seguridad ciudadana y la
problemática penitenciaria.
CAPÍTULO 9
FAMILIA, PERSONAS Y VIDA
447. No podemos detenernos aquí a analizar
todas las cuestiones que integran la actividad pastoral de la Iglesia, ni
podemos proponer proyectos acabados o líneas de acción exhaustivas. Sólo nos
detendremos a mencionar algunas cuestiones que han alcanzado particular
relevancia en los últimos tiempos, para que posteriormente las Conferencias
Episcopales y otros organismos locales avancen en consideraciones más amplias,
concretas, y adaptadas a las necesidades del propio territorio.
9.1 El matrimonio y la familia
448. La familia es uno de los tesoros más
importantes de los pueblos latinoamericanos y es patrimonio de la humanidad
entera. En nuestros países, una parte importante de la población está afectada
por difíciles condiciones de vida que amenazan directamente la institución
familiar. En nuestra condición de discípulos y misioneros de Jesucristo estamos
llamados a trabajar para que esta situación sea transformada y que la familia
asuma su ser y su misión[65]
en el ámbito de la sociedad y de la Iglesia.
449. La familia está fundada en el sacramento
del matrimonio entre una mujer y un varón signo del amor de Dios por la
humanidad y de la entrega de Cristo por su esposa, la Iglesia. Desde esta
alianza de amor se despliegan la paternidad y la maternidad, la filiación y la
fraternidad, y el compromiso de los dos por una sociedad mejor.
450. Creemos que “la familia es imagen de Dios
que, en su misterio más íntimo no es una soledad, sino una familia” (DP 582).
En la comunión de amor de las tres Personas divinas, nuestras familias tienen
su origen, su modelo perfecto, su motivación más bella y su último destino.
451. Dado que la familia es el valor más
querido por nuestros pueblos, creemos que debe asumirse la preocupación por
ella como uno de los ejes transversales de toda la acción evangelizadora de la
Iglesia. En toda diócesis se requiere una pastoral familiar “intensa y
vigorosa” (S.S. Benedicto XVI, Discurso Inaugural) para proclamar el evangelio
de la familia, promover la cultura de la vida, y trabajar para que los derechos
de las familias sean reconocidos y respetados.
452. Esperamos que los legisladores,
gobernantes y profesionales de la salud, concientes de la dignidad de la vida
humana y del arraigo de la familia en nuestros pueblos, la defiendan y protejan
de los crímenes abominables del aborto y de la eutanasia, esta es su
responsabilidad. Por ello, ante leyes y disposiciones gubernamentales que son
injustas según la luz de la fe, se debe favorecer la objeción de consciencia.
Debemos atenernos a la “coherencia eucarística”, es decir, ser conscientes que
no podemos recibir la sagrada comunión y al mismo tiempo actuar con hechos o
palabras contra los mandamientos, en particular cuando se propicia el aborto,
la eutanasia y otros delitos graves contra la vida y la familia. Esta
responsabilidad pesa de manera particular sobre los legisladores, gobernantes,
y los profesionales de la salud. (cf. Sacramentum
Caritatis, 83).
453. Para tutelar y apoyar a la familia, la
Pastoral familiar puede impulsar, entre otras, las siguientes acciones:
a)
Comprometer
de una manera integral y orgánica a las otras pastorales, los movimientos y
asociaciones matrimoniales y
familiares a favor de las familias.
b)
Impulsar
proyectos que promuevan familias evangelizadas y evangelizadoras.
c)
Renovar
la preparación remota y próxima para el sacramento del matrimonio y la vida
familiar con itinerarios pedagógicos de fe.
d)
Promover,
en diálogo con los gobiernos y la sociedad, políticas y leyes a favor de la
vida, del matrimonio y la familia.
e)
Impulsar
y promover en la educación integral de los miembros de la familia, integrando
la dimensión del amor y la sexualidad.
f)
Impulsar
centros parroquiales y diocesanos con una pastoral de atención integral a la
familia, especialmente a aquellas que están en situaciones difíciles: madres
adolescentes y solteras, viudas y viudos, personas de la tercera edad, niños
abandonados, etc.
g)
Establecer
programas de formación, atención y acompañamiento para la paternidad y la
maternidad responsables.
h)
Estudiar
las causas de las crisis familiares para afrontarlas en todos sus factores.
i)
Ofrecer
formación permanente, doctrinal y pedagógica para los agentes de pastoral
familiar.
j)
Acompañar
con cuidado, prudencia y amor compasivo a los matrimonios que viven en
situación irregular (FC 77), siguiendo las orientaciones del Magisterio (FC 84;
Sacramentum Caritatis 29). Se
requieren mediaciones que hagan posible les llegue el mensaje de salvación para
todos. Urge impulsar acciones eclesiales, en un trabajo interdisciplinario de
teología y ciencias humanas, que ilumine la pastoral y la preparación de
agentes especializados para el acompañamiento de estos hermanos.
k)
Ante
las peticiones de nulidad matrimonial, procurar que los Tribunales
eclesiásticos sean accesibles y tengan una correcta y pronta actuación (cf. SC
29).
l)
Ayudar
a crear posibilidades para que los niñas y niños huérfanos y abandonados
logren, por la caridad cristiana, condiciones de acogida y adopción y puedan
vivir en familia.
m)
Organizar
casas de acogidas y un acompañamiento específico para acudir con compasión y
solidaridad a las niñas y adolescentes embarazadas, a las madres “solteras”, a
los hogares incompletos.
n)
Tener
presente que la Palabra de Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento, nos pide una atención especial hacia las viudas. Buscar la manera
de que ellas reciban una pastoral que las ayude a enfrentar esta situación,
muchas veces de desamparo y soledad.
9.2 Los niños
454. La niñez hoy en día debe ser sujeto de una
acción prioritaria de la Iglesia, de la familia y de las instituciones del
Estado, tanto por las posibilidades que ofrece como por la vulnerabilidad a la
que se encuentra expuesta. Los niños son don y signo de la presencia de Dios en
nuestro mundo por su capacidad de acoger con sencillez lo que será el
fundamento de sus vidas y aquellos a quienes Jesús presentó como sus
predilectos en el Reino y como modelo para entrar en él.
455. Vemos con dolor la situación de pobreza,
de violencia intra-familiar (sobre todo en familias irregulares o
desintegradas), de abuso sexual, por la que atraviesa un buen número de nuestra
niñez, así como los sectores de niñez trabajadora, niños de la calle, niños
portadores de HIV, huérfanos, niños soldados, y niños engañados y expuestos a
la pornografía y prostitución forzada, tanto virtual como real. La primera
infancia (0 a 6 años) requiere de una especial atención y cuidado.
456. Por otro lado la niñez, al ser el primer
momento de la vida, constituye una ocasión maravillosa para la transmisión de
la fe. Vemos con gratitud la valiosa acción de tantas instituciones al servicio
de la niñez.
457. Proponemos al respecto algunas
orientaciones pastorales:
a)
Inspirarse
en la actitud de Jesús para con los niños, de respeto y acogida como los
predilectos del reino, atendiendo a su formación integral.
b)
Establecer,
donde no existan, el Departamento o Sección de Niñez para desarrollar acciones
puntuales y orgánicas a favor de los niños y las niñas.
c)
Promover
procesos de reconocimiento de la niñez como un sector decisivo de especial
cuidado por parte de la Iglesia, la Sociedad y el Estado.
d)
Tutelar
la dignidad y derechos naturales inalienables de los niños, sin perjuicio de
los derechos legítimos derechos de los padres.
e)
Apoyar
las experiencias pastorales de atención a la primera infancia.
f)
Estudiar
y considerar las pedagogías adecuadas para la educación en la fe de los niños,
especialmente en todo lo relacionado a la iniciación cristiana, privilegiando
el momento de la primera comunión, como también la formación en la afectividad
y sexualidad humana.
g)
Valorar
la capacidad misionera de los niños, que no solo evangelizan a sus propios
compañeros, sino que también pueden ser evangelizadores de sus propios padres.
h)
Promover
y difundir procesos permanentes de investigación sobre la niñez, que hagan sostenible, tanto el reconocimiento de
su cuidado, como las iniciativas a favor de la defensa y de su promoción
integral.
i)
Fomentar
la institución de la infancia misionera.
458. Los adolescentes no son niños ni son
jóvenes, sino están en la edad de la búsqueda de su propia identidad, de
independencia frente a sus padres, de descubrimiento del grupo. En esta edad,
fácilmente pueden ser víctimas de falsos líderes constituyendo pandillas. Es
necesario impulsar la pastoral de los adolescentes, con sus propias
características, que garantizan su perseverancia en la fe. El adolescente busca
una experiencia de amistad con Jesús.
9.3 Los jóvenes
459. Los jóvenes y adolescentes constituyen la
gran mayoría de la población de América Latina y del Caribe, por ello
representan un enorme potencial para el presente y futuro de la Iglesia y de
nuestros pueblos como discípulos y misioneros del Señor Jesús. Los jóvenes son
sensibles a descubrir su vocación a ser amigos y discípulos de Cristo. Están
llamados a ser “centinelas del mañana”, comprometiéndose en la renovación del
mundo a la luz del Plan de Dios. No temen al sacrificio ni a la entrega de la
propia vida, pero sí a una vida sin sentido. Por su generosidad están llamados
a servir a sus hermanos, especialmente a los más necesitados, con todo su
tiempo y vida. Tienen capacidad para oponerse a las falsas ilusiones de
felicidad y a los paraísos engañosos de la droga, el placer, el alcohol y todas
las formas de violencia. En su búsqueda del sentido de la vida, son capaces y
sensibles para procurar descubrir el llamado particular que el Señor Jesús les hace.
Como discípulos misioneros, las nuevas generaciones están llamadas a transmitir
a sus hermanos jóvenes sin distinción alguna, la corriente de vida que viene de
Cristo y a compartirla en comunidad construyendo Iglesia y sociedad.
460. Por otro lado constatamos con preocupación
que la juventud de nuestro Continente atraviesa por situaciones que la afectan
significativamente: los efectos de la pobreza, que limitan el crecimiento
armónico de sus vidas y genera exclusión; la socialización con su transmisión
de valores ya no se da prioritariamente en las instituciones tradicionales sino
en nuevos ambientes no exentos de una fuerte carga de alienación; su
permeabilidad a las formas nuevas de expresiones culturales, producto de la
globalización, lo cual afecta su propia identidad personal y social. Son presa
fácil de las nuevas propuestas religiosas y pseudo religiosas. Las crisis por
la que atraviesa la familia hoy en día, les produce profundas carencias
afectivas y conflictos emocionales.
461. Están muy afectados por una educación de
baja calidad, que los deja por debajo de los niveles necesarios de
competitividad sumado a los enfoques antropológicos reduccionistas, que limitan
sus horizontes de vida y dificultan la toma de decisiones duraderas. Se ve una
ausencia de los jóvenes en lo político debido a la desconfianza que generan las
situaciones de corrupción, el desprestigio de los políticos y la búsqueda de
intereses personales frente al bien común. Se constata con preocupación
suicidios de jóvenes. Otros no tienen posibilidades de estudiar o trabajar y
muchos dejan sus países por no encontrar en ellos un futuro, dando a los
fenómenos de la movilidad humana y la migración un rostro juvenil. Preocupa también el uso indiscriminado y abusivo
que muchos jóvenes pueden hacer del mundo de la comunicación virtual.
462. Ante estos desafíos y retos sugerimos
algunas líneas de acción:
a)
Renovar
de manera eficaz y realista una opción preferencial por los jóvenes, en
continuidad con las Conferencias Episcopales anteriores, dando nuevo impulso a
la Pastoral de Juventud en las comunidades eclesiales (diócesis, parroquias,
movimientos, etc.).
b)
Alentar
a los Movimientos eclesiales que tienen una pedagogía orientada a la
evangelización de los jóvenes e invitarlos a poner más generosamente al servicio
de las Iglesias locales sus riquezas carismáticas, educativas y misioneras.
c)
Proponer
a los jóvenes el seguimiento de Cristo en la Iglesia, a la luz del Plan de
Dios, que les garantiza la realización plena de su dignidad de ser humano y les
propone una opción vocacional específica: el sacerdocio, la vida consagrada o
el matrimonio. Durante el proceso de acompañamiento vocacional, se irá
gradualmente introduciendo a los jóvenes en la oración personal y lectio
divina, la frecuencia de los sacramentos de la Eucaristía y la Reconciliación,
la dirección espiritual y el apostolado.
d)
Privilegiar
en la Pastoral de Juventud procesos de educación y maduración en la fe como
respuesta de sentido y orientación de la vida y garantía de compromiso
misionero. De manera especial se buscará implementar una Catequesis atractiva
para los jóvenes que los introduzca en el conocimiento del misterio de Cristo,
y se buscará mostrarles la belleza de la Eucaristía dominical que los lleve a
descubrir en ella a Cristo vivo y el misterio fascinante de la Iglesia.
e)
La
Pastoral de Juventud ayudará también a formar a los jóvenes de manera gradual,
para la acción social política y el
cambio de estructuras conforme a la Doctrina Social de la Iglesia,
haciendo propia la opción preferencial y evangélica por los pobres y
necesitados.
f)
Urgir
la capacitación de los jóvenes para que tengan oportunidades en el mundo del
trabajo y evitar que caigan en la droga y la violencia.
g)
En
las metodologías pastorales procurar una mayor sintonía entre el mundo adulto y
el mundo juvenil.
h)
Asegurar
la participación en peregrinaciones de jóvenes, en las Jornadas nacionales y
mundiales de Juventud, con la debida preparación espiritual y misionera y con
la compañía de Pastores.
9.4 El bien de los adultos mayores
463. El acontecimiento de la presentación en el
templo (Lc…) nos pone delante del encuentro de las generaciones: los niños y
los ancianos. El niño que se asoma a la vida, asumiendo y cumpliendo la Ley, y
los ancianos, que la festejan con el gozo del Espíritu Santo. Niños y ancianos
son el futuro de los pueblos. Los niños porque llevarán adelante la historia,
los ancianos porque transmiten la sabiduría añeja de sus vidas.
464. La Palabra de Dios nos interpela, de
muchas maneras, a respetar y valorar a nuestros mayores y ancianos. Incluso nos
invita a aprender de ellos, con gratitud, y a acompañarlos en su soledad o
débil condición. La frase de Jesús: “a los pobres los tendrán siempre con
ustedes y podrán hacerles bien cuando quieran” (Mc 14, 7), bien puede
entenderse de ellos, porque forman parte de cada familia, pueblo y nación. Sin
embargo, a menudo son olvidados o descuidados, por la sociedad, y hasta por sus
propios familiares.
465. Muchos de nuestros mayores han gastado su
vida por el bien de su familia, y de la comunidad, desde su lugar y vocación.
Muchos son verdaderos discípulos misioneros de Jesús, por su testimonio y sus
obras. Merecen ser reconocidos como hijos e hijas de Dios, llamados a compartir
la plenitud del amor, y a ser queridos en particular por la cruz de sus
dolencias, la capacidad disminuida o la soledad. La familia no debe mirar sólo
las dificultades que trae el convivir con ellos o el atenderlos. La sociedad no
puede considerarlos como un peso o una carga. Es lamentable que en algunos
países no haya políticas sociales que se ocupen suficientemente de los mayores
ya jubilados, pensionados, enfermos o abandonados. Por tanto exhortamos el
diseño de políticas sociales justas y solidarias, que atiendan a estas
necesidades.
466. La Iglesia se siente comprometida a procurar
la atención humana integral de todas las personas mayores, también ayudándoles
a vivir el seguimiento de Cristo en su actual condición, e incorporándolos en
lo posible a la misión evangelizadora. Por ello, mientras se agradece el
trabajo que ya vienen realizando religiosas, religiosos y voluntarios, quiere
renovar sus estructuras pastorales, y preparar aún más agentes, a fin de
ampliar este valioso servicio de amor.
9.5 La dignidad y participación de las mujeres
467. Desde la antropología cristiana, se resalta
la igual dignidad entre varón y mujer en razón de ser creados a imagen y
semejanza de Dios. El misterio de la Trinidad nos invita a vivir una comunidad
de iguales en la diferencia. En una época de marcado machismo, la práctica de
Jesús fue decisiva para significar la dignidad de la mujer y su valor
indiscutible: Habló con ellas (Jn 4), las curó (Mc 5, 25-34) las reivindicó en
su dignidad (Jn 8), las eligió como primeras testigos de su resurrección y unió
mujeres a su grupo. La figura de María, discípula por excelencia entre
discípulos, es fundamental en la recuperación de la identidad de la mujer y de
su valor en la Iglesia. El canto del Magníficat muestra a María como mujer
capaz de comprometerse con su realidad y de tener una voz profética ante ella.
468. La relación entre la mujer y el varón es
de reciprocidad y colaboración mutua. Se trata de armonizar, complementar y
trabajar sumando esfuerzos. La mujer es corresponsable, junto con el hombre,
ante el presente y el futuro de nuestra sociedad humana.
469. Lamentamos que
innumerables mujeres de toda condición no son valoradas en su dignidad, quedan con frecuencia solas y abandonadas,
no se les reconoce suficientemente su abnegado sacrificio e incluso
heroica generosidad en el cuidado y educación de los hijos ni en la
transmisión de la fe en la familia, no se valora ni promueve
adecuadamente su indispensable y peculiar participación en la
construcción de una vida social más humana y en la edificación de
la Iglesia. A la vez, su urgente dignificación y participación pretende
ser distorsionada por corrientes ideológicas, marcadas por la
impronta cultural de las sociedades del consumo y el espectáculo, que es
capaz de someter a las mujeres a nuevas esclavitudes. Es necesario en América Latina
superar una mentalidad machista que ignora la novedad del cristianismo, donde
se reconoce y proclama la “igual dignidad y responsabilidad de la mujer
respecto al hombre” (cf. Discurso Inaugural 5).
470. En esta hora de América Latina urge
escuchar el clamor muchas veces silenciado de las mujeres que son sometidas a
muchas formas de exclusión y de violencia en todas sus formas y en todas las
etapas de su vida. Entre ellas, las mujeres pobres, indígenas y
afrodescendientes han sufrido una doble marginación. Urge que todas las mujeres
puedan participar plenamente en la vida eclesial, familiar, cultural, social y
económica, creando espacios y estructuras que favorezcan una mayor inclusión.
471. Las mujeres constituyen, en general, la
mayoría de nuestras comunidades, son las primeras transmisoras de la fe y
colaboradoras de los pastores, quienes deben atenderlas, valorarlas y
respetarlas.
472. Urge valorar la maternidad como misión
excelente de las mujeres. Esto no se opone a su desarrollo profesional y al
ejercicio de todas sus dimensiones, lo cual nos permite ser fieles al plan
originario de Dios que da a la pareja humana de forma conjunta la misión de
mejorar la tierra. La mujer es insustituible en el hogar, la educación de los
hijos y la transmisión de la fe. Pero esto no excluye la necesidad de su participación
activa en la construcción de la sociedad. Para ello se requiere propiciar una
formación integral de manera que las mujeres puedan cumplir su misión en la
familia y en la sociedad.
473. La sabiduría del plan de Dios nos exige
favorecer el desarrollo de su identidad femenina en reciprocidad y
complementariedad a la identidad del varón. Por eso la Iglesia está llamada a
compartir, orientar y acompañar proyectos de promoción de la mujer con
organismos sociales ya existentes, reconociendo el ministerio esencial y
espiritual que la mujer lleva en sus entrañas: recibir la vida, acogerla,
alimentarla, darla a luz, sostenerla, acompañarla y desplegar su ser de mujer
creando espacios habitables de comunidad y de comunión. La maternidad no es una
realidad exclusivamente biológica, sino que se expresa de diversas maneras. La
vocación materna se cumple a través de muchas formas de amor, contención y
servicio a los demás. La dimensión maternal también se concreta, por ejemplo,
en la adopción de niños, ofreciéndoles protección y hogar. El compromiso de la
Iglesia en este ámbito es ético y profundamente evangélico.
474. Proponemos algunas acciones pastorales:
a)
Impulsar
la organización de la pastoral de manera que ayude a descubrir y desarrollar en
cada mujer y en ámbitos eclesiales y sociales el “genio femenino” y promueva el
más amplio protagonismo de las mujeres.
b)
Garantizar
la efectiva presencia de la mujer en los ministerios que en la Iglesia son
confiados a los laicos, así como también en las instancias de planificación y
decisión pastorales, valorando su aporte.
c)
Acompañar
a asociaciones femeninas que luchan por superar situaciones difíciles, de
vulnerabilidad o de exclusión.
d) Promover el diálogo con autoridades para
la elaboración de programas, leyes y políticas públicas que permitan armonizar
la vida laboral de la mujer con sus deberes de madre de familia.
9.6 La responsabilidad del varón y
padre de familia
475. El varón, desde su especificidad, está
llamado por el Dios de la vida a ocupar un lugar original y necesario en la
construcción de la sociedad, en la generación de cultura y en la realización de
la historia. Profundamente motivado por la hermosa realidad del amor que tiene
su fuente en Jesucristo, muchos se siente fuertemente invitados a formar una
familia. Allí, en una esencial disposición de reciprocidad y complementariedad,
vive y valoriza para la plenitud de su vida, la activa e insustituible riqueza
del aporte de la mujer, que le permite reconocer más nítidamente su propia
identidad.
476. En todos y cada uno de los ámbitos que
constituyen su vocación y misión debe, en cuanto bautizado, sentirse enviado
por la Iglesia a dar testimonio como discípulo y misionero de Jesucristo en la
familia. Sin embargo, en no pocos casos, termina delegando esta responsabilidad
en las mujeres o esposas.
477. Tradicionalmente, debemos reconocer que un
porcentaje significativo de ellos en América Latina y el Caribe, se han
mantenido más bien al margen de la Iglesia y del compromiso que en ella están
llamados a realizar. De este modo, han venido alejándose de Jesucristo, la vida
plena que tanto anhelan y buscan. Esta suerte de lejanía o indiferencia de
parte de los varones, que cuestiona fuertemente el estilo de nuestra pastoral
convencional, contribuye a que vaya creciendo la separación entre fe y cultura,
a la gradual pérdida de lo que interiormente es esencial y dador de sentido, a
la fragilidad para resolver adecuadamente conflictos y frustraciones, a la
debilidad para resistir el embate y seducciones de una cultura consumista,
frívola y competitiva, etc. Todo esto los hace vulnerables ante la propuesta de
estilos de vida que, proponiéndose como atractivos, terminan siendo
deshumanizadores. En un número cada vez más frecuente de ellos, se va abriendo
paso la tentación de ceder a la violencia, infidelidad, abuso de poder,
drogadicción, alcoholismo, machismo, corrupción y abandono de su papel de
padres.
478. Por otra parte, un gran porcentaje de
ellos se siente exigidos familiar, laboral y socialmente. Faltos de mayor
comprensión, acogida y afecto de parte de los suyos, valorizados de acuerdo a
lo que aportan materialmente, y sin espacios vitales en donde compartir sus
sentimientos mas profundos con toda libertad, se los expone a una situación de
profunda insatisfacción que los deja a merced del poder desintegrador de la
cultura actual. Ante esta situación, y en consideración a las consecuencias que
lo anterior trae para la vida matrimonial y para los hijos, se hace necesario
impulsar en todas nuestras Iglesias Particulares una pastoral para el padre de
familia.
479. Se proponen las algunas acciones
pastorales:
a)
Revisar
los contenidos de las diversas catequesis preparatorias a los sacramentos, como
las actividades y movimientos eclesiales relacionados con la pastoral familiar,
para favorecer el anuncio y la reflexión en torno a la vocación que el varón
está llamado a vivir en el matrimonio, la familia, la Iglesia y la sociedad.
b)
Profundizar
en las instancias pastorales
pertinentes, el rol específico que le cabe al varón en la construcción de la
familia en cuanto Iglesia Doméstica, especialmente como discípulo y misionero
evangelizador de su hogar e hijos.
c)
Promover
en todos los ámbitos de la educación católica y de la pastoral juvenil, el
anuncio y el desarrollo de los valores y actitudes que permitan a los y las jóvenes
generar competencias que les permitan favorecer el papel del varón en la vida
matrimonial, en el ejercicio de la paternidad, y en la educación de la fe de
sus hijos.
d)
Desarrollar
al interior de las Universidades católicas, a la luz de la antropología y moral
cristiana, la investigación y reflexión necesarias que permitan conocer la
situación actual del mundo de los varones, las consecuencias del impacto de los
actuales modelos culturales en su identidad y rol, y pistas que puedan
colaborar en el diseño de orientaciones pastorales al respecto.
e)
Denunciar
una mentalidad neoliberal que no descubre en el padre de familia más que un
instrumento de producción y ganancia, relegándole incluso en la familia a un
papel de mero proveedor. La creciente práctica de políticas públicas e
iniciativas privadas de promover incluso el domingo como día laboral, es una
medida profundamente destructiva de la familia y del padre.
f)
Favorecer
en la vida de la Iglesia la activa participación de los varones, generando y
promoviendo espacios y servicios que colaboren en este servicio.
9.7 La cultura de la vida y su
defensa
480. El ser humano creado a imagen y semejanza
de Dios también posee una altísima dignidad
que no podemos pisotear y que estamos llamados a respetar y a promover. La vida
es regalo gratuito de Dios, don y tarea y debemos cuidar con sagrada atención
desde la concepción, en todas sus etapas, y hasta la muerte natural, sin
relativismos.
481. La globalización también ha irrumpido en
las ciencias, en sus métodos y en sus límites, y nosotros, los discípulos de
Jesús, tenemos que llevar el Evangelio al gran escenario de las mismas, en un
diálogo entre ciencia y fe que nos permita presentar la defensa de la vida en
el concierto de las ciencias. La bioética trabaja con esta base epistemológica,
de manera interdisciplinar, en dónde cada ciencia aporta sus conclusiones.
482. No podemos escapar de este reto de diálogo
entre la fe, la razón y las ciencias. Nuestra prioridad por la vida y la
familia, cargadas de problemáticas que se debaten en la bioética, nos urge a
iluminar con el Evangelio y el Magisterio de la Iglesia la realidad de la vida.
483. Asistimos hoy a retos nuevos que nos piden
ser voz de los que no tienen voz. El niño que está creciendo en el seno materno
y las personas que se encuentran en el ocaso, son un reclamo de vida digna que
grita al cielo y que no puede dejar de estremecernos. La liberalización y banalización de las prácticas abortivas son
crímenes abominables, al igual que la eutanasia, la manipulación genética y
embrionaria, ensayos médicos en seres humanos, pena capital y tantas otras
maneras de atentar contra la dignidad y la vida. Si queremos sostener un
fundamento sólido e inviolable para los derechos humanos, es indispensable
reconocer que la vida humana debe ser defendida siempre, desde el momento mismo
de la fecundación. De otra manera, las circunstancias y conveniencias de los
poderosos siempre encontrarán excusas para maltratar a las personas.
484. Los anhelos de vida, de paz, de
fraternidad y de felicidad que no encuentran respuesta en medio de los ídolos
del lucro y la eficacia, la insensibilidad ante el sufrimiento ajeno, los
ataques a la vida intrauterina, la mortalidad infantil, el deterioro de algunos
hospitales, y todas las modalidades de violencia sobre niños, jóvenes, hombres
y mujeres, indican la importancia de la lucha por la vida y por la dignidad y
la integridad de la persona humana.
485. Para que los discípulos y misioneros
alaben a Dios dando gracias por la vida y sirviendo a la misma, proponemos las
siguientes acciones:
a)
Promover
y planear en las diócesis cursos de bioética para los agentes pastorales que
puedan ayudar a fundamentar con solidez los diálogos acerca de los problemas y
situaciones particulares sobre la vida.
b)
Procurar
que sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos accedan a estudios universitarios
de bioética.
c)
Promover
foros, paneles, seminarios y congresos que estudien, reflexionen y analicen
temas concretos de actualidad acerca de la vida en sus diversas manifestaciones
y sobre todo en el ser humano, especialmente en lo referente al respeto a la
vida desde la concepción hasta su muerte natural.
d)
Convocar
a las Universidades católicas a que organicen programas de bioética accesibles
a todos y tomen posición pública ante los grandes temas de la bioética.
e)
Crear
a nivel nacional un comité de bioética, con personas preparadas en el tema, que
garanticen fidelidad y respeto a la doctrina del Magisterio de la Iglesia sobre
la vida, para que sea la instancia que investigue, estudie, discuta y actualice
a la comunidad en el momento que el debate público lo requiera. Este comité
enfrentará las realidades que se vayan presentando en la localidad, en el país
o en el mundo, para defender y promover la vida en el momento oportuno.
f)
Ofrecer
a los matrimonios programas de formación en paternidad responsable y sobre el
uso de los métodos naturales de regulación de la natalidad.
g)
Apoyar
y acompañar a las mujeres que han decidido no abortar y acoger con misericordia
a quienes han abortado para ayudarlas a sanar sus graves heridas e invitarlas a
ser defensoras de la vida. El aborto hace dos víctimas: por cierto, el niño,
pero también la madre.
h)
Promover
la formación y acción de laicos competentes que se organicen para defender la
vida y la familia y que participen en organismos nacionales e internacionales.
i)
Asegurar
que se integre la objeción de conciencia en las legislaciones y que se respeto
por las administraciones públicas.
9.8 El cuidado del medio ambiente
486. Como discípulos de Jesús nos sentimos
invitados a dar gracias por el don de la
creación, reflejo de la sabiduría y belleza del Logos creador. En el
designio maravilloso de Dios, el hombre y la mujer están llamados a vivir en
comunión con Él, en comunión entre ellos y con toda la creación. El Dios de la
vida encomendó al ser humano su obra creadora para que “la cultivara y la
guardara” (Gn 2, 15). Jesús conocía bien la preocupación del Padre por las
criaturas que él alimenta (cf. Lc 12, 24) y embellece (cf. 12, 28). Y mientras
andaba por los caminos de su tierra no sólo se detenía a contemplar la
hermosura de la naturaleza, sino que invitaba a sus discípulos a reconocer el
mensaje escondido en las cosas (cf. Lc 12, 24-27; Jn 4, 35). Las criaturas del
Padre le dan gloria “con su sola existencia” (CCE 2416), y por eso el ser humano debe hacer uso de ellas con
cuidado y delicadeza (cf. CCE 2418).
487. América Latina se está tomando conciencia
de la naturaleza como una herencia gratuita que recibimos para proteger, como
espacio precioso de la convivencia humana y como responsabilidad cuidadosa del
señorío del hombre para bien de todos. Esta herencia muchas veces se
manifiesta frágil e indefensa ante los poderes económicos y tecnológicos. Por
eso, como profetas de vida, queremos insistir que en las intervenciones humanas en los recursos naturales no
predominen los intereses de grupos económicos que arrasan irracionalmente las fuentes de vida, en perjuicio de
naciones enteras y de la misma humanidad. Las generaciones que nos sucedan
tienen derecho a recibir un mundo habitable, y no un planeta con aire
contaminado, con aguas envenenadas y con recursos naturales agotados.
488. La Iglesia
agradece a todos los que se ocupan de la defensa de la vida y del
ambiente. Está cercana a los campesinos que con amor generoso trabajan
duramente la tierra para sacar, en condiciones sumamente difíciles, el sustento
para sus familias y aportar a todos los frutos de la tierra. Valora especialmente a los indígenas por su
respeto a la naturaleza y el amor a la madre tierra como fuente de alimento,
casa común y altar del compartir humano.
489. La riqueza natural de América Latina
experimenta hoy una explotación
irracional que va dejando una estela de dilapidación, e incluso de muerte, por
toda nuestra región. En todo ese proceso tiene una enorme
responsabilidad el actual modelo económico que privilegia el desmedido afán por
la riqueza, por encima de la vida de las personas y los pueblos y del respeto
racional de la naturaleza. La devastación de nuestros bosques y de la
biodiversidad mediante una actitud depredatoria y egoísta, involucra la
responsabilidad moral de quienes la promueven, porque pone en peligro la vida
de millones de personas y en especial el hábitat de los campesinos e indígenas,
quienes son expulsados hacia las tierras de ladera y a las grandes ciudades para vivir hacinados en
las cinturones de miserias. América
Latina tiene necesidad de progresar en su desarrollo agro-industrial para
valorizar las riquezas de sus tierras y sus capacidades humanas al servicio del
bien común, pero no podemos dejar de mencionar los problemas que causa una
industrialización salvaje y descontrolada de nuestras ciudades y del campo que
va contaminando el ambiente con toda clase de desechos orgánicos y químicos. Lo mismo hay que alertar respecto a las
industrias extractivas de recursos que, cuando no proceden a controlar y
contrarrestar sus efectos dañinos sobre el ambiente circundante, producen la
eliminación de los bosques, la contaminación del agua y convierten las zonas explotadas en inmensos
desiertos.
490. Ante esta situación ofrecemos algunas
propuestas y orientaciones:
a)
Evangelizar
a nuestros pueblos para descubrir el don de la creación, sabiéndola contemplar
y cuidar como casa de todos los seres vivos y matriz de la vida del planeta, a
fin de ejercitar responsablemente el señorío humano sobre la tierra y los
recursos para que pueda rendir todos sus frutos en su destinación universal,
educando para un estilo de vida de sobriedad y austeridad solidarias.
b)
Profundizar
la presencia pastoral en las poblaciones más frágiles y amenazadas por el
desarrollo depredatorio y apoyarlas en sus esfuerzos para lograr una equitativa
distribución de la tierra, del agua y de los espacios urbanos.
c)
Buscar un modelo de desarrollo
alternativo[66],
integral y solidario, basado en una ética que incluya la responsabilidad por
una auténtica ecología natural y humana, que se fundamenta en el evangelio de
la justicia, la solidaridad y el destino universal de los bienes, y que supere
la lógica utilitarista e individualista, que no somete a criterios éticos los
poderes económicos y tecnológicos. Por tanto, alentar a nuestros campesinos a
que se organicen de tal manera que puedan lograr su justo reclamo.
d)
Empeñar
nuestros esfuerzos en la promulgación de políticas públicas y participaciones
ciudadanas que garanticen la protección, conservación y restauración de la
naturaleza.
e)
Determinar
medidas de monitoreo y control social sobre la aplicación en los países de los
estándares ambientales internacionales.
491. Crear conciencia en las Américas sobre la
importancia de la Amazonia para toda la humanidad. Establecer entre las
iglesias locales de diversos países sudamericanos que están en la cuenca
amazónica una pastoral de conjunto con prioridades diferenciadas para crear un
modelo de desarrollo que privilegie a los pobres y sirva al bien común. Apoyar,
con los recursos humanos y financieros necesarios a la iglesia que vive en la
Amazonía para que siga proclamando el
evangelio de la vida y desarrolle su trabajo pastoral en la formación de laicos
y sacerdotes a través de seminarios, cursos, intercambios, visitas a las
comunidades y material educativo.
CAPÍTULO 10
NUESTROS PUEBLOS Y LA CULTURA
10.1 La
cultura y su evangelización
492. La cultura en su comprensión más extensa
representa el modo particular con el cual los hombres y los pueblos cultivan su
relación con la naturaleza y con sus hermanos, con ellos mismos y con Dios, a
fin de lograr una existencia plenamente humana (cf. GS 53). En cuanto tal es
patrimonio común de los pueblos, también de América Latina.
493. La V Conferencia en Aparecida mira
positivamente y con verdadera empatía las distintas formas de cultura presentes
en nuestro continente por reconocer en ellas las “semillas del Verbo” y la
acción del Espíritu Santo, y por la importancia misma de la cultura y de su
relación con la evangelización.
494. Con el Santo Padre damos gracias por el
hecho de que la Iglesia, “ayudando a los fieles cristianos a vivir su fe con
alegría y coherencia” ha sido, a lo largo de su historia, en este Continente
creadora y animadora de cultura: “La fe en Dios ha animado la vida y la cultura
de estos pueblos durante más de cinco siglos.” Esta realidad se ha expresado en
“el arte, la música, la literatura y, sobre todo, en las tradiciones religiosas
y en la idiosincrasia de sus gentes, unidas por una misma historia y por un
mismo credo, y formando una gran sintonía en la diversidad de culturas y de
lenguas” (S.S. Benedicto XVI, Discurso inaugural de la V Conferencia General).
495. La cultura adveniente presenta luces y
sombras. Luces que manifiestan la acción del Espíritu Santo en el mundo y
sombras que son consecuencia del pecado. El relativismo moral y el subjetivismo
exacerbado necesitan ser superados con la luz del evangelio. Siendo conscientes
de que el abismo entre fe y cultura es el verdadero drama de nuestro tiempo
(Cfr EN 20). La V Conferencia desea establecer un puente entre fe y cultura,
que promueva la justicia y la solidaridad y aliente un proyecto esperanzador y
generador de una nueva cultura de vida en Cristo, camino, verdad y vida (Jn.
14, 6). Esta nueva vida en Él nace y se alimenta del amor apasionado a Cristo,
encontrado en la oración y celebrado en la liturgia eucarística dominical,
ardiente e infatigable en la caridad samaritana.
496. Esta atención a la evangelización de la
cultura implica:
a)
Dar
una mirada detenida a la educación católica en el continente no solo en los
niveles básicos que atañen a la familia y a la parroquia, a la catequesis y a
la homilía sino también en los concernientes a la Universidad Católica.
b)
Una
renovada y adecuada pastoral urbana.
c)
Una
presencia activa y evangelizadora, tanto en los campos culturales tradicionales
como en los nuevos areópagos,
d)
Inserción
en los medios de comunicación, y en los centros de decisión de la sociedad
actual.
e)
Una
educación y una formación integral al servicio de la persona humana y del bien
común.
En síntesis, una conversión pastoral en el
ámbito de la cultura.
10.2 La educación como bien
público
497. Anteriormente nos referimos a la
educación católica, pero como pastores no podemos ignorar la misión del Estado
en el campo educativo, velando de un modo particular por la educación de los
niños y jóvenes. Estos centros educativos no deberían ignorar que la apertura a
la trascendencia es una dimensión de la vida humana, por lo cual la formación
integral de las personas reclama la inclusión de contenidos religiosos.
498. La Iglesia cree que “los niños y los
adolescentes tienen derecho a que se les estimule a apreciar con recta
conciencia los valores morales y a prestarles su adhesión personal y también a
que se les estimule a conocer y amar más a Dios. Ruega, pues, encarecidamente a
todos los que gobiernan los pueblos, o están al frente de la educación, que
procuren que nunca se vea privada la juventud de este sagrado derecho” (GE 1).
499. Ante las dificultades al respecto
que encontramos en varios países, queremos empeñarnos en la formación religiosa
de los fieles que asisten a las escuelas públicas de gestión estatal,
procurando acompañarlos también a través de otras instancias formativas en
nuestras parroquias y Diócesis. Al mismo tiempo, agradecemos la dedicación de
los profesores de religión en las escuelas públicas y los animamos en esta
tarea. Los estimulamos para que procuren una capacitación doctrinal y
pedagógica. Agradecemos también a quienes, por la oración y la vida comunitaria,
procuran ser testimonio de fe y de coherencia en estas escuelas.
10.3 Pastoral de la Comunicación
Social
500. La revolución tecnológica y los procesos
de globalización configuran el mundo actual como una gran cultura mediática.
Esto implica una capacidad para reconocer los nuevos lenguajes, que pueden
ayudar a una mayor humanización global. Estos nuevos lenguajes configuran un
elemento articulador de los cambios en la sociedad.
501.
“En
nuestro siglo tan influenciado por los medios de comunicación social, el primer
anuncio, la catequesis o el ulterior ahondamiento de la fe, no pueden
prescindir de esos medios”. “Puestos al servicio del Evangelio, ellos ofrecen
la posibilidad de extender casi sin límites el campo de audición de la Palabra
de Dios, haciendo llegar la Buena Nueva a millones de personas. La Iglesia se
sentiría culpable ante Dios si no empleara esos poderosos medios, que la
inteligencia humana perfecciona cada vez más. Con ellos la Iglesia ‘pregona
sobre los terrados’ (cf. Mt 10, 27; Lc 12, 3) el mensaje del que es
depositaria. En ellos encuentra una versión moderna y eficaz del ‘púlpito’.
Gracias a ellos puede hablar a las multitudes” (EN 45).
502.
A fin
de formar discípulos y misioneros en este campo, nosotros, los obispos reunidos
en la V Conferencia, nos comprometemos a acompañar a los comunicadores,
procurando:
a)
Conocer
y valorar esta nueva cultura de la comunicación;
b)
Promover
la formación profesional en la cultura de la comunicación de todos los agentes
y creyentes;
c)
Apoyar
y optimizar, por parte de la Iglesia, la creación de medios de comunicación
social propios, tanto en los sectores televisivo y radial, como en los sitios
de Internet y en los medios impresos.
d)
Estar
presente en los MCS: prensa, radio y tv, sitios de internet, foros y tantos
otros sistemas para introducir en ellos el misterio de Cristo.
e)
Educar
en la formación critica en el uso de los medios de comunicación desde la
primera edad.
f)
Animar
las iniciativas existentes o por crear en este campo, con espíritu de comunión.
g)
Formar
comunicadores profesionales competentes y comprometidos con los valores
humano-cristianos en la transformación evangélica de la sociedad.
h)
Promover
leyes para crear nueva cultura que protejan a los niños, jóvenes y más
vulnerables para que la comunicación no conculque los valores y, en cambio,
creen criterios válidos de discernimiento.
i)
Desarrollar
una política de comunicación capaz de ayudar tanto las pastorales de
comunicación como los medios de comunicación de inspiración católicos a
encontrar su lugar en la misión evangelizadora de la Iglesia.
503. La Internet, vista dentro del panorama de
la comunicación social, debe ser entendida en la línea ya proclamada en el
Concilio Vaticano II como una de las “maravillosas invenciones de la técnica”
(Decreto Inter Mirifica, 1). “Para la
Iglesia, el nuevo mundo del espacio cibernético es una exhortación a la gran
aventura de la utilización de su potencial para proclamar el mensaje
evangélico. Este desafío está en el centro de lo que significa, al inicio del
milenio, seguir el mandato del Señor, de “avanzar”: Duc in altum! (Lc 5,4).” (João Paulo II, Mensagem para o 36º Día
Mundial de las Comunicaciones Sociales. “Internet: un nuevo fuero para la
proclamación del Evangelio”, n.2, 12 de mayo de 2002).
504. “La Iglesia se acerca de este nuevo medio
con realismo y confianza. Como los otros instrumentos de comunicación, él es un
medio y no un fin en si mismo. La Internet puede ofrecer magníficas
oportunidades de evangelización, si es usada con competencia y una clara
conciencia de sus fortalezas y debilidades.” (ibidem, n.3).
505. Los medios de comunicación en general no
substituyen las relaciones personales ni la vida comunitaria local. Sin
embargo, los sitios pueden reforzar y estimular el intercambio de experiencias
y de informaciones que intensifiquen la práctica religiosa a través de
acompañamientos y orientaciones. También en la familia, les cabe a los padres
alertar a sus hijos para un uso conciente de los contenidos disponibles en la
Internet, de forma a complementar su formación educacional y moral.
506. Dado que la exclusión digital es evidente,
las parroquias, comunidades, centros culturales e instituciones educacionales
católicas podrían ser estimuladoras de la creación de puntos de red y salas
digitales para promover la inclusión, desarrollando nuevas iniciativas y
aprovechando, con una mirada positiva, aquellas que ya existen. En América
Latina y el Caribe existen revistas, periódicos, sitios, portales y servicios
on line que llevan contenidos informativos y formativos, además de
orientaciones religiosas y sociales diversas, tales como “sacerdote”,
“orientador espiritual”, “orientador vocacional”, “profesor”, “médico”, entre
otros. Hay innumerables escuelas e instituciones católicas que ofrecen cursos a
distancia de Teología y cultura bíblica.
10.4 Nuevos areópagos y centros de
decisión
507. Queremos felicitar e incentivar a tantos
discípulos y misioneros de Jesucristo que, con su presencia ética coherente,
siguen sembrando los valores evangélicos en los ambientes donde
tradicionalmente se hace cultura y en los nuevos areópagos: el mundo de las
comunicaciones, la construcción de la paz, el desarrollo y la liberación de los
pueblos, sobretodo de las minorías, la promoción de la mujer y de los niños, la
ecología y la protección de la naturaleza. Y “el vastísimo areópago de la
cultura, de la experimentación científica, de las relaciones internacionales”
(RM 37). Evangelizar la cultura, lejos de abandonar la opción preferencial por
los pobres y el compromiso con la realidad, nace del amor apasionado a Cristo,
que acompaña al Pueblo de Dios en la misión de inculturar el Evangelio en la
historia, ardiente e infatigable en su caridad samaritana.
508. Una tarea de gran importancia es la
formación de pensadores y personas que estén en los niveles de decisión. Para
eso, debemos emplear esfuerzo y creatividad en la evangelización de
empresarios, políticos y formadores de opinión, el mundo del trabajo,
dirigentes sindicales, cooperativos y comunitarios.
509. En la cultura actual, surgen nuevos campos
misioneros y pastorales que se abren. Uno de ellos es, sin duda, la pastoral
del turismo y del entretenimiento, que tiene un campo inmenso de realización en
los clubes, en los deportes, salas de cine, centros comerciales y otras
opciones que a diario llaman la atención y piden ser evangelizadas.
510. Ante la falsa visión, tan difundida en
nuestros días, de una incompatibilidad entre fe y ciencia, la Iglesia proclama
que la fe no es irracional. “Fe y razón son dos alas por las cuales el espíritu
humano se eleva en la contemplación de la verdad” (Fides et Ratio, Preambulo). Por esto valoramos a tantos hombres y
mujeres de fe y ciencia, que aprendieron a ver en la belleza de la naturaleza
las señales del Misterio, del amor y de la bondad de Dios, y son señales
luminosas que ayudan a comprender que el libro de la naturaleza y la Sagrada
Escritura hablan del mismo Verbo que se hizo carne.
511. Queremos valorar siempre más los espacios
de diálogo entre fe y ciencia, incluso en los medios de comunicación. Una forma
de hacerlo es a través de la difusión de la reflexión y la obra de los grandes
pensadores católicos, especialmente del siglo XX, como referencias para la
justa comprensión de la ciencia.
512. Dios no es sólo la suma Verdad. Él es
también la suma Bondad y la suprema Belleza. Por eso, “la sociedad tiene
necesidad de artistas, de la misma manera como necesita de científicos,
técnicos, trabajadores, especialistas, testigos de la fe, profesores, padres y
madres, que garanticen el crecimiento de la persona y el progreso de la
comunidad, a través de aquella forma sublime de arte que es el ‘arte de
educar’” (Juan Pablo II, Carta a los artistas, 4).
513. Es necesario comunicar los valores
evangélicos de manera positiva y propositiva. Son muchos los que se dicen
descontentos, no tanto con el contenido de la doctrina de la Iglesia, sino con
la forma como ésta es presentada. Para eso, en la elaboración de nuestros
Planes Pastorales queremos:
a)
Favorecer
la formación de un laicado capaz de actuar como verdadero sujeto eclesial y
competente interlocutor entre la Iglesia y la sociedad, y la sociedad y la
Iglesia;
b)
Optimizar
el uso de los medios de comunicación católicos, haciéndolos más actuantes y
eficaces, sea para la comunicación de la fe, sea para el diálogo entre la
Iglesia y la sociedad;
c)
Actuar
con los artistas, deportistas, profesionales de la moda, periodistas,
comunicadores y presentadores, así como con los productores de información en
los medios de comunicación, con los intelectuales, profesores, líderes
comunitarios y religiosos;
d)
Rescatar
el papel del sacerdote como formador de opinión.
514. Aprovechando las experiencias de los
Centros de Fe y Cultura o Centros Culturales Católicos, trataremos de crear o
dinamizar los grupos de diálogo entre la Iglesia y los formadores de opinión de
los diversos campos. Convocamos a nuestras Universidades Católicas para que
sean cada vez más lugar de producción e irradiación del diálogo entre fe y
razón y del pensamiento católico.
515. Les cabe también a las Iglesias de América
Latina y del Caribe crear oportunidades para la utilización del arte en la
catequesis de niños, adolescentes y adultos, así como en las diferentes
pastorales de la Iglesia. Es necesario también que las acciones de la Iglesia
en ese campo sean acompañadas por un mejoramiento técnico y profesional exigido
por la propia expresión artística. Por otro lado, es también necesaria la
formación de una consciencia crítica que permita juzgar con criterios objetivos
la calidad artística de lo que realizamos.
516. Es fundamental que las celebraciones
litúrgicas incorporen en sus manifestaciones elementos artísticos que puedan
transformar y preparar a la asamblea para el encuentro con Cristo. La
valorización de los espacios de cultura existente, donde se incluyen los
propios templos, es una tarea esencial para la evangelización por la cultura.
En esa línea, también se debe incentivar la creación de centros culturales
católicos, necesarios, especialmente en las áreas más carentes donde el acceso
a la cultura es más urgente y mejora el sentido de lo humano.
10.5 Discípulos y misioneros en la
vida pública
517. Los discípulos y misioneros de Cristo
deben iluminar con la luz del Evangelio todos los ámbitos de la vida social. La
opción preferencial por los pobres, de raíz evangélica, exige una atención
pastoral atenta a los constructores de la sociedad. Si muchas de las
estructuras actuales generan pobreza, en parte se ha debido a la falta de
fidelidad a sus compromisos evangélicos de muchos cristianos con especiales
responsabilidades políticas, económicas y culturales.
518. La realidad actual de nuestro continente
pone de manifiesto que hay “una notable ausencia en el ámbito político,
comunicativo y universitario, de voces e iniciativas de líderes católicos de
fuerte personalidad y de vocación abnegada que sean coherentes con sus
convicciones éticas y religiosas” (S.S. Benedicto XVI, Discurso inaugural).
519. Entre las señales de preocupación, se
destaca, como una de las más relevantes, la concepción del ser humano, hombre y
mujer, que se ha ido plasmando. Agresiones a la vida, en todas sus instancias,
en especial contra los más inocentes y desvalidos, pobreza aguda y exclusión
social, corrupción y relativismo ético, entre otros aspectos, tienen como
referencia un ser humano, en la práctica, cerrado a Dios y al otro.
520. Sea un viejo laicismo exacerbado, sea un
relativismo ético que se propone como fundamento de la democracia, animan a
fuertes poderes que pretenden rechazar toda presencia y contribución de la
Iglesia en la vida pública de las naciones y la presionan para que se repliegue
en los templos y sus servicios “religiosos”. Consciente de la distinción entre
comunidad política y comunidad religiosa, base de sana laicidad, la Iglesia no
cejará de preocuparse por el bien común de los pueblos y, en especial, por la
defensa de principios éticos no negociables porque arraigadas en la naturaleza
humana.
521. Son los laicos de nuestro continente,
concientes de su llamada a la santidad en virtud de su vocación bautismal, que
tienen que actuar a manera de fermento en la masa para construir una ciudad
temporal que esté de acuerdo con el proyecto de Dios. La coherencia entre fe y
vida en el ámbito político, económico y social exige la formación de la
conciencia, que se traduce en un conocimiento de la Doctrina social de la
Iglesia. Para una adecuada formación en la misma, será de mucha utilidad el
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. La V Conferencia se compromete a
llevar a cabo una catequesis social incisiva, porque “la vida cristiana no se
expresa solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes
sociales y políticas” (S.S. Benedicto XVI, Discurso inaugural).
522. El discípulo y misionero de Cristo que se
desempeña en los ámbitos de la política, de la economía y en los centros de
decisiones sufre el influjo de una cultura frecuentemente dominada por el
materialismo, los intereses egoístas y una concepción del hombre contraria a la
visión cristiana. Por eso es imprescindible que el discípulo se cimente en su
seguimiento del Señor que le dé la fuerza necesaria no sólo para no sucumbir
ante las insidias del materialismo y del egoísmo, sino para construir en torno
a él un consenso moral sobre los valores fundamentales que hacen posible la
construcción de una sociedad justa.
523. Pensemos cuan necesario sería la
integridad moral en los políticos. Muchos de los países latinoamericanos, pero
también en otros continentes viven en la miseria, por problemas endémicos de
corrupción. Cuanta disciplina de integridad moral necesitamos, entendiendo por
ella en el sentido cristiano del autodominio para hacer el bien, para ser
servidor de la verdad y del desarrollo de nuestras tareas sin dejarnos
corromper por favores, intereses y ventajas. Se necesita mucha fuerza y mucha
perseverancia para conservar esta honestidad que debe surgir de una nueva educación que rompa el círculo
vicioso de esta tradición de corrupción imperante. Realmente necesitamos mucho
esfuerzo para avanzar en la creación de una verdadera riqueza moral que nos
permita pre-ver nuestro propio futuro.
524. Los obispos reunidos en la V Conferencia
queremos acompañar a los constructores de la sociedad., Ya que le corresponde a
la Iglesia formar las conciencias, ser abogada de la justicia y de la verdad,
educar en las virtudes individuales y políticas es la vocación fundamental de
la Iglesia en este sector” (S.S. Benedicto XVI, Discurso inaugural). Queremos
llamar al sentido de responsabilidad de los laicos para que estén presentes en
la vida pública, y más en concreto “en la formación de los consensos necesarios
y en la oposición contra las injusticias” (S.S. Benedicto XVI, Discurso
inaugural).
10.6 La Pastoral Urbana
525. El cristiano de hoy no se encuentra más en
la línea de frente de la producción cultural, sino que recibe su influencia y
sus impactos. Las grandes ciudades son laboratorios de esa cultura
contemporánea compleja y plural.
526. La ciudad se ha convertido en el lugar
propio de las nuevas culturas que se están gestando e imponiendo, con un nuevo
lenguaje y una nueva simbología. Esta mentalidad urbana se extiende, también,
al mismo mundo rural. En definitiva la ciudad trata de armonizar la necesidad
del desarrollo con el desarrollo de las necesidades, fracasando normalmente en
este propósito.
527. En el mundo urbano acontecen complejas
transformaciones socio-económicas, culturales, políticas y religiosas que hacen
impacto en todas las dimensiones de la vida. Está compuesto de ciudades
satélites, de barrios periféricos.
528. En la ciudad conviven diferentes
categorías sociales tales como las élites económicas, sociales y políticas; la
clase media con sus diferentes niveles y la gran multitud de los pobres. En
ella coexisten binomios que la desafían cotidianamente: tradición-modernidad;
globalidad-particularidad, inclusión-exclusión,
personalización-despersonalización, lenguaje secular-lenguaje religioso,
homogeneidad-pluralidad, cultura urbana-pluriculturalismo.
529. La Iglesia en sus inicios se formó en las
grandes ciudades de su tiempo y se sirvió de ellas para extenderse. Por eso,
podemos realizar con alegría y valentía la evangelización de la ciudad actual.
Ante la nueva realidad de la ciudad se realizan en la Iglesia nuevas
experiencias, tales como la renovación de las parroquias, sectorización, nuevos
ministerios, nuevas asociaciones, grupos, comunidades y movimientos. Pero se
notan actitudes de miedo a la pastoral urbana; tendencias a encerrarse en los
métodos antiguos y de tomar una actitud de defensa ante la nueva cultura, de
sentimientos de impotencia ante las grandes dificultades de las ciudades.
530. La fe nos enseña que Dios vive en la
ciudad, en medio a sus alegrías, anhelos y esperanzas, como también en sus
dolores y sufrimientos. Las sombras que marcan el cotidiano de las ciudades,
como por ejemplo, violencia, pobreza, individualismo y exclusión, no pueden
impedirnos de buscar y contemplar al Dios de la vida también en los ambientes
urbanos. Las ciudades son lugares de libertad y oportunidad. En ellas las
personas tienen la posibilidad de conocer a más personas, interactuar y
convivir con ellas. En las ciudades es posible experimentar vínculos de
fraternidad, solidaridad y universalidad. En ellas el ser humano es
constantemente llamado a caminar siempre más al encuentro del otro, convivir
con el diferente, aceptarlo y ser aceptado por él.
531. El proyecto de Dios es “la Ciudad Santa,
la nueva Jerusalén”, que baja del cielo, de junto a Dios, “engalanada como una
novia ataviada para su esposo”, que es “la morada de Dios con los hombres.
Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios-con-ellos, será
su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá
llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado” (Ap 21, 2-4).
Este proyecto en su plenitud es futuro, pero ya está realizándose en
Jesucristo, “el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin” (21, 6), que nos dice
“Mira que hago un mundo nuevo” (21, 5).
532. La Iglesia está al servicio de la
realización de esta Ciudad Santa, a través de la proclamación y vivencia de la
Palabra, de la celebración de la Liturgia, de la comunión fraterna y del
servicio, especialmente, a los más pobres y a los que más sufren, va transformando
en Cristo como fermento del Reino la ciudad actual.
533. Reconociendo y agradeciendo el trabajo
renovador que ya se realiza en muchos centros urbanos, la V Conferencia propone
y recomienda una nueva pastoral urbana que:
a)
Responda
a los grandes desafíos de la creciente urbanización;
b)
Sea
capaz de atender a las variadas y complejas categorías sociales, económicas,
políticas y culturales: élites, clase media, pobres;
c)
Desarrolle
una espiritualidad de la gratitud, de la misericordia, de la solidaridad
fraterna, actitudes propias de quien ama desinteresadamente y sin pedir
recompensa;
d)
Se
abra a nuevas experiencias, estilos, lenguajes que puedan encarnar el Evangelio
en la ciudad;
e)
Transforme
a las parroquias cada vez más en
comunidades de comunidades;
f)
Apueste
más intensamente en la experiencia de comunidades ambientales, integradas en
nivel supraparroquial y diocesano;
g)
Integre
los elementos propios de la vida cristiana: la Palabra, la Liturgia, la
comunión fraterna y el servicio, especialmente, a los que sufren pobreza
económica y nuevas formas de pobreza;
h)
Difunda
la Palabra de Dios y la anuncia con alegría y valentía y realiza la formación
de los laicos de tal modo que puedan responder las grandes preguntas y
aspiraciones de hoy e insertarse en los diferentes ambientes, estructuras y
centros de decisión de la vida urbana;
i)
Fomente
la Pastoral de la acogida a los que llegan a la ciudad y a los que ya viven en
ella, pasando de un pasivo esperar a un
activo buscar y llegar a los que están lejos con nuevas estrategias
tales como visitas a las casas, el uso de los nuevos medios de comunicación
social, y la constante cercanía a lo que constituye para cada persona su
cotidianidad;
j)
Brinde
atención especial al mundo del sufrimiento urbano, es decir, que cuide de los
caídos a lo largo del camino y que se encuentran en los hospitales,
encarcelados, excluidos, adictos a las drogas, habitantes de la nuevas
periferias, en las nuevas urbanizaciones, y a las familias que, desintegradas,
conviven de hecho.
k)
Procure
la presencia de la Iglesia, por medio de nuevas parroquias y capillas,
comunidades cristianas y centros de pastoral, en las nuevas concentraciones
humanas que crecen aceleradamente en las periferias urbanas de las grandes
ciudades por efectos de migraciones internas y situaciones de exclusión.
534. Para que los habitantes de los centros
urbanos y sus periferias, creyentes o no creyentes, puedan encontrar en Cristo
la plenitud de vida, sentimos la urgencia de que los agentes de pastoral en
cuanto discípulos y misioneros se esfuercen en desarrollar:
a)
Un
estilo pastoral adecuado a la realidad urbana con atención especial al
lenguaje, a las estructuras y prácticas pastorales así como a los horarios.
b)
Un
plan de pastoral orgánico y articulado que integre en un proyecto común a las
Parroquias, comunidades de vida consagrada, pequeñas comunidades, movimientos e
instituciones que inciden en la ciudad y que su objetivo sea llegar al conjunto
de la ciudad. En los casos de grandes ciudades en las que existen varias
Diócesis se hace necesario un plan interdiocesano.
c)
Una
sectorización de las Parroquias en unidades más pequeñas que permitan la
cercanía y un servicio más eficaz.
d)
Un
proceso de iniciación cristiana y de formación permanente que retroalimente la
fe de los discípulos del Señor integrando el conocimiento, el sentimiento y el
comportamiento.
e)
Servicios
de atención, acogida personal, dirección espiritual y del sacramento de la
reconciliación, respondiendo a la soledad, a las grandes heridas sicológicas
que sufren muchos en las ciudades, teniendo en cuenta las relaciones
interpersonales.
f)
Una
atención especializada a los laicos en sus diferentes categorías profesionales,
empresariales y trabajadores.
g)
Procesos
graduales de formación cristiana con la realización de grandes eventos de
multitudes, que movilicen la ciudad, que hagan sentir que la ciudad es un
conjunto, es un todo, que sepan responder a la afectividad de sus ciudadanos y
en un lenguaje simbólico sepa transmitir el Evangelio a todos y a todas los que
viven en la ciudad.
h)
Estrategias
para llegar a los lugares cerrados de las ciudades como urbanizaciones,
condominios, torres residenciales o aquellos ubicados en los así llamados
tugurios y favelas.
i)
La
presencia profética que sepa levantar la voz en relación a cuestiones de
valores y principios del Reino de Dios, aunque contradiga todas las opiniones,
provoque ataques y se quede sola en su anuncio. Es decir, que sea farol de luz,
ciudad colocada en lo alto para iluminar.
j)
Una
mayor presencia en los centros de decisión de la ciudad tanto en las
estructuras administrativas como en las organizaciones comunitarias,
profesionales y de todo tipo de asociación para velar por el bien común y
promover los valores del Reino.
k)
La
formación y acompañamiento de laicos y laicas que, influyendo en los centros de
opinión, se organicen entre sí y puedan ser asesores para toda la acción
eclesial.
l)
Una
pastoral que tenga en cuenta la belleza en el anuncio de la Palabra y en las
diversas iniciativas ayudando a descubrir la plena belleza que es Dios.
m)
Servicios
especiales que respondan a las diferentes actividades propias de la ciudad:
trabajo, ocio, deportes, turismo, arte…
n)
Una
descentralización de los servicios eclesiales de modo que sean muchos más los
agentes de pastoral que se integren a esta misión, teniendo en cuenta las
categorías profesionales
o)
Una
formación pastoral de los futuros presbíteros y agentes de pastoral capaz de
responder a los nuevos retos de la cultura urbana.
535. Todo lo anteriormente dicho no quita
importancia, sin embargo, a una renovada pastoral rural que fortalezca a los
habitantes del campo y su desarrollo económico y social, contrarrestando las
migraciones. A ellos se les debe anunciar la Buena Nueva para que enriquezcan
sus propias culturas y las relaciones comunitarias y sociales.
10.7 Al
servicio de la unidad y de la fraternidad de nuestros pueblos
536. En la nueva situación cultural afirmamos
que el proyecto del Reino está presente y es posible, y por ello aspiramos a
una América Latina y Caribeña unida, reconciliada e integrada. Esta casa común
está habitada por un complejo mestizaje y una pluralidad étnica y cultural, “en
el que el Evangelio se ha transformado (..) en el elemento clave de una
síntesis dinámica que, con matices diversos según las naciones, expresa de
todas formas la identidad de los pueblos latinoamericanos” (Juan Pablo II,
audiencia general, 23.V.2007).
537. Los desafíos que enfrentamos hoy en
América Latina y el mundo tienen una característica peculiar. Ellos no sólo
afectan a todos nuestros pueblos de manera similar sino que, para ser enfrentados,
requieren una comprensión global y una acción conjunta. Creemos que “un factor
que puede contribuir notablemente a superar los apremiantes problemas que hoy
afectan a este continente es la integración latinoamericana” (SD 15).
538. De una parte, se va configurando una
realidad global que hace posible nuevos modos de conocer, aprender y
comunicarse, que nos coloca en contacto diario con la diversidad de nuestro
mundo y crea posibilidades para una unión y solidaridad más estrechas a niveles
regionales y a nivel mundial. De otra parte, se generan nuevas formas de
empobrecimiento, exclusión e injusticia. El continente de la esperanza debe
lograr su integración sobre los cimientos de la vida, el amor y la paz.
539. Reconocemos una profunda vocación a la
unidad en el “corazón” de cada hombre, por tener todos el mismo origen y Padre,
y por llevar en si la imagen y semejanza del mismo Dios en su comunión
trinitaria (cf. Gen.1, 26). La Iglesia se reconoce en las enseñanzas del
Concilio Vaticano II como “sacramento de unidad del género humano”, consciente
de la victoria pascual de Cristo pero viviendo en el mundo que está aún bajo el
poder del pecado, con su secuela de contradicciones, dominaciones y muerte.
Desde esta lectura creyente de la historia se percibe la ambigüedad del actual
proceso de globalización.
540. La Iglesia de Dios en América Latina y el
Caribe es sacramento de comunión de sus pueblos. Es morada de sus pueblos; es
casa de los pobres de Dios. Convoca y congrega a todas sus diversísimas gentes
en su misterio de comunión, sin discriminaciones ni exclusiones por motivos de
sexo, raza, condición social y pertenencia nacional. Cuanto más la |Iglesia
refleja, vive y comunica ese don de inaudita unidad, que encuentra en la
comunión trinitaria su fuente, modelo y destino, más resulta significativo e
incisivo su operar como sujeto de reconciliación y comunión en la vida de
nuestros pueblos. Maria Santísima es la presencia materna indispensable y
decisiva en la gestación de un pueblo de hijos y hermanos, de discípulos y
misioneros de su Hijo.
541. La dignidad de reconocernos como una
familia de latinoamericanos y caribeños implica una experiencia singular de
proximidad, fraternidad y solidaridad. No somos un mero continente, apenas un
hecho geográfico con un mosaico incomponible de contenidos. Tampoco somos una
suma de pueblos y de etnias que se yuxtaponen. Una y plural, América Latina es
la casa común, la gran patria de hermanos “de unos pueblos - como afirmó S.S.
Juan Pablo II en Santo Domingo (12.X.1992) – a quienes la misma geografía, la
fe cristiana, la lengua y la cultura han unido definitivamente en el camino de
la historia”. Es, pues, una unidad que está muy lejos de reducirse a
uniformidad, sino que se enriquece con muchas diversidades locales, nacionales
y culturales.
542. Ya la III Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano se proponía “reanudar con renovado vigor la
evangelización de la cultura de nuestros pueblos y de los diversos grupos
étnicos” para que “ la fe evangélica, como base de comunión, se proyecte en
formas de integración justa en los cuadros respectivos de una nacionalidad, de
una gran patria latinoamericana (...)” (DP 428). La IV Conferencia en Santo
Domingo volvía a proponer “el permanente rejuvenecimiento del ideal de nuestros
próceres sobre la Patria Grande”. La V Conferencia en Aparecida expresa su
firme voluntad de proseguir ese compromiso.
543. No hay por cierto otra región que cuente
con tantos factores de unidad como América Latina - de los que la vigencia de
la tradición católica es cimiento fundamental de su construcción -, pero se
trata de una unidad desgarrada porque atravesada por profundas dominaciones y
contradicciones, todavía incapaz de incorporar a si “todas las sangres” y de superar la brecha de estridentes
desigualdades y marginaciones. Es nuestra patria grande pero lo será realmente
“grande” cuando lo sea para todos, con mayor justicia. En efecto, es una
contradicción dolorosa que el continente del mayor número de católicos sea
también el de mayor inequidad social.
544. Apreciamos en los últimos 20 años avances
significativos y promisorios en los procesos y sistemas de integración de
nuestros países. Se han intensificado las relaciones comerciales y las
políticas. Es nueva la una más estrecha comunicación y solidaridad entre el
Brasil y los países hispanoamericanos y los caribeños. Hay muy graves bloqueos
que empantanan esos procesos. Es frágil y ambigua una mera integración
comercial. Lo es también cuando se reduce a cuestión de cúpulas políticas y
económicas y no arraiga en la vida y participación de los pueblos. Los retrasos
en la integración tienden a profundizar la pobreza y las desigualdades,
mientras las redes del narcotráfico se integran más allá de toda frontera. No
obstante que el lenguaje político abunde sobre la integración, la dialéctica de
la contraposición parece prevalecer sobre el dinamismo de la solidaridad y
amistad. La unidad no se construye por contraposición a enemigos comunes sino
por realización de una identidad común.
10.8 La integración de los
indígenas y afrodescendientes
545. Como discípulos de Jesucristo, encarnado
en la vida de todos los pueblos descubrimos y reconocemos desde la fe las
“semillas del Verbo” (cf. SD 245) presentes en las tradiciones y culturas de
los pueblos indígenas de América Latina. De ellos valoramos su profundo aprecio
comunitario por la vida, presente en toda la creación, en la existencia
cotidiana y en la milenaria experiencia religiosa, que dinamiza sus culturas,
la que llega a su plenitud en la revelación del verdadero rostro de Dios por
Jesucristo.
546. Como discípulos y misioneros al servicio
de la vida, acompañamos a los pueblos indígenas y originarios en el
fortalecimiento de sus identidades y organizaciones propias, la defensa del
territorio, una educación intercultural bilingüe y la defensa de sus derechos.
Nos comprometemos también a crear conciencia en la sociedad acerca de la
realidad indígena y sus valores, a través de los medios de comunicación social
y otros espacios de opinión. A partir de los principios del Evangelio apoyamos
la denuncia de actitudes contrarias a la vida plena en nuestros pueblos
originarios, y nos comprometemos a proseguir la obra de evangelización de los
indígenas, así como a procurar los aprendizajes educativos y laborales con las
transformaciones culturales que ello implica.
547. La Iglesia estará atenta ante los intentos
de desarraigar la fe católica de las comunidades indígenas, con lo cual se las
dejaría en situación de indefensión y confusión ante los embates de las
ideologías y de algunos grupos alienantes, lo que atentaría contra el bien de
las mismas comunidades.
548. El seguimiento de Jesús en el Continente
pasa también por el reconocimiento de los afrodescendientes como un reto que
nos interpela para vivir el verdadero amor a Dios y al prójimo. Ser discípulos
y misioneros significa asumir la actitud de compasión y cuidado del Padre, que
se manifiestan en la acción liberadora de Jesús. “La Iglesia defiende los
auténticos valores culturales de todos los pueblos, especialmente de los
oprimidos, indefensos y marginados, ante la fuerza arrolladora de las
estructuras de pecado manifiestas en la sociedad moderna” (SD 243). Conocer los
valores culturales, la historia y tradiciones de los afrodescendientes, entrar
en diálogo fraterno y respetuoso con ellos, es un paso importante en la misión
evangelizadora de la Iglesia. Nos acompañe en ello el testimonio de San Pedro
Claver.
549. Por esto, la Iglesia denuncia la práctica
de la discriminación y del racismo en sus diferentes expresiones, pues ofende
en lo más profundo la dignidad humana creada a “imagen y semejanza de Dios”.
Nos preocupa que pocos afrodescendientes accedan a la educación superior, con
lo cual se vuelve más difícil su acceso a los ámbitos de decisión en la
sociedad. En su misión de abogada de la justicia y de los pobres se hace
solidaria de los afrodescendientes en las reivindicaciones por la defensa de
sus territorios, en la afirmación de sus derechos, ciudadanía, proyectos
propios de desarrollo y conciencia de negritud. La Iglesia apoya el diálogo
entre cultura negra y fe cristiana y sus luchas por la justicia social, e
incentiva la participación activa de los afrodescendientes en las acciones
pastorales de nuestras Iglesias y del CELAM.
10.9 Caminos de reconciliación y solidaridad
550. La Iglesia tiene que animar a cada pueblo
para construir en su patria una casa de hermanos donde todos tengan una morada
para vivir y convivir con dignidad. Esa vocación requiere la alegría de querer
ser y hacer una nación, un proyecto histórico sugerente de vida en común. La
Iglesia ha de educar y conducir cada vez más a la reconciliación con Dios y los
hermanos. Hay que sumar y no dividir. Importa cicatrizar heridas, evitar
maniqueísmos, peligrosas exasperaciones y polarizaciones. Los dinamismos de
integración digna, justa y equitativa en el seno de cada uno de los países
favorece la integración regional y, a la vez, es incentivada por ella.
551. Es necesario educar y favorecer en
nuestros pueblos todos los gestos, obras y caminos de reconciliación y amistad
social, de cooperación e integración. La comunión alcanzada en la sangre
reconciliadora de Cristo nos da la fuerza para ser constructores de puentes,
anunciadores de verdad, bálsamo para las heridas. La reconciliación está en el
corazón de la vida cristiana., Es iniciativa propia de Dios en busca de nuestra
amistad, que comporta consigo la necesaria reconciliación con el hermano. Se
trata de una reconciliación que necesitamos en los diversos ámbitos y en todos y entre todos nuestros
países. Esta reconciliación fraterna presupone la reconciliación con Dios,
fuente única de gracia y de perdón, que alcanza su expresión y realización en
el sacramento de la penitencia que Dios nos regala a través de la Iglesia.
552. En el corazón y la vida de nuestros
pueblos late un fuerte sentido de esperanza, no obstante condiciones de vida
que parecen ofuscar toda esperanza. Ella se experimenta y alimenta en el
presente, gracias a los dones y signos de vida nueva que se comparte,
compromete en la construcción de un futuro de mayor dignidad y justicia y ansía
“los cielos nuevos y la tierra nueva” que Dios nos ha prometido en su morada
eterna.
553. América Latina y el Caribe deben ser no
sólo el continente de la esperanza sino que además deben abrir caminos hacia la
civilización del amor. Así se expresó el Papa Benedicto XVI en el santuario
mariano de Aparecida (DI, n. 4): para que nuestra casa común sea un continente
de la esperanza y del amor hay que ir, como buenos samaritanos al encuentro de
las necesidades de los pobres y los que sufren y crear “las estructuras justas
que son una condición sin la cual no es posible un orden justo en la
sociedad…”. Estas estructuras, sigue el Papa, “no nacen ni funcionan sin un
consenso moral de la sociedad sobre los valores fundamentales y sobre la
necesidad de vivir estos valores con las necesarias renuncias, incluso contra
el interés personal”, y “donde Dios está ausente (…) estos valores no se
muestran con toda su fuerza ni se produce un consenso sobre ellos” (ib, n. 4).
Importa este consenso moral y cambio de estructuras para disminuir la hiriente
inequidad que hoy existe en nuestro continente, entre otras cosas a través de
políticas públicas y gastos sociales bien orientados así como del control de
lucros desproporcionados de grandes empresas. La Iglesia alienta y propicia el
ejercicio de una “imaginación de la caridad” que permita soluciones eficaces.
554. Todas las auténticas transformaciones se
fraguan y forjan en el corazón de las personas e irradian en todas las
dimensiones de su existencia y convivencia. No hay nuevas estructuras si no hay
hombres nuevos y mujeres nuevas que movilicen y hagan converger en los pueblos
ideales y poderosas energías morales y religiosas. Formando discípulos y
misioneros, la Iglesia da respuesta a esta exigencia.
555. La Iglesia alienta y favorece la
reconstrucción de la persona y de sus vínculos de pertenencia y convivencia,
desde un dinamismo de amistad, gratuidad y comunión. De este modo se
contrarrestan los procesos de desintegración y atomización sociales. Para ello
hay que aplicar el principio de subsidiariedad en todos los niveles y
estructuras de la organización social. En efecto, el Estado y el mercado no
satisfacen ni pueden satisfacer todas las necesidades humanas. Cabe, pues,
apreciar y alentar los voluntariados sociales, las diversas formas de libre
auto-organización y participación populares y las obras caritativas,
educativas, hospitalarias, de cooperación en el trabajo y otras promovidas por
la Iglesia, que responden adecuadamente a estas necesidades.
556. Los discípulos y misioneros de Cristo
promueven una cultura del compartir en todos los niveles en contraposición de
la cultura dominante de acumulación egoísta, asumiendo con seriedad la virtud
de la pobreza como estilo de vida sobrio para ir al encuentro y ayudar a las
necesidades de los hermanos que viven en la indigencia.
557. Compete también a la Iglesia colaborar en
la consolidación de las frágiles democracias, en el positivo proceso de
democratización en América Latina, aunque existan actualmente graves retos y
amenazas de derivas autoritarias. Urge educar para la paz, dar seriedad y
credibilidad a la continuidad de nuestras instituciones civiles, defender y
promover los derechos humanos, custodiar en especial la libertad religiosa y
cooperar para suscitar los mayores consensos nacionales.
558. La paz es un bien preciado pero precario
que debemos todos cuidar, educar y promover en nuestro continente. Como
sabemos, la paz no se reduce a la ausencia de guerras ni a la exclusión de
armas nucleares en nuestro espacio común, logros ya significativos, sino a la
generación de una “cultura de paz” que sea fruto de un desarrollo sustentable,
equitativo y respetuoso de la creación (“el desarrollo es el nuevo nombre de la
paz” decía Paulo VI) y que nos permita enfrentar conjuntamente los ataques del
narcotráfico y consumo de drogas, del terrorismo y de las muchas formas de
violencia que hoy imperan en nuestra sociedad. La Iglesia, sacramento de
reconciliación y de paz, desea que los discípulos y misioneros de Cristo sean
también, ahí donde se encuentren, “constructores de paz” entre los pueblos y
naciones de nuestro continente. La
Iglesia está llamada a ser una escuela permanente de verdad y justicia, de
perdón y reconciliación para construir una paz auténtica.
559. Una auténtica evangelización de nuestros
pueblos implica asumir plenamente la radicalidad del amor cristiano, que se
concreta en el seguimiento de Cristo en la Cruz; en el padecer por Cristo a
causa de la justicia; en el perdón y amor a los enemigos. Este amor supera al
amor humano y participa en el amor divino, único eje cultural capaz de
construir una cultura de la vida. En el Dios Trinidad la oposición de Personas
no genera violencia y conflicto, sino que es la misma fuente de amor y de la
vida. Una evangelización que pone la Redención en el centro, nacida de un amor
crucificado, es capaz de purificar las estructuras de la sociedad violenta y
generar nuevas. La radicalidad de la violencia sólo se resuelve con la
radicalidad del amor redentor. Evangelizar sobre el amor de plena donación como
solución al conflicto debe ser el eje cultural “radical” de una nueva sociedad.
Sólo así el Continente de la Esperanza puede llegar a tornarse verdaderamente
el Continente del amor.
560. Reafirmamos la importancia del CELAM y
reconocemos que ha sido una instancia profética por la unidad de los pueblos
latinoamericanos y del Caribe y ha demostrado la viabilidad de su cooperación y
solidaridad desde la comunión eclesial. Por eso nos comprometemos a seguir
fortaleciendo su servicio en la colaboración colegial de los Obispos y en el
camino de realización de la identidad eclesial latinoamericana. Invitamos a los
Episcopados de países implicados en los distintos sistemas de integración
subregionales, incluido el de la Cuenca Amazónica, de fortalecer vínculos de
reflexión y cooperación. También alentamos que continúe el fortalecimiento de
vínculos para la relación entre el Episcopado latinoamericano y los Episcopados
de Estados Unidos y Canadá a la luz de la “Ecclesia in America”, así como
también con los Episcopados europeos.
561. Conscientes de que la misión
evangelizadora no puede ir separada de la solidaridad con los pobres y su
promoción integral, y sabiendo que hay comunidades eclesiales que carecen de
los medios necesarios, es imperativo ayudarlas a imitación de las primeras
comunidades cristianas, para que de verdad se sientan amadas. Urge, pues, la
creación de un fondo de solidaridad entre las iglesias de América latina y el
Caribe que esté al servicio de las iniciativas pastorales propias.
562. Al enfrentar tan graves desafíos nos
alientan las palabras del Santo Padre: “No hay duda de que las condiciones para
establecer una paz verdadera son la restauración de la justicia, la
reconciliación y el perdón. De esta toma de conciencia, nace la voluntad de
transformar también las estructuras injustas para establecer respeto de la
dignidad del hombre creado a imagen y semejanza de Dios… Como he tenido ocasión
de afirmar, la Iglesia no tiene como tarea propia emprender una batalla
política, sin embargo, tampoco puede ni debe quedarse al margen de la lucha por
la justicia” (SC, n. 89).
CONCLUSIÓN
563. “Pareció bien al Espíritu Santo y a
nosotros…” (Hch. 15, 28). La experiencia de la comunidad apostólica de los
comienzos muestra la naturaleza misma de la Iglesia en cuanto misterio de
comunión con Cristo en el Espíritu Santo. S.S. Benedicto XVI nos indicó este
“método” original en su homilía en Aparecida. Al concluir la V Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe constatamos que esto es,
por gracia de Dios, lo que hemos experimentado. En 20 jornadas de intensa
oración, intercambios y reflexión, dedicación y fatiga, nuestra solicitud
pastoral tomó forma en el documento final, que fue adquiriendo cada vez mayor
densidad y madurez. El Espíritu de Dios fue conduciéndonos, suave pero
firmemente, hacia la meta.
564. Esta V Conferencia, recordando el mandato
de ir y de hacer discípulos (cf. Mt 28, 20), desea despertar la Iglesia en
América Latina y el Caribe para un gran impulso misionero. No podemos
desaprovechar esta hora de gracia. ¡Necesitamos un nuevo Pentecostés!
¡Necesitamos salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades
y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo,
que ha llenado nuestras vidas de “sentido”, de verdad y amor, de alegría y de
esperanza! No podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros
templos, sino urge acudir en todas las direcciones para proclamar que el mal y
la muerte no tienen la última palabra, que el amor es más fuerte, que hemos
sido liberados y salvados por la victoria pascual del Señor de la historia, que
El nos convoca en Iglesia, y que quiere multiplicar el número de sus discípulos
y misioneros en la construcción de su Reino en América Latina! Somos testigos y
misioneros: en las grandes ciudades y campos, en las montañas y selvas de
nuestra América, en todos los ambientes de la convivencia social, en los más
diversos “areópagos” de la vida pública de las naciones, en las situaciones
extremas de la existencia, asumiendo “ad gentes” nuestra solicitud por la
misión universal de la Iglesia.
565. Para convertirnos en una Iglesia llena de
ímpetu y audacia evangelizadora, tenemos que ser de nuevo evangelizados y
fieles discípulos. Concientes de nuestra responsabilidad por los bautizados que
han dejado esa gracia de participación en el misterio pascual y de
incorporación en el Cuerpo de Cristo bajo una capa de indiferencia y olvido, se
necesita cuidar el tesoro de la piedad católica de nuestros pueblos para que
resplandezca cada vez más en ella “la perla preciosa” que es Jesucristo y sea
siempre nuevamente evangelizada en la fe de la Iglesia y por su vida
sacramental. Hay que fortalecer la fe “para afrontar serios retos, pues están
en juego el desarrollo armónico de la sociedad y la identidad católica de sus
pueblos” (SS. Benedicto XVI, Discurso Inaugural). No hemos de dar nada por
presupuesto y descontado. Todos los bautizados estamos llamados a “recomenzar
desde Cristo”, a reconocer y seguir su Presencia con la misma realidad y
novedad, el mismo poder de afecto, persuasión y esperanza, que tuvo su
encuentro con los primeros discípulos a las orillas del Jordán, hace 2000 años,
y con los “Juan Diego” del Nuevo Mundo. Sólo gracias a ese encuentro y
seguimiento, que se convierte en familiaridad y comunión, por desborde de
gratitud y alegría, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y salimos a
comunicar a todos la vida verdadera, la felicidad y esperanza que nos ha sido
dado experimentar y gozar.
566. Es el mismo Papa Benedicto XVI, quien nos
ha invitado a “una misión evangelizadora que convoque todas las fuerzas vivas
de este inmenso rebaño” que es pueblo de Dios en América Latina: “sacerdotes,
religiosos, religiosas y laicos que se prodigan, muchas veces con inmensas
dificultades, para la difusión de la verdad evangélica”. Es un afán y anuncio
misioneros que tiene que pasar de persona a persona, de casa en casa, de
comunidad a comunidad. “En este esfuerzo evangelizador – prosigue el Santo
Padre -, la comunidad eclesial se destaca por las iniciativas pastorales, al
enviar, sobre todo entre las casas de las periferias urbanas y del interior,
sus misioneros, laicos o religiosos, buscando dialogar con todos en espíritu de
comprensión y de delicada caridad”. Esa misión evangelizadora abraza con el
amor de Dios a todos y especialmente a los pobres y los que sufren. Por eso, no
puede separarse de la solidaridad con los necesitados y de su promoción humana
integral: “Pero si las personas encontradas están en una situación de pobreza –
nos dice aún el Papa -, es necesario ayudarlas, como hacían las primeras
comunidades cristianas, practicando la solidaridad, para que se sientan amadas
de verdad. El pueblo pobre de las periferias urbanas o del campo necesita
sentir la proximidad de la Iglesia, sea en el socorro de sus necesidades más
urgentes, como también en la defensa de sus derechos y en la promoción común de
una sociedad fundamentada en la justicia y en la paz. Los pobres son los
destinatarios privilegiados del Evangelio y un Obispo, modelado según la imagen
del Buen Pastor, debe estar particularmente atento en ofrecer el divino bálsamo
de la fe, sin descuidar el ´pan material´”.
567. Este despertar misionero, en forma de una
gran Misión Continental, cuyas líneas fundamentales han sido examinadas por
nuestra Conferencia y que esperamos sea portadora de su riqueza de enseñanzas,
orientaciones y prioridades, será aún más concretamente considerada durante la
próxima Asamblea Plenaria del CELAM en La Habana. Requerirá la decidida
colaboración de las Conferencias Episcopales y de cada diócesis en particular.
Buscará poner a la Iglesia en estado permanente de misión. Llevemos nuestras
naves mar adentro, con el soplo potente del Espíritu Santo, sin miedo a las
tormentas, seguros que la Providencia de Dios nos deparará grandes sorpresas.
568. Recobremos, pues, “el fervor espiritual.
Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay
que sembrar entre lágrimas. Hagámoslo – como Juan el Bautista, como Pedro y
Pablo, como los otros Apóstoles, como esa multitud de admirables
evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia –
con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir. Sea ésta la
mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y ojalá el mundo actual – que busca
a veces con angustia, a veces con esperanza – pueda así recibir la Buena Nueva,
no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos,
sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de
quienes ha recibido, ante todo en sí
mismos, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar
el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo” (Evangelii Nuntiandi, 80). Recobremos el valor y la audacia
apostólicos.
569. Nos ayude la compañía siempre cercana,
llena de comprensión y ternura, de María Santísima. Que nos muestre el fruto
bendito de su vientre y nos enseñe a responder como ella lo hizo en el misterio
de la anunciación y encarnación. Que nos enseñe a salir de nosotros mismos en
camino de sacrificio, amor y servicio, como lo hizo en la visitación a su prima
Isabel, para que, peregrinos en el camino, cantemos las maravillas que Dios ha
hecho en nosotros conforme a su promesa.
570. Guiados por María, fijamos los ojos en
Jesucristo, autor y consumador de la fe, y le decimos:
“Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha
declinado” (Lc 24, 29).
Quédate con nosotros, Señor, acompáñanos aunque no
siempre hayamos sabido reconocerte. Quédate con nosotros, porque en torno a
nosotros se van haciendo más densas las sombras, y tú eres la Luz; en nuestros
corazones se insinúa la desesperanza, y tú los haces arder con la certeza de la
Pascua. Estamos cansados del camino, pero tú nos confortas en la fracción del
pan para anunciar a nuestros hermanos que en verdad tú has resucitado y que nos
has dado la misión de ser testigos de tu resurrección.
Quédate con nosotros, Señor, cuando en torno a nuestra fe
católica surgen las nieblas de la duda, del cansancio o de la dificultad: tú,
que eres la Verdad misma como revelador del Padre, ilumina nuestras mentes con
tu Palabra; ayúdanos a sentir la belleza de creer en ti.
Quédate en nuestras familias, ilumínalas en sus dudas,
sostenlas en sus dificultades, consuélalas en sus sufrimientos y en la fatiga
de cada día, cuando en torno a ellas se acumulan sombras que amenazan su unidad
y su naturaleza. Tú que eres la Vida, quédate en nuestros hogares, para que
sigan siendo nidos donde nazca la vida humana abundante y generosamente, donde
se acoja, se ame, se respete la vida desde su concepción hasta su término
natural.
Quédate, Señor, con aquéllos que en nuestras sociedades
son más vulnerables; quédate con los pobres y humildes, con los indígenas y
afroamericanos, que no siempre han encontrado espacios y apoyo para expresar la
riqueza de su cultura y la sabiduría de su identidad. Quédate, Señor, con
nuestros niños y con nuestros jóvenes, que son la esperanza y la riqueza de
nuestro Continente, protégelos de tantas insidias que atentan contra su
inocencia y contra sus legítimas esperanzas. ¡Oh buen Pastor, quédate con nuestros
ancianos y con nuestros enfermos. ¡Fortalece a todos en su fe para que sean tus
discípulos y misioneros!
INDICE GENERAL
INTRODUCCIÓN
PRIMERA PARTE: LA VIDA DE NUESTROS PUEBLOS HOY
CAPÍTULO 1: LOS DISCÍPULOS MISIONEROS
1.1 Acción de gracias a Dios
1.2 La alegría de ser discípulos y misioneros de Jesucristo
1.3 La misión de la Iglesia es evangelizar
CAPÍTULO 2: MIRADA DE LOS DISCÍPULOS
MISIONEROS SOBRE LA REALIDAD
2.1 La
realidad que nos interpela como discípulos y misioneros
2.1.1 Situación
Sociocultural
2.1.2 Situación
económica
2.1.3 Dimensión
socio-política
2.1.4 Biodiversidad,
ecología, Amazonia y Antártica
2.1.5 Presencia
de los pueblos indígenas y afroamericanos en la Iglesia
2.2 Situación
de nuestra Iglesia en esta hora histórica de desafíos
SEGUNDA PARTE: LA VIDA DE JESUCRISTO EN LOS DISCÍPULOS MISIONEROS
CAPÍTULO 3: LA ALEGRÍA DE SER
DISCÍPULOS MISIONEROS PARA ANUNCIAR EL EVANGELIO DE JESUCRISTO
3.1 La buena nueva de la dignidad humana
3.2 La buena nueva de la vida
3.3 La buena nueva de la familia
3.4 La
buena nueva de la actividad humana:
3.4.1 El
trabajo
3.4.2 La ciencia y la tecnología
3.5 La buena nueva del destino universal de los bienes y ecología
3.6 El continente de la esperanza y del amor
CAPÍTULO 4: LA VOCACIÓN DE LOS DISCÍPULOS
MISIONEROS A LA SANTIDAD
4.1 Llamados
al seguimiento de Jesucristo
4.2 Configurados
con el Maestro
4.3 Enviados
a anunciar el Evangelio del Reino de vida
4.4 Animados
por el Espíritu Santo
CAPÍTULO 5: LA
COMUNIÓN DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS EN LA IGLESIA
5.1 Llamados
a vivir en comunión
5.2 Lugares
eclesiales para la comunión
5.2.1 La
Parroquia, comunidad de comunidades
5.2.2 La
diócesis, lugar privilegiado de la comunión
5.2.3 La
Conferencias Episcopales y la comunión entre las Iglesias
5.3 Discípulos
misioneros con vocaciones específicas
5.3.1 Los
obispos, discípulos misioneros de Jesús Sumo Sacerdote
5.3.2 Los
presbíteros, discípulos misioneros de Jesús Buen Pastor
5.3.2.1 Identidad y misión de los presbíteros
5.3.2.2 Los párrocos, animadores de una comunidad de
discípulos misioneros
5.3.3 Los diáconos permanentes, discípulos
misioneros de Jesús Servidor
5.3.4 Los fieles laicos y laicas, discípulos y
misioneros de Jesús Luz del mundo
5.3.5 Los consagrados y consagradas, discípulos
misioneros de Jesús Testigo del Padre
5.4 Los
que han dejado la Iglesia para unirse a otros grupos religiosos
5.5 Diálogo
ecuménico e interreligioso
5.5.1 Diálogo
ecuménico para que el mundo crea
5.5.2 Relación
con el judaísmo y diálogo interreligioso
CAPÍTULO 6: EL ITINERARIO FORMATIVO DE
LOS DISCÍPULOS MISIONEROS
6.1 Una espiritualidad trinitaria del
encuentro con Jesucristo
6.1.1 El
encuentro con Jesucristo
6.1.2 Lugares
de encuentro con Jesucristo
6.1.3 Una
espiritualidad de la acción misionera
6.1.4 La
piedad popular como espacio de encuentro con Cristo
6.1.5 María,
discípula y misionera
6.1.6 Los
apóstoles y los santos
6.2 El proceso de formación de los discípulos
misioneros
6.2.1 Aspectos del Proceso
6.2.2 Criterios
generales
6.2.2.1 Una
formación integral, kerygmática y permanente.
6.2.2.2 Una
formación atenta a dimensiones diversas
6.2.2.3 Una formación
respetuosa de los procesos
6.2.2.4 Una formación que contempla el
acompañamiento de los discípulos
6.3 Iniciación a la vida cristiana y catequesis permanente
6.3.1 Iniciación a la vida cristiana
6.3.2 Propuestas para la iniciación cristiana
6.3.3 Catequesis
permanente
6.4 Lugares de formación para los discípulos
misioneros
6.4.1 La
Familia, primera escuela de la fe
6.4.2 Las
Parroquias
6.4.3 Las
Comunidades eclesiales de base y otras pequeñas comunidades
6.4.4 Los
movimientos apostólicos
6.4.5 Los
Seminarios y casas de formación religiosa
6.4.6 La
Educación Católica
6.4.6.1 Los
centros educativos católicos
6.4.6.2 Las
universidades y centros superiores de educación católica
TERCERA PARTE
LA VIDA DE JESUCRISTO PARA NUESTROS PUEBLOS
CAPÍTULO 7: LA MISIÓN DE LOS DISCÍPULOS AL SERVICIO DE LA VIDA PLENA
7.1 Vivir
y comunicar la vida nueva en Cristo a nuestros pueblos
7.1.1 Jesús
al servicio de la vida
7.1.2 Variadas
dimensiones de la vida en Cristo
7.1.3 Al
servicio de una vida plena para todos
7.1.4 Una
misión para comunicar vida
7.2 Conversión
pastoral y renovación misionera de las comunidades
7.3 Nuestro
compromiso con la misión ad gentes
CAPÍTULO 8: REINO
DE DIOS Y PROMOCIÓN DE LA DIGNIDAD HUMANA
8.1 Reino
de Dios, justicia social y caridad cristiana
8.2 La
dignidad humana
8.3 La opción preferencial por los pobres y excluidos
8.4 Una renovada pastoral social para la promoción humana integral
8.5 Globalización
de la solidaridad y justicia internacional
8.6 Algunos
rostros sufrientes que nos duelen
8.6.1 Personas
que viven en la calle en las grandes urbes
8.6.2 Enfermos
8.6.3 Adictos
dependientes
8.6.4 Migrantes
8.6.5 Presos
CAPÍTULO 9: FAMILIA, PERSONAS Y VIDA
9.1 El
matrimonio y la familia
9.2 Los
niños
9.3 Los
jóvenes
9.4 El
bien de los adultos mayores
9.5 La dignidad y participación de las
mujeres
9.6 La
responsabilidad del varón y padre de familia
9.7 La
cultura de la vida y su defensa
9.8 El
cuidado del medio ambiente
CAPÍTULO 10: NUESTROS PUEBLOS Y LA CULTURA
10.1 La
cultura y su evangelización
10.2 La
educación como bien público
10.3 Pastoral
de la Comunicación Social
10.4 Nuevos
areópagos y centros de decisión
10.5 Discípulos
y misioneros en la vida pública
10.6 La
Pastoral Urbana
10.7 Al
servicio de la unidad y de la fraternidad de nuestros pueblos
10.8 La
integración de los indígenas y afrodescendientes
10.9 Caminos de reconciliación y solidaridad
[3] Benedicto XVI, Discurso Inaugural de la V Conferencia,
Aparecida, n 1. Será citado como DI.
[4] Santo Domingo “María de Guadalupe, ejemplo de
Evangelización perfectamente inculturada”.
[5] SS Benedicto XVI,
Catequesis, miércoles 23 de mayo de 2007. "Ciertamente el recuerdo de un
pasado glorioso no puede ignorar las sombras que acompañaron la obra de
evangelización del continente latinoamericano, (...) los sufrimientos y las
injusticias que infligieron los colonizadores a la población indígena, pisoteadas
a menudo en sus derechos fundamentales. Pero el deber de mencionar aquellos
crímenes injustificables, condenados ya entonces por misioneros como Bartolomé
de las Casas y teólogos como Francisco de Vitoria, (...) no debe impedir
reconocer con gratitud la maravillosa obra que ha llevado a cabo la gracia
divina entre esas poblaciones a lo largo de estos siglos".
[7] DI 3
[8] Cardenal J. Ratzinger a los Obispos latinoamericanos responsables de
las comisiones de Doctrina de la Fe en sus respectivas Conferencias
Episcopales,en Guadalajara (mayo 1996).
[15] Cf. EN. 1
[16]
Cf. Benedicto XVI, Homilía de inicio del Pontificado
[19] Cf. DI
3.
[20] Cf. Ef 1, 3-14.; Col 1, 12-14; Lc 1,68; Ex 3,7-10, 20; Jn 1, 1ss.; 1Jn 1, 1ss.
[21] Cf. Jn. 15, 14-15
[22] DI 3
[23] Cf. 1 Cor. 15, 45
[25] Cf. Mt. 9, 35-36
[26] Cf. Fil 2, 8
[27] 2 Cor 8, 9
[30] Cf.
NMI 25 y 28
[38] La Amazonia
panamericana ocupa un área de 7,01 millones de Kilómetros cuadrados y
corresponde al 5% de la superficie de la tierra, 40% de América del Sur.
Contiene 20% de la disponibilidad mundial de agua dulce no congelada. Abriga el 34% de las reservas
mundiales de bosques y una gigantesca reserva de minerales. Su diversidad biológica de ecosistemas es la
más rica del planeta. En esa región se
encuentra cerca del 30% de todas las especies de la fauna y flora del mundo.
[41] SD
245
[42] SD 243
[43] Mensaje
34
[44] SD 245
[45] SD, 17
[46] SD, 17
[47] Mientras en
el periodo 1974 a 2004, la población latinoamericana creció casi 80%, los
sacerdotes crecieron 44.1%, y las religiosas sólo el 8%. Cf Annuarium
Statisticum Ecclesiae).
[52]
cf. Jn 14,7
[53]
cf. Rom 5, 12-21
[54]
Cf. Jn 6,35
[59] S.S. Benedicto XVI, Homilía en la inauguración
del Pontificado, 24-04-2005.
[60] San Juan
Crisóstomo, Homilías sobre san Mateo, L, 3-4: PG 58, 508-509.
[62] JUAN PABLO II, Mensaje a los discapacitados, en el Angelus del 16/11/1980.
[63] “Brasil
posee una estadística, de las más relevantes, en lo que se refiere a la
dependencia química de drogas y estupefacientes. Y América Latina no se queda
atrás. Por eso, digo a los que comercializan la droga que piensen en el mal que
están provocando a una multitud de jóvenes y adultos de todos los sectores de
la sociedad: Dios les va a pedir cuentas. La dignidad humana no puede ser
pisoteada de esta manera. El mal provocado recibe la misma reprobación dada por
Jesús a los que escandalizaban a los pequeños, los preferidos del Señor (cf. Mt
18, 7-10)” (Benedicto XVI, Discurso en la Fazenda da Esperanza, 12/5/2007).
[64] Benedicto XVI,
Alocución en la jornada mundial del migrante y del refugiado, 2007.
[66]
Paulo VI. Populorum Progessio # 20 “El paso de condiciones para cada uno y para
todos de vida menos humana a condiciones mas humanas.
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