Fernando Millán Romeral, O.Carm.
Introducción
Dado que este tercer número de
nuestra revista Fonte está dedicado a
esa polaridad que activa y dinamiza toda nuestra vida cristiana: pasión por
Dios y pasión por la humanidad o, si se quiere, contemplación y compasión, no
podíamos por menos que dedicar una reflexión a la figura espiritual del P. Tito
Brandsma, carmelita holandés muerto en el campo de concentración de Dachau en
1942 y beatificado por el Papa Juan Pablo II en 1985. El P. Tito conjuga en su
persona de una manera singular estos dos elementos, que están separados
-reconozcámoslo ya desde el principio- solamente en nuestros planes
espirituales cicateros, en nuestras estrategias o en nuestros tratados, pero
que no lo están, ni pueden estarlo, en la vida del que se toma medianamente en
serio su fe en Jesucristo nuestro Señor. Tito Brandsma superó en su vida ese
dualismo entre la vida mística, la contemplación, la oración, etc de una parte,
y la compasión por los más necesitados y menesterosos por otra. Y ello le
costó, en más de una ocasión, problemas serios: con las autoridades, son sus
propios superiores, y con las fuerzas de ocupación que acabarían deteniéndole y
deportándole al horrible mundo concentracionario donde encontraría la muerte.
Para que el P. Tito no quede ausente
de este conjunto de trabajos y reflexiones sobre esta cuestión, hemos decidido
ampliar, completar y matizar un artículo que ya publicamos hace algunos años en
la revista Escapulario del Carmen[1]
y posteriormente con algunos añadidos y notas a pie de página en Carmelo Lusitano[2].
Ello constituye la primera parte de esta reflexión. En la segunda parte
pretendemos además apuntar (solamente apuntar) a la posible fundamentación
teológica y espiritual de esa actitud integradora del P. Tito. Es un trabajo
muy arriesgado y hecho casi “a ciegas” dado que, ya a más de veinte años de su
beatificación, continuamos sin contar con las obras del P. Tito, no ya en
traducciones para el gran público, sino ni siquiera con ediciones críticas o,
al menos, con una bibliografía completa, oficial y fiable[3]. Para
encontrar ese fundamento vamos a utilizar la pista que nos ofrece un
acontecimiento biográfico en el que se vio envuelto, relacionado con el Via Crucis del pintor belga Albert
Servaes.
En el lenguaje popular se suele
aplicar la expresión "es muy humano" a aquella persona que destaca
por su sencillez, por su cordialidad, por su cercanía a sus semejantes en los
momentos tristes y alegres, por su solidaridad con la persona que tiene al
lado. Es una expresión popular, pero que entraña un significado muy profundo:
es esa "simpatía" (en el sentido más originario de la palabra), ese
"sentir-con", ese ser capaz de hacer propios los sentimientos de los
que tenemos al lado. Son las "entrañas de misericordia" de las que
tanto se habla en el Antiguo Testamento, o ese "reír con el que ríe y
llorar con el que llora" que utilizaba San Pablo.
Muchos santos de la Iglesia Católica
han destacado por su vida de ascetismo o quizás por su capacidad de renuncia,
por su observancia ejemplar o por haberse retirado a una vida de oración y
soledad, de penitencia y de sacrificio. Pero hay también otra categoría de
santos más "cotidianos", más cercanos a nuestro propio vivir de cada
día, más "humanos"... Santos que han sabido amar la vida, las cosas;
que han sabido trasmitir a sus semejantes esa sencillez; que han sabido
compartir con ellos sus momentos fáciles y difíciles, como señalábamos al
principio. Son además personas integradas en la sociedad, comprometidos con
ella e ilusionados con poner su granito de arena en esa tarea de construir
entre todos un mundo mejor.
A veces se les ha considerado santos
"de segunda". Es un gran error. El que no abundaran en sus vidas los
fanatismos, las caras serias ni las excentricidades, o los grandes tratados
teológicos; o el que hicieran gala de un buen sentido del humor, no les resta
ni un ápice de su "categoría de santos" (valga la expresión). Llegado
el momento supieron dar la talla de lo que llevaban dentro, hasta el extremo de
dar su vida por aquello en lo que creían.
A esa categoría de santos pertenece
nuestro P. Tito Brandsma. Su vida es bien conocida[4] y no
podemos detenernos mucho en ella: frisón, carmelita, sacerdote, periodista,
profesor de Historia de la Mística en la Universidad de Nimega, Rector
Magnífico de la misma universidad, prisionero del gobierno de ocupación nazi en
Holanda, por negarse a colaborar con ciertas medidas tomadas por éste (la
expulsión de los niños de origen judío de los colegios católicos o la inclusión
obligatoria de consignas nazis en los diarios católicos, de los que él era el
representante), prisionero en varias cárceles y campos de concentración,
incluido el Lager de Dachau en el que
moriría un 26 de julio de 1942. Nos detendremos más bien en ciertos aspectos de
su vida y de su personalidad que nos revelan esa "espiritualidad
entrañable", esa "elegancia espiritual", ese talante optimista y
esperanzado, esa armónica fusión entre el místico y el profeta, entre la
contemplación y la compasión a la que nos referíamos al principio. Es un
ejemplo para los carmelitas del siglo XXI. Nuestro carisma se puede vivir
plenamente, aún dentro de un mundo tan complejo, tan contradictorio y a la vez
tan apasionante como es el del siglo que se nos ha ido, dejándonos no pocas
secuelas y retos. No nos dejemos llevar por esa tentación -tan frecuente, por
otra parte, en la historia de nuestra Orden- del perfeccionismo, del rigorismo,
tan contrario al espíritu de nuestra Regla, de la "vuelta atrás", que
bajo una apariencia de mayor santidad, suele encubrir un miedo velado al
futuro...
I.
Algunos rasgos de su fisonomía espiritual y humana
1.-
El P. Tito como hombre
"abierto". Decimos abierto en un sentido muy amplio: abierto a
los nuevos medios de comunicación, abierto a diversas corrientes de
pensamiento, abierto a la hora de imaginar nuevos cauces para evangelizar. Nada
más lejos de su carácter que la cerrazón. Ya de joven tuvo ciertos problemas
por alguna interpretación algo "original" de determinadas cuestiones
teológicas, lo cual le costó el "castigo" de quedarse en el convento
de Oss, mientras sus compañeros de curso partían hacia diversos destinos. Eran
tiempos difíciles. El llamado "modernismo" había suscitado en la
Iglesia posiciones encontradas y había cierto ambiente de "caza de
brujas". No es que el joven Tito fuese un "innovador" en esta
temprana edad, simplemente se planteaba los interrogantes propios de cualquier
joven y tenía la honestidad de hacerlos públicos[5]. Esa
honestidad le costaría un día la vida. Años más tarde, el propio Tito recordaba
con cariño aquellas situaciones:
El padre Driessen tenía razón al juzgar
severamente mis defectos, porque, siendo mi profesor, los veía con más claridad
que los demás. Me daba provechosos consejos y me llamaba al orden. Le debo
profundo agradecimiento. Pero, entre nosotros dos, apenas había entonces
entendimiento alguno, porque yo sostenía opiniones diversas a las enseñanzas de
clase, surgiendo siempre la disputa entre él y yo....[6]
Pensemos que el P. Tito llega a Roma
en octubre de 1906 para ampliar sus estudios y que, escasamente un año más
tarde, Pío X publicaría la célebre Encíclica Pascendi dominici gregis en la que se condenaban los errores
modernistas, encíclica que había venido precedida del Decreto Lamentabili del Santo Oficio (julio de
1907). Con ello, queda claro que se vivía en un ambiente de cierta tensión que
no podemos dejar de tener en cuenta a la hora de analizar aquella situación.
Curiosamente (por una de esas hermosas paradojas de la historia) sería el mismo
Eugenio Driessen el primero que, cuarenta años más tarde, daría información
acerca de los pasos a seguir para iniciar el proceso de beatificación[7] del que
había sido su alumno algo díscolo, como sabemos por una hermosísima carta de su
hermano y gran amigo del P. Tito (Humberto Driessen) al P. Xiberta en 1942 en
la que le comunicaba la muerte del P. Tito[8]. Merece
la pena reproducir parte del párrafo en el que se alude al P. Eugenio Driessen:
Cada predicación, cada escrito o
cualquiera de sus publicaciones, terminan siempre con un pensamiento a gloria y
honor de María. Hace un año predicó los ejercicios espirituales de los frailes
en Oss y no hablaba sino de Nuestra Madre. No nos tiene que maravillar, por
tanto, que todos nosotros veamos en él un ejemplo, un verdadero santo. Todos
desean que bien pronto sea beatificado. En este sentido ya le he escrito al P.
Eug. y especialmente nuestras Monjas se dirigen a él para obtener quién sabe
cuántas cosas. En Heerlen han recibido ya una novicia por intercesión suya y
quién sabe cuántas más gracias obtendrán todavía. Han encontrado a quien
recurrir y ya no lo dejarán[9].
Posteriormente, muchas veces a lo
largo de su vida, hizo alarde de esa apertura, de ese ir abriendo nuevos
caminos. Fue innovador en muchos campos que hoy se consideran normales en el
apostolado de la Orden, pero que en aquellos momentos eran considerados como
"arriesgados" o extraños. Cuántas veces hoy se nos invita a
"mantener lo que hay", al derrotismo, a no innovar nada que a la
larga pueda ser incómodo. La actitud del P. Tito fue exactamente la contraria.
También mostró esa actitud ante
ciertos rigores excesivos y absurdos, ante ciertos legalismos que matan el
espíritu, actuando en nombre de una supuesta fidelidad a la letra. Resulta
patética en este sentido, aquella anécdota en el camión que transportaba
hacinados a los prisioneros desde la cárcel de Scheveningen al campo de
Amersfoort, entre los cuales se hallaba nuestro P. Tito, cuando uno de los
prisioneros -que más tarde narraría la anécdota- pidió a uno de los sacerdotes
el ser oído en confesión. Aquél manifestó sus escrúpulos al respecto, al no
saber si tendría licencia para administrar el sacramento en aquellas condiciones.
Ante su duda, el P. Tito le señaló que debería hacerlo tranquilamente, dada la
situación de emergencia en que se encontraban. Estaba haciendo realidad aquello
de nuestra Regla: quia necessitas non
habet legem.
También en su pensamiento (por lo
que conocemos) fue un hombre abierto, un tanto ecléctico, que duda de los
sistemas uniformes y cerrados, aunque se muestra firme en lo esencial. Le
gustaba confrontar opiniones y buscar ese algo de verdad que todas ellas
tienen. Este aspecto de su personalidad destaca más, si cabe, si tenemos en
cuenta el momento que se estaba viviendo en Europa (crispación, totalitarismo,
nacionalismo exacerbado y xenófobo, etc). Mientras él daba sus clases de
filosofía en la facultad, las juventudes hitlerianas quemaban los libros de
todos aquellos autores considerados peligrosos o contrarios al régimen (Tucholsky,
Kafka, Marx, Freud, Brecht...). En más de una ocasión recordaría el profesor de
Nimega la frase del gran filósofo alemán Heine, casi cien años antes: el pueblo que empieza quemando libros, acaba quemando seres humanos.
Podemos decir -por tanto- que era un
hombre profundamente dialogante, en el sentido más radical y hermoso de la palabra.
Sus diálogos con el Sargento judicial Hardegen a lo largo del interrogatorio,
son un precioso testimonio de esto que decimos. Supo ser en todo momento a lo
largo de los interrogatorios, un hombre honesto, sincero, firme, respetuoso... cuando todo invitaba a lo
contrario[10].
2.-
Un hombre solidario. El P. Tito mostró a lo largo de su vida esa capacidad
maravillosa para sensibilizarse con el ánimo de sus semejantes. Supo mantener
esa sensibilidad tanto en las cosas aparentemente menos importantes, como en
los momentos trágicos de las cárceles y los campos de concentración. En la
Universidad siempre miraba por el bien de sus alumnos; siempre estaba dispuesto
a compartir con ellos algo más que lo rigurosamente académico. Según los que
convivieron con él, tenía una facilidad única para trasmitir ánimos a los que
se encontraban en problemas, al alumno en apuros, al padre de familia que le
pedía una ayuda económica por determinados problemas o al compañero italiano de
la prisión de Kleve al que pasaba parte de su ya escasísima ración de comida
diaria, hasta que fue descubierto y castigado duramente por ello.
Precisamente con los italianos
mantuvo siempre una cordial relación en Holanda. Por su estancia en Roma para
realizar su doctorado en Filosofía, el P. Tito hablaba, o al menos se defendía
en italiano. Por ello, en medio de la actividad tremenda que desarrolló a lo
largo de su vida, siempre encontró huecos para atender espiritualmente a grupos
de emigrantes italianos que buscaban en Holanda el puesto de trabajo próspero.
Él sabía perfectamente el desarraigo que ello suponía para aquellas gentes.
Compartía con ellos -y más de una vez bromeó al respecto- el recuerdo del sol
mediterráneo, en medio de las brumas de los Países Bajos[11].
Pero la solidaridad de Tito Brandsma
no es sólo una virtud (que no es poco). Hay debajo toda una forma de entender
la fe, toda una preocupación por "escuchar" al que vive con nosotros,
por percibir sus ritmos vitales y acompañarle en su caminar. En este sentido,
resulta muy significativa la preocupación del P. Tito acerca de las posibles
causas del ateísmo moderno. No comprendía por qué el progreso técnico estaba
llevando al hombre a alejarse de Dios y a perder su identidad como ser humano.
No basta con condenar al mundo, con decir que todo va muy mal, "que esto
no es lo que era" o que "la juventud está perdida". Tenemos que
preguntar y preguntarnos cuáles son las preocupaciones de los hombres de
nuestro tiempo, de nuestros hermanos, a los cuales se nos ha enviado para predicar
la buena noticia. Cierto es que a los clérigos nunca se nos ha dado muy bien
eso de aprender del mundo. Pensemos además, que estamos a 30 o 40 años del
Vaticano II. En este aspecto, sin duda, el Beato Tito fue totalmente innovador.
Sobre este tema versó su discurso de investidura como Rector Magnífico de la
Universidad Católica de Nimega, en Octubre de 1932. Fue un discurso profundo,
teórico a la vez que personal, que hizo pensar a más de uno y recibió numerosas
felicitaciones, entre ellas algunas de medios protestantes. El nuevo Rector
confesaba:
Entre las numerosas preguntas que me hago,
ninguna me preocupa tanto como el enigma del por qué el hombre que se halla en
vías de desarrollo y se siente orgulloso de sus conquistas, se aleja de Dios de
forma tan notable. ¿Es culpa sólo de los que actúan de este modo? ¿Se nos exige
a nosotros hacer algo para que Dios brille de nuevo sobre el mundo con una luz
más clara...? [12]
¡Sin duda toda una intuición del
análisis que treinta años más tarde hará del ateísmo moderno la Gaudium et Spes!
3.-
Un hombre alegre: Existe una foto de nuestro P. Tito en su viaje hacia los
Estados Unidos, en el barco, acompañado por varias personas. Todos ellos
aparecen riendo (y con ganas)[13]. No
sabemos el motivo de su risa, pero sí se intuye la conversación animada y
alegre. Este era uno de los rasgos esenciales de su carácter: esa alegría que
brota de lo más profundo del alma y que empapa toda una vida, hasta en las
situaciones más deprimentes[14].
Pero conviene señalar que la alegría del Beato Tito no era una de esas
"alegrías" que a veces nos han pintado en los santos, tan profundas y
espiritualizadas, tan teologales, que no se concretaban en nada. Esta era una
alegría real, a flor de piel, hasta si se quiere, con una pizca de buen humor e
ingenio. No le faltaban razones para la preocupación o el desánimo: el exceso
de trabajo, la situación política -no sólo en Alemania, también en su país,
donde los simpatizantes del Nacional-socialismo iban poco a poco imponiendo sus
criterios- o la precaria salud que le acompañó durante toda su vida. Pero no
era Tito el hombre quejoso y lánguido que arrastra la existencia propia como un
pesado fardo, sino más bien el hombre que saca plenamente el jugo a la vida,
allí donde el Señor le ha llamado, el hombre que disfruta de su trabajo, que
ama lo que hace y se entrega a ello apasionadamente, el hombre que mira su vida
y descubre en ella mil cosas en las que alegrarse y por las que dar gracias.
Así en 1938, cuando la debilidad le obligó a permanecer en la cama por una
temporada, aquejado de una infección bastante seria, escribía a sus familiares
en estos términos:
Los bacilos son traicioneros y están
muy al día. Empiezan la ofensiva sin declaración oficial de guerra. Pero os
aseguro que no tienen nada en absoluto que hacer cuando los trabajos
aprietan...[15]
Este carácter no cambió ni siquiera
en los momentos tan duros de la cárcel y los campos de concentración. Hizo
realidad aquella frase que él mismo había pronunciado años atrás, en circunstancias
mucho más agradables: Donde esté yo,
tiene que haber fiesta... En este sentido se comprenden algunas de las
anécdotas más famosas de esa parte de la biografía del P. Tito. Sabemos que en
la prisión de Scheveningen escribió un pequeño diario, una descripción de su
celda y la vida que allí desarrollaba, así como varias cartas y el poema Ante una imagen de Jesús, en mi celda.
Pues bien, en uno de estos escritos, narra su sentimiento al ser encarcelado,
ese momento dramático en que siente cerrarse tras de sí la puerta que nunca más
se volverá a abrir sino para ir de una prisión a otra:
... pero cuando uno es encerrado por
primera vez y de noche, en una celda carcelaria y cierran tras de ti la puerta
con llaves y cadenas, uno se queda estupefacto durante unos instantes, aunque
el hecho de ser encarcelado a mi avanzada edad me provocaba risa, más bien que
tristeza... ¡Aquí me tenéis pues![16]
Asimismo, en una de las cartas que
se conservan desde la celda 577 de la prisión de Scheveningen, tranquiliza a
sus familiares con estas palabras:
Psíquicamente no sufro, tampoco
tengo necesidad de llorar ni de suspirar. Es más, incluso canto por lo bajito
-a mi manera, por supuesto-...[17]
En otro lugar hemos destacado
algunas curiosas conexiones entre la espiritualidad del P. Tito y la de Teresa
de Lisieux[18].
Aunque se trata de dos santos muy diversos, apartados por el tiempo y el
espacio, creemos detectar en su vivencia espiritual una serie de aspectos
comunes que quizás tienen que ver con la simplicidad de lo esencial. Entre esos
aspectos destacábamos: el común interés por las misiones (el talante misionero
de ambos), la atención a lo pequeño (eran dos personas muy detallistas), la
fuerte vivencia de lo familiar, la espiritualidad de lo cotidiano, etc. Pues
bien, entre aquellos rasgos comunes destacábamos también cómo ambos
compartieron un fino y acentuado sentido del humor que se deja entrever en sus
obras y cartas personales. Así, junto al Donde
esté yo, tiene que haber fiesta... del carmelita holandés, podríamos
colocar la frase de Teresa: el amor no es
para escondérnoslo sino para alumbrar y alegrar. Y junto a las reflexiones
del P. Tito en la cárcel, intentando descubrir el lado cómico de su prisión, ya
mayor y enfermo, podríamos colocar la reflexión de Teresa, intentando elevarse
con el humor por encima del sufrimiento:
Veo siempre el lado
bueno de las cosas. Hay quienes lo toman todo de la manera que más les hace
sufrir. A mí me pasa lo contrario. Cuando me viene el sufrimiento puro, cuando
el cielo se me pone tan negro que no veo ninguna claridad, ¡pues bien, hago de
ello mi gozo![19]
El lector avezado sabrá intuir la
grandeza de ánimo y la profunda espiritualidad que se esconde detrás de este
“sentido del humor” que probablemente no es sino el fruto de una verdadera
desmitificación de tantos ídolos que nos esclavizan y entristecen.
.
4.-
Un hombre hospitalario. Este fue
otro de los grandes rasgos que definen la personalidad del P. Tito: la
asombrosa capacidad de acogida. Sabemos que siendo prior esto le ocasionó
incluso ciertos problemas con algunos compañeros de comunidad que no compartían
su entusiasmo en este sentido. Asimismo eran famosas sus invitaciones a la
limosna, su negativa a que se cobrase nada a nadie por la estancia en el
convento (sería humillante considerar el
convento como una pensión donde se debe que pagar), etc.
En sus comienzos en la Universidad
Católica de Nimega, tuvo que residir en una pensión, ya que los carmelitas
holandeses no tenían aún convento en dicha ciudad. Los fines de semana
regresaba a Oss para vivir con aquella comunidad. Muchas veces la dueña de la
pensión, viendo la cantidad de jóvenes que acudían a hablar con el P. Tito, y
no sólo de temas académicos, le propuso poner alguna excusa para que no le
molestasen en su trabajo, tantas veces interrumpido, a lo cual el se negó
totalmente.
Además podemos decir que esta
acogida y hospitalidad, no sólo las dispensó a lo largo de su vida, sino que
también supo recibirlas, que muchas veces no es fácil. Sobre ello hay multitud
de testimonios de aquellos que le acogieron en sus diversos viajes[20].
5.-
Un hombre familiar. Cuando decimos
que el Beato Tito Brandsma fue un hombre "familiar" lo hacemos en un
doble sentido. En primer lugar, en el sentido de que lo fue en el trato con los
demás: cercano, afable, pronto a entablar conversación...[21] Así, a la
vuelta de una de su breves estancias en Oss, de camino hacia Nimega, no duda en
invitar a tomar el té a una señora a la que había conocido en el tren y con la
que había charlado animadamente.
Pero también decimos
"familiar" en el sentido más propio de la palabra, esto es, un hombre
que vive la cercanía a los suyos, que se preocupa e interesa por ellos hasta en
los momentos más difíciles. Sabemos bastante acerca de la familia Brandsma:
católicos recios, campesinos honestos y llanos como las tierras frisonas. Fue
una familia capaz de dar cinco hijos a la Iglesia como religiosos, pero que a
pesar de ello mantuvo siempre cierto carácter de unidad y de afecto. Sabemos
también que, a veces, la práctica de las órdenes religiosas era en este aspecto
bastante dura: el religioso había muerto al mundo y por tanto también a los
lazos familiares. El P. Tito lo sabía, pero lo interpretaba de una forma más
positiva, por ello nunca se sintió ajeno a los problemas y a las alegrías de su
familia. En este sentido se conserva una abundante correspondencia con sus
hermanos, especialmente con su hermano Enrique, franciscano, con el que al
parecer mantenía una relación bastante estrecha. Resulta particularmente
llamativa la carta que le envía el 3 de Junio de 1942 (a menos de dos meses de
su muerte) desde la cárcel de Kleve, ya en Alemania, con motivo del cumpleaños
de Enrique:
¡Quién habría podido pensar que para tu
sesenta cumpleaños te escribiría una carta desde una cárcel alemana! ¡Han
pasado tantas cosas en estos sesenta años! Ahora, en estos tiempos tristes, se
recuerdan con placer los tiempos pasados. Pero, aquellos buenos tiempos
volverán y espero que pronto... [22]
Habría que destacar también la
delicadeza que muestra el P. Tito hacia los suyos: atento a los acontecimientos
familiares (¡aún desde el Campo de Dachau envía felicitaciones por cumpleaños a
hermanos y sobrinos!), siempre cuidadoso para no preocupar a los suyos con sus
problemas de salud o con la situación en la cárcel, siempre dispuesto a dar
ánimos en todo momento. También resulta aleccionador su comportamiento hacia su
madre viuda. Viviendo en Nimega, en medio de esa actividad febril que hemos
señalado, siempre encontraba huecos en su agenda para llevar consigo a su madre
y acompañarla en largos paseos por la ciudad, visitar familiares y amigos,
aliviándola así en su soledad. Tito era consciente de su deber en ese sentido,
hacia aquella mujer que había entregado cinco hijos a la Iglesia. Veamos lo que
decía al respecto su hermano Enrique a uno de sus primeros biógrafos:
Ninguno sabía escribir cartas más
cordiales que las de él. Se interesaba por todo: calificaciones escolares de
los sobrinos, la salud de los padres y hermanos, el tiempo que hacía, si crecía
el heno, cómo iba el ganado. Papá encontraba siempre en él una gran ayuda[23].
En el estudio comparativo entre la
espiritualidad de Tito Brandsma y de Teresa de Lisieux al que aludíamos más
arriba[24],
poníamos de manifiesto cómo ambos personajes compartían también una intensa
experiencia de lo familiar que de alguna manera marca la espiritualidad de
ambos. Es bien conocida la dimensión familiar de la espiritualidad de la
pequeña Teresa, la entrañable relación con su padre y con sus hermanas, la
correspondencia con sus familiares, etc. Valga como muestra la opinión de Von
Balthasar[25],
quien señala que la familia de Teresa vivió ese ambiente de Iglesia doméstica,
en el sentido más radical y profundo de la expresión, lo que facultó a Teresa
para vivir todas las facetas de su vida de fe y de su consagración con ese
talante familiar[26].
A pesar de lo rígido de la observancia religiosa en aquellos tiempos (algo
impregnada de ciertos resabios jansenistas), Teresa no rompe nunca los lazos
con su familia, si bien los va a vivir en una dimensión diferente. Para ella,
la vida religiosa no supone un enquistar el corazón, ni una mera soltería mejor
o peor llevada, sino más bien una ampliación de miras y horizontes. No es un
morir a la familia, sino el hacer del convento, de la Iglesia, de la humanidad
nuestra familia. Por ello, Teresa afirmaba con decisión en una de sus cartas: Las rejas del Carmen no se han hecho para
separar los corazones que sólo se aman en Jesús, sino que más bien sirven para
hacer más fuertes los lazos que los unen. Lógicamente de una familia así
surgieron varias vocaciones a la vida religiosa, como ocurriría algunos años
más tarde en la familia Brandsma de la Frisia holandesa.
6.-
"Elegancia” espiritual: Muchos
de los compañeros de prisión del Beato Tito, en su declaración para el proceso
de beatificación, coinciden en señalar que era un hombre lleno de prudencia, de
elegancia y educación en el trato, capaz de combinar la sencillez y la
espontaneidad con la más elevada "finura". Estos rasgos de su carácter
invaden también su espiritualidad. Ya hemos visto qué poco amigo de fanatismos
y de excesos era nuestro personaje. Varias veces fue llamado para dar su
opinión en diversos casos de "estigmatizadas",
"visionarios", etc. En estos casos su posición era siempre muy
prudente, con un escepticismo que no llegaba a ser hiriente ni irrespetuoso,
pero consciente de lo "secundario" que todo esto resulta en la vivencia
de una fe madura y adulta. Concretamente viajó a Baviera en
1930 para conocer de cerca el caso de Teresa Neumann, la estigmatizada de Konnersreuth[27] y conoció
también el caso de Elisabeth Kolb. Ambos casos le llevaron a escribir algunas
consideraciones sobre el tema[28].
Más aún, al parecer en cierta
ocasión, dada la fama de santidad que el P. Tito iba adquiriendo en Nimega,
corrió el rumor de que tenía ciertas apariciones de Santa Teresa o Santa
Teresita (en esto hay algo de confusión en los diversos biógrafos), pero cuando
la noticia llegó al propio Tito, este respondió (esta vez sí, sin recato
alguno) con una sonora carcajada...
Esta "elegancia” o “discreción”
espiritual ha tenido para nosotros una consecuencia relativamente negativa. El P.
Tito es muy parco a la hora de narrar sus propias experiencias espirituales.
Hay un cierto pudor -pese a ser un hombre profundamente extrovertido- que
demuestra cómo en el caso de nuestro hombre la extroversión no va unida a la
superficialidad. Él además vivía su oración como algo íntimamente unido a la
vida de cada día. La oración no es un
oasis en el desierto de la vida, es toda la vida, dijo en cierta ocasión.
Algunos de sus compañeros de docencia, o incluso discípulos que más tarde
serían ilustres profesores, han insistido en este aspecto: era un hombre que
vivía esa profunda unión con Dios en la vida de cada día, en el trabajo
cotidiano. Baste como botón de muestra el "consejo espiritual" que
dirige a su hermana clarisa: Haz
perfectamente tus pequeños deberes, incluso el más insignificante. Es algo
sencillo. Sigue al Señor como un niño sigue a su padre...
En este sentido, algunos autores han
cuestionado el talante místico del P. Tito. Creo que, cuando observamos sus
escritos en la cárcel, no se puede dudar de ello. Ahora bien conviene plantearse
en qué sentido hablamos de mística y qué tipo de "místico"
encontramos en Tito Brandsma[29].
Podríamos hablar de una mística profundamente encarnada en el ser humano, en el
que se contempla, en el sentido más genuino de la palabra, a Dios mismo. No es
una contemplación que consiste en mirar hacia arriba, olvidando o descuidando
lo de abajo. No se trata siquiera de llevar a los demás lo contemplado (el
celebérrimo adagio de Santo Tomás: contemplata
aliis tradere[30]),
aún reconociendo el paso adelante que supone esta idea en la concepción de la
contemplación que deja así de ser un gozo individualista o narcisista, sino en
contemplar en la realidad misma (por el principio de la encarnación) la
presencia misteriosa de Dios. Quizás es ahí donde la contemplación y la
compasión se encuentran de forma natural.
Por último convendría señalar que el
Beato Tito es un hombre profundamente "observante", utilizando un
término que hoy quizás esté un poco "pasado de moda" pero que era
fundamental en la espiritualidad de la vida religiosa en aquellos años. La vida
comunitaria, el oficio divino en comunidad, los momentos de trabajo y de
recreación, etc. eran fundamentales en su vida. Pensemos que en nuestros días
es relativamente fácil combinar la "vida activa" con la vida
comunitaria, pero en aquellos momentos y más teniendo en cuenta el tipo de
actividad que desarrollaba el profesor Brandsma, no debió ser fácil. No
obstante, él tenía bien claro cual era el orden de prioridades y cómo nuestro
apostolado debe ser el fruto de nuestra vida interior, llevado con amor al
mundo que nos rodea.
7.-
Un hombre afectivo: Nada más lejos de nuestro P. Tito que esa frialdad o
lejanía que a veces distingue a las personas importantes. Como buen frisón era
un hombre sincero, acostumbrado a mostrar sin dobleces sus sentimientos y sus
opiniones (lo que, en más de una ocasión, le causó ciertos problemas). Los que
le conocieron suelen comentar que eran famosos sus "apretones de
manos", así como su risa franca y abierta. Ciertamente no participaba de
la idea de que es más santo el ocultar los sentimientos y el afecto hacia las
personas. No cree en ese miedo a la afectividad, que muchas veces no es sino
una justificación teórica que esconde un egoísmo aberrante. No lo tuvo en
ninguno de los niveles ni ámbitos en los que se movió: ni en lo familiar, ni en
la docencia, ni en el mundo del periodismo, ni en su comunidad religiosa. No
era el religioso que "soporta" a sus hermanos estoicamente buscando
una santificación un poco farisaica, sino más bien el que disfruta de sus
hermanos y sabe acercarse a ellos y junto a ellos afronta los problemas, las
alegrías, las tensiones, etc. Valga en este sentido la anécdota que nos narró
-entre otras muchas- el P.Bertoldo Lurvink[31], quien,
siendo muy joven, coincidió con el P. Tito en Nimega: el día de su cumpleaños,
Tito introdujo por debajo de su puerta una calurosa felicitación y una disculpa
por no haber podido estar allí para celebrarlo en comunidad, debido a los
exámenes de la Universidad.
Especialmente entrañables resultan
los muchos ejemplos en los varios meses que pasó en diversas cárceles y campos
de concentración, hasta terminar en Dachau. Pero, sin duda, el más
impresionante es el de Tizia, la
enfermera que lo "atendió" y que le inyectó el ácido fénico que
acabaría con su vida. Fue a esta muchacha -acostumbrada a terminar diariamente
con varias vidas- a la que hizo su último regalo, aquel rosario de madera que a
su vez le había regalado un preso de Amersfoort, pues él había olvidado el suyo
en el convento con las prisas de la partida tras la detención. El breve diálogo
que el moribundo Tito mantiene con Tizia
dejó a aquella profundamente conmovida. Resulta escalofriante leer el
testimonio de aquella mujer, captada en plena juventud por el
Nacional-socialismo. Es la confrontación, siempre apasionante, entre la
"ideología" (prepotente, segura, sólida) y el ser humano, que tiende
a la libertad y al amor, y que no se deja encasillar en ningún esquema.
8.-
Un hombre ecuménico: En Dublín, en
el Colegio Carmelita de Terrenure, existe una pequeña capilla dedicada a los
mártires cristianos de nuestros días, sea cual sea su confesión[32].
Está dedicada oficialmente al Beato Tito Brandsma y en ella aparecen también
los nombres de Edith Stein, Dietrich Bonhoeffer, Maximiliano Kolbe, Mons. Oscar
Romero, Martin Luther King, etc. En Tito Brandsma encontraron un modelo
ecuménico que pudiera aglutinar a personajes de la talla de los citados.
El P. Tito tenía realmente ese
carácter ecuménico, no sólo en el aspecto propiamente confesional, de relación
entre Iglesias cristianas, sino también en un sentido más general. Era un
hombre por naturaleza conciliador, amigo de romper barreras y establecer el
diálogo allí donde hiciera falta. Como buen periodista, verdaderamente
vocacional, creía en el poder mágico de la palabra, por encima de las
distancias aparentemente insalvables. En alguno de los oficios que desempeñó
como periodista se ganó ese apodo cariñoso: "el conciliador" y
también en Dachau tuvo que mediar en más de una ocasión en riñas y disputas que
eran frecuentísimas, dado el estado de tensión al que se veían sometidos los
presos.
Entre los testimonios que se
presentaron en el proceso de beatificación, no faltaron aquellos de
protestantes holandeses y alemanes, que incluso fueron los que con más fuerza,
paradójicamente, testificaron el carácter de santidad del Beato Tito. Entre
ellos, algunos corresponden a los durísimos meses de las cárceles y campos.
Merece ser destacada la relación tan profunda que estableció con los dos
jóvenes protestantes que compartieron celda con él, en su segunda estancia en
Scheveningen, Cornelio de Graaft y Guillermo Oostdijk. Con ellos compartió
larguísimas charlas en medio de la tediosa vida carcelaria e incluso llegaron a
tener sus pequeñas celebraciones ecuménicas los domingos. No es este el único
testimonio de protestantes que compartieron con él estos momentos terribles[33].
Baste como colofón el testimonio de
uno de los pastores protestantes que Brandsma encontró en los campos de
concentración y que fueron invitados a declarar después en el proceso de
beatificación por el P. Adriano Staring Vice-postulador de la causa. El
testimonio no puede ser más significativo y fraterno, ya que, por una parte,
muestra sus reservas respecto a las beatificaciones y canonizaciones (en la
mejor tradición reformada contraria a “obras” o “méritos”) pero, por otra,
reconoce el ejemplo del P. Tito y bendice a Dios por ello:
Reverendo y doctíssimo Señor Staring:
Ya en
vuestra carta habéis señalado que nosotros como reformados tenemos ciertas
reservas respecto a las beatificaciones y canonizaciones especiales. Esto no
impide, sin embargo, que os mande gustosamente algunas impresiones. No he
tenido un contacto muy estrecho con el P. Tito, como lo tuvo por ejemplo el
otro Pastor Protestante, Hindelopen de Amstelveen. Si no me equivoco, estaban
los dos en el mismo transporte que les llevaba de Amersfoort a Dachau. Más
tarde he tenido algo más de contacto, aunque él estaba más próximo a Arnold van
Lierop, capellán de la Organización católica de la prensa (...). De lo que
sigue puedo ofrecer total garantía: todos los colegas hablaban con gran estima
y respeto de Tito Brandsma. Su conocido poema refleja su plena confianza en
Dios (...). Recuerdo todavía que lo encontré en el baño uno o algunos días
antes de su muerte. En aquel momento sabía que tenía que partir. Estaba en
plena paz y resignación. Me regaló sus últimos cigarros. Muchas más noticias no
le puedo contar. Puedo confirmar, sin embargo, todo aquello que usted ya sabe.
Finalmente, como Pastor Protestante, puedo testimoniar que Tito Brandsma era un
hijo de Dios por la gracia de Jesucristo. Espero volver a verlo en el cielo...
Pero el talante ecuménico del Beato
Tito no se manifestó tan sólo en esta situación. Ya en sus años de plena
actividad aparece ese deseo de no herir al "hermano protestante",
algo que en estos países de convivencia católico-protestante (sea cual sea la
confesión) es algo muy delicado. Así, al organizar en 1932 un Congreso Mariano,
para celebrar el XV centenario del Concilio de Efeso, inmediatamente escribe
aclarando la intención del mismo, intentando evitar todo sentido de
exhibicionismo católico[34].
Algunos han interpretado en esta línea, el interés del Beato Tito por estudiar
y difundir la devoción a San Bonifacio, el evangelizador de su región natal,
Frisia[35].
Sería como un buscar las raíces de una fe común, buscar lo que une más que lo
que separa. Asimismo sabemos que en varias de sus defensas del catolicismo
holandés frente al poder nazi, no se olvida de citar expresamente a los
hermanos protestantes. Todo esto adquiere un valor especial si tenemos en
cuenta que estamos a unos cuantos años del Concilio y que la sensibilidad
ecuménica en el ámbito católico no estaba todavía muy desarrollada.
Podría hablarse incluso de un cierto
"talante ecuménico" (si bien, evidentemente, en otro sentido) en
lo referente a su postura respecto al Carmelo descalzo. Por supuesto -y quizás
en esto difieren los grandes personajes de las mediocridades- que el Beato Tito
nunca se dejó llevar por disputas sin mucho sentido, ni por absurdas
animosidades. Más aún, como verdadero estudioso e intelectual, analiza los
temas, incluso los espinosos, con un horizonte amplio, plenamente ecuménico,
abierto, sin los raquitismos mentales que a veces se sufren en este sentido. No
falta incluso una chispa de humor, no para ironizar, sino para "quitar
hierro" a ciertos temas. En este sentido, a una pregunta de Godfried
Bomans (un conocido escritor holandés) acerca de si era calzado o descalzo, el
P. Tito respondió jocosamente que intentaba combinar ambas posibilidades, por
el día calzado y por la noche descalzo. La pregunta del literato venía
provocada por el entusiasmo con el que el profesor Brandsma hablaba y explicaba
a Santa Teresa y a San Juan de la Cruz.
Fue ésta una constante de su vida y
de su actividad como escritor y profesor[36]. No en
vano su primer libro fue un opúsculo sobre Santa Teresa y su última obra,
escrita en la cárcel, en condiciones sorprendentes versó también sobre la Santa
de Ávila[37].
Él mismo reconoció en diversas ocasiones que quizás había sido ésta una de las
grandes frustraciones de su vida, el no haber podido concluir toda
una obra magna sobre la vida y las obras completas de Santa Teresa
traducidas al holandés. Las múltiples ocupaciones, así como el precipitado
final de su vida, se lo impidieron.
Asimismo en las conferencias que dio
en Estados Unidos y Canadá[38],
dedicó dos sesiones a Santa Teresa y a San Juan de la Cruz respectivamente. La
dedicada al Santo de Fontiveros comenzaba con estas palabras:
Supone para mí, carmelita de la rama mitigada,
una gran alegría, el que se me permita tomar parte en el coro de alabanza en
honor de San Juan de la Cruz, quien ha sido, junto con Santa Teresa, el
reformador de nuestra Orden. Supone un especial motivo de alegría para mí, el
tener aquí esta ocasión para añadir mi pequeña aportación a su gloria y ser
intérprete de lo que estoy seguro que todos los carmelitas de la observancia
mitigada ven, como yo, en este héroe del Carmelo. [...] Ciertamente nosotros no
miramos hacia él, como hizo el prior del monasterio de la Antigua Observancia
de Segovia, como un signo de oposición, sino más bien como un vínculo de
unidad, que nos congrega a todos...[39]
Sirva como ejemplo hermosísimo de
este carácter ecuménico y conciliador, siempre favorable a la paz y el encuentro[40],
el final del texto que el Beato Tito escribió en Scheveningen a petición del
Sargento Mayor Hardegen, encargado de los interrogatorios:
Dios bendiga a Alemania, Dios bendiga a
Holanda, quiera Dios que estos dos pueblos vuelvan a caminar unidos para
reconocerlo y amarlo y que juntos puedan seguir trabajando por su libertad...
9.-
El valor de la amistad. Casi es una consecuencia de lo que hemos venido
diciendo hasta ahora. El Beato Tito tuvo en gran estima el valor de la amistad
y se preció de contar con buenos amigos. Son muchos los testimonios que existen
en el Sumario del proceso de beatificación en este sentido. Dado su carácter,
era fácil entablar amistad, pero no en el sentido superficial del término, sino
realmente llegando a crear un ambiente de honda comunicación y de convivencia.
Resulta muy significativo el siguiente dato: el P. Tito vive grandes momentos
en la soledad de su celda 577 en Scheveningen; allí escribe páginas
hermosísimas fruto de ese silencio y esa soledad y a pesar de las circunstancias
tan especiales que se daban. De Scheveningen sale hacia el campo de Amersfoort
y de allí torna de nuevo a Scheveningen. Esta vez ya no va a aquella celda 577
sino a la 632 y ya no está solo sino acompañado de los dos jóvenes protestantes
a los que hemos hecho referencia más arriba. El P. Tito les dice:
Quiero comunicaros que me es muy grato
encontrarme en vuestra compañía. La vez anterior estuve totalmente solo en una
celda, pero os aseguro que así, es mucho más agradable...[41]
Pero quizás el testimonio más
hermoso e impresionante de su alto sentido de la amistad, lo tenemos en uno de
los momentos más dramáticos de su vida: cuando recibe la noticia de que va a
ser destinado al Lager de Dachau.
Hasta entonces existían algunas esperanzas (permanecer recluido en un convento
alemán, la retractación, la mediación de un pariente abogado, etc.), pero tras
conocer la sentencia, el P. Tito, que volvía a ser llamado oficialmente con su
nombre de pila, Anno Sjoerd, sabía perfectamente cuál era su final. En esos
momentos escribe a su familia en estos términos:
... han decidido enviarme al campo de
concentración de Dachau, cerca de Munich. Probablemente saldré para allá el
sábado próximo. También allí encontraré amigos y Dios está en todas partes...[42]
¡Todo un testamento espiritual!
10.
Un hombre de esperanza. Por último
hay que señalar en la personalidad espiritual del Beato Tito su apertura
esperanzada y llena de fe hacia el futuro. Su visión positiva de las cosas, de
la vida, incluso de los hombres -en unos momentos en que todo invitaba a
sentirse bastante decepcionado de la raza humana- no podían terminar sino en
una esperanza arraigada en lo más hondo del corazón. No es sólo una virtud que
humanamente él poseía, es todo un acto de fe, un ponerse en manos del Señor,
sabiendo que Él guarda de nosotros[43].
Esa esperanza -tenaz y constante-
había sido probada ya en varios momentos de su vida: la enfermedad casi
continua, la imposibilidad de ir a las misiones que la provincia carmelitana de
Holanda estaba creando en Brasil o Indonesia, su fracaso en el primer intento
de sacar el doctorado a causa de su salud, etc. Pero todos ellos habían sido
"pequeños problemas" en la mente de nuestro hombre. Yo soy por naturaleza optimista, había
dicho en más de una ocasión. Pero es en ese periodo final de su vida, donde
realmente se pone a prueba esa fe y esa esperanza. Fue allí donde el P. Tito
mostró la hondura espiritual que tenía y siempre invitó a sus compañeros a la
esperanza, animándoles, haciéndoles pensar en un futuro que, casi con toda
probabilidad, él sabía que nunca vería[44]. Un
testimonio es suficiente, por la importancia del mismo: su breve diálogo con Tizia, la enfermera alemana que le
inyectó el ácido fénico y que años más tarde declararía en el proceso de beatificación,
bajo este nombre genérico (para mantener el anonimato). Tito, aquel hombre
roto, sucio, avejentado, humillado, consciente de que era asesinado por la
sinrazón, por la prepotencia de un poder absurdo y macabro... aquel Tito mantuvo
su fe en el ser humano, representado en la joven enfermera que tenía delante y
su esperanza no se vino abajo:
Cualquiera que lo observara, recibía la
sensación de que en él había algo sobrenatural. Generalmente en torno a su cama
había siempre un grupo de enfermos. Él sabía darles ánimo (..). Ordinariamente
los enfermos se ocupaban sólo de sí mismos, pero el padre Tito estaba siempre
de buen humor y era el apoyo de todos, en particular de mí. Era,
indudablemente, un santo...[45]
De todos los rasgos que hemos
señalado en esta descripción de la figura espiritual del Beato Tito, se podrían
citar muchos más ejemplos. No se trata aquí de hacer una biografía. Tampoco
intentamos hacer una descripción completa del talante y de la espiritualidad de
Tito Brandsma (es un trabajo que está por hacer). Contamos además con la
dificultad a la que aludíamos al principio de la falta de traducciones de
muchas de sus obras, artículos, trabajos, etc., con las que podríamos hacernos
una idea más completa de su pensamiento[46]. No
obstante, sí podemos concluir, que junto a otras facetas y dimensiones de la
figura espiritual del P. Tito (profeta, mártir, místico, carmelita) que han
sido ya más estudiadas, ocupa un lugar muy importante su "humanidad".
Y nos atrevemos a sugerir que ésta sea una de las dimensiones que hacen más
atractiva su figura y su mensaje para tanta gente hoy[47]. Pero esa
humanidad -como hemos indicado en varias ocasiones- no es solamente el fruto de
su carácter, o una característica psicológica de su personalidad sin más.
Estamos convencidos que tras esa forma de actuar (humana, abierta, entrañable,
compasiva) hay todo un recorrido espiritual, un itinerario hacia el corazón del
Evangelio, allá precisamente donde se juntan la contemplación y la compasión. A
ello dedicamos la segunda parte de este trabajo.
II. Posible fundamento
teológico: la gracia de Dios entre dos
pintores...
El título de este apartado puede
sorprender de principio al lector. Espero que al final del mismo quede claro lo
que queremos transmitir. La figura del P. Tito tiene, como acabamos de ver,
una serie de aspectos muy significativos para el creyente de nuestros días.
Basándonos en un curioso dato de su biografía vamos a reflexionar brevemente
acerca del posible fundamento y la causa de todos esos rasgos. Nos referimos a
la mirada tremendamente humana (y por eso religiosa y contemplativa) y
religiosa (y por ello, profundamente humana) con la que el P. Tito se acerca al
hombre sufriente. En una sociedad como la nuestra, que -junto a valores y
avances innegables- tiene un cierto déficit de humanidad, en una
sociedad que tiende a relegar y a ignorar egoístamente a los que sufren, a los
no productivos, a los incómodos, a los que estorban, apartándolos -con mil
eufemismos- de nuestro mundo supuestamente feliz (parafraseando la
famosa novela de Aldous Huxley)... en una sociedad así, el testimonio del P.
Tito resulta más que profético y nos revela la honda experiencia espiritual que
le lleva a recorrer un itinerario (un via
crucis como veremos a continuación) hacia el centro mismo del Evangelio,
allá donde coinciden la contemplación y la compasión.
1. Albert Servaes
El primer acontecimiento histórico al que nos referimos
para acotar (entre dos pintores) esta
experiencia honda de la gracia tuvo lugar en 1919[48]. El pintor
belga Albert Servaes (1883-1966) pinta un Via Crucis por encargo del carmelita
descalzo Jerónimo de la Madre de Dios que había sido su director espiritual.
Servaes había tenido desde joven una profunda inquietud religiosa y en cierta
ocasión llegó a afirmar de su pintura: Sólo he tenido dos maestros: el
Evangelio y la naturaleza... Lógicamente,
entre ambos se estableció una honda sintonía espiritual. No en vano, el
carmelita descalzo utilizaba en sus clases el libro de J. Maritain Art et
Scolastique (Paris 1919) y estaba muy imbuido de las ideas que acercaban el
arte y la experiencia estética (si es auténtica y pura) a lo religioso.
Formaban parte de una élite cultural que reaccionaba frente al arte
religioso en boga, edulcorado, melifluo y, utilizando el célebre término
alemán, kitsch[49].
Dado que el fraile
carmelita había visto otros bocetos de Servaes para ilustrar un Via Crucis
y le habían gustado[50],
encarga en 1919 a éste la elaboración de las catorce estaciones para la nueva
capilla que acababa de ser construida en el monasterio de Luythagen. Pero, una vez realizada la obra, ésta causó cierto estupor por su
realismo y escandalizó a algunos[51].
Ya antes de ser expuestos en la capilla para la que fueron pensados, los
dibujos se expusieron en el Convento Carmelita de Gante (marzo de 1920) y esta
exposición provocó un aluvión de críticas y una controversia en la que llegaron
a participar personajes de la talla del Cardenal Mercier, de J. Maritain, de R.
Garrigou Lagrange o de Laurentius Jansens, abad de Maredsous (que fue uno de
los más duros críticos de la obra), etc. Lo peor que pudo ocurrirle a la obra
de Servaes fue el hecho de que la controversia se internacionalizara y que
llegara incluso a Roma. Los defensores de la misma (como Brandsma o el Cardenal
Mercier) sabían que si la Santa Sede se pronunciaba en contra, ellos acatarían
la orden, lo que sería considerado como una traición por parte de Servaes.
En ese momento entra en escena el P.
Tito, aunque no se sabe muy bien ni cómo ni por qué, aunque podemos imaginar
que Servaes (o, mejor, Jerónimo de la Madre de Dios) conociera los escritos del
P. Tito sobre la mística del sufrimiento (inspirados en sus estudios de la
mística renano flamenca y de la devotio
moderna). Parece ser que Brandsma intentó en primer lugar la mediación ante
los superiores de los descalzos en Roma a través del Postulador General de la
Orden, P. Humberto Driessen, gran amigo suyo, pero esta mediación falló.
Entonces -según nos cuenta Huls- el P. Tito tomó una de sus típicas decisiones
salomónicas: por una parte muestra su comprensión (aunque luego les dedicará
algún comentario fuerte) ante personas que, quizás sin formación, se puedan
escandalizar al ver a un Jesús débil, famélico, demasiado humano... y, por otra
parte, pide a la recién fundada revista de cultura religiosa Opgang que
lo publique[52]. Y
así fue, apareció publicado en el número 1 de esta revista, lo que daría pie al
P. Tito a escribir su famoso comentario al Via
Crucis en el que incidirá, en más de una ocasión, en que el verdadero
escándalo no está tanto en el Jesús desnudo y débil, sino en que nosotros
mismos, sus seguidores, nos escandalicemos de Él[53].
En cualquier caso, y tras varias
vicisitudes en las que no podemos detenernos, desde Roma le llegó la orden de
quitarlo[54].
Brandsma pidió a su hermano descalzo que acatara la decisión y el Cardenal
Mercier intentó consolar personalmente a Servaes que posteriormente llegaría a
ser uno de los máximos representantes del expresionismo belga[55].
Las estaciones del Via Crucis sufrieron
su propio via crucis y pasaron por
varias manos y compradores[56]
hasta llegar al claustro de la Abadía de Koningshoeven en Tilburg (luego
tristemente famosa porque desde allí serían deportados los tres hermanos
trapenses de la familia Löb al campo de exterminio). El Nuncio insistió en que
las estaciones de Servaes no fueran colocadas como objeto de culto sino
simplemente como “obras de arte” para no contravenir la prohibición de la Santa
Sede. Hoy no solamente podemos contemplar el Via Crucis de Servaes sino que -en cierto modo gracias a aquella
controversia- podemos leer la meditación del P. Tito sobre cada una de las
estaciones en las que él se recrea -en la mejor tradición tanto de la mística
renano flamenca, como de la espiritualidad de Santa Teresa a quien él tanto
admiraba[57]- en
el sufrimiento de Cristo, en su debilidad y fragilidad, pero no en un sentido
masoquista o negativo, sino como culminación de su amor por la humanidad y de
su identificación plena con la misma[58].
Es el Cristo abajado, es el varón de dolores, ante quien se vuelve el rostro (Is 53,3), o el que a pesar de su
condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se
despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a
la muerte, y una muerte de cruz…
(Flp 2, 6-11)[59].
2. Zoran Music.
Han pasado más de veinte años desde
los acontecimientos narrados. Mientras tanto, Tito Brandsma ha pasado a ser un
personaje importante dentro de la vida cultural y eclesial holandesa: profesor
de la Universidad de Nimega, Rector de la misma en 1932, asistente de la prensa
católica, escritor afamado y prolijo, hombre de confianza del Cardenal De Jong,
sobre todo a raíz de los difíciles acontecimientos que vive la Holanda ocupada
por el ejército alemán desde mayo de 1940. Por su negativa a expulsar a los
niños de origen judío de los colegios católicos, por su oposición férrea a que
la prensa católica publique consignas nazis y racistas, así como por otros
diversos motivos, el P. Tito es detenido en enero de 1942 y desde ese momento y
durante varios meses pasaría por todo un via
crucis (de nuevo) de cárceles, interrogatorios, humillaciones, etc. hasta
llegar al campo de concentración de Dachau en la bella villa bávara del mismo
nombre. Allí moriría a causa de una inyección de ácido fénico un 26 de julio de
1942.
Dos años más tarde llegaba al Lager otro curioso prisionero: el pintor
croata Zoran Music. Nacido
en Gorizia (por aquel entonces Gortz, una de esas ciudades de frontera que
muestran en sí mismas el drama de la Europa de entreguerras), ingresó en
1930 en la Escuela de Bellas Artes de Zagreb. Viajó por toda Europa, incluida
España donde se sintió muy atraído por las pinturas negras de Goya en el Prado.
Fue detenido en 1944 por su ideología antifascista y deportado al campo de
concentración de Dachau. En los meses anteriores a la liberación del campo por
las tropas americanas (que tuvo lugar el 29 de abril de 1945), Music realiza a
escondidas una serie de dibujos que no serán requisados por las autoridades del
campo, ya que trabajaba en el Revier
(la misma enfermería en la que murió el P. Tito) y en aquel período final, los
guardianes no entraban nunca allí por el temor de contagio del tifus galopante
que causaba estragos entre la población de Dachau[60].
Así se han conservado 35 de estos dibujos, la mayoría de los cuales se encuentra
en el Museo de Basilea, que forman un magnífico testimonio del horror que se
vivió en aquel lugar, sinónimo de barbarie y de verdadera degradación de lo que
significa el ser humano. Sus dibujos giraban en torno a un motivo único,
difícil de expresar con palabras: cuerpos famélicos, agonizantes, seres humanos
reducidos a su mínima expresión, rostros que miran hacia el cielo con una
expresión de derrota y de súplica, brazos y piernas que se retuercen en una
macabra danza de horror y sufrimiento, cadáveres colgados y amontonados...
Tito Brandsma y Zoran Music
nunca se encontraron ni se conocieron. Frecuentaban ambientes diversos, ámbitos
culturales muy distintos y tenían procedencias y actividades muy diferentes.
Pero ambos coincidieron en el horror del Lager.
Music, casi sin saberlo, se identificó en Dachau con la figura tradicional de
la Verónica, plasmando, no en un paño, sino en una serie de cuartillas sucias,
grasientas y manoseadas, el rostro del Cristo sufriente fundido con el de la
humanidad sufriente. Es el eterno Via
Crucis que una humanidad lacerada por la violencia y el odio sigue
recorriendo día tras día. Y ambos, en momentos muy diversos supieron captar la
hermosura de la humanidad sufriente, no por un morbo malsano, ni por un
masoquismo tan incomprensible como absurdo, sino porque descubren en ello algo
que trasciende al sufrimiento mismo, algo sin lo cual el sufrimiento nos
abocaría al sin sentido y a la desesperación. O dicho de otro modo, en ambos
coinciden (de forma muy diversa y con puntos de vista muy diversos,
repitámoslo) la compasión y la contemplación. Dejemos la palabra a estos dos
místicos compasivos:
¡Cuánta elegancia
trágica en esos cuerpos frágiles! ¡Cuánto celo por no traicionar esas formas
finas, para llegar a plasmarlas tan bellas como las veía, reducidas a lo
esencial! (...) Ese universo de la insensatez ¿era acaso un purgatorio? Después
de la visión de los cadáveres, despojados de todas las exigencias exteriores,
de todo lo superfluo, desprovistos de la máscara de la hipocresía y las
distinciones con las que se cubren los hombres y la sociedad, creo haber
descubierto la verdad[61].
Qué delicadeza por tu parte, Oh
Jesús, a lo largo del camino de la cruz, el dejarnos tu divino rostro como un
recuerdo de tu sufrimiento, con el velo con el que una buena mujer quiso secar
tu cara. Ojalá quedase este rostro grabado profundamente en mi memoria para que
pueda siempre ver frente a mí tu sufrimiento como un ejemplo (...). Oh Jesús,
tierno y humilde de corazón, transforma nuestro rostro y hazlo semejante al
tuyo[62]
Durante
los años siguientes la pintura de Music fue evolucionando hacia otros temas
(las barcazas cargadas de ganado, recuerdo de su niñez, las llanuras de
Dalmacia, autorretratos, fachadas...). Pero hacia 1970, por una de esas
extrañas y misteriosas decisiones del espíritu humano, Music vuelve al tema de
Dachau y, basándose en sus dibujos de entonces, elabora la serie (expuesta hace
unos años en Madrid[63])
que lleva por título Nous ne sommes pas
les derniers (Nosotros no somos los
últimos). Aún tras la evolución de su pintura, se esconde el horror el Lager y los recuerdos atormentados de aquella
experiencia terrible. Posteriormente su carrera ha estado plagada de éxitos,
condecoraciones (como la que en 1979 le concedió la Legion d'Honneur de Francia que le nombró Commandeur), exposiciones por todo el mundo, etc. Desde 1981 es
además miembro de la Academia de Ciencias y Artes de Eslovenia.
Comenzábamos
este artículo señalando que el P. Tito es un modelo para el carmelita del siglo
XXI. La Iglesia pide a la vida consagrada que dé testimonio de esa doble
pasión, por Dios y por el ser humano sufriente, concreto, necesitado. El P.
Tito supo vivir esa polaridad que no solamente no divide el corazón del
carmelita sino que lo plenifica y autentifica. Lo plenifica porque la pasión
por Dios del contemplativo encuentra su plenitud en la compasión amorosa por el
prójimo y porque el que siente esa compasión y la vive intensamente, contempla
el misterio de la existencia que para un creyente es el Misterio de salvación.
Y lo autentifica porque solamente en la compasión por el prójimo se pone a
prueba y se calibra la verdadera contemplación. El P. Tito vivió intensa y
armónicamente esas dos pasiones. El P. Tito supo contemplar en el Via Crucis de Jesucristo hacia el
Calvario el sufrimiento de la humanidad y la compasión de Dios. Y supo
contemplar en el sufrimiento de la humanidad (llevado en el campo de
concentración a límites insospechados) al Dios abajado, kenotizado, hecho uno
de nosotros hasta el extremo de compartir el sufrimiento y la muerte[64].
Que su ejemplo y su intercesión nos ayuden a nosotros a vivir con la misma
honestidad la pasión por Dios y por la humanidad.
[1] F. MILLÁN ROMERAL, El Padre Tito Brandsma... la santidad de la
humanidad: Escapulario del Carmen 89 (1992) 200-204, 253-255, 329-332, 352-356.
[2] F. MILLÁN ROMERAL, El Padre Tito Brandsma... la santidad de la
humanidad: Carmelo Lusitano 10 (1992) 33-50.
[3] El P. J. Smet ha traducido al inglés varias
de sus conferencias sobre temas de historia de la espiritualidad, especialmente
sobre las grandes figuras de la espiritualidad renano flamenca. Auguramos que
pronto vea la luz esta edición que permitiría a un público mayor acercarse al
pensamiento del P. Tito.
[4] En español sigue siendo la biografía más
completa la de: M. ARRIBAS, Un periodista mártir (Madrid 1984),
ampliada y revisada en una segunda edición llevada a cabo por la Postulación General de los Carmelitas: El precio de la verdad (Roma 1998). En otras lenguas destacan las biografías de:
J. ALZIN, Ce petit moine dangereux
(Paris 1954); H.W.F. AUKES, Het leven van
Titus Brandsma (Utrecht-Antwerpen 1961); B. MEIJER, Titus Brandsma (Bossum 1951); J. REES, Titus Brandsma, a modern martyr (London 1971); F. VALLAINC, Un Giornalista martire (Milano2
1963). Contamos con la traducción de la obra de J. ALZIN, Ese frailecito peligroso (Madrid 1956). Una colección de estudios sobre su vida con algunos de
sus escritos se encuentra en:AA.VV., Essays
on Titus Brandsma (Carmelite, educator, journalist, martyr) [Redemptus
Valabek ed.] (Rome 1985).
[5] Cf. B. SECONDIN - S. SCAPIN, Tito Brandsma, maestro di umanità, martire
della libertà (Milán, 1990) 26-27.
[6] M. ARRIBAS, El precio de la verdad, 56-57.
[7] Eugenio Driessen, estaba en Roma desde 1932.
Fue Postulador General (lo cual explica la consulta a la que se refiere su
hermano) y Maestro de Estudiantes y desde 1940 fue también Procurator Misssionum. Murió en Roma en julio de 1946. Cf. Necrologia:
Analecta Ordinis Carmelitarum 11 (1940-1942) 253-255.
[8] Recordemos que el P. Xiberta estuvo dos años
en Holanda a causa de su expulsión de Italia en 1937.
[9] Traducción nuestra del original (en italiano)
que se encuentra en el Arxiu
Provincial dels PP. Carmelites de Catalunya, Sección Xiberta, carpeta 8
[antes B-2/13.] (cartes rebudes). Fue publicada completa en: F. MILLÁN ROMERAL, Un testimonio de primera mano sobre la muerte
del P. Tito: Analecta Ordinis Carmelitarum 44 (1993) 34-39.
[10] Este
aspecto ha sido muy bien reflejado en la película de la RAI Le due Croci, sobre los últimos años de
la vida del P. Tito, dirigida por Silvio Maestranzi, e interpretada entre otros
por Heinz Bennet (en el papel del P. Tito), Pamela Villoresi, Jacques Breuer,
William Berger, etc. En la ficción cinematográfica, ambas personalidades
-fuertes, convencidas, tenaces- se enfrentan frontalmente pero casi con algo de
mutua admiración.
[11] En este sentido
pueden ser muy significativos los interesantísimos comentarios del P. Camilo
Maccise respecto a la actitud del P. Tito hacia las "minorías" y la
posible aplicación de todo ello a nuestra situación política, cultural y social
hoy. Cf. C. MACCISE, Un testigo y
defensor de valores humanos. Tito Brandsma (1881-1942), en: AA.VV., Grandes testigos de los valores [R. Checa,
ed.] (Mexico, 1987).
[12] Citado por M. ARRIBAS, El precio de la verdad, 92-93. En este sentido sería muy
interesante (y ya lo hemos sugerido en más de una ocasión) comparar el discurso
de investidura de Tito Brandsma como Rector de Nimega en 1932 y el discurso de
Martin Heidegger como Rector de Friburgo de Brisgovia en 1933. Si bien la
superioridad intelectual del filósofo alemán es indudable, la comparación de
las actitudes básicas de ambos ante el sentido de la educación, del progreso y
de la función de la Universidad sería harto interesante. La traducción
castellana del texto del discurso de Heidegger se puede encontrar en la edición
de R. Rodríguez en la editorial Tecnos: M. HEIDEGGER, La autoafirmación de la Universidad alemana (Madrid 21996);
así como en la estupenda versión que hizo P. Ramis para la revista de la
Universidad de los Andes: Filosofía 9-10 (1996-97) 19-29. Del discurso del P.
Tito sólo conozco el original holandés en: Titus
Brandsma herdacht (Nijmegen 1985) 11-45; y la traducción inédita al inglés
del P. J. Smet.
[13] Se puede
ver, por ejemplo, en la colección de fotos publicada por los carmelitas
norteamericanos, bajo el título Titus
Brandsma 1881-1942. Carmelite and martyr (Tenafly, 1985).
[14] Cf. en este sentido A. STARING,
Joy, en: Essays, 173-182.
[15] M. ARRIBAS, El precio de la verdad, 105.
[16] M. ARRIBAS, El precio de la verdad, 199.
[17] M. ARRIBAS, El precio de la verdad, 218.
[18] F. MILLÁN ROMERAL, El P. Tito Brandsma y Teresa de
Lisieux. Algunos aspectos comunes de su espiritualidad: Escapulario del Carmen 94
(1997) 94-98, 132-134, 167-172.
[19] Ultimas conversaciones (cuaderno
amarillo), 27 mayo (n.6).
[20] Puede resultar muy
interesante al respecto el testimonio del P. Simón Besalduch que le acompañó en
su visita a Cataluña y comenta cómo el P. Tito le contó los proyectos que tenía
sobre la Orden, haciéndole partícipe de su entusiasmo y sus ilusiones; Cf. S. BESALDUCH,
Flos Sanctorum del Carmelo (Barcelona
1951). En el mismo sentido, véase la descripción de su viaje a los Estados
Unidos en 1935 que hace: L. TROY, Blessed
Titus Brandsma's trip to the United States and Canada in 1935: The Sword 52
(1992) 25-35.
[21] Cf. en este sentido, A.
STARING, Simplicity, en: Essays, 166-172.
[22] M. ARRIBAS, El precio de la verdad, 261.
[23] M. ARRIBAS, El precio de la verdad, 122.
[24] Véase nota 18.
[25] H. URS VON BALTHASAR, Therese
Von Lisieux, Geschichte einer Sendung (Köln 1950); hay traducción española (por
la que citamos) en Herder: Teresa de Lisieux. Historia de una misión (Barcelona 1957).
[26] H. URS VON BALTHASAR, Teresa de
Lisieux, 117-145.
[27] Teresa Neumann nació en Konnersreuth, Baviera, el 9 de abril de 1898 y
murió en 1962. Sobre ella resulta especialmente interesante para
los lectores de habla hispana la obra del Dr. A. Vallejo Nájera, El caso de Teresa Neumann a la luz de la
ciencia médica (Valladolid2 1939).
Cf. entre otros: H. FAHSEL, Teresa
Neumann de Konnersreuth (San Sebastian2 1957); L. RINSER, Konnersreuth (San Sebastian 1955); J. STEINER, Visionen der Therese Neumann nach Protokollen akustichen aufzeichnungen
und augenzeugemberichten (München-Zurich 1973); de esta última obra, existe
una edición castellana: J. STEINER, La
estigmatizada de Konnersreuth (Barcelona 1991).
[28] T.
BRANDSMA, Teresia van Konnesreuth en
Lidwina van Schiedam: Jaarboek van de St. Radboudstichting (1931) 52-56; ID.,
Teresia Neumann van Konnersreuth; waarde
der verschijnselen: Het Schild 13 (1931) 5-17, 49-58.
[29] Cf. B. BORCHERT, The Mystical
Life of Titus Brandsma: Carmelus 32 (1985) 2-13; A. BREIJ, Life in the Spirit, en: Essays, 87-99; J. MELSEN, Mysticism: the aim in life of Fr. Titus
Brandsma (1881-1942), en: Essays,
100-114; O. STEGGINK, Le
R.P. Titus Brandsma. Son âme contemplative: Vinculum Ordinis Carmelitarum 1
(1948) 49, 294-297; IDEM, Mehr als ein
Wissenschafter. Mystiker und Akademiker, en: AA.VV., Titus Brandsma, Mystiker des Karmel, Märtyrer in Dachau [G.
Geisbauer, ed.] (Köln 1987) 28-39; y, sobre todo: A. STARING,
The mysticism of the passion, en: Essays, 115-128. En este trabajo, Staring -gran
conocedor del P. Tito y vicepostulador de la causa de beatificación- parte
precisamente de esa pregunta: was Titus
Brandsma a mystic?
[30] Sicut enim maius est illuminare quam lucere solum, ita maius est
contemplata aliis tradere quam solum contemplari (S.Th. II -
II, q. 188, a. 6.).
[31] Carmelita holandés que,
como tantos otros, fue enviado por su provincia (en un ejemplo de generosidad
que nunca será agradecido suficientemente) a diversas partes del mundo, en este
caso a Portugal, donde residió hasta su muerte.
[32] Cf. F. MILLÁN ROMERAL, La capilla de los mártires y el carmelita
Beato Tito Brandsma: Escapulario del Carmen 84
(1987) 128-132.
[33].- Sobre diversos aspectos de la estancia de protestantes en Dachau, cf.
VV.AA., Lebenslaufe (Schicksale von
Menschen, die im KZ Dachau waren) (Dachau, 1990); J. M. LENZ, Christ in Dachau or Christ victorious
(Viena, 1960) 110-112 (en el original alemán (Wien 1956) 109-111); Il Campo di concentramento di Dachau
1933-1945 (Bruselas 1978).
[34] Cfr. F. MILLÁN ROMERAL,
La Mariología del P. Tito Brandsma: Escapulario
del Carmen 85 (1988) 154-162.
[35] Cf. S. SCAPIN y B.
SECONDIN, Tito Brandsma, maestro di
umanitá, martire della libertá (Milán, 1990) 40-42.
[36] Sobre la profunda
admiración de Tito Brandsma hacia Santa Teresa, cf. A. STARING, Fr. Titus Brandsma and Saint Teresa of Avila,
en: Essays, 205-213.
[37] Los primeros capítulos
de esta biografía están escritos en los impresos oficiales de la cárcel de
Scheveningen, pero dado que en cierto momento se le debió prohibir el papel,
los últimos capítulos están escritos entre las líneas de otro libro,
concretamente de una biografía de Jesús, obra de Cyriel Verschaeve.
[38] Fueron publicadas por
primera vez bajo el título Carmelite
Mysticism. Historical Sketches (Chicago, 1936); posteriormente como The Beauty of Carmel (Dublin-London,
1955) y también en pequeños folletos, bajo el título: Carmelite Mysticism (Faversham, 1980) y otra edición más bajo el
título Carmelite Mysticism. Historical
sketches (Darien-Illinois, 1986) [edición homenaje en el 50 aniversario de
estas conferencias]. Una versión portuguesa puede encontrarse en T. BRANDSMA, A Beleza do Carmo en O Escapulario do Carmo 9 (1964) 4-7,
31-36, 59-62, 87-91, 121-128, 143-148, 180,183, 250-253, 279-283, 314; 10
(1965) 9-13, 31-35, 59-63, 93-98, 117-121, 148-152, 168-171, 197-201, 223-227.
Cf. en el mismo sentido, su aportación al Dictionnaire
de Spiritualité (voz “Carmes”),
traducido al español por J. Vicente y R. M. López Melús, en un opúsculo
titulado El Carmelo, escuela de santidad
(Onda-Castellón 1895). Al parecer, este trabajo fue encargado por el editor de
la obra -P. Joseph de Guibert, S.J.- a J. de la Cruz Brenninger, pero éste
consideró que el P. Tito Brandsma era el más indicado para llevarlo a cabo. Al
respecto cf. K. HEALY, Prophet of fire
(Rome 1990) 294-295.
[39] Traducción directa de
la edición inglesa; corresponde al comienzo de la conferencia número 7.
[40] Sobre la actividad del
P. Tito en pro de la paz, cf. H. BLOMMESTIJN, In His Image: Blessed Titus Brandsma en The Canadian Catholic Review 4 (1986) 139-145; F. MILLÁN ROMERAL, El P. Tito y la Paz: Carmelo Lusitano 11 (1993) 47-63.
[41] M. ARRIBAS, El precio de la verdad, 246.
[42] M. ARRIBAS, El precio de la verdad, 251.
[44] Resulta en este sentido
estremecedor el testimonio de Fr. Rafael Tijhuis O.Carm., que compartió los
últimos días de presidio con el padre Tito. Cf. R. TIJHUIS, Dachau Eye-witness, en: Essays, 58-67.
[46] Véase nota 3.
[47] Varios estudiosos de la
espiritualidad del P. Tito han insistido también en este aspecto. Así, por
ejemplo: J. MELSEN, Catholic Spirituality,
en: Essays, 75-86 (que se refiere a
él como human among humans); así como
el significativo título de la obra de S. SCAPIN – B. SECONDIN, Tito Brandsma, maestro di umanitá, martire
de la libertá (Milano, 1990).
[48] Seguimos la descripción de los acontecimientos que hace L.M.A.
SCHOONBAERT, Albert Servaes and the
Luythagen stations of the Cross, en: AA.VV., Ecce homo. Schouwen van de weg van liefde /
Contemplating the way of love [J. Huls, ed.] (Leuven 2003) 49-73. Esta obra, magníficamente editada con las catorce
estaciones del Via Crucis de Servaes
y los textos del P. Tito, incluye además un relato del propio via crucis existencial que él viviría y
que culminaría en el Lager de Dachau
(narrado por el hermano Rafaël Tijhuis que fue también prisionero y le acompañó
en Dachau), así como un estudio del itinerario espiritual del P. Tito de H.
Blommestijn, todo ello en holandés e inglés. Felicitamos cordialmente a J. Huls
por esta estupenda aportación al mejor conocimiento de la figura del P. Tito
[49] Por poner solamente un ejemplo de esta reacción, citaremos a alguien
más bien lejano de los ambientes religiosos: R. Alberti, en su conocida autobiografía
ataca con dureza la degeneración del arte religioso en el siglo XIX y XX (al
que dedica epítetos como: pobretón, cursi, aburguesado, relamido…).
Él culpa de esta degeneración fundamentalmente a los jesuitas. Cf. R. ALBERTI, La arboleda perdida (Madrid 2002) 41-42.
[50] Concretamente el que había elaborado, por encargo de un militar
francés aficionado al arte (Louis Gillet) para la traducción francesa de una
obra de Cyril Verschaeve, titulada La passion
de N.S Jésus-Christ (Paris 1919). Cf. L.M.A. SCHOONBAERT, Albert Servaes, 52-53. No deja de
resultar curioso que, muchos años más tarde, ya en la prisión, el P. Tito
escribiera su siempre proyectada y nunca llevada a cabo biografía de Santa
Teresa entre las líneas de una vida de Jesús de Verschaeve (¿quizás la misma?).
Su biografía de la Santa de Avila sería publicada en 1946 por el P. Meijer en la editorial Spectrum: T. BRANDSMA - B. MEIJER, De groote heilige Teresia van Jesus
(Utrecht-Brussel 1946).
[51] Sobre las fuentes (pictóricas y espirituales) de las estaciones de
Servaes, cf. L.M.A. SCHOONBAERT, Albert
Servaes, 54-55. Es curioso como
San Juan de la Cruz (junto a Isaías, Santa Teresa, Ángela de Foligno, etc.) le
inspiró espiritualmente pero también pictóricamente y detrás de algunas de las
estaciones se adivina la presencia del célebre Cristo de San Juan de la Cruz
(visto desde arriba) que inspiró también a Dalí.
[52] Un dato que preocupaba al P. Tito era la condición de seglar del
pintor, porque pensaba que para él sería más difícil encajar el golpe de la
prohibición, lo que dice mucho de la sensibilidad pastoral de Tito Brandsma.
[53] El texto original en holandés y la traducción al inglés (con las
láminas del pintor) pueden verse en la obra que venimos comentando (véase nota
48). Contamos con una traducción al italiano en: B. TITO BRANDSMA, Belleza del Carmelo (Roma 1994) 121-143.
[54] Puede verse en Acta Apostolicae Sedis XIII (1921-5) 197. La
prohibición de exponer la obra se basaba en el canon 1399-12 (del Código
piobenedictino de 1917), en el que se señalaba: la prohibición (entre muchas
otras cosas) de las imágenes de cualquier
modo impresas de Nuestro Señor Jesucristo, de la Bienaventurada Virgen María,
de los Angeles y Santos o de otros Siervos de Dios, opuestas al sentido y a los
Decretos de la Iglesia.
[55] Cf. H. ORBORNE (ed), Guía del
arte en el siglo XX (Madrid 1990) 735. De él afirma J. Plazaola (experto en
arte religioso moderno) que fue uno de los
dos grandes pioneros del expresionismo que han trabajado en el aislamiento y la
incomprensión (...), simbolista en su primera época y
expresionista después, autor de emocionantes ciclos sobre la “Vida de la Virgen”
y sobre la “Pasión de Cristo”, creador de estilo personalísimo, tierno y cruel
en sus grabados, misterioso y poético en sus lienzos: J. PLAZAOLA, El arto sacro actual (Madrid 1965) 432.
[56] Muy curioso resulta el intento fallido del jesuita P. Wessels
(capellán del colegio de San Ignacio en Amsterdam) por comprarlo, lo que no
pudo hacer por el elevado precio de la obra.
[57] La influencia de la Santa de Ávila debió ser muy fuerte en estos
últimos tiempos de su vida y merecería, sin duda, un estudio aparte. Resulta
difícil no ver aquí ecos del magistral capítulo 22 de Libro de la vida (¿Y no le
miraremos tan fatigado y hecho pedazos, corriendo sangre, cansado por los
caminos, perseguido de los que hacía tanto bien, no creído de los apóstoles? [22,
6]) o de la famosa contemplación ante un Cristo
muy llagado (9,1). Sobre el sentido de la humanidad de Cristo en la
concepción cristológica teresiana, cf. S. CASTRO, Cristología teresiana (Madrid 1978).
[58] Esperamos poder verlo próximamente en español junto con una pequeña
antología de textos que estamos preparando.
[59] Curiosamente una controversia similar se desarrolló en Francia algunos
años más tarde a raíz de varios artículos publicados en la revista de los
dominicos L’Art sacrée que reivindicaba una representación de Cristo más
humano.
[60] Otro carmelita, el polaco Hilario Januszewsky murió por aquella misma
época precisamente por ofrecerse voluntariamente a cuidar de los enfermos de
tifus en el barracón denominado entre los presos como “el ataúd”. Fue
beatificado por Juan Pablo II en 1999. Puede verse la estupenda síntesis que
hizo de su figura el P. General, Joseph Chalmers en su carta Fiel en lo poco, fiel en lo mucho (Roma
1999) publicada en diversas lenguas.
[61] Frase del artista recogida en el estupendo catálogo de la Galería
Jorge Mara: Zoran Music (Madrid 1996)
37. Véase el interesante prólogo de J. Semprún titulado Yo lo ví (págs. 9-29).
[62] Traducción nuestra de la edición italiana (véase nota 53).
[63] Se conservan poco más de una treintena de los doscientos que hizo.
Fueron expuestos en la Galería Jorge Mara. Cf. al respecto. F. MILLÁN ROMERAL, Zoran Music... No somos los últimos: Escapulario del Carmen 93 (1996) 210-212.
[64] Esa contemplación del crucificado inspiró algunas de las estrofas más
hermosas de su célebre poema Ante un cuadro de Jesús en mi celda, escrito en la
cárcel. Baste la última estrofa del mismo (en la estupenda versión de J.
Carrión):
¡Quédate mi Jesús!
que en mi desgracia
jamás el corazón
llore tu ausencia...
¡Que todo lo hace
fácil tu presencia
y todo lo
embelleces con tu gracia!
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